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miércoles, 31 de agosto de 2016

Menno Simons: misión integral y constructor de paz



Por. Carlos Martínez García, México
Si debería hacerse misión cristiana al estilo de Jesús, entonces necesariamente tendría que ser integral. Para Menno Simons la comunidad de creyentes debía ser contrastante en sus valores y conducta con los del “mundo”, es decir la sociedad que nominalmente era cristiana pero que, para él, estaba permeada por ideas y prácticas alejadas del Evangelio de Cristo.
Hemos visto en la entrega anterior que en el entendimiento de Menno la Iglesia cristiana estaba conformada por creyentes, quienes en algún momento manifestaron la decisión de no solamente tener a Jesús como Salvador sino también reconocerle como Señor y modelo de vida a seguir.
Esta convicción, junto con otros anabautistas, le llevó a un compromiso misional, desafiando a las iglesias oficiales que prohibían la existencia en su territorio de confesiones distintas a la favorecida por las autoridades gubernamentales.
Si la misión se hace en la forma que la hizo Jesús, entonces la proclamación del Evangelio, el discipulado, las relaciones en la comunidad de fe, la convivencia con “los de afuera”, la manera de ser sal y luz para transformar a la sociedad, son tareas para ser realizadas en el espíritu de Cristo: mediante la integridad de vida personal y comunitaria, a través de la persuasión y nunca por medios violentos e impositivos.
Jesús mandó a sus discípulos ser constructores de paz (Mateo 5:9), y Menno en su ministerio, realizado en la clandestinidad y bajo persecución, enseñó que era preferible el sufrimiento por causa del Evangelio de Paz que dejarse seducir por la violencia.
El énfasis misional cristocéntrico de Menno Simons le impelió a evangelizar y discipular a sabiendas de que el emperador Carlos V había ofrecido una cuantiosa retribución a quien lo entregara. El cargo acusatorio era de herejía, y se le señalaba de haber sido “contaminado por el anabautismo y otras falsas enseñanzas”.
En el edicto contra Menno, 7 de diciembre de 1542, se ofrecía una recompensa de 100 monedas de oro por su cabeza y además prohibía prestarle ayuda u hospedaje en cualquier forma y leer sus libros (el edicto lo reproduce John Horsch, Menno Simons, His Life, Labors and Teachings, Mennonite Publishing House, Scottdale, PA, 1916, pp. 55-57).
Disociar la enseñanza del Evangelio de la vida de quien lo predicaba era, de acuerdo con Menno, un despropósito. De tal manera que de poco valía ser un erudito y versado doctor en teología si la vida no validaba la doctrina tan celosamente defendida: “Cristo impuso este mandamiento, esta Palabra –digo yo– a todos los embajadores y maestros verdaderos, porque dice ‘Predicad el Evangelio’. No dice: Predicad la doctrina y los mandamientos de los hombres; predicad concilios y costumbres; predicad comentarios y opiniones de los eruditos. Sino que Él dice: Predicad el Evangelio ‘enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado’ (Mateo 28:20) […] Algunos de ustedes elogian una vida piadosa y cristiana en parte. Predican también mucho de Cristo, de su mérito, Espíritu y su gracia, y sin embargo son los mismos que llevan una vida disoluta y carnal, crucifican a Cristo de nuevo. Contristan a su Espíritu y desprecian su gracia como puede verse” (Menno Simons, Un fundamento de fe, Centro de Estudios de Teología Anabautista y de Paz, Asunción, 2013, pp. 120 y 123. La primera versión es de 1540, la segunda de 1558, de la cual procede la traducción al castellano que cito).
Arrepentimiento, conversión, discipulado, evangelización y transformación de la sociedad conformaban para Menno un ciclo ineludible para los creyentes. En su escrito El nuevo nacimiento (1537 y ampliado en 1550), hizo un llamado a “todas las criaturas vivientes” para que, como Nicodemo, y él mismo, renacieran en el poder del Espíritu para llevar vidas nuevas en un mundo marcado por la destrucción y la violencia.
En Por qué no ceso de enseñar y escribir (1539), Menno Simons, sostiene Abraham Friesen, interpretó Mateo 28:19 y Marcos 16:15 en un sentido misional cuyo contenido era transmitir en palabras y obras el Evangelio de Cristo sin adulteraciones: “deseamos con corazones ardientes, incluso a costa de nuestra vida y sangre, que el santo Evangelio de Jesús y sus apóstoles, el cual es la única doctrina verdadera y que permanecerá hasta que Cristo regrese otra vez en las nubes, sea enseñado y predicado a través del mundo como el Señor Jesús lo mandó a sus discípulos según sus últimas palabras en la tierra dadas a ellos” (Abraham Friesen, Menno Simons; Dutch Reformer Between Luther, Erasmus and the Holy Spirit, Xlibris, s/l, 2015, p. 310).
Bajo acoso y persecución, Menno pastoreaba las comunidades anabautistas que se reunían en casas, en lugares previamente acordados y que se localizaban fuera del alcance de posibles delatores. Transmitía que la integralidad del Evangelio debía servir en cada necesidad humana, que así como Cristo respondió compasivamente para sanar espiritual y físicamente a personas que interactuaron con él, la fe del Evangelio tenía que encarnarse y servir: “Porque la verdadera fe evangélica es de tal naturaleza que no puede quedarse inactiva, sino que se manifiesta en toda justicia y obras de amor; muere a la carne y sangre; destruye todas las pasiones y deseos prohibidos; busca, sirve y teme a Dios; viste a los desnudos; alimenta a los hambrientos; consuela a los afligidos; alberga a los desamparados; ayuda y consuela a los entristecidos; devuelve bien por mal; sirve a los que le hacen daño; ora por quienes le persiguen; enseña, aconseja y reprende con la Palabra del Señor; busca a los perdidos; venda a los heridos; sana a los enfermos y salva a los débiles; se convierte en todas las cosas para toda la gente. La persecución, sufrimiento y angustia que resultan por causa de la verdad del Señor son para ella un gozo y consuelo gloriosos” (The Complete Writings of Menno Simons c.1496-1561. Translated from the Dutch to English by Leonard Verduin, Herald Press, Scottdale, PA, 1984, p. 307).
Menno Simons eligió como cita para encabezar o portada de todos sus escritos 1 Corintios 3:11, “Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo”. La brevedad del versículo encerraba, para él, una confesión en cuyo centro está Cristo que manda a sus discípulos a hacer misión no con espada, ni con ejército, sino solamente con su Espíritu.

Fuente: Protestantedigital, 2016.

martes, 30 de agosto de 2016

Neo-evangélicos y evangélicos radicales



Por. Juan Stam, Costa Rica
A mediados de la década de 1940, un grupo de cristianos básicamente conservadores, reunidos alrededor del Seminario Fuller y la figura de Billy Graham, rompió con los fundamentalistas y rechazó ese título.
Abogaron por una teología más centrada y abierta, una ética no legalista sino fundamentada en convicciones personales maduras, y una nueva preocupación social.
No definían su fe por los dogmas de la ortodoxia y el fundamentalismo sino, como su nombre indica, se basaban en los hechos salvíficos que son las buenas nuevas para la humanidad.
Se esforzaron escrupulosamente en ser objetivos y justos con otros teólogos en vez de traficar en caricaturas.[18] Era claramente un fenómeno nuevo en el escenario teológico.[19]
NEO-EVANGÉLICOS
En 1947 Harold Ockenga, entonces presidente del Seminario Fuller, acuñó el término de "neo-evangelicalismo" para identificar este nuevo movimiento. Sin embargo, este título no se impuso y dentro de una década, más o menos, por razones no muy claras, fue sustituido por "evangélicos conservadores".[20]
El nuevo apellido correspondía a una clara derechización del movimiento, en estrecha alianza con el Partido Republicano, y una cierta vuelta hacia el viejo fundamentalismo.
Así en una medida significativa los "conservative evangelicals", que ya eran numerosos y poderosos, eran de hecho "neo-fundamentalistas", más sofisticados y cultos, pero bastante parecidos en teología y política.
LOS EVANGÉLICOS RADICALES
Frente a ese retroceso surgieron "los evangélicos radicales" (progresistas) que buscaban recuperar el impulso original del movimiento y llevarlo más adelante.
Estos ampliaron considerablemente la libertad del pensamiento, dentro de los parámetros de "las sagradas escrituras y la sana razón" de Lutero o el cuadrilátero de Juan Wesley,[21]
Por otra parte, estos evangélicos, en sus publicaciones, congresos y praxis, han promovido un radical compromiso social.[22]
En su lucha incesante por la justicia, este movimiento representa una especie de "izquierda evangélica".
Como el nombre indica, la teología evangélica es la teología de las buenas nuevas de la vida, muerte y resurrección corpórea de Jesucristo.
Como tal, esta teología evangélica no se fundamenta en conceptos generales de religión ni en nuestro sentimiento piadoso, sino en la acción histórica de Dios para nuestra salvación, conocida también como el kerigma.
Estas buenas nuevas son el evangelio de Dios (Rom 1:1; 1Ts 2:9) y de Jesucristo (Mr 1:1; Rom 1:9; de la gloria de Cristo, 2Cor 4:4), el evangelio de la gracia de Dios (Hch 20:24), el evangelio de la salvación (Rom 1:16; cfEf 1.13) el evangelio del reino (Mt 9.35; cf. Hch 28:31) y "buenas nuevas a los pobres" (Mat 11:5; Lc 4:18).
En su conjunto, estas frases descriptivas resumen mucho de lo que es realmente la teología evangélica. Es una teología desde la fe, en busca de inteligencia y eficacia.
Los evangélicos damos mucha prioridad a la normatividad de las escrituras y por eso a la cuidadosa exégesis bíblica, incluso con el empleo de los métodos críticos de la moderna ciencia bíblica.[23] Tampoco insistimos en la interpretación literal de los primeros capítulos de Génesis. El libro de Bernard Ramm sobre la Biblia y la Ciencia abrió el camino hacia nuevos enfoques del tema de la creación, de modo que la polémica anti-evolucionista no pertenece a la agenda evangélica.[24] De igual manera han liberado la exégesis del Apocalipsis del literalismo a priori que distorsionaba su interpretación. En vez de rechazar a priori toda autoridad, los evangélicos persiguen la meta de "autoridad (las escrituras) sin autoritarismo, tradición (la historia) sin tradicionalismo, y dogma (la teología) sin dogmatismo".
A diferencia de los ortodoxos del siglo XVII y los fundamentalistas del siglo XX, los evangélicos radicales buscan enseñar "todo el consejo de Dios", no sólo una agenda polémica reduccionista.
Buscan ser también radicalmente autocríticos, para cuestionar su propia tradición, y radicalmente honestos para aprender de otras tradiciones y movimientos (p.ej. de Karl Barth y Oscar Cullmann, pero también Paul Tillich y Rudolf Bultmann).
Busca también ser radicalmente comprometido con la lucha por la justicia, la paz y la igualdad. Mantiene su identificación con los sectores evangélicos y pentecostales de la iglesia, esperando en Dios transformarla día a día en una iglesia más fiel a la Palabra.
NOTAS
[18] Por esta honestidad de G. Berkouwer, Karl Barth reconoció su libro, The Triumph of Grace in the Theology of Karl Barth, como el mejor libro sobre su teología. La misma integridad caracterizó la tesis de E.J. Carnell sobre ReinholdNiebuhr y los trabajos de evangélicos como P.K. Jewett, B. Ramm. G. Ladd, R. Mounce y otros. Cf. Stam, "ética y estética del discurso teológico" en Haciendo teología en América Latina, Tomo I, pp. 23-45.
[19] Igual que los reformadores, este nuevo movimiento afirmaba el evangelio como buenas nuevas, y (junto con los ortodoxos y fundamentalistas) sostenía las doctrinas básicas de la deidad de Jesucristo y su resurrección, pero sin la rigidez escolástica. La espiritualidad de los neo-evangélicos tuvo raíces en el pietismo y el movimiento wesleyano, y su ética tuvo antecedentes en el evangelio social de Rauschenbusch.
[20] Este título puede verse como un oxímoron, ya que el evangelio no implica una mentalidad conservadora. El adjetivo y el sustantivo se contradicen.
[21] La fascinante historia de las casi ocho décadas de FullerSeminary demuestra esa impresionante libertad, dentro de parámetros evangélicos.
[22] Entre las revistas han sido importantes Sojourners, The OtherSide y The WittenbergDoor. Sus encuentros sobre temas sociales han sido numerosísimos, comenzando con la consulta de Wheaton (1966), Lausanne (1974), Wheaton (1983), los Clade y la Red Miqueas en América Latina.
[23] Se destaca el extraordinario aporte de F.F. Bruce a la exégesis y la teología bíblica, empleando fielmente los métodos críticos. Cf. el libro de George Ladd sobre la Crítica Bíblica. De hecho, los biblistas evangélicos han estado entre los mejores de la época moderna.
[24] Cf. Stam, Las buenas nuevas de la creación (Nueva Creación 1995; Kairós 2003).

Fuente: Protestantedigital, 2016

lunes, 29 de agosto de 2016

La conversión cristocéntrica de Menno Simons



Por. Carlos Martínez García, México
La lectura de la Biblia y su entendimiento cristocéntrico conformaron la práctica misional de Menno Simons. Para su conversión confluyeron varios factores, pero fue el descubrimiento del ministerio de Jesús el Cristo lo que cambió radicalmente al sacerdote católico romano y le hizo tomar la decisión de pastorear a un pequeño grupo de anabautistas pacificadores.
El nacimiento de Menno fue en 1496, en una población pequeña llamada Witmarsum, Friesland, Holanda. Sus padres lo ingresaron, a los nueve años, en la escuela de un convento. Cuando cumplió veinte años hizo votos de novicio, y ocho años más tarde recibió la ordenación sacerdotal. La primera parroquia en la que sirvió fue una situada en Pingjum, no muy lejos de donde nació.
Como párroco, recordaría años más tarde, en compañía de otros eclesiásticos se la pasaba “jugando, tomando y practicando otros pasatiempos en total vanidad” (Helmut Siemens, Menno Simons: su concepto de la Biblia, una evaluación, Centro de Estudios de Teología Anabautista y de Paz, Asunción, 2012, p. 18).
Junto con dudas sobre la transubstanciación (¿eran realmente transformados el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo mediante la declaración del sacerdote’), Menno Simons comenzó a leer la Biblia en 1524, sobre todo el Nuevo Testamento, “y en eso no llegué lejos, antes de ver que habíamos sido engañados y mi anteriormente mencionada conciencia afligida fue liberada de esta aflicción, sin toda instrucción humana” (Siemens, op. cit., pp. 19-20).
Menno, todavía como sacerdote católico, predicaba conforme a lo que iba comprendiendo de sus lecturas bíblicas. También leyó algunas obras de Martín Lutero y conoció grupos que habían roto con el catolicismo romano.
Lo que aceleró el cambio en las concepciones de Menno sobre lo que significaba seguir a Cristo, fue la decapitación de Sicke Snyder, el 20 de marzo de 1531 en Leeuwarden, por haberse rebautizado de adulto.
Entonces Simons conoció la existencia de un grupo que no practicaba el bautismo de infantes, sino de creyentes conscientes de la decisión que tomaban al dar testimonio público de seguir a Jesús junto con otros y otras en una comunidad de fe.
El caso Snyder hizo que revisara “la Escritura con diligencia, y reflexioné seriamente en ella, pero no pude encontrar ningún relato de bautismo infantil. En vista de que me había enterado de esto, conversé con mi pastor [católico] sobre estas cosas. Después de muchas palabras conseguí que reconociera que el bautismo infantil no tenía ningún fundamento en la Escritura” (Menno Simons, Un fundamento de fe, Centro de Estudios de Teología Anabautista y de Paz, Asunción, 2013, p. 14. La primera versión es de 1540, la segunda de 1558, de la cual procede la traducción al castellano que cito).
Como antes la transubstanciación, el tema de quiénes debían ser bautizados provocó que Menno buscará respuesta en el estudio bíblico, y además en obras de reformadores como Martín Lutero, Enrique Bullinger y Martín Bucero.
Tras haber leído a estos teólogos, Simons escribió: “descubrí en todas partes que los autores divergieron tanto acerca del fundamento, y que cada uno seguía su propio razonamiento, me quedó claro que fuimos engañados en cuanto al bautismo infantil” (Un fundamento de fe, p. 15).
En 1532 Menno Simons es enviado a Witmarsum, su aldea natal, para encargarse de una parroquia. Entró en contacto con anabautistas, pero no se hizo uno de ellos aunque ya tenía creencias similares. Más bien, escribió, “me atrajeron la codicia y avidez de hacerme un gran nombre. Ahí hable muchas cosas de la Palabra del Señor sin el Espíritu y sin amor, igual que otros hipócritas. Y de esta manera hice discípulos que me parecían jactanciosos, vanos, charlatanes imprudentes, quienes lamentablemente no tomaban estas cosas en serio, igual que yo”.
Los acontecimientos insurreccionales de 1534-1535 en Münster, donde dos autoproclamados profetas (Jan Van Leiden y Jan Matthijs) encabezaron el establecimiento de la Nueva Jerusalén y anunciaron el advenimiento del Apocalipsis, sacudieron la conciencia de Menno Simons dado el trágico desenlace en el que terminó el experimento: la represión sangrienta por parte de las autoridades católicas y la posterior desbandada de quienes Simons consideraba habían sido cautivados por las visiones milenaristas de líderes que se creyeron ungidos para instaurar el Reino de Dios por asalto y a través de la violencia.
La debacle de Münster tocó muy de cerca a Menno, cuando en marzo de 1535 un grupo que sostenía posiciones semejantes a los insurrectos de aquél lugar fue mortalmente reprimido en el Antiguo Monasterio cercano a Bolsward. El hermano menor de Simons, de nombre Peter, figuró entre los que perdieron la vida ( John Howard Yoder, Textos escogidos de la Reforma Radical, Editorial La Aurora, Buenos Aires 1976, p. 399; y Abraham Friesen, Menno Simons; Dutch Reformer Between Luther, Erasmus and the Holy Spirit, Xlibris, s/l, 2015, p. XIV).
La decisión de abandonar a la Iglesia católica y renunciar al sacerdocio fue tomada por Menno Simons en 1536. Entonces fue bautizado por Obbe Philips y comenzó su ministerio pastoral itinerante entre las células anabautistas dispersas en los países bajos y el norte de Alemania.
Las redes clandestinas de creyentes lo protegieron de la pena de muerte que pesaba sobre él por rechazar el paidobautismo y negar autoridad a los gobernantes para decidir acerca de cuestiones de fe.
Menno y los anabautistas de los grupos pastoreados por él eran firmes creyentes en el mandato dado por Jesús de ir a todas las naciones para hacer discípulos. No reconocieron la jurisdicción excluyente de las iglesias territoriales y con su activismo evangelizador fueron percibidos como un peligro para la unidad Estado-Iglesia oficial, fuera ésta católica o protestante.
Sin referirse conceptualmente al punto máximo de la historia de la salvación, el cual es Jesucristo, como revelación progresiva de Dios, Menno sostenía la supremacía del Verbo encarnado en los asuntos de fe y conducta. Es así que “con su énfasis cristológico expresa justamente lo que dice este término. Su concepto de Cristo como la figura central de la Historia de la Salvación de Dios, en la cual se cumplen todas las profecías y promesas del Antiguo Testamento, tiene fundamento bíblico. Desde este punto, todas las expresiones bíblicas, también las del Antiguo Testamento, reciben su significado y su valoración. Desde esta perspectiva puede subrayar el carácter preparativo del Antiguo y la supremacía del Nuevo Testamento” (Siemens, op. cit., p. 100).
Entonces su fondo y forma de hacer misión, siguiendo el ejemplo de Cristo, fue resultado de un ejercicio hermenéutico en el que la centralidad la tenía exclusivamente la Palabra hecha ser humano, “quien, siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo y haciéndose semejante a los seres humanos” (Filipenses 2:6-7, NVI).
De la actividad misional cristológica de Menno trataré la próxima semana.

Fuente: Protestantedigital, 2016.