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domingo, 2 de mayo de 2010

MATRIMONIO Y FAMILIA EN LA ENCRUCIJADA ACTUAL

Por. Leopoldo Cervantes-Ortiz, México.

1. ¿Defender valores o intereses tradicionales?
Matrimonios deshechos, padres ausentes, madres trabajadoras, hijos e hijas rebeldes… Esta fórmula, así de esquemática, es la que parece estar en la mente de muchas personas a la hora de abordar la cuestión actual del matrimonio y la familia. Además, el indetenible aumento en el índice de divorcios no vendría sino a confirmar esta tendencia aparentemente negativa en la percepción de lo que sucede en lo que antes fue o había sido un baluarte de “la tradición contra las tendencias de cambio”, dicho esto con las salvedades del caso.[1] Cuando acudimos a las Escrituras en busca de aliento para responder a esta situación, nos asalta, invariablemente, el fantasma de la “defensa de los valores tradicionales”, pues casi siempre dejamos de advertir que ese tipo de cruzadas lo que enmascara más bien es una legitimación de intereses. Sólo así puede entenderse la preocupación de los empresarios agazapados tras de un Consejo de la Comunicación que insistentemente pugna en los medios masivos y en las avenidas por reunir o salvar a las familias, es decir, a los consumidores potenciales de sus productos.
Leer la Biblia en busca de los “valores tradicionales de la familia” debería ser una discusión y una lucha conflictivas y agónicas con una serie de testimonios contradictorios de lo que Renita Weems ha denominado acertadamente como “amor maltratado”, pues muchas veces lo que encontramos es una caricatura del matrimonio debido a la puesta en acción del poder patriarcal autoritario para someter y reprimir indefinidamente la sexualidad femenina, entendida como una fuerza indomable más allá de cualquier forma de control:
No se puede hablar de la sexualidad de las mujeres en el Antiguo Testamento sin dedicar también atención a las costumbres matrimoniales de los hebreos: sexo y matrimonio se daban la mano. En realidad, el sexo en el antiguo Israel estaba, por ley, completamente confinado al matrimonio; cualquier desviación, de acuerdo con los códigos de la ley, podía acarrear fatales consecuencias para las mujeres y severos castigos para los hombres. La sexualidad de una mujer era propiedad exclusiva de su esposo o de cualquier otro hombre que fuera el cabeza de su casa.[2]
Todo estaba subordinado, explica Weems, a no empañar las líneas ancestrales y personales que distinguían a las casas patriarcales (“el buen nombre”), y a salvaguardar el estatus y honor de un marido dentro de la comunidad. Por ello, textos como el salmo 127 aparecen como verdaderos remansos reflexivos en medio de tanta violencia soterrada y administrada progresivamente para mantener el equilibrio social, porque se intuía que la sexualidad se domesticaba al integrarla, primero, al marco del matrimonio, y después, al de la vida familiar. Este salmo, especie de oda a la unidad básica de producción, da por sentado que la estabilidad se basa en la aceptación de las reglas jerárquicas instituidas en la ley de Yahvé, puesto que ésa es la posición oficial establecida para cada integrante de la familia. A la institución matrimonial, con todo y que aceptaba la poligamia masculina (única tolerada para mantener el statu quo), le sigue la casa como establecimiento firme de lo que socialmente debía ser una realidad en ese marco de sometimiento, que no era mutuo, como después sugerirá el Nuevo Testamento. La casa representa la estabilidad afectiva, pero también los aspectos económicos inherentes a la convivencia de la pareja y la familia. El v. 2 subraya la importancia del trabajo y la necesidad de realizarlo con base en una estrategia de sabiduría que debe considerar seriamente lo marcado en las leyes divinas.
El v. 3 es una loa a Dios por la presencia de los hijos, se diría que es la vertiente espiritual que después dará paso a la vertiente material, económica e incluso “militar”, pues el final del salmo habla de la defensa ante los enemigos. La relación Yahvé-descendencia es una alusión directa a las consecuencias del pacto con Dios en el esquema abrahámico. Hoy tendríamos que traducir esta sección para referirnos a “hijos e hijas”, pues el salmo parece estar pensando sólo en los varones, con base en las necesidades de fuerza laboral y militar para el pueblo en general.
2. Entre la tradición y el cambio
Siempre ha habido familias dirigidas o gobernadas por mujeres, lo que no las ha hecho ni mejores ni peores y, más aún, nunca se ha discutido su legitimidad, pues sencillamente ha sucedido: nadie se sorprende de no encontrar menciones masculinas al leer acerca de la familia de Timoteo, colaborador del apóstol Pablo (II Tim 1.5). Por ello, el difícil balance entre tradición y cambio, esto es, entre lo que debe permanecer y lo que puede cambiar, es uno de los problemas que enfrenta la eventual defensa de las instituciones matrimonial y familiar. Si aceptamos como válidas las observaciones del pastor y teólogo reformado Roger Mehl sobre el origen y la función del matrimonio, podremos construir una plataforma de análisis y práctica que nos coloque más allá de una imagen de defensa a ultranza de estas instituciones o de promoción de novedades a toda costa, extremos completamente inútiles ante las exigencias de las personas concretas. Escribe Mehl:
El problema de la vida sexual se resuelve con el acceso del amor a la fidelidad. Lo cual no quiere decir que se resuelva necesariamente con el matrimonio. Porque existen muchos tipos de matrimonios: algunos son considerados por los interesados (o por uno de ellos) como una forma de disciplina y una obligación más o menos soportable; otros son mero consentimiento a las conveniencias sociales: en ambos casos, el problema sexual subsiste íntegro; y también existen otros matrimonios, aunque menos frecuentes, en los que constantemente se rechaza la vida sexual y se persigue una laboriosa y estéril búsqueda de un amor falsamente calificado de espiritual. La institución del matrimonio monogámico no constituye en sí misma una solución al problema del amor. Ofrece tan sólo un marco social y jurídico más favorable que la poligamia para la realización de un amor personal y para la creación de un hogar acogedor para los hijos. No temamos referirnos a la ambigüedad de la institución del matrimonio; en la que el control social pretende garantizar la intimidad, mientras que la disciplina quiere mantener a raya la potencia tumultuosa del eros.[3]
Con una mirada así, no anclada necesariamente en uno de los extremos mencionados, será posible releer los textos bíblicos y asumir una postura acorde con los postulados escriturales y consecuente con los tiempos que se viven, dominados por una búsqueda de respeto, tolerancia y equilibrio. El matrimonio y la familia podrán ser vistos, entonces, como espacios de humanización en los que hombres y mujeres, al participar o no de ellos, podemos mirarnos en un espejo para crecer como personas en el marco de la fe y la esperanza. Porque, como agrega Mehl: “Si el matrimonio no educa al amor y no le permite convertirse en fidelidad, sólo es una institución social tan relativa como las demás”.[4]

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[1] Un reporte del INEGI indica que en 1970, por cada 100 matrimonios había tres divorcios, que en 2003, esta cifra se elevó a 11 divorcios y para 2007 hubo 13 divorcios por cada 100 matrimonios, En 2008, el índice fue de 13.9. Hasta 2007, la edad promedio en la que se divorcian las mujeres es de 35 años, para los hombres es de 38, http://cuentame.inegi.org.mx/poblacion/myd.aspx?tema=P .
[2] R. Weems, Amor maltratado. Matrimonio, sexo y violencia en los profetas hebreos. Bilbao, Desclée de Brouwer, 1997 (En clave de mujer), p. 16.
[3] R. Mehl, Sociedad y amor. Problemas éticos de la vida familiar. Madrid, Fontanella, 1968 (Pensamiento, 21), p. 171.
[4] Ibid., p.172.


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Lucian Blaga (Rumania, 1895-1961)

La estalactita
El silencio es mi sabiduría
y como permanezco inmóvil y sereno,
tal un asceta de piedra,
me parece
que soy un estalactita dentro de una cueva inmensa
con el cielo por bóveda.
Lentas,
lentas,
lentas gotas de luz,
gotas de paz, caen incontenibles
del cielo
y se hacen de piedra dentro de mí.


Versión de Darie Novâceanu

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