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lunes, 16 de noviembre de 2009

Calvino desde la mirada de Marta García Alonso II

Por. Leopoldo Cervantes - Ortiz, México*

En la primera parte de este artículo se expusieron las características del trabajo de Marta García Alonso y la forma en que poco a poco se ha ganado un lugar en la calvinología actual y cómo recientemente ha publicado un breve libro sobre Calvino en una colección de divulgación filosófica (Calvino (1509-1564). Madrid, El Orto, 2009). Este volumen, de escasas 94 páginas, es una magnífica introducción al pensamiento teológico del reformador pues muestra un notable grado de profundización en la manera de exponer sus aspectos principales.
Además, la selección de textos complementa muy bien la exposición y muestra hasta qué punto sigue siendo fundamental explorar suficientemente el contenido de la Institución de la Religión Cristiana para apreciar el modo en que Calvino desarrolló progresivamente su teología. Como corresponde a la colección a la que pertenece el libro, el cuerpo del texto anuncia la cita que lo explica a medida que avanza el análisis.
El propósito de García Alonso, demostrar la importancia filosófica de la obra calviniana, se cumple a cabalidad, pues, además, la combinación de datos cronológicos y una visión panorámica de la evolución de la teología del reformador está acompañada de una gran agilidad discursiva que consigue que el libro se vuelva una referencia obligada para propios y extraños, es decir, para los interesados en abarcar sólidamente pero con brevedad, el esfuerzo titánico de un hombre que se consagró por entero a la reforma de la Iglesia.
Las personas atentas a la teología encontrarán en este volumen una síntesis magnífica y quienes no se dedican a esta disciplina disfrutarán de un panorama sucinto y apetecible. Asimismo, la bibliografía selecta y muy actualizada es un buen estímulo para quienes deseen ir más allá en su investigación propia. (Sólo se echa de menos, al igual que en La teología política de Calvino la obra clásica de André Biéler, El pensamiento social y económico de Calvino.)
Sobre las ideas acerca de Dios en Calvino, la autora las enmarca muy bien como parte del desarrollo de las doctrinas medievales y afirma que “Para reconstruir hoy el pensamiento de Calvino conviene partir del teocentrismo, y no de la doctrina de la doble predestinación, como eje que articula su doctrina” (p.16). Desde esta plataforma doctrinal, argumenta García Alonso, Calvino fue modificando lo aprendido en la teología medieval y en sus inicios luteranos para dotar a su pensamiento y acción de características propias. Eso se advierte también en sus conceptos soteriológicos que, en efecto, limitan al máximo la participación humana, pero propician una comprensión creativa de la fe, incluso en donde parecería más complicado. Por ello, escribe: “El desorden que provoca el pecado no se manifiesta, sin embargo, de modo aislado. La corrupción no afecta solamente a alguna de las cualidades humanas, sino a la totalidad del ser. Prueba de ello es que precisa una renovación total. El argumento de Calvino se puede resumir del modo siguiente: es necesario defender que somos radicalmente pecadores puesto que la Biblia nos dice que seremos absolutamente regenerados (IRC II, 1, 9)” (p. 22, énfasis original). Estamos delante, nada menos, de los que más tarde se formulará como “la depravación total de la humanidad”, uno de los flancos más atacados de la teología posterior a Calvino.
Calvino, como abogado que fue, aplicó el tema de la ley como pocos en la teología protestante. Yendo otra vez más allá de Lutero y sus contemporáneos, encontró que “el tercer uso de la ley”
consiste en trasladar al espacio de la moral lo que Dios espera de las personas redimidas, superando los usos didáctico y político, tal como se encuentran en el Antiguo Testamento. Esta sección del libro es expuesta en sus líneas maestras y está encuadrada en los desarrollos del pensamiento jurídico de su época. Lo mismo hace la autora con el asunto de la centralidad de la Biblia en esta teología y con los aspectos políticos derivados de ella.
García Alonso, tal como lo hizo en su tesis doctoral, echa por tierra otros mitos. Por una parte, actualiza los juicios sobre los estudios de Max Weber, que marcaron hondamente casi cualquier acercamiento a Calvino, especialmente en el sentido de que fue la fe y no la angustia causada por la incertidumbre de la predestinación personal lo que propició el trabajo frenético de los calvinistas, como concluyó el sociólogo alemán. Por otro lado, establece que, en el caso de la resistencia política a las tiranías, el reformador fue más bien conservador a la hora de enfrentar a las clases dominantes de su época. Sobre este punto, hay una afirmación muy exacta y con un par de ejemplos históricos complementarios que iluminan el problema:
Es preciso insistir en que la resistencia a las autoridades es una excepción en el pensamiento de Calvino: se trata de una medida contra magistrados que ejercen su poder contra Dios. En cualquier caso, lo que nunca admite el reformador es que dicha resistencia pueda ser encabezada por personas particulares, i.e., por súbditos que no ejerzan una función pública. No olvidemos que la Conjuración d´Amboise fue encabezada por la nobleza protestante y que la conjuración conocida como L´affaire de Maligny — apoyada, esta sí, explícitamente por Calvino—, tenía como promotor al rey de Navarra Antonio de Borbón (A. Dufour)” (p. 49).
Serían los herederos de Calvino quienes desarrollarían una teoría de la resistencia, obligados por la gran coyuntura que representó la Matanza de San Bartolomé, en agosto de 1572.
Las Ordenanzas eclesiásticas de 1541 y su aplicación en el surgimiento del Consistorio son vistas como la encarnación de las ideas calvinianas en el terreno de la realidad, aun cuando el celo moralizante con que se aplicaron las leyes eclesiásticas en Ginebra llegaron al límite de lo tolerable. En la cuarta de forros, la cita escogida es un magnífico colofón a este esfuerzo editorial, pues destaca una de las virtudes más señaladas de la tradición reformada, directamente de la pluma del reformador franco-ginebrino:
Si no hay sociedad ni casa, por pequeña que sea la familia, que pueda subsistir en buen estado sin disciplina, mucho más necesaria ha de ser en la Iglesia, que debe mantenerse perfectamente ordenada. Así como la doctrina salvadora de Cristo es el alma de la Iglesia, así la disciplina es como sus nervios, mediante la cual los miembros del cuerpo de la Iglesia se mantienen cada uno en su debido lugar (...). Así que la disciplina es como un freno con el que son detenidos y domados los que se revuelven contra la doctrina de Cristo; o como un aguijón que estimula a los que son negligentes o perezosos; o a veces, a modo de castigo paterno, para castigar con clemencia y conforme a la mansedumbre del espíritu de Cristo, a los que han faltado gravemente (IRC IV, xii, 1)
En la parte final de esta serie, se presentarán los énfasis políticos de la teología calviniana y una selección de textos de la obra en cuestión.


Artículos anteriores de esta serie:

1 Marta Gª Alonso, calvinóloga española


* Cervantes-Ortiz es escritor, médico, teólogo y poeta mexicano.

Fuente: Protestantedigital.

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