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domingo, 3 de agosto de 2008

Diseño inteligente, ¿apariencia o realidad?

Por el Dr. Antonio Cruz, España.

La biología experimentó durante el pasado siglo XX tres grandes revoluciones. La primera fue la revolución darwiniana, que introdujo en la ciencia la creencia del origen único de todos los seres vivientes, incluido el propio hombre. Se empezó a aceptar que la complejidad y el aparente diseño de todo lo vivo se debía sólo a las leyes de la evolución que actuaron al azar sobre la materia simple y desordenada. La segunda revolución vino provocada por el descubrimiento del ADN como molécula poseedora de la información genética de los organismos. Y la tercera, que en mi opinión se opone a la primera, es la revolución que supone el descubrimiento de la universalidad del diseño genético de los animales. Hoy se ha hecho evidente que todos los habitantes de este planeta presentan un plan original escrito en sus genes, minuciosamente concebido para que sean como son y puedan sobrevivir en el medio que lo hacen o adaptarse a otro, si es que las condiciones lo requieren. Frente al azar propuesto por la primera revolución, se alza el diseño que viene de la mano de la tercera. Uno de los pensadores que desarrollaron el argumento acerca del diseño inteligente que evidencia la naturaleza, fue el teólogo protestante y filósofo inglés del siglo XVIII, William Paley (1743-1805) en su Teología natural.
En el párrafo inicial de dicha obra escribió las siguientes palabras: “Supongamos que, al cruzar un brezal, mi pie tropezara con una piedra, y me preguntaran cómo llegó la piedra a estar allí; yo podría responder que, según mis conocimientos, la piedra pudo haber estado allí desde siempre; y quizá no fuera muy fácil demostrar lo absurdo de dicha respuesta. Pero supongamos que encontrara un reloj en el suelo, y me preguntaran cómo apareció el reloj en ese lugar; ni se me ocurriría la respuesta que había dado antes, y no diría que el reloj pudo haber estado ahí desde siempre. ¿Pero por qué esta respuesta no serviría para el reloj como para la piedra, por qué no es admisible en el segundo caso como en el primero? Pues por lo siguiente: cuando inspeccionamos el reloj, percibimos algo que no podemos descubrir en la piedra, que sus diversas partes están enmarcadas y unidas con un propósito, es decir, que fueron formadas y ajustadas para producir movimiento, y que ese movimiento se regula para indicar la hora del día; que si las diferentes partes hubieran tenido una forma diferente de la que tienen, o hubieran sido colocadas de otro modo o en otro orden, ningún movimiento se habría realizado en esa máquina, o ninguno que respondiera al uso que ahora tiene. [...] Observando este mecanismo, se requiere un examen del instrumento, y quizás un conocimiento previo del tema, para percibirlo y entenderlo; pero una vez observado y comprendido, como decíamos, es inevitable la inferencia de que el reloj debe tener un creador, que tiene que haber existido, en algún momento y lugar, un artífice o artífices que lo formaron para el propósito que actualmente sirve, que comprendió su construcción y diseñó su uso” (Behe, 1999, La caja negra de Darwin: 261-262).
Paley concluyó de este razonamiento que, de la misma manera, los seres vivos que pueblan la Tierra son altamente complejos y, por tanto, demandan la existencia de un Creador que los haya planificado. Fue muy criticado por culpa de las exageraciones que empleó en algunos de sus argumentos pero, en mi opinión, en éste del reloj jamás ha podido ser refutado. Ni Darwin ni ninguno de sus seguidores hasta hoy han sido capaces de explicar cómo es posible que un sistema tan complejo como un reloj (irreductiblemente complejo según Behe), se haya podido originar sin la intervención de un relojero que lo diseñara. Sin embargo, hubo serios intentos de rebatirlo, como el del filósofo David Hume, quien arguyó que el argumento del diseño no era válido porque comparaba dos cosas que, en su opinión, no se podían comparar: una máquina y un organismo biológico. Es verdad que en aquella época no se podían comparar. No obstante, los avances de la bioquímica se han encargado de demostrar que Hume no tenía razón. Hoy se sabe que ciertos mecanismos biológicos son capaces de medir el tiempo como si fueran relojes. Las células que controlan los latidos del corazón, el sistema hormonal que es capaz de iniciar la pubertad o la menopausia, las proteínas que ordenan a las células cuándo se tienen que dividir, y otros similares indican que la analogía entre un organismo viviente y un reloj no es tan disparatada. Además muchos de los componentes bioquímicos de la célula actúan como engranajes, cadenas flexibles, cojinetes o rotores similares a los que tienen los relojes. Los mecanismos de realimentación que se emplean en relojería también se dan en bioquímica. Incluso es posible que en el futuro se pueda llegar a diseñar relojes mediante materiales exclusivamente biológicos. Por tanto, la crítica de Hume ha quedado anticuada y ha sido descartada por los descubrimientos de la bioquímica moderna.
Otro argumento contrario al diseño inteligente es el de la imperfección. Si hay -se dice- un Creador sabio que diseñó la vida en este planeta, entonces debió hacerlo todo de manera perfecta, ¿por qué pues existen las imperfecciones? ¿Por qué posee el ojo humano un punto ciego? ¿A qué se debe el derroche de tantos genes sin función como existen en el ADN? ¿Por qué hay órganos rudimentarios que no tienen función? ¿No encaja todo esto mucho mejor con la selección natural al azar que con una planificación inteligente? Este presuntuoso razonamiento se basa en la equivocación de creer que se conoce la mente o los motivos del Creador. Si algo no concuerda con la concepción humana de cómo deberían ser las cosas, entonces se concluye que no puede existir tal proyectista original. Sin embargo, es posible recurrir aquí a una analogía entre el diseñador por excelencia y los padres humanos. Piénsese, por ejemplo, en la educación de los hijos. ¿Otorgan siempre los padres a sus pequeños todo aquello que éstos les piden? ¿No hay muchos progenitores que niegan a sus descendientes los mejores juguetes, o los más caros y sofisticados, con el fin de no malcriarlos o de que aprendan a valorar el dinero? A veces, lo mejor no es lo más conveniente. El argumento de la imperfección pasa por alto el hecho de que el Creador pudo tener muchas razones para hacer las cosas como las hizo y que aquello que en la actualidad se considera como óptimo, no tenía por qué serlo también en los planes del diseñador. Pretender realizar un análisis psicológico del Creador que revele los motivos de su actitud es una tarea muy arriesgada, a no ser que él mismo manifestara su finalidad. También es posible que muchas de las imperfecciones que existen actualmente en el mundo natural no hayan sido diseñadas así desde el principio, sino que se deban a degeneraciones genéticas provocadas por los cambios y la influencia del medio ambiente.
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Fuente: Protestante digital

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