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sábado, 8 de octubre de 2011

PROTESTANTISMO Y CULTURA: LA POESÍA DE GONZALO BÁEZ-CAMARGO

HUMANISTAS MEXICANOS

Leopoldo Cervantes-Ortiz, México.
Coloquio Internacional “Historia, Protestantismo e Identidad en las Américas”
Mesa: “Prensa, cultura protestante e identidad latinoamericana”
Palacio de la Antigua Escuela de medicina (Ex Palacio de la Inquisición), Universidad Nacional Autónoma de México, 8 de octubre de 2011
Yo sé muy bien que cuando al cabo falte
mi mano aquí, tu sabia Providencia
otras manos dará, para que siga
sin detenerse nunca nuestra siembra
![1]
1. Situación de Gonzalo Báez-Camargo
Sin ánimo de polemizar o de catalogar a las principales “figuras” o “héroes” del protestantismo mexicano del siglo XX, aun cuando en otros lugares se han realizado tareas de este tipo, podría decirse que Gonzalo Báez-Camargo pertenece al grupo selecto de nombres que vienen a la memoria al momento de hacer un recuento riguroso. Al lado de los hermanos Moisés y Aarón Sáenz, en la política, y de Carlos Monsiváis en la cultura, Báez-Camargo abarcó, gracias a su dilatada carrera literaria, prácticamente el siglo completo, en una trayectoria sólo comparable, al menos en la literatura latinoamericana, a la de Jorge Luis Borges (nacido también en 1899) y Carlos Pellicer (1897-1977). Con el primero compartió, además, la formación protestante y la presencia permanente de la Biblia en su trabajo poético, y con el segundo la obsesión casi mística por la fe y sus transformaciones, aunque desde una postura católica tradicional, aunque sin dejar de mostrar matices un tanto heterodoxos.
En el ámbito estrictamente protestante, Báez-Camargo formó parte de una generación de escritores evangélicos latinoamericanos que trasladaron al ámbito literario sus creencias, entre quienes hay que contar a Alberto Rembao, Ángel M. Mergal, Domingo Marrero, Sante Uberto Barbieri, Laura Jorquera, Francisco E. Estrello, Arnoldo Canclini, Julia Esquivel y Aristómeno Porras, entre otros nombres de su época.[2] Además, en el espectro metodista, debe ubicársele junto a Vicente Mendoza, Luis Rublúo y Raúl Macín. La afición literaria y particularmente poética de muchos de estos escritores, fue estimulada por la ferviente tradición que florecía en las iglesias y seminarios, donde, al menos en la primera mitad del siglo XX, existían revistas y tertulias, y en donde las fechas del calendario cívico eran excelentes oportunidades para practicar las dotes líricas o meramente declamatorias. Hoy, esa tradición, tristemente, se ha perdido.
Por otra parte, para alcanzar a percibir la importancia este erudito y polígrafo oaxaqueño cuya obra dispersa es aun mayor que la publicada, hay que pensar en alguien como Alfonso Reyes, pues si bien representó la “oficialidad” cultural en México y ejerció un enorme magisterio cultural, don Gonzalo, colocado en una marginalidad religiosa de la cual salió progresivamente hasta llegar a ocupar un lugar en la Academia Mexicana de la Lengua en agosto de 1981, sólo dos años antes de su muerte.[3] Como poeta, fue también reconocido por alguien como Jaime Torres Bodet, quien le respondió así al envío de unos poemas:
Acabo de recibir y leer, con la más viva satisfacción, sus tres hermosos poemas. Gracias por haber pensado enviármelos. Han venido a traerme una lección de consuelo y de alta y profunda serenidad. Quedan en mi memoria, como un ejemplo, como un estímulo, estos renglones inolvidables: “¡Aquí estoy, gota opaca, polvo ínfimo, soplo leve. Nada soy. Nada valgo… Tú puedes hacer algo de mi nada. ¡Hazlo, Dios mío, hazlo!”. Quien así siente y se expresa, es sin duda un poeta auténtico.[4]
Como ensayista, una muestra de su interés por la poesía de nuestra tradición lingüística lo constituye el opúsculo “La nota evangélica en la poesía hispanoamericana” (1960), donde pasa revista a un amplio espectro de autores, desde la época prehispánica hasta mediados del siglo XX y manifiesta un profundo conocimiento de autores y obras. Hoy, muy bien podrían matizarse algunas de sus afirmaciones: “…sorprende en la poesía hispanoamericana la ausencia casi completa del tema religioso. No parece haber sido ésta una fuente atractiva ni pródiga para los catadores de las linfas castálicas. En cuatrocientos años no hemos producido un solo gran poeta que pueda compararse a Fray Luis de Granada, Fray Luis de León, Santa teresa de Jesús o San Juan de la Cruz”.[5] En otros momentos se ocupó de la obra de poetas como Manuel José Othón, José Martí, Rabindranath Tagore y la propia Sor Juana, e incluso le puso música al poema “Pator”, de Amado Nervo, , el cual se sigue cantando en el ámbito evangélico.[6]
2. Protestantismo, cultura y poesía
La filiación religiosa de Báez-Camargo se trasluce en toda su obra como un factor central de su existencia. La distinción teórica entre autor y obra, en su caso, es muy difícil de establecer, pues su discurso poético evidencia textualmente el rechazo hacia ese distanciamiento estético o existencial. Aunque desde temprana edad fue reconocido con algunos premios por su labor poética (en Querétaro y Puebla, 1923 y 1926, respectivamente, en ambos casos de poesía popular), Báez-Camargo es recordado como autor de un solo volumen, El artista y otros poemas, publicado en 1945 y reeditado en 1965 y 1987, aunque sus textos están recogidos en varias antologías de tema religioso.[7] Allí, plasmó en sus poemas la profunda fe que recibió desde niño en la familia que lo adoptó y le entregó no sólo su apellido sino también un conjunto de convicciones religiosas que nunca abandonaría. Acaso la muestra poética más sensible de esta experiencia sea el texto titulado “Tú no has muerto”, en donde da fe del dolor tan profundo que le ocasionó la pérdida de su madre en una edad temprana, alrededor de los 10 años:
Madre, madre: yo sé que tú no has muerto
y que en aquella tarde me engañaron
cuando la negra caja se llevaron
y nuestro humilde hogar quedó desierto. […]
Yo sé que vienes, cariñosa y buena,
a consolarme cuando estoy enfermo,
cuando estoy triste a compartir mi pena
y acariciar mi frente cuando duermo. […]
Viva estás para mí. Ni una ceniza
cubre el sagrado fuego en que me inflamo.
Viva estás para mí, porque te amo,
¡y el amor a los muertos eterniza!
Y pues mi amor le impide retenerte,
en el sepulcro aquél no estás cautiva.
Tú nunca has de morir mientras yo viva:
¡el amor es más fuerte que la muerte![8]
Otros poemas representativos de su trabajo son el ya citado “La nada”, “El artista” y “Cuando me llames”, sin olvidar el dariano/unamuniano “Don Quijote en América”, ni su serie “Improntas bíblicas (Mujeres de la Biblia)”. El primero es notable en su simplicidad:
Yo soy nada, Señor. Mas de mi nada
Tú puedes hacer algo. […]
Tú puedes darle al soplo que es mi vida
fragancias de tu bálsamo,
para llevar alivio a donde azota
de los desiertos el candente vaho. […][9]
El segundo plantea toda una “estética espiritual”:
Cuando el cincel hirió por vez primera
el bloque de granito,
un hondo grito
lanzó, como si fuera carne viva,
de aquella roca la partida entraña:
─¡Piedad, Señor! ¿Qué saña,
qué furia cruel y loca
te anima contra mí? ¿Por qué me hieres?
¿Qué tengo yo contigo? ¿Qué me quieres? […]
En los ojos de piedra,
una caliente lágrima brilló…
En los labios de piedra,
agradecida, reverente, humilde,
tembló por fin la voz:
―Perdóname, Divino
Artista del Amor y del Dolor…
¡Perdóname, Señor! ¡Yo no sabía…!
El Artista callaba y sonreía…[10]
Y el tercero, la vertiente escatológico-existencial de la fe evangélica:
Concédeme, Señor, cuando me llames,
que la obra esté hecha:
la obra que es Tu obra
y que me diste que yo hiciera.
Pero también, señor, cuando me llames,
concédeme que todavía tenga
firme el paso, la vista despejada
y puesta aún la mano en la mancera.
Yo sé muy bien que cuando al cabo falte
mi mano aquí, tu sabia Providencia
otras manos dará, para que siga
sin detenerse nunca nuestra siembra![11]

Catalogar esta poesía como “religiosa” o “mística” no es más que una ociosidad, puesto que los criterios estrictamente estéticos y literarios para valorarla pueden, en efecto, considerar su orientación temática e incluso las creencias o presupuestos de su autor, pero de ninguna manera son la base del análisis formal. Ciertamente, la indiscutible unidad entre forma y fondo es una de las premisas metodológicas para este análisis, pero la perspectiva discursiva de la obra, por sí misma, la coloca en un plano semántico susceptible de valoración. En ese sentido, esta obra poética podría ubicarse en el marco de lo que recientemente, en la crítica de poesía latinoamericana se conoce como “poesía del decir”, esto es, en donde el “mensaje” que desean comunicar los textos se apropia de la forma y la utiliza para sus fines. Para que quede más claro con un ejemplo: se dice de manera general, que ha habido dos escuelas en la poesía latinoamericana posterior a las vanguardias: la nerudiana, muy militante y ligada estrechamente al “mensaje”, y la vallejiana, aquella que, sin renunciar al compromiso humano, no deja de experimentar con el lenguaje y rechaza la subordinación de las formas al contenido.
Es posible aplicar a la poesía del protestante Báez-Camargo los mismos criterios de análisis con que él valoró a sus colegas, los cuales, sin dejar de atender a la forma clásica y versificada con que siempre se expresó, y que le sirvieron para marcar las secciones de su ensayo mencionado: a) centralidad de Cristo; b) interioridad de la presencia religiosa; c) primacía de la fe sobre las obras; y d) primacía del amor sobre el precepto.
Muy bien podemos concluir citando un par de estrofas de la letra de un himno que resume muy bien estas perspectivas genuinamente protestantes, propias de una visión marcada por el horizonte bíblico y patriótico, al mismo tiempo, típicamente evangélico:
Mi México
Oh Patria , llena de dolor,
la negra esclavitud
del fanatismo y el error
opaca tu virtud.
Mi México, mi México,
bendígate el Señor,
verás tu noche terminar
y el nuevo día brillar.
Como la nube que alumbró
al pueblo de Israel,
la Santa Biblia, luz de Dios,
te guíe siempre a él.
Mi México, mi México,
que Dios contigo esté,
y la palabra de verdad
te dé la libertad.[12]

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[1] G. Báez-Camargo, “Cuando me llames”, en El artista y otros poemas. México, Casa Unidad de Publicaciones, 1987, p. 66.
[2] Cf. L. Cervantes-Ortiz, “La luz y la llama. Apuntes sobre la poesía de tema religioso en América Latina”, en El salmo fugitivo. Antología de poesía religiosa latinoamericana. Terrassa (España), CLIE, 2009, pp. 21-37. Las pp. 34-36 se ocupan de los poetas evangélicos. La primera edición de este libro (México, Fondo Nacional para la Cultura y las Artes-Aldus, 2004) sólo incluyó a Rubem Alves y Julia Esquivel como autores protestantes.
[3] Cf J.-P. Bastian, Una vida en el protestantismo mexicano. Diálogos con Gonzalo Báez-Camargo. México, El Faro-Comunidad teológica de México-La Reforma, 1999; la entrevista “Tiempo de saltar las trincheras”, en www.kairos.org.ar/index.php?option=com_content&view=article&id=1403, y “Humanistas mexicanos”, en http://www.centenarios.org.mx/Baez.htm.
[4] G. Báez-Camargo, Semblanza biobibliográfica. México, Costa-Amic, 1974, cit. por Luis D. Salem, “Báez-Camargo, lector de lectores”, en Varios autores, Gonzalo Báez-Camargo: una vida al descubierto. México, Casa Unida de Publicaciones [1996], p. 187.
[5] G. Báez-Camargo, La nota evangélica en al poesía hispanoamericana. México, Luminar, 1960, cit. por L.D. Salem, op. cit., p. 183. Se encuentran más artículos de Báez-Camargo en el sitio: http://labibliaweb.com/?tag=drgonzalo-baez-camargo&paged=2.
[6] Cf. El himnario presbiteriano Sólo a Dios la gloria. México, El Faro, 2002, p. 579, en el que lamentablemente está modificado un verso.
[7] Por mencionar solamente dos: Claudio Gutiérrez Marín, ed., Lírica cristiana. México, Ediciones de la Fuente, 1961, y Antología de la poesía cristiana. (Siglos XII al XX). Terrassa, CLIE, 1985, pp. 539-541.
[8] G. Báez-Camargo, “Tú no has muerto”, en El artista y otros poemas, pp. 15, 17.
[9] Ibid., p. 65.
[10] Ibid, pp. 11, 13.
[11] Ibid., pp. 65-66.
[12] Sólo a Dios la gloria, p. 624.

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