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sábado, 31 de marzo de 2012

Historia de ayuda al prójimo: "Un crecimiento sobrenatural aún en medio de la crisis"

Por. Daniel Hofkamp, España
Hace 30 años que Miguel Díez fundó Remar, una Asociación presente hoy en 17 países y que acoge a 32.000 personas en necesidad.
A principios del verano de 1982 Dios tocó el corazón de una familia. Miguel Díez, su esposa María Carmen Jiménez y sus hermanos, Javier y Ángel, comenzaron a acoger a personas marginadas en su propia casa. Movidos por la compasión cristiana, siguieron adelante con la labor hasta abrir el primer centro de rehabilitación en Vitoria.
Treinta años después podemos hablar de Remar, un movimiento que engloba a 17 asociaciones en España y un número superior a 40 en diferentes países, que abarcan toda la obra social que Remar tiene en el mundo.
Miguel Díez, a pesar del tiempo pasado, mantiene la misma pasión con la que inició esta obra. Así lo expresa en la entrevista concedida a Protestante Digital con motivo del 30 aniversario. “Celebramos 30 años de peregrinación para el Señor; no cabe duda de que es una etapa que culmina, pero como cualquier tiempo es importante, en la base de Dios nos hace participar de su gloriosa obra”, explica Díez.
ORACIÓN Y ACCIÓN
La obra de Remar se sustenta en unos sólidos principios cristianos. Así ha sido desde su fundación. “El lema más sencillo era ora y trabaja. Ora y entrégate, da tu vida por completo. Al principio del ministerio Dios me desafió con Josué 1:9: Dios es quien nos pide esfuerzo y a la vez es el Dios que nos da fuerza”, comparte Díez recordando su llamado.
Obra y fe, palabra y acción, son conceptos que desde Remar tienen muy claros, siempre buscando la voluntad de Dios. “Orar es clave”, dice Díez. “El Señor me permitió escribir un libro, Orar es como respirar. Creo que será mi mejor legado (...) Tenemos que ser más Marías y menos Marta, necesitamos ejercitarnos en la oración. El que aprende a orar aprende lo más importante en la vida”.
La acción viene unida a la oración para Díez. Porque “la teoría sin la práctica no sirve. Tenemos mucha religión, mucha palabra, pero hechos sin amor no sirve. Hay que darse como Dios se dio por nosotros. Y dar también al pobre, porque este es el verdadero evangelio: dar al que no tiene”.
UN DIOS SIN CRISIS
El fundador de Remar explica que estos principios “son los que han sostenido este ministerio. Remar sigue creciendo y extendiéndose de forma sobrenatural aún en medio de la crisis, porque Él no tiene problemas en darnos bendiciones. Vivimos en austeridad, pero no tenemos falta de nada. No nos permite vivir en lujos o en caprichos que nos lleven al pecado, en cambio, siempre nos cubre. El provee para los que son fieles”.
Ante la crisis económica, Díez tiene claro que “la crisis es causa del hombre, pero Dios nunca tiene crisis. Y quiere que participemos de esa forma de vida absolutamente segura y bendita. Y la mejor forma de hacerlo es orar”.
Porque además considera que la crisis es una oportunidad de testimonio para la iglesia. “Es una oportunidad histórica para dar a conocer a Cristo”, dice Díez.
PROFECÍA HOY
En la entrevista Miguel Díez hace referencia a una profecía que recibió hace cinco años con respecto a la difícil situación que atraviesa el mundo actualmente. Reconoce que “la profecía no va a favor de la corriente, sino en contra. Cuando el Señor revela es sorprendente. Casi nadie hace caso. Yo no me considero profeta, pero tengo tanto interés en pedirle a Dios que me hable, porque Dios me ha dado una responsabilidad grande. Un pueblo en 70 países con más de 32.000 personas viviendo en Remar. Eso me lleva a clamar y orar para que no me pille por sorpresa”.
Así, Díez considera que “si se hundiera Remar, más de 20.000 personas morirían en 3 meses. Huérfanos que recogemos en África, en Sudamérica, en Filipinas... Tenemos que agarrarnos al Señor y yo espero en él. Estamos acabando la quinta vaca flaca en septiembre. Pero vienen más guerras. Dios avisa y el espíritu profético se va a manifestar más”.
DESAFÍOS PARA LA IGLESIA
Para Miguel Díez estamos en un tiempo en el que la iglesia puede hacerse fuerte proclamando a Jesús. “La iglesia ha perdido autoridad porque no se predica a Jesús. Pisotea la sal, aún la evangélica, por aquellos que arruinan familias, o que aquellos que se dicen evangélicos sean más amantes del dinero que de Dios”. “Ya está bien de predicar religión – expresa Díez -, debemos predicar el reino de Dios, sin ser esclavos de ninguna religión”.
Asimismo Díez criticó que la iglesia evangélica ande “en diplomacia religiosa” así como “el humanismo religioso evangélico que intenta sacar al Espíritu Santo de su papel”.
Para los tiempos difíciles que augura, Díez trazó algunas de las claves que considera importantes para la iglesia. En su opinión, es importante “bendecir a Israel. Lo siento por los que se dejan engañar por la mentira del mundo árabe y del petróleo, que compra conciencias y gobiernos (…) que tiene engañados a multitudes. No digo que Israel sea perfecto, pero sin duda el que lo bendiga será bendito y quien lo maldiga será maldito (…) Israel merece que se le ame, porque sigue en el corazón de Dios a pesar de su rebeldía”.
Además animó a la iglesia a predicar “el evangelio de reino de Dios”. “Soy fiel a la bandera de Cristo. Todos los nacionalismos me parecen una esclavitud”. De igual forma criticó a la Teología de la Prosperidad, porque “nosotros decimos: orar, trabajar, dar al pobre. Dar al pobre y al necesitado, no al predicador de turno para que se compre un Mercedes”.
Miguel Díez animó a la iglesia a volver a una vida de austeridad. “Dios pedirá cuentas de los bienes que nos cede: nuestros recursos, nuestro dinero, nuestro tiempo, nuestra inteligencia. Tenemos que dar cuenta si lo usamos para Dios o para nuestro beneficio. No podemos despilfarrar y tenemos que acostumbrarnos a vivir dignamente y con una mayordomía que se ajuste a lo que es propio del reino de Dios”.
La última clave que declara Díez es la “unidad” de la iglesia. “Un problema es que queremos extender la marca, hacer prosélitos, en lugar de extender el reino de Dios. Si lo buscamos primero, todo será añadido. Si la iglesia busca unidad encontrará la fuerza. Estamos obcecados en seguir según nuestro criterio o nuestra denominación, a veces con barreras tremendas, infranqueables y posesivas. Libertad es lo que quiere el Espíritu Santo”.
Autores: Daniel Hofkamp
© Protestante Digital 2012


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NOTA RELACIONADA: DIOS, CRISIS Y CAMBIOS

viernes, 30 de marzo de 2012

“Evangelizar es discernir dónde está Dios en la ciudad”

Por Bonard Virginia, Arentina
Conversación con el sacerdote Jaime Mancera Casas en el marco del 1º Congreso Regional de Pastoral Urbana que se realizó el año pasado en la Universidad Católica Argentina y cuyo tema fue “Dios vive en la ciudad”. Bogotano, 43 años, sacerdote desde hace 20 –él se define como “buscador, inquieto intelectualmente” –Jaime Mancera Casas es el Vicario para la Evangelización de la Arquidiócesis de Bogotá, Colombia. Experto en pastoral urbana, la entrevista se realizó inmersos en la urbe porteña.
–¿Qué nuevos paradigmas culturales surgen cuando hablamos de pastoral urbana?
–Las ciencias sociales y humanas han hecho un proceso de recomprensiónde sus campos de investigación, sobre todo a la luz de lo que en los últimos años se ha llamado “el paradigma de la complejidad”, que se fundamenta en el reconocimiento de que una realidad está relacionada con tantas cosas que es imposible abordarla y comprenderla desde una sola ciencia. En este contexto aparece la necesidad de interdisciplinariedad, que algunos denominan transdisciplinariedad. Eso se ha aplicado muy fuertemente en todos los encuentros que se proponen de ciudad y culturas urbanas, es decir, sociología urbana. Desafortunadamente, en la Iglesia no vivimos un proceso análogo: seguimos utilizando paradigmas antiguos para referirnos a la ciudad. Ya resultan antiguas las lecturas que proponen algunas revistas católicas latinoamericanas que se refieren a la ciudad como un producto de sociedades industriales, resocializadoras y deshumanizantes, retomando las igualmente antiguas interpretaciones marxistas. Ningún comunicador social, antropólogo o sociólogo se refiere hoy a la ciudad de esa manera, ni siquiera los sociólogos marxistas urbanos se atreven hoy a hablar de ciudades como “desperdicios de la sociedad industrial”. En este sentido, el sociólogo español Manuel Castells, en su libro La ciudad informacional, sostiene que las ciudades hoy deben ser entendidas a partir de las redes de la información y cómo las dominaciones se construyen desde los sistemas de comunicacióne información. Me aterra que desde la Iglesia estemostan atrasados en un mayor diálogo interdisciplinar con lo que las ciencias sociales y las ciencias humanas están investigando sobre la complejidad de la cuidad.
–Es decir que, para usted, la Iglesia no está tomando en cuenta la complejidad del tema.

–Seguimos analizando en blanco o negro, si bien es un avance significativo que el documento de Aparecida haya reconocido que no sabemos definir qué es la ciudad, que haya puesto de relieve la mirada de los discípulos misioneros sobre la realidad latinoamericana, y que los obispos hayan reconocido que la realidad es compleja, nebulosa. Sin embargo, todavía nos quedamos en las mediaciones que utilizaron algunas teologías de la liberación, que definían la ciudad en categorías de marginación.
–¿Cómo analiza el tema de la religiosidad popular en las ciudades?
–Generando un marco de comprensión todavía más amplio: la religión en la ciudad. La religiosidad popular urbana tiene muchísimos matices porque la ciudad se expresa en su modernidad a través de una “religión invisible”: cada uno cree en lo suyo, en su casa, eliminando la dimensión social de la religión. Paralelamente subsiste una religión muy tradicional de los migrantes, que sigue creyendo como si estuviera en su pueblo: con su fiesta patronal, sus devociones, su cuadrito de la Virgen o de su santo. En el medio también aparece una “nueva religiosidad urbana popular” que ya no tiene que ver con modificaciones de la religiosidad popular del campo llegada a la ciudad, sino con religiosidades creadas en la misma ciudad, las cuales también se caracterizan por su complejidad. Es más, me pareció sensato que la Santa Sede publicara el directorio de la piedad popular y de la liturgia haciendo una diferenciación entre la religiosidad popular como experiencia cultural de cualquier grupo social y la piedad popular del catolicismo, porque no toda religiosidad popular es católica.
–¿Cómo se contempla la movilidad humana desde la pastoral urbana?
–Se distinguen dos tipos de movilidades: interna y externa. La externa tiene que ver con las migraciones del campo a la ciudad o entre ciudades; la interna es muy característica de la vida de la ciudad, forma parte del cóctel urbano, a diferencia de lo que sucede en un pueblo, donde todo está en el borde de la plaza: la tienda, la alcaldía, la policía, el doctor, el banco. En la ciudad hay que desplazarse; se crea una sensación de velocidad y de que el tiempo no alcanza. Esto genera un impacto muy grande en las acciones de la Iglesia porque cuando todo el mundo está pensando “no tengo tiempo”, ¿quién puede ir a un grupo de oración, una catequesis, una invitación a una tertulia sobre un tema de fe o de Doctrina Social de la Iglesia?
–¿Qué diferencias encuentra en América latina con respecto a lo que sucede en Europa?
–En nuestra sociedad latinoamericana, citando a García Canclini, conviven lo tradicional, lo moderno, lo postmoderno y lo que se llama lo postsecular, que es diferente de lo postmoderno. Por lo tanto, nuestra acción evangelizadora dialoga con cada uno de estos aspectos. Aquí el componente más grande es el tradicional, con modernidades que recién están surgiendo. En Europa la combinación es diferente porque el componente moderno es el más importante, si bien Italia y España aún conservan ciertas tradiciones, pero externamente. Las nuevas experiencias religiosas de la postmodernidad han dado lugar a lo esotérico, la nueva era, junto a los que sencillamente han renunciado a cualquier expresión religiosa. En Europa la vida es mucho más racional, más medida, y los desafíos de evangelización son otros. Para Europa el tema es ¿por qué Dios en la vida?; en América la presencia de Dios es mucho más evidente y no se discute.
–¿Por qué el lema del Congreso es “Dios vive en la ciudad”?
–Se trata de un concepto que empezó a trabajarse muy fuertemente en el Concilio Vaticano II, y en el magisterio latinoamericano apareció por primera vez en Aparecida. Allí se afirman tres cuestiones: una cosa es la ciudad; otra, que Dios vive en la ciudad; y una tercera, que la Iglesia sirva a Dios en laciudad. Y esto es el fruto precioso del Concilio, que reconoce que la revelación no se ha terminado, que es la autocomunicación permanente de Dios en la historia de los hombres y, por lo tanto, en la ciudad. Evangelizar no es transmitir contenidos sino discernir dónde está Dios en la ciudad, qué está haciendo Dios en ella y cómo nos ponemos al servicio de eso que Dios está haciendo; de esto se trata la pastoral urbana.

Fuente: Revista Criterio

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ANTE LA CRUZ
viene el recuerdo otra vez
el impacto de esos días ambiguos
cuando un hombre transparente
fue asesinado por amor a la causa divina:
paladeó el dolor como pocos
y abrió la puerta universal de la fraternidad
subió a un madero ignominioso
y ganó una salvación desde el abandono

ese recuerdo golpea paredes y conciencias
convoca rituales ceremoniosos
mas sobre todas las cosas
viene desde un tiempo pleno
a decir que la justicia es un derecho
para todos/ su camino de sangre
lo han recorrido millones de seres
que soñaron y sueñan con un reino de paz

su voz maltrecha en el suplicio
apeló y apela a la ausencia de Dios
pero resuena en la concavidad del cielo:
recordar su martirio atribulado
sin sumarse a las huestes de fe
es un flaco homenaje a su lucha
al amor inobjetable que lo habitó
e incluyó a sus enemigos

hoy su cruz nos llama a todos

30 de marzo, 2012

L. Cervantes-Ortiz

jueves, 29 de marzo de 2012

Diversidad cultural: Integración de inmigrantes: "Nos cuesta modificar patrones eclesiales"

"Todo cambio produce temor y lo conocido está bajo control", ese es el problema. Miguel Juez
Por. Verónica Rossato, Marrueco.
Se hace evidente que en España nos encontramos ante un panorama novedoso en las iglesias. El mapa social, el trasfondo étnico o la riqueza cultural en nuestras iglesias autóctonas han perdido lo que les era ‘culturalmente inherente’, y han sido enriquecidos con aportes culturales diversos.
“Integrar esta diversidad cultural en el seno de las iglesias autóctonas y hacerla una experiencia viva para todos los que la conforman, no es tarea menor”, reconoce el pastor y misionero Miguel Juez, quien ha escrito una serie de artículos sobre ‘La Iglesia del presente’, publicados en la Revista Idea de la Alianza Evangélica Española.
“La Iglesia europea vive hoy -cual símil de un pintor- una paleta con los más variados tonos de colores culturales. Diversas culturas y cosmovisiones; diversos idiomas, diversas razas y diversos trasfondos sociales. Esta es la realidad de la gran mayoría de asambleas de fe en Europa, sin importar su trasfondo teológico o denominacional”, acota Juez. A partir de estas consideraciones, Protestante Digital dialogó con él sobre la Iglesia que necesita la sociedad de hoy.
RESPONSABILIDAD ANTE LA DIVERSIDAD
En cuanto a la responsabilidad que como iglesia tenemos respecto a la diversidad cultural que nos rodea, Juez considera que “hemos sido llamados a impactar nuestro entorno más allá del trasfondo cultural y racial que nos rodea. El proyecto divino es amplio El mandato es para toda criatura y el Mensaje ha de ser relevante a nuestro contexto. El Señor vino a buscar y a salvar lo que se había perdido (Luc 19.10), sin distinción de géneros, nacionalidades ni cultura y sin distinción de color de piel o de idioma (Gal 3.28), y su Iglesia es el canal para integrar las culturas en una fe que rompe las barreras que diferencian y separan”.
Naturalmente surge la pregunta de si las iglesias evangélicas son un referente de integración, a lo que Juez responde que “hoy por hoy es evidente lo poco que impactamos, aunque esto nos cueste reconocerlo. Nos cuesta modificar nuestros patrones de tradición y pensamiento porque todo cambio produce temor y lo conocido está bajo control. Dudo que hoy escuchemos decir de la Iglesia… “estos que trastornan el mundo entero han llegado hasta aquí. Hech 17.6. Me pregunto, ¿cuál es nuestro temor?”.
Si bien Juez considera que “no es momento para justificarnos, ni buscar culpas ajenas”, reconoce que “la realidad tristemente se impone, con honrosas excepciones” y expresa que “no hemos permitido que las estructuras mentales y teológicas que por años nos han encasillado sean rotas hoy bajo el poder del Espíritu Santo”. “Sólo bajo Su gobierno y autoridad la iglesia volverá a vivir un mover de santidad en medio de una sociedad descreída de valores trascendentes”, afirma.
PARADIGMA DE CAMBIO
Siguiendo con el análisis del contexto actual, Miguel Juez reconoce que este es un tiempo especial para la Iglesia, un tiempo para impactar o ser impactados. “Tenemos todo lo necesario para ser un paradigma de cambio en nuestro entorno. Podemos ser un referente legítimo para esta sociedad que busca desesperadamente un modelo válido que descubra los factores que integren sin menosprecio de las propias identidades. O podemos llegar a ser impactados. Impactados y afectados por una sociedad descreída de lo trascendente, cuyos verdaderos valores solo tienen términos temporales, y un profundo hedonismo que se ve a sí misma como centro del universo ”, afirma.
LA IGLESIA MULTICULTURAL
En la serie de artículos publicados en Idea, el autor analiza diversos modelos de comunidades de fe. Uno de ellos es la iglesia multicultural y respecto resalta que “nunca se llega a ser una Iglesia multicultural de forma accidental, sino que impera una ‘intencionalidad’, la búsqueda consciente y programada de un propósito”. Haciendo un recuento de las características de una iglesia multicultural , Juez detalla las siguientes: Hay un dinamismo vivo en cada área de servicio y ministerio. Se hace notoria en la renovación de la alabanza y adoración cultual por la riqueza que provee cada grupo cultural. La oración goza de eficacia y energía. Hay una búsqueda más viva de los dones del Espíritu Santo. La integración de las diferentes culturas es una búsqueda permanente y provee la oportunidad para la conversión y el discipulado de las minorías.
Lógicamente, en este modelo hay desafíos a enfrentar, al igual que en iglesias de otro tipo . “Es necesario ‘interpretar’ las culturas que se desea alcanzar. Al tratar con distintos trasfondos culturales, la aplicación de las correcciones debe hacerse con la sensibilidad propia del contexto. Debe proveer una amplia gama de asistencia a las minorías recién llegadas. Debe discipular para que cada grupo perciba que la cultura del Reino supera las diferencias culturales propias y provee los elementos de cohesión necesarios para trabajar y servir, cada uno desde su propio contexto, hacia los demás”, dice Juez.
Señala más adelante el autor que “integrar la diversidad cultural requiere, entre muchas otras cosas, una cuota mutua de flexibilidad y entrega . Los ‘unos’ y los ‘otros’ pierden algo -es una cesión solidaria con capitalización a futuro- y a su vez son enriquecidos mutuamente con los valores del Reino expresados en cada cultura . Esa diversidad vivida en amor y compromiso recíproco es evidencia del Reino de Dios en la tierra y a la vez un testimonio evangélico vivo a nuestro entorno social”.
IGLESIAS RECEPTORAS
Lo anterior no se da cuando “como iglesia receptora buscamos que el inmigrante se asimile a nuestra cultura y tradición, a nuestras formas de alabanza, así como a la maneraen que expresamos nuestra teología y la aplicamos”, expresa Juez, reconociendo que “reiteradas veces los yerros en el ámbito eclesial son reflejos de los errores cometidos en lo social” .
Al respecto, pone un ejemplo: “La ‘asimilación’ que la sociedad receptora pretende del inmigrante es una vía equivocada para alcanzar una integración plena. Hoy los países que apostaron por este objetivo, descubren con asombro que los diferentes grupos culturales que interactúan en la sociedad, responden siguiendo patrones culturales que rechazan la imposición y el menoscabo en aquello que les es propio en esencia”.
Reflexionando sobre cómo se sienten los inmigrantes en las iglesias receptoras, Juez señala que “ellos por lo general se cuestionan hasta qué punto deben olvidar su pasado cultural y eclesial para acomodarse a la cultura que los recibe . Pensemos que siempre habrá un nivel de integración por el mero hecho de vivir entre otros. Pero, ¿qué valores y/o hábitos en su manera de celebrar al Señor comunitariamente deberán perder o modificar, para sentirse o mostrarse integrados a la nueva sociedad eclesial? Y en cuanto al idioma, ¿tendrán una posibilidad mínima de alabar en el idioma de su propio corazón o de enseñar al resto de lacongregación una canción en su lengua? Qué decir en cuanto a la ropa y el lenguaje no verbal, o la manera de expresar su fe…”.
UN LUGAR PARA TODOS
Los elementos mencionados, entre otros, entran en juego cuando las personas se trasladan a nuevos contextos y requieren “ser considerados para no iniciar la formación de ghettos eclesiales que sólo dividen y no evidencian el poder de un Evangelio que rompe barreras y acerca distancias”, añade.
Por último, el autor reconoce que con lo expuesto anteriormente no pretende la búsqueda de la destrucción de nuestra identidad. “Sólo buscamos un cambio de posición de las prioridades. Lo excelente, como es nuestra identidad en Cristo como Iglesia redimida de todo pueblo, raza, lengua, tribu y nación,debe destacar sobre nuestra propia identidad cultural, racial, lingüística o social. Y lo paradójico es que al efectuar este cambio de posición dignificamos nuestra propia identidad cultural”.
En un contexto de multiculturalidad como el que vivimos en el ámbito eclesial, se hace necesario buscar el canal donde cada expresión cultural encuentre su lugar y participación. Esto requiere, como expresa Miguel Juez, flexibilidad, respeto y comprensión.
Autores: Verónica Rossato
© Protestante Digital 2012

miércoles, 28 de marzo de 2012

Traducción bíblica: la dificultad de elegir. La Palabra: el texto en su contexto

Por. Avelino Martínez Herrero

Tras un estudio detallado de cientos de textos del AT en que aparece el término yr’, podrían clasificarse 7 grandes grupos, al menos, de acuerdo con el contexto.
Queridos amigos, en este blog iré ofreciendo además de mis propias aportaciones, otras colaboraciones que creo serán del interés general y siempre dentro del marco de presentar aspectos de la traducción bíblica.
En esta ocasión he solicitado la colaboración de un biblista, Avelino Martínez, miembro de las Asambleas de Hermanos y del Consejo de Dirección de la Sociedad Bíblica, quien nos introduce en el fascinante mundo de las decisiones en la traducción. Veremos los retos de traducir en contextos distintos un mismo término hebreo y que en castellano tiene multitud de significados. ¡Espero que lo disfrutéis!
José Luis Andavert
DILEMAS EN LA TRADUCCIÓN BÍBLICA: LA DIFICULTAD DE ELEGIR
Avelino Martínez Herrero
“Frecuentemente es muy difícil para el traductor elegir las palabras”. Cualquier profesional de la traducción conoce por propia experiencia la gran verdad de esa frase, de la cual no suele ser consciente la inmensa mayoría de los lectores.
En primer lugar, hemos de tener en cuenta que cada vocablo de una lengua tiene un campo semántico propio (conjunto de significados propio) y, cuando se trata de buscar el vocablo equivalente en otra lengua, muy frecuentemente el traductor se encuentra con varias palabras posibles en el idioma de destino, cada una de las cuales posee su propio campo semántico, usualmente no coincidente exactamente con el del vocablo fuente que se desea traducir.
Hay una segunda consideración que reseñar aquí: las lenguas son instrumentos de comunicación que surgen y se desarrollan de acuerdo con las necesidades expresivas de cada pueblo, en estrecha correlación con su organización social, su cultura, su concepción antropológica y religiosa, el lugar que ocupa en el mundo y en la Historia, entre otros aspectos . Este hecho implica que las lenguas pueden ser muy heterogéneas entre sí, desde el punto de vista conceptual y desde el propiamente lingüístico. En particular, hay lenguas con léxicos enormemente extensos y otras con vocabularios muy reducidos.
Debido a todo lo anterior, al traductor le caben dos actitudes básicas cuando se enfrenta a un término fuente que tiene significaciones diversas: una sería la de prescindir de la discriminación de matices según el contexto fuente , elegir uno de ellos sólo, escoger para su traducción el término más ajustado a ese matiz en la lengua de destino y, finalmente, aplicar este término sistemática y automáticamente en todos los casos restantes.
La segunda actitud que le cabe al traductor es la que se esfuerza en desentrañar, en cada contexto, el significado que pretendió el autor del texto fuente, seleccionar el matiz adecuado del término a traducir y elegir en el idioma de destino el vocablo que más fielmente refleje aquel matiz . Obviamente, esta actitud requiere una dedicación mucho más intensa para traducir un texto, además de un conocimiento mucho más profundo no sólo de las lenguas fuente y destino, sino de la cultura de ambas.
UN CASO BÍBLICO
Viene a mi mente el recuerdo de un caso de la traducción bíblica que puede ilustrar muy claramente todo lo expuesto hasta aquí: la traducción del término hebreo yr’ y sus derivados, que aparecen en un número próximo a cuatrocientos versículos del Antiguo Testamento (AT). Ese vocablo tiene un campo semántico que refleja actitudes anímicas y psicológicas muy diversas entre sí: temer, venerar, reverenciar, respetar, honrar, y sus derivados nominales (temor, temeroso, veneración, etc). Además, en su empleo religioso adquiere sentidos “técnicos” para describir al que es piadoso, justo, fiel a Dios. Al revisar las traducciones de ese término del AT al castellano por ejemplo, se descubren inmediatamente las dos actitudes de traducción que se han mencionado antes. Existe un grupo de versiones que han elegido para yr’ la traducción “temer” (y sus derivados) y la han aplicado sistemática e inflexiblemente, con independencia casi absoluta del contexto. En contraste nítido con ellas, otras versiones han buscado hacer una elección ajustada lo más posible al contexto y han utilizado la riqueza léxica que el castellano tiene para expresar los diversos estados anímicos relacionados con el término hebreo. La misma situación se observa en las traducciones a otras lenguas modernas que hemos podido analizar, tales como el catalán, francés, italiano, inglés y alemán. Después de hacer un estudio detallado de los cientos de textos del AT en que aparece el término yr’ , podrían clasificarse en siete grandes grupos, al menos, de acuerdo con el contexto. A continuación se describe sumariamente el matiz de cada uno de ellos, ejemplificados con algunos versículos para cada contexto, y se reflejan comparativamente los términos empleados en la traducción realizada por dos versiones en castellano: la Reina-Valera de 1960 y otra muy reciente conocida como La Palabra .
Un primer grupo es el referido a la actitud de la persona que se ve atenazada por el miedo , por el terror incluso; es el caso de “temer” con el significado de “tener miedo o terror”. Hay unos cuantos versículos en los que todas las versiones traducen unánimemente yr’ por temer, tener miedo; así ocurre con Gn 3,10; Dt 2,25; 2S 6,9; Is 44,2; Sal 76,9; Job 9,35; 1Cr 13,12. En estos versículos, las dos versiones antes citadas son unánimes en el empleo de términos que expresan una percepción de amenaza y miedo.
Un segundo tipo contextual es el que refleja una actitud de veneración, respeto u honra, ya sea hacia la divinidad, hacia lugares sagrados o hacia ciertas personas. En este grupo, la unanimidad se reduce drásticamente a unos escasos versículos, tales como Lv 19,30 y Lv 26,2. En estos dos textos, las dos versiones comparadas evitan términos que muestren percepción de miedo, y subrayan la actitud de veneración u honra. Por ello, sorprende que versículos como Lv 19,3, en el que el contexto obviamente no guarda ninguna relación con el miedo a los padres, la Reina-Valera traduzca así: “cada uno temerá a su madre y a su padre …”. En su lugar, La Palabra escoge un más apropiado “respete”. Este último versículo puede adoptarse como un test certero para inferir, sin apenas margen de incertidumbre, que una versión que en él utilice el término “temer” representa una traducción que ha optado, en la práctica totalidad de los casi cuatrocientos casos en que aparece yr’ en el AT, por el empleo sistemático e inflexible de “temer”, sin atender a los muy diversos matices del contexto respectivo.
Un tercer grupo es aquél en el que el contexto muestra a Dios como salvador, liberador, benefactor, perdonador, misericordioso o actitudes similares; en estos contextos, la actitud que se pide a la persona o pueblo con el término yr’ no puede obedecer al miedo (que sería incomprensible psicológicamente) sino a la confianza, como de forma explícita se expresa en muchos de estos casos. Por ello, en estos contextos la traducción debería más bien adoptar términos como respeto reverente, reverencia o veneración. Ejemplos al caso son: Job 4,6; Pr 3,7; Pr 14,26-27; Sal 31,20; Sal 85,10; Sal 103, 11.13.17; Sal 115,11; Jer 32,39. La versión Reina-Valera emplea sistemáticamente “temer” y sus flexiones, entretanto que La Palabra opta por una serie de vocablos como “venerar, respetar, ser fieles o piadosos y honrar”, evitando toda posible confusión con una percepción de miedo.
En cuarto lugar se encuentran los contextos de alabanza o adoración a Dios; en estos casos, la actitud que se pide a la persona o al pueblo con el término yr’ no puede obedecer a una actitud psicológica determinada por el miedo sino a la exaltación y reconocimiento de la grandeza y protección divinas; por esta razón, en estos casos la traducción debería más bien optar por términos como honrar o venerar . A este grupo pertenecen versículos como Sal 67,8 y Neh 1,11. Reina-Valera traduce el primero por “temer” y el segundo por “reverenciar”; La Palabra emplea “venerar” y “honrar”, respectivamente.
Un grupo muy interesante de textos es aquél en que se pone en contraste el bienestar y felicidad de los que “temen a Dios” frente a la desgracia de los que “no temen a Dios”; es decir, se da la aparente paradoja de que los que “temen” son felices, mientras los que “no temen” padecen infelicidad. Es obvio que la paradoja se resuelve fácilmente si se comprende que aquí el “temer a Dios” no guarda ninguna relación con el miedo o el terror ante Dios, sino con la actitud de voluntaria sujeción a la voluntad divina. Por ello, en estos contextos, la frase “temer a Dios” debe traducirse por alguno de los términos que reflejan una actitud confiada, tales como venerar o respetar, o con los términos que se tratan en el grupo contextual siguiente. Muestras de estos casos son: Sal 112,1; Sal 25,12.14; Sal 128, 1; Ec 8,12.13. Para todos estos versículos, la versión Reina-Valera utiliza “temer” y sus flexiones, entretanto que La Palabra nuevamente evita la posible comprensión de una percepción de miedo y amenaza para lo que emplea la familia “venerar, respetar o ser fieles”.
Existe un conjunto de textos en los que aparece la expresión nominativa “los que temen a Dios” o “temerosos de Dios”. ¿Son equivalentes estas expresiones a “los que tienen miedo a Dios”?. Los respectivos contextos no dejan lugar a dudas en cuanto a la respuesta: no. Esas expresiones se refieren, muy contrariamente a lo que parece indicar su literalidad, a las personas piadosas , a los justos , a los que aman a Dios y tratan de conducirse de acuerdo con las directrices divinas. De hecho, este significado llegó a ser la denominación “técnica” con la que los judíos se referían a los gentiles que, aun no habiéndose circuncidado, habían abrazado la piedad del judaísmo en cierto grado; encontramos este uso incluso en el Nuevo Testamento. Por ello, esta expresión debería traducirse por ser fieles a Dios o piadosos.Versículos representativos son éstos: Dt 8,6; Dt 10,12; 1R 18,3.12; 2R 4,1; Is 29,13; Job 1,1.8.9; Sal 25,12.14; Sal 33,18; Sal 34,8.10; Sal 145, 19; Sal 147,11. Mención muy especial merece Is 11,2 porque incluye entre las virtudes del futuro mesías davídico la de poseer espíritu de “temor de Dios”, obviamente sin relación alguna con el miedo. La comparación entre las versiones a las que se viene haciendo referencia muestra nuevamente que Reina-Valera aplica sistemáticamente “los que temen, los temerosos” sin excepción, mientras que La Palabra opta por la familia “los que respetan, los que veneran, piadosos, justos, fieles, religiosos”.
Finalmente se puede citar el grupo de textos que resultarían incomprensiblemente paradójicos si se entendiese “temer” como “tener miedo”. Así, en Ex 20,20 Moisés dice al pueblo que “no tema” porque Dios ha venido para que “su temor (de Dios) esté delante de ellos”, según la versión Reina-Valera; en su lugar, La Palabra emplea el binomio no paradójico “no temáis / respetéis”. Otro caso similar se encuentra en Dt 5,29 donde se identifica claramente el “temer a Dios” como vía para que les vaya bien a personas cuya conducta ya ha recibido la aprobación divina. Nuevamente aquí lo más acertado sería optar por un término que evitase la connotación de miedo y reflejase respeto reverente como hace la versión La Palabra.
Al concluir esta reflexión, es necesario afirmar de modo expreso nuestro profundo respeto por la labor de los traductores bíblicos, que se enfrentan a la muy difícil tarea de elegir los términos más apropiados para trasladar a las lenguas modernas el sentido de textos sagrados, escritos en antiguas lenguas, siempre bajo la “espada de Damocles” que supone la vigilante mirada de los fieles creyentes que exigen la máxima fidelidad a aquéllos textos.
No obstante, debo mostrar aquí mi aprecio muy superior por aquellos traductores y versiones que, invirtiendo muchas energías, emplean sus mejores conocimientos con el fin de comprender el matiz de cada término en su propio contexto y de elegir el vocablo más preciso en la lengua de destino.

Nota: Las referencias bíblicas se basan en la numeración del texto hebreo.
Autores: Avelino Martínez Herrero
Fuentes: Sociedad Bíblica
©Protestante Digital 2012

martes, 27 de marzo de 2012

Líbrame del discriminador

Por. Alfredo Pérez Alencart, España
Líbrame del fanático y, también, del que no mata ni una mosca si no es para su beneficio.
Señor, Tú que supiste estar entre pecadores y mendigos, líbrame de quienes ahora, en mi propio Tiempo, discriminan por razón de tez, acento, sexo, bolsillo u opción religiosa. Y porque Tú supiste enseñarlo en una praxis alejada de heterodoxas pantomimas, haz que muchos más se aproximen a tu ejemplo y no a la perorata, no a la grandielocuente hipocresía; no al decir sin hacer, sin sentir la providencia.
Porque aquí, en confianza Jesusito, también te pido que me libres de estos últimos, pues mi temor se agranda ante sus máscaras impolutas, ante sus meas culpas por los otros, pero no por sus tenaces imposturas: la discriminación racial no existe cuando el Otro trae millones o prestigio; el negro artista o deportista; el chino millonario comprando nuestra deuda…
Líbrame de seguir contemplando esta aporofobia, Señor, pues Tú estás con los pobres siempre, con los desclasados, excluidos o segregados (sean esquimales o yanomanis). Líbrame de seguir oyendo tópicos sobre el Otro, y haz que la gente viaje mucho más, que salgan de sus pueblos o ciudades, porque así sabrán reconocerse como foráneos nada más cruzar su vallado provincial.
Señor, desde el asombro y la inocencia, te pido que sigas manteniendo firmes y cálidos mis abrazos con los de abajo, con los que llegan, con los que parten, con los que sufren y con los que gozan de la querencia de los suyos. Haz que sea el primero en estar con ellos cuando la derrota; haz que toda muestra de no discriminación cierta sea asunto primordial de mi corazón; haz que hasta la hermosamente inútil en los días y en los meses de mi vida; fructifique lejos del estercolero enchapado de oropeles.
Creo que no es un antojo, Jesusito, creer nos inmola por el desprecio de quienes muestran tanta prisa por poseer numerosos bienes, por escalar en el entramado social, por ser precoces en el desprecio y la relegación del diferente sin recursos.
Líbrame, Señor, de mí mismo, y haz que ate mi ego y relegue tantas vanidades que asedian por doquier, tantas tentaciones insulsas que no colman de felicidad, que no llenan la vida porque subsisten apenas lo que dura el empalago. Y dame el Amor que necesito a cada instante; dame el eco no abolido de esa sangre que clama por los demás; concédeme siquiera otra porción de ternura para que yo la transfiera de inmediato a quien más la necesite.
Líbrame del fanático y, también, del que no mata ni una mosca si no es para su beneficio . Aquí estoy, Amado galileo, pidiéndote, sí, porque soy un pordiosero que pone la mano sin vergüenza con la finalidad de sellar el pacto de projimidad. No te pido bolsillos llenos, sino derogación de edictos policiales que alientan la caza y captura del diferente sin recursos.
Líbrame, Señor, de aparentar compasión. Líbrame de tener sentimientos leves respecto al necesitado, sea de aquí o de allí, mongol o quechua. Líbrame de hacer desaires al que perdió la estima por haberse sentido discriminado por raza, sexo, religión, condición económica… Líbrame de ocupaciones que engullen horas o minutos que permiten sonreír y ayudar a quienes en la otra verja suelen tener en vilo.

Voluntad tengo, Señor
Autores: Alfredo Pérez Alencart
Fuentes: El Adelanto de Salamanca
©Protestante Digital 2012

domingo, 25 de marzo de 2012

EL CAMINO DE JESÚS, MODELO DE ENTREGA Y DE SERVICIO

Por. Leopoldo Cervantes-Ortiz, México

Jesús de Nazaret fue, como bien resume una fórmula, “el-hombre-para-los-demás” (D. Bonhoeffer), precisamente porque concibió y desarrolló su existencia histórica como un acto de entrega y servicio permanente. Este “desprendimiento”, como solemos llamar, en relación con su persona, le granjeó la aceptación de un grupo marginal y minoritario de hombres y mujeres que lo siguieron tratando de entender su mensaje y, al mismo tiempo, el rechazo abierto de los gobernantes, además de la indiferencia de la mayoría de la población. La vocación con que asumió la tarea de promover el Reino de Dios mediante señales y milagros (Jn 11.47-48) le permitió interpretar esta triple situación como parte de un proyecto divino que contemplaba, por un lado, la superación de los criterios éticos legalistas para relacionarse con el prójimo en el marco de un statu quo determinado que se sostenía, como siempre sucede, a costa del sufrimiento de las masas populares para estar al servicio de quienes las controlaban, especialmente en la vertiente religiosa.
El Cuarto Evangelio presenta los entretelones del complot contra Jesús, en el que participaron los dirigentes religiosos (sacerdotes y fariseos, v. 47a) y, más tarde, los militares romanos. El verdadero peligro fue bien percibido: “Si le dejamos así, todos creerán en él; y vendrán los romanos, y destruirán nuestro lugar santo y nuestra nación” (v. 48): a) dejar de actuar, sin unirse a él ni combatirlo; b) por consiguiente, y ante la necesidad colectiva, la fe en él se extendería irremediablemente; c) el imperio intervendrá para imponer el orden; y d) se acabará la religión institucional y la nación misma, esto es, ellos perderían el control espiritual e ideológico sobre la gente.
La cadena de acciones de servicio que impactaba profundamente al pueblo había impacientado a ambos sectores, por lo que después de uno de los sucesos más espectaculares (la resurrección de Lázaro) deciden actuar: se reúnen para discutir la situación y, con la orientación paradójica de Caifás, una profecía involuntaria pero coherente, en el sentido de que sólo una persona debía morir en lugar de todo el pueblo (vv. 49-50), optan por matarlo (v. 53). El comentario del narrador (vv. 51-52) sitúa la decisión con el doble significado: primero, que Jesús moría por el pueblo y, segundo, que reuniría a los dispersos.
A partir de ahí, suceden dos cosas: Jesús se aparta con sus discípulos cerca del desierto (v. 55) y comienzan las especulaciones sobre si se atrevería a ir a la fiesta a Jerusalén (v. 56), pues ya estaba dada la orden para capturarlo. A continuación, será ungido para el martirio (12.1-8). La disposición para servir y entregar la vida a los demás es respondida con un complot de muerte. La oposición entre la luz y las tinieblas, tan propia de este evangelio, se manifiesta aquí mediante el contraste entre la limpidez de una entrega de vida con la brutal decisión de una condena a muerte de facto, a todas luces fuera de la ley, divina y humana. El modelo vital de Jesús, de apertura total e inclusividad sin límites es respondido por una conspiración para acabar con su vida. El Reino de Dios y las fuerzas del Anti-reino se confrontan en un conflicto que acabará con la muerte ignominiosa de Jesús, pero que se proyectará inevitablemente hasta alcanzar la luminosidad de su resurrección.
Jesús trazó su camino a la cruz con acciones de servicio y liberación para el pueblo pobre, necesitado e ignorante. Reavivó sus esperanzas y las colocó en el horizonte del Reino de Dios devolviéndole, literalmente, la vida, como a Lázaro. La ceguera con que los líderes y buena parte del pueblo reaccionaron manifestó su incomprensión de los propósitos divinos. No pudieron entender que alguien se desapegara de esa forma de sí mismo para consagrarse al servicio de la venida del Reino de Dios en vida y obra, pues como resume José Antonio Pagola:
Jesús no ofrece dinero, cultura, poder, armas, seguridad_ pero su vida es una Buena Noticia para todo el que busca liberación.
Jesús es un hombre que cura, que sana, que reconstruye a los hombres y los libera del poder inexplicable del mal. Jesús trae salud y vida (Mt 9.35).
Jesús garantiza el perdón a los que se encuentran dominados por el pecado y les ofrece posibilidad de rehabilitación (Mc 2.1-12; Lc 7.36-50; Jn 8.2-10).
Jesús contagia su esperanza a los pobres, los perdidos, los desalentados, los últimos, porque están llamados a disfrutar la fiesta final de Dios (Mt 5.3-11; Lc 14.15-24).
Jesús descubre al pueblo desorientado el rostro humano de Dios (Mt 11.25-27) y ayuda a los hombres a vivir con una fe total en el futuro que está en manos de un Dios que nos ama como Padre (Mt 6.25-34).
Jesús ayuda a los hombres a descubrir su propia verdad (Lc 6, 39-45; Mt 18.2-4), una verdad que los puede ir liberando (Jn 8.31-32).
Jesús invita a los hombres a buscar una justicia mayor que la de los escribas y fariseos, la justicia de Dios que pide la liberación de todo hombre deshumanizado (Mt 6.33; Lc 4.17-22).
Jesús busca incansablemente crear verdadera fraternidad entre los hombres aboliendo todas las barreras raciales, jurídicas y sociales (Mt 5.38-48; Lc 6.27-38).[1]

Todo esto fue y es parte del modelo extraordinario de entrega y servicio que desarrolló Jesús para que, de manera alternativa, el pueblo de su época, igual que hoy, supiera y experimentara la cercanía del Dios del Reino de paz, justicia y armonía que introdujo su Hijo en el mundo.

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[1] José Antonio Pagola, “Jesucristo. Catequesis cristológicas”, en www.mercaba.org/FICHAS/JESUS/003-02.htm.

sábado, 24 de marzo de 2012

Mujeres al pastorado: No alcanza unanimidad entre cristianos

En el cristianismo de hoy, varias denominaciones han abierto un espacio para la ordenación de la iglesia de las mujeres. Sin embargo, la controversia se cierne sobre esta práctica, porque el problema no es la unanimidad entre los líderes y creyentes.
Hay denominaciones más tradicionales se oponen a la consagración de presbíteras pastores, diáconos o la oficina religiosa. En el debate, los de la mujer en posiciones de mando dentro de las denominaciones afirman que Jesús no ordenó a las mujeres en su ministerio.
El profesor de teología Waldyr Roble claro, Presbiteriana del Sur Seminario, explica que la cuestión cultural de la época en que vivió Jesús, fue un factor en el que ordenó a una mujer entre sus discípulos, y Jesús no dejó ninguna indicación de que había otra razón para ello: "el tema de la ordenanza de la mujer a las funciones eclesiásticas (diaconado, el sacerdocio, lo sagrado ministerio) no es ni siquiera ventilación a través del Nuevo Testamento. Jesús, tanto en el caso de los doce, y, como parece, llamado Misión de los Setenta, ha solicitado sólo los hombres, como de hecho era la norma en el mundo contemporáneo. Si tenía alguna otra motivación, no se explica. Y supongo que todo esto es irrelevante. En Palestina del tiempo de Jesús no habría lugar para el matriarcado y la mujer en posiciones de autoridad ", dijo Carvalho en una entrevista con el ultimátum.
Waldyr Profesor Oak, sin embargo, considera que la cuestión cultural de hoy está obsoleto y, por lo tanto, antes de que la luz del Evangelio, es normal que una mujer para ser ordenado a la oficina de la iglesia. "La misericordia de la obra redentora de Cristo, se cancela la provisión existente y la implementación en una base de la paridad y la igualdad, abolido las distinciones anteriores, el hombre y la mujer a la altura de la misma" condición "en Cristo", dice el profesor.
Waldyr, además, que la inclusión de las mujeres en actividades de la iglesia es por la acción del Espíritu Santo, y que no tiene ninguna relación con el regreso de Cristo: "La inclusión lenta pero progresiva de la mujer en los ministerios de la iglesia es el resultado lógico y natural de la obra iluminadora del Espíritu Santo para superar las limitaciones y barreras injustificadas que impiden la obra del evangelio. No es de carácter escatológico, ni es un signo de los tiempos o el fin del mundo. Es simplemente el producto de la fuerza incontenible en el despliegue del evangelio del reino de Dios en la historia. "
Entre quienes se oponen a la ordenación de mujeres, hay varios argumentos, entre ellos, que Dios primero creó a Adán y Eva: "El tema no es para desacreditar al ministerio de las mujeres, sino para hacerles ver que este tipo de "pastores", no es bíblico, es humano, y carnal totalmente. Una mujer nunca debe estar en una posición de liderazgo espiritual, ya que esta posición fue dada al hombre (Dios le dijo: Maestro el hombre). Esto es así desde el principio, Adán fue formado primero, después Eva Cuando Dios creó a Eva, creada para ser un ayudante, ayudante. Él no había creado al plomo. "Pastor" es una posición de liderazgo y en contra de la institución divina. Esto es lo que está sucediendo en nuestro país es una afrenta al nombre de Dios ", dice el escritor del blog" El Berea ".
También hay críticas para el hecho de que muchas iglesias consideran que la esposa de un pastor es también un pastor, a causa de la unión conyugal: "Una frase terrible que ha aparecido en segmentos que ordenan mujeres al pastorado es: las mujeres de pastor es un pastor, porque Dios dijo: que una sola carne. ¡Qué tontería! Ellos siguen usando la Palabra de Dios para tratar de basar sus locuras. La llamada es personal, el ministerio es individual. La esposa del pastor no es un pastor ", dijo.
Hay también, además de los argumentos relacionados con el ministerio de Jesús, que sobre todo no incluir a las mujeres entre sus discípulos, el argumento de que la Biblia, que cuenta con varios escritores, no hay ninguna mujer, "Eso no quiere decir que las mujeres tienen menos capacidad intelectual o espiritual. Sin embargo, este es un claro mensaje de Dios a su pueblo: Él quiere usar al hombre a la cabeza. Este es un hecho indiscutible de que ninguna feminista nunca puede refutar. Ir en contra de esto será una rebelión que cada uno se carga, asumir las consecuencias ", señala el artículo.
Sin embargo, el obispo anglicano y doctor de la Ciencia y la Religión Escatología Hermes Carvalho Fernandes, dijo: "La pastoral es, ante todo, un regalo-El argumento utilizado por Pedro para justificar la inclusión de los gentiles en la iglesia fue el don del Espíritu que había sido concedida en la misma forma que los Judios. Al igual que los apóstoles podían oponerse a su inclusión? Del mismo modo, la iglesia debe reconocer el don que el cuidado pastoral se ha dado a las mujeres. Orden no es más que reconocer el regalo. Negarse a reconocer el don dado por Dios es el mismo que resistir a Dios ", argumenta, citando el pasaje bíblico de Hechos 11.
Fernandes dijo que hay denominaciones que reconocen el don, pero no use el título, que para él está mal: "Si los líderes de hoy en día reconocemos el don del ministerio que Dios ha concedido a las mujeres, toda la discusión dejaría de existir. Algunos, al tiempo que reconoce el don, negaron el título. Algunas denominaciones prefiero llamarlos 'misioneros', 'doctores', pero nunca de los pastores. Es casi ridículo. Por el contrario, nos encontramos con muchos hombres que llevan el título sin haber sido llamado al pastorado de la actuación."

Fuente : Gospel+RevistaFuerzalatinacristiana

viernes, 23 de marzo de 2012

¿Condenó Jesús el divorcio?

Por. Eduardo F. ARENS, Perú

Una de las asignaturas pendientes en la agenda eclesiástica es la revisión de las leyes canónicas, entre ellas las concernientes al matrimonio, a la luz tanto del Evangelio como de lo que seguimos aprendiendo de las ciencias humanas. El trato de relaciones humanas familiares –que en moral se evocan con frecuencia— no debería ser abordado fríamente, como una institución de orden meramente legal. Este trato es evidente cuando es cuestión de procesar anulaciones matrimoniales. El malestar se manifiesta en particular en el trato de situaciones dramáticas que ocasionan su ruptura, el divorcio, con las dolorosas secuelas para una parte al menos de las personas afectadas. Este malestar ha sido muchas veces expresado. Muy distinto es el trato dado en las Iglesias Orientales, donde tiene peso específico efectivo la misericordia[1]. Particular impacto tuvo la valiente carta pastoral de tres obispos del Sur de Alemania pidiendo un trato pastoral para los divorciados que reconsidere la posibilidad de admitirlos a los sacramentos[2]. Después de haber escuchado literalmente cientos de casos durante mis años en una parroquia en Lima, puedo perfectamente comprender y hacer mío ese malestar. Es “malestar” porque hay dolor y una sensación de injusticia, además de que el trato jurídico-legal no se condice ni con el Evangelio ni con la actitud de compasión de Jesús de Nazaret, aparte de consideraciones más humanas.
La idea del matrimonio en la Iglesia se basa en una imagen de Jesús como legislador y una consecuente lectura jurídica de los contados pasajes bíblicos que tratan el asunto, muy diferente de aquella que la exégesis más informada expone. Medular es la referencia a Jesús y la idea de indisolubilidad que se le imputa a Jesús. Es común asumir que, porque Jesús condenó el divorcio antaño, lo haría también hoy. Esa idea la califica Bruce Malina como “anacronismo etnocéntrico”[3], por eso pregunta: “¿Significan lo mismo el matrimonio y el divorcio cuando Jesús habla de ellos y cuando nosotros hablamos de ellos?”[4]. Es lo que queremos ver más de cerca en una suerte de esbozo, introduciendo consideraciones de orden socio-cultural[5]. La importancia de estas consideraciones estriba en que la atención se centra en el ser humano, no en textos escritos en cuanto tales.
El factor socio-cultural
El documento vaticano de 1993 La interpretación de la Biblia en la Iglesia, nos recuerda que “el estudio crítico de la Biblia necesita un conocimiento tan exacto como sea posible de los comportamientos sociales que caracterizan los diferentes medios en los cuales las tradiciones bíblicas se han formado” (I.D. 1). Yo añadiría, «y de los condicionamientos culturales». Más adelante aclara que el acercamiento antropológico cultural “permite distinguir los elementos permanentes del mensaje bíblico que tienen su fundamento en la naturaleza humana, y las determinaciones contingentes, debidas a culturas particulares” (I.D 2). Jesús, Pablo, y los evangelistas, cada uno de ellos vivía en una determinada cultura, con su cosmovisión y costumbres, dentro de la cual su discurso tenía sentido. Los valores, lenguaje, creencias, y por cierto su comportamiento, se derivaban de la sociedad en la que vivían. Es en esa matriz donde podremos comprender las razones para la conducta y los discursos que leemos en el NT, entre ellos los relacionados al divorcio.
Nuestra cosmovisión no es idéntica a aquella de los tiempos bíblicos. Los conocimientos adquiridos en las áreas de humanidades, los descubrimientos arqueológicos, el escudriñamiento de la naturaleza y el cosmos... han cambiado considerablemente nuestros conceptos y nuestros paradigmas socio-culturales, nuestra manera de comprendernos a nosotros mismos y de relacionarnos. Y esto, sin duda alguna, ha llevado a entender de otra manera también la relación entre el hombre y Dios. Todo esto significa que entre ellos y nosotros hay una considerable distancia, no sólo en el tiempo y el espacio, sino en lo que concierne la matriz socio-cultural en la que se dan sus significados. Así, en el Occidente moderno ni se entiende ni se vive el papel de la mujer como antaño, ni su relación con el varón y su lugar en la sociedad; hoy no admitimos como válida la vetusta idea de que ella es un ser inferior y que debe estar subordinada al varón, como se lee de inicio a fin en la Biblia[6].
Las relaciones sociales eran estrictamente jerárquicas. La subordinación de la mujer al marido era parte de las normas y virtudes propias de antaño, y nos es conocida también del Nuevo Testamento. La mujer que no vive bajo la tutela de un varón es vista como carente de honra, de ahí la importancia del acta de divorcio, que le permite volver a casarse. Sólo nuevas nupcias le restituyen su honor, al entrar en la esfera del honor del varón
La unión matrimonial
El matrimonio era “un contrato legal y social entre dos familias para la promoción del estatus de cada una, la producción de una descendencia legítima, y la preservación y transferencia apropiada de propiedades a la siguiente generación”[7]. No era una opción libre y madura de la pareja, particularmente por parte de la mujer. No existía una etapa previa que conocemos como enamoramiento. Ella se casaba porque era el deber de todo padre honorable procurarle un marido adecuado a su hija, y buscaba las ventajas familiares. El varón se casaba fundamentalmente para tener hijos –no tenerlos era una deshonra-.
Los novios generalmente provenían de familias que se conocían, y no pocas veces de alguna manera emparentadas, dentro del mismo núcleo familiar o clan[8], y de la misma región. Eso significa que, a diferencia de nuestra sociedad y costumbre de casarse sin relación alguna entre las familias, antaño ambos venían de mundos que ya compartían, de historias que les eran cercanas. Hoy vienen generalmente de mundos, familias, costumbres, idiosincrasias, posiciones o estatus, escuelas, ocupaciones, muy diferentes.
Puesto que el matrimonio era fundamentalmente un contrato social, la armonía de la pareja no estaba garantizada por motivos afectivos, sino por exigencias sociales –por los deberes que se impone cumplir-. Un componente fundamental era el honor. Esa unión, nos recuerdan Malina-Rohrbaugh, era entendida, dentro de su mentalidad determinista, como designio de Dios: “así como es Dios quien determina quiénes son los padres de uno, es Dios quien ‘une’ en matrimonio”[9], de allí la cláusula “lo que Dios unió” (Mc 10,9). La prioridad del honor sobre el amor se refleja en la ley en Dt 22,28s, que regía hasta tiempos de Jesús: “Cuando algún hombre halle a una joven virgen que no ha sido desposada, la toma y se acuesta con ella, y son descubiertos, el hombre que se acostó con ella dará al padre de la joven cincuenta piezas de plata; ella será su mujer, por cuanto la humilló, y no la podrá despedir en toda su vida”.
No había una ceremonia matrimonial como conocemos hoy, por un juramento público o un acta firmada. Tampoco existía tal cosa como un matrimonio religioso. Era un pacto de honor. El matrimonio se afirmaba en el momento –a menudo ceremonial (cf. parábola de las 10 vírgenes)- en el que el novio llevaba a la novia de la casa paterna para introducirla a su casa, y se sellaba en el lecho conyugal[10]. Llevarla a la casa equivalía a afirmar “se casó con…”. Por eso se dice que “son una sola carne”.
La relación de esposos en el mundo mediterráneo era según el modelo de la relación patrón-siervo. Ella está sujeta al hombre. El patronazgo asegura protección y proporciona honor al siervo/esposa; a cambio ella se somete, es dócil y obediente al patrón, y por cierto le es absolutamente fiel. Una falla en esto, es suficiente causa para el divorcio. Ello contrasta con el acento en la independencia, la autoestima y la libertad, en nuestro mundo. Aplaudimos a la persona “que se para en sus propios pies”, no se deja dominar ni es títere de otros. Todo lo dicho debe alertarnos a las diferencias culturales, pero también a la presunción de que vocablos para designar a las personas y sus relaciones significaban lo mismo que hoy. Esposa, matrimonio, divorcio, son términos que no tenían antaño el mismo significado que tienen en el Occidente moderno.
El divorcio
Porque el matrimonio era asumido como un contrato social, el divorcio era la ruptura de ese contrato[11]. El divorcio afectaba la dote de la esposa, su residencia y el honor de las familias. Disuelto el vínculo se abría la posibilidad de nuevas nupcias. Por ser el fin de un vínculo esencialmente legal, el divorcio tenía que certificarse mediante un “acta de divorcio” para abrir las puertas a un eventual nuevo matrimonio En el judaísmo el divorcio siempre implicaba la posibilidad legal de nuevas nupcias; se sobrentendía. No se concebía a un hombre que viva soltero. La mujer por su parte necesitaba protección y honorabilidad, ambas asociadas al matrimonio.
Había diferentes motivos “legales” para proceder al divorcio. Según Dt 24,1, texto base, “Cuando alguien toma una mujer y se casa con ella, si no le agrada por haber hallado en ella alguna cosa indecente, le escribirá carta de divorcio, se la entregará en la mano y la despedirá de su casa”. La “cosa indecente” (’ervah) se refería a algún aspecto o un comportamiento inapropiado, indecente, por tanto vergonzoso, que afecta el honor. Como se observa, el texto es muy amplio y deja las puertas abiertas a lo que leemos en Mt 19 como causal: “por cualquier motivo”. Algo similar se lee en Sir 25,26: “Si (la esposa) no se comporta según tu voluntad, apártala de tu lado”. Por su parte, la Mishna anota que: “La escuela de Shammai dice: Un hombre no puede divorciarse de su esposa excepto si halló en ella falta de castidad, pues está escrito: ‘Porque encontró en ella indecencia (‘arub dabar) en algo’. Y la escuela de Hillel dice: (un hombre) podrá divorciarse aún si ella le malogró un plato, pues está escrito: ‘Porque encontró en ella indecencia en algo’ ”. R. Akiba fue el más liberal: el hombre puede divorciar a su mujer “inclusive si encuentra otra más bella que ella, pues está escrito: ‘Y será si no la encuentra agradable a sus ojos (de él)…’ [Dt 24,1]”. (m.Git 9,10; vea también m.Sotah 6 sobre causales de divorcio)[12].
Ya mencioné que el honor era un aspecto fundamental en la relación familiar: contaba la imagen pública del matrimonio (no la relación íntima per se). La mujer era para el hombre motivo de orgullo o de vergüenza, era su diadema, motivo de su aceptabilidad social (cf. Prov 31). Por eso se cuidaba la conducta de la esposa, su decoro, y se castigaba su infidelidad[13] –no así la del hombre-. Era ella quien constituía la fuente de honor del hombre (no al revés). Esto era parte de la cultura patriarcal y andrógena de antaño. Aunque sea compañera o consorte, legalmente la mujer era tratada como propiedad. Pero era propiedad además que involucra su honor[14]. Un atentado contra lo uno, lo era contra lo otro. Si alguien cometiese adulterio con ella, era como si le robara o destruyera su propiedad. Si fue violada, exige venganza; si ella consiente es adulterio, y el marido debe divorciarla.
El adulterio se imputaba a la mujer, no al varón. Y adulterio es deshonra. Por eso el marido engañado debía divorciarla para así recuperar su honor. Notoria es la sentencia en Prov 18,22: “el que guarda una (esposa) adúltera es tonto e impío” (cf. Sir 25,26). Sólo el varón podía divorciarse. El divorcio significa la ruptura de los lazos que unían a ambas familias. Si era sin motivo válido, era una ofensa a la familia de la mujer, pues atentaba contra su honor, puesto que se le achacaba como causal alguna falta normalmente asociada al decoro y la conducta sexual.
Debemos tener presente que la conducta que en el Oriente importa es la social, no la individual. De aquí la importancia del honor. Los normas conductuales se refieren a estructuras sociales, no a la conciencia individual –recordemos el Decálogo y el Sermón del monte (cf. 1Cor 6,9s; Gál 5,19ss)-, ni a su autorrealización. Es desde aquí desde donde hay que juzgar la moral de antaño: tiene por finalidad asegurar la cohesión del grupo. Por lo mismo, virtudes son aquellos comportamientos que fortifican las relaciones grupales; vicios o pecados son aquellos que atentan contra la cohesión del grupo. Las famosas Haustafeln, códigos de conducta familiar, eran normas para la convivencia armoniosa en casa (Ef 5,21-6,1; 1Pdr 2,18-3,7). Es con este trasfondo que hay que juzgar el matrimonio y el divorcio como se entendía antaño: ¡el honor podía obligar al divorcio!
La posición de Jesús de Nazaret
Veamos ahora el texto evangélico. Tomamos como representativo de la situación original Mc 10,2-9[15]. ¿Cuándo y cómo “separa” el hombre lo que Dios unió? ¿Qué significa y cuál es el alcance de ese “Dios unió”? ¿Estaba Jesús promulgando una ley? La visión de Jesús sobre el tema del divorcio no era idéntica a la de los maestros judíos; por eso está en el NT. ¿Cuál era la diferencia? Por lo pronto, Jesús se alejó de la concepción jurídica (lo permitido, lo mandado) propia del judaísmo, y remitía a una visión no legalista: la del Genesis. Implícitamente rechazaba la idea de dominación sobre la mujer. (Notar que se cita la creación según Gen 1,27, no según Gen 2,22).
Parte de la cultura son las ideas religiosas propias de un pueblo, que se manifiestan en costumbres. Así, Dt 24 permitía al hombre divorciarse por cualquier motivo calificado como comportamiento impropio (‘ervah), lo que podía entenderse ampliamente, como lo hacía la escuela de Hillel, hasta incluir cuestiones de cocina. Esto ponía a la mujer a merced del capricho del hombre, y se prestaba a legalizar la calificación de falta grave en la mujer a lo que era intrascendente, lo cual atentaba contra su honor y el de su familia. Por eso se aclara en Mc 10 que eso “lo escribió Moisés por la dureza de su corazón” (v. 5). Pero antaño, ¿cómo entendía el judío el Genesis en relación al matrimonio? Una idea nos la da la oración de Tobías: “Tú mismo creaste a Adán y para él creaste a Eva, su mujer, para sostén y ayuda, y para que de ambos proviniera la raza de los hombres. Tú mismo dijiste: ‘No es bueno que el hombre esté solo; hagámosle una ayuda semejante a él’. Yo no tomo a esta mi hermana con deseo impuro, mas con recta intención. Ten piedad de mí y de ella, y que podamos llegar juntos a nuestra ancianidad” (8,6s). La razón de ser de la creación de la mujer es la procreación (Gen 1,27s) y que sea compañera del hombre (Gen 2,18ss). Pero, hay circunstancias en las que ella claramente deja de ser compañera, como sucede cuando le es infiel o cuando lo deshonra. El deseo de Tobías era que “podamos llegar juntos a nuestra ancianidad”, lo que por cierto dejaba abierta la posibilidad de que no fuera así.
¿Qué entendían los judíos por “lo que Dios unió” (expresión ausente en el Genesis)? El atractivo del varón hacia la mujer, que le motiva (¡a él!) a dejar a sus padres para ser “una sola carne” con ella (Gen 2,24). Esta expresión es una referencia a la unión sexual, con la cual se sella el matrimonio. A la base hay una idea determinista, que se contrapone a la idea de lo que el hombre ha unido de alguna manera con carácter legal[16]. Es una idea hoy teológicamente descartada, pues contradice la libertad del ser humano. Recordemos que el matrimonio era un contrato entre familias, sin consideraciones afectivas por parte de los novios.
En la crucial sentencia “no lo separe el hombre”, anthrôpos/ha’adam, se refiere al ser humano en general, no sólo al esposo. En aquella sociedad el varón era visto más como macho que como esposo, y se esperaba que juegase ese papel –por eso se le condescendía fácilmente la infidelidad, no así a la mujer–. Jesús presenta un imperativo moral: ¡no lo separe! (mê jorizetô; no dice “si se ha separado”, o “si se separa”), imperativo que constriñe a no ir en contra de la intencionalidad divina al crear a la mujer para que sea compañera del hombre, y por tanto éste con la obligación de tratarla como tal. Sabiamente, Jesús deja abierta la cuestión de las situaciones en las que es imperativa la separación en aras del bien mayor, como el honor de la familia al romper el vínculo por el adulterio de ella (Mt 19,9)[17]. Lo que no se admite es la separación evitable, “por cualquier motivo”. No era pues una sentencia jurídica, es decir no se refería al divorcio[18], sino a la fidelidad entre hombre y mujer. La expresión «¡no lo separe!» implica que sí es posible la separación –por eso contemplada- pero que debe evitarse llegar a una situación que haga inevitable la separación.
¿Qué causal, que no sea “por cualquier motivo”, podría haber? Tiene que ser una que lo justifique, como el atentado contra el honor –que ocasione vergüenza, que atenta contra la respetabilidad del hombre-. Tal sería precisamente el adulterio o una conducta impropia de una mujer casada en el área sexual. Jesús no habla de motivos o causales serias, que se sobreentendían como válidas –por eso Mateo, que escribe para un público de arraigo judío, especificó para los que no son de raíz judía: “excepto en caso de porneia”. Mateo habla de porneia, no de adulterio, moicheia; porque el adulterio era de por sí punible con lapidación, o el divorcio en tal caso era necesario en aras del honor, con lo que abre el abanico, pero siempre dentro de la misma esfera de la sexualidad impropia[19]. ¿Qué entenderían los lectores de Mateo bajo porneia? Ciertamente lo que tiene que ver con sexualidad en su sentido común amplio. Se resuelve así el dilema si porneia es adulterio, unión ilegal, u otra cosa. Marcos no se pronuncia, limitándose a descartar que en principio sea legítimo el divorcio –lo que no descarta motivos serios-.
En resumen, la visión jesuánica del matrimonio no es la tradicional de un contrato entre familias, ni de defensa de derechos del varón; no es jurídica, por eso en su mente no hay lugar para casuísticas. Su visión se inspira en Gen 1, por eso es con sensibilidad humana y no avala sumisiones asimétricas como las de Dt 24. Jesús toma con absoluta seriedad la “dignidad” de las personas, que es una constante en su conducta. De hecho, su descalificación de Dt 24 como norma incluye una implícita defensa de la dignidad y la honorabilidad de la mujer, y es eso probablemente lo que primaba en la mente de Jesús. No es voluntad de Dios que ella esté sujeta al capricho del varón. La suya es una visión existencial, no legalista, que apunta a un ideal de vida.
Ese es el sentido que expresa la advertencia que sigue, “en la casa”: “El que despide a su mujer y se casa con otra comete adulterio contra aquélla” (Mc 10,11). Sorprendentemente, contra la costumbre y las apreciaciones de su tiempo, se califica de adúltero al hombre –no a la mujer-, cosa que el judío no hacía[20]. Relaciones con una prostituta no es adulterio, no la deshonra a ella. Y si él se divorcia, puede casarse de nuevo pues no comete adulterio contra nadie. En el matrimonio, sólo la mujer podía cometer adulterio, pues ella podía deshonrar al marido –pero él no la deshonraba si se acostaba con otra mujer; a lo sumo deshonraba al marido de una mujer casada, no si ésta no está casada-. Jesús entiende que el honor se aplica también a la mujer, y por eso el marido la deshonra al divorciarla y es calificado de adúltero.
Es una exageración exhortar a sacarse el ojo o cortarse la mano si son causa de escándalo; también lo es calificar de adulterio el hecho de desear la mujer ajena (en Mt 5). Y el modo de hablar, en cuanto a su forma literaria, es el mismo en todos estos casos: no es legislación[21]. Jesús no legisla. Mediante este lenguaje hiperbólico[22] se le está acusando al varón de ser responsable de la desgracia de la mujer al repudiarla; es una injusticia contra ella. Al calificar de adúltero al varón que la divorcia, pone en evidencia la seriedad de la falta cometida, lo injusto de su acto: le es gratuitamente infiel. Implícitamente, para Jesús el honor corresponde no sólo al varón, sino también a la mujer, y por eso el que la divorcia injustamente, la deshonra. El que despide injustamente a la mujer, la trata como adúltera: vulnera su honor y el de su familia. Se daba por asentado que el adulterio permitía el divorcio (Mt 19,9), inclusive obligaba a ello en aras del honor de la familia. Tengamos presente que el divorcio legalmente permitía las nuevas nupcias, por eso se daba por supuesto que el que divorcia a la mujer lo hace para casarse con otra[23]. Es esto en sustancia lo que se recusa: el divorcio para casarse “con otra”[24], que tome el lugar de la anterior.
Al ser “expulsada” la mujer necesitaba reconstituir su honorabilidad y contar con el sustento y la protección que da el varón, por eso normalmente se volvía a casar. Ahora bien, si la divorciada se vuelve a casar, al ser ilegal un divorcio “por cualquier motivo”, el marido carga con la responsabilidad del adulterio que ella comete “legalmente” al casarse de nuevo, como se lee en la cláusula añadida en Mc 10,10-11 par., que expone las consecuencias: el primer marido “comete adulterio contra ella”. Si la divorcia por adulterio, como Mateo indica expresamente, era legítimo. Pero si el hombre se divorcia para casarse con otra, no lo es, por eso la cláusula “y se casa con otra”.
Como vemos, el tema para Jesús de Nazaret no era el divorcio en sí, su legitimidad, en principio. No había idea de una especie de indisolubilidad inalterable. Ningún contrato –y el matrimonio era entendido así— es indisoluble. Para Jesús el tema era la dignidad de la persona que es víctima de la imposición caprichosa, del abuso de otro: divorcio “por cualquier motivo”, como lo explicita el texto de Mateo –que, además, era discutido entre rabinos, sobre lo cual podrían bien haber pedido el parecer de Jesús: ¿es legítimo divorciar “por cualquier motivo”?—. Como en muchos otros textos, Jesús sale en defensa de la parte débil, las víctimas de la discriminación, la marginación (la divorciada es repudiada, rechazada, ¡tratada como un leproso!).
De ayer a hoy
Para la lectura correcta de un texto es necesario tomar en cuenta la realidad socio-cultural en la cual se produjo, y que el lector esté consciente de sus propios condicionamientos socio-culturales e ideas filosófico-teológicas, entre otros aspectos. Así, si antaño en Oriente un principio de convivencia era el honor, hoy en Occidente lo es la dignidad; si antaño se pensaba en términos relacionales, hoy es en términos personales; si el ideal de vida antaño era la paz y la armonía, hoy es la realización personal y el éxito. Estos principios no fueron pensados en abstracto, aunque la intención fuera universalista. Surge pues la pregunta por la validez, el alcance y las limitaciones de los principios y normas que provienen de la cultura del autor, para la cultura actual de Occidente, con todos los conocimientos que entre tanto ha adquirido y las sensibilidades humanas que ha desarrollado. Se impone así una suerte de círculo hermenéutico entre la cultura de antaño y la moderna, entre Oriente y Occidente. Y por eso los diálogos interculturales, que incluyen los interreligiosos, han ido cobrando importancia y han relativizado no pocas de nuestras certezas.
Sin embargo, la mayoría de las personas que leen la perícopa sobre el divorcio lo hacen desde la perspectiva individualista de nuestro mundo, sin considerar la perspectiva sociocultural de antaño[25] -eso, si no desde una visión netamente doctrinaria-. La entienden como un problema individual que hay que resolver, no como una problemática comunitaria (familiar). Más, la leen en clave jurídica y no de lazos familiares. De hecho, como nos recuerda Bruce Malina, hablar de “persona” en relación a la Biblia es un anacronismo, pues ni siquiera tenían ese vocablo[26]. Y la exégesis ha puesto en claro que no se trata de una legislación jesuánica[27]. Se ponen así en evidencia los alcances y valores, y también las limitaciones tanto del texto en razón de sus condicionamientos históricos, como las nuestras al descubrir valores que hemos perdido o riquezas que ignorábamos. Con estas observaciones, veamos sucintamente el sentido del texto referido al divorcio leído desde sus orígenes y desde nuestra modernidad.
1. A Jesús le piden su opinión sobre el divorcio, y responde que hay que remitirse a la voluntad e intención primigenia de Dios en la creación del hombre expuesta en Genesis, que contrasta con la opinión común que se remite a Deuteronomio. ¡No actuó como legislador, como se le ha imputado tantas veces! Como hacía con las parábolas, invitaba a reflexionar, discernir y decidir. Su reflexión a partir de Genesis la asumió la comunidad y está en Mc 10,10-12 par. Importante por tanto es la intención de Jesús, que no responde con un sí o un no, ni entra en un debate: plantea un punto de partida para la reflexión y aplicaciones concretas.
La posición de Jesús frente al divorcio es coherente con la que le conocemos de otras situaciones: la defensa de la parte marginada, asumiendo una postura principista (Gen), no legalista (Dt). De él aprendemos a tomar distancia de una visión predominantemente jurídica en relación a la vida, la sociedad y la convivencia, y asumir más bien una actitud compasiva y solidaria con “el pobre”. El tomaba en serio a las personas y su valía, especialmente a los relegados. Por eso Jesús veía a la divorciada como persona, no como objeto, cuya dignidad debe ser defendida. Implícitamente, al remitir a Gen 1, recusaba la tradicional concepción de la mujer como subordinada a la voluntad del varón, y el divorcio fácil que establece Dt 24. Estos, así como su clara defensa del matrimonio, son valores que debemos resaltar del texto que nos concierne, y concuerdan con nuestra cultura.
2. Por otro lado, hoy no admitimos teológicamente la concepción determinista del matrimonio como “lo que Dios unió”. Esa concepción determinista es la negación de ese valor fundamental nuestro que es la libertad de los seres humanos. Condición indispensable para la validez del matrimonio hoy es la libertad de ambas partes[28]. Tenemos una concepción más igualitaria de las personas que la que tenía Jesús, y que la se lee en el NT en general. Rechazamos aquella idea de que la mujer es parte de las propiedades del varón, y por tanto disponible. Era una relación asimétrica, en la cual el marido era amo y señor. Paulatinamente hemos llegado a reconocer la igualdad de derechos de todos, incluidas las mujeres y los niños. Nos regimos, en general, por los Derechos Humanos, que contrastan notoriamente con la cultura social antigua. La mujer hoy es libre y se impone igualitariamente con el varón; no acepta ser súbdita –no aceptaría que sólo el hombre pueda tener la potestad de entablar divorcio, cosa que ya había superado el mundo grecorromano, y que fue incorporado por Marcos (10,12)-.
Contrariamente a la opinión expresada por no pocos, Jesús no proponía un igualitarismo, según el cual hombre y mujer son idénticos en todo[29]. Tampoco lo propuso Pablo. Eran hijos de sus tiempos. La idea de igualdad como se propone hoy en el Occidente les era ajena. Lo que sí es notorio es que insistieron en la equidad, es decir en el trato correcto a cada cual según el estatus que tiene en el espíritu del amor fraterno tal como lo vivió y mostró el Maestro (Ef 5,25). Eso significa que la posición de la mujer no fue elevada al mismo nivel que la del varón: ella le está sujeta –el principio en el judaísmo es la creación misma según Gen 2, asumido por el cristianismo (cf. 1Tim 2,12-14: Adán fue creado primero). Es lo que Pablo afirma en 1Cor 11,3: “Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios es la cabeza de Cristo” (cf. 14,34; Ef 5,23); “no fue creado el varón por razón de la mujer, sino la mujer por razón del varón” (1Cor 11,9; 1Tim 2,11). Por eso, el mandato, “mujeres, sométanse a sus maridos!” (Ef 5,22; Col 3,18; 1Pdr 3,1). Esto no podemos alegremente trasladarlo e imponerlo hoy.
3. La idea –y vivencia- del matrimonio hoy es diferente, como lo es la idea de familia, y la constitución de la sociedad misma. No somos Orientales... El matrimonio se determinaba en Palestina fundamentalmente en base a conveniencias sociales y prácticas, pactado entre los padres; hoy lo es por el amor mutuo libre, previa etapa de enamoramiento. Por eso, tanto la unión como la separación, no se basaban en los mismos valores que los nuestros. Para nosotros (como ya entre los griegos), que priorizamos la individualidad, es primordial en una relación interpersonal la atracción, el afecto, independientemente de las expectativas de la otra parte. Hoy no se casan para cumplir con el mandato “creced y multiplicaos”, sino por el amor mutuo. Los hijos encarnan ese amor mutuo. Notemos que en el evangelio no se habla de los hijos; sin embargo, hoy son tan importantes que pueden justificar el divorcio
Hoy se casan las personas en edad más avanzada que antaño, además con profesión, y autonomía -lo cual acarrea más problemas para la adaptación a la convivencia. Añadamos a eso la diferencia enorme entre la vida social y laboral en las grandes urbes modernas, con sus efectos sobre la familia, y la vida estrechamente entrelazada en los pueblos palestinos. La sociedad de hoy es profundamente diferente. Esto crea un sistema diferente de valores que el que conocemos en las sociedades Occidentales modernas. No podemos cerrar los ojos al simple hecho de que en el curso de dos mil años hemos aprendido mucho sobre el hombre en sus varias dimensiones que se desconocía antaño, que se ha progresado técnica y tecnológicamente, pero también que la estructuración de la sociedad y la vida familiar, con su ritmo de vida y las exigencias de la misma son notoriamente diferentes de antaño. Obviamente, no es lo mismo vivir en una aldea campesina que en una gran urbe moderna.
4. La mayoría de casos en los que se plantea el divorcio resultan de alguna situación de imposibilidad práctica de lograr una convivencia armónica. Antes de que “la muerte los separe” efectivamente, ya murió afectivamente. Con nuestros conocimientos del ser humano gracias a la sicología, la sociología, la antropología, y afines, y en sintonía con nuestra valoración de los derechos humanos, apreciación de la autoestima, y cuidado del equilibrio sicológico, consideramos causales de divorcio situaciones antes desconocidas, para salvaguardar la integridad y la dignidad de la persona, como son los maltratos sicológicos y hasta físicos. No sólo cuidamos la salud física, sino también la síquica.
¿Qué sucede en una sociedad como la nuestra, donde el divorciar a la mujer no atenta contra el honor de su familia? El sentido de independencia y autoafirmación era desconocido en el mundo bíblico. No es un ideal en nuestro mundo que la mujer esté sujeta al marido, sino que se desenvuelva y surja –hoy estudian, son profesionales, incluso ejecutivas-. De allí el alcance y las limitaciones de lo que dice el texto bíblico, texto que corresponde a los condicionamientos socio-culturales del momento en que se produjo.
Frecuentemente las familias vivían cercanas las unas a las otras, si no contiguas, lo que contrasta con nuestro mundo, donde viven distantes[30]. La esposa se mudaba a la casa del marido, que solía estar en o cerca de la casa de sus padres (cf Mt 10,35; 25,5s), cosa que hoy se da cada vez menos. Basta recordar lo sagrado que eran los lazos de los hijos con sus padres. La familia era además una unidad productiva, donde la economía era compartida totalmente –hoy cada parte maneja su economía, hasta individualmente-. Esos eran lazos que unían y favorecían la estabilidad matrimonial y familiar.
5. Permítaseme añadir algunas preguntas y reflexiones cándidas. Al hablar del matrimonio, ¿es lícito aplicar los patrones culturales de la sociedad palestina del primer siglo a los patrones culturales ancestrales del mundo Andino, por ejemplo? El honor tal como lo entendemos no es un valor en el Ande, la fidelidad es relativa, la convivencia a prueba antes del matrimonio (servinakuy) es parte del proceso, la mujer se deja golpear (“cuanto más te quiero más te pego”), y la lealtad es en primer lugar con el pueblo, no con los padres. Conocemos las interminables discusiones al pretender que una cultura es superior a otra.
El amor afectivo y la realización personal son parte de nuestra cultura, por eso son vitales para nosotros. Estas son las fuerzas motoras para el matrimonio hoy. ¿Podemos trasladar e imponer la prioridad de las conveniencias de los padres y decidir sobre la legalidad del matrimonio de los hijos en esos términos? Más, ¿es lícito imponer la “concordia” grecorromana o la “armonía” hebrea como ideal de matrimonio a nuestra cultura, para decidir sobre su validez? ¿Qué decir de la sumisión dócil de la mujer a la voluntad del marido? Sería un imperialismo cultural pretender imponer los ideales y valores sociales de una cultura a otra. No hay una cultura superior a otra. K.C. Hanson acuciosamente nos advierte que “si miramos a la familia etnocéntricamente es fácil confundir un modelo cultural con uno biológico”[31].
¿Por qué no se dice nada de la necesidad del divorcio cuando la convivencia es un infierno y los que sufren son los hijos? Es notorio que no se mencione a los hijos en relación al divorcio. ¿Debemos mantener la valoración de los niños que se tenía antaño? Su situación en la familia era diferente que en las nuestras: no contaban. Pero en nuestro mundo, precisamente por la importancia de los niños, el divorcio se impone como necesidad si el clima familiar es infernal o disfuncional, y también las nuevas nupcias si van a dar estabilidad y seguridad a los hijos. ¿Por qué se olvida, a la hora de considerar la sentencia de Jesús que apuntaba a principios generales basados en la idea que tenía de Dios: un padre (abba) dispuesto al perdón y movido por la compasión, pero también defensor de “la viuda, el huérfano y el extranjero” (¡la divorciada está en la misma situación que la viuda!)?
Jesús mismo no dijo nada en caso de nuevas nupcias –lo dicen Marcos (10,11s) y Mt/Lc-. Pablo deja abierto el que la parte que fue abandonada por la pagana se vuelva a casar, pero con un cristiano (1Cor 7,15). Cierto, él prefiere que no se casen, pero su razonamiento está marcado por su convicción de la pronta parusía. Él mismo indicó que hay que vivir el carisma (v. 7): “es preferible casarse que quemarse” (v. 8s).
6. El mensaje es lo que estrictamente constituye la Palabra de Dios, la cual debe hablar al auditorio que lo escucha, y que vive en una matriz sociocultural particular, no idéntica a aquella de otras latitudes o tiempos, ni de los tiempos bíblicos[32]..Palabra de Dios no es la cultura, sino los valores profundos que se transmiten En relación al divorcio, es la defensa de la integridad y la dignidad de la persona víctima del capricho de alguien. Al remitir al origen como respuesta a la pregunta por la licitud del divorcio, Jesús exhortaba a restituir la dignidad de la mujer como persona creada por Dios (notar que se trata de Dios creador) y a tomar en su seriedad como voluntad divina “la vocación” al compañerismo (independientemente de lo que condujo al matrimonio[33]).
La sentencia de Jesús sobre el divorcio no es un mandato (Genero), y lo que se dice hay que entenderlo en el contexto de la visión sociocultural de antaño sobre el matrimonio: la importancia del honor, la vida en estrecha comunidad, el trabajo complementario familiar, etc. El enfoque sociocultural lo ha puesto de relieve. Por eso, los evangelistas adaptaron la visión de Jesús sobre el matrimonio a las realidades socio-culturales de sus comunidades, y Pablo la adaptó a la situación de Corinto. Nosotros debemos hacer lo mismo, para que esa palabra de Dios siga hablando hoy.
Los juicios emitidos en base a valores Orientales, como el código de honor, deben ser reconsiderados en culturas donde los valores son diferentes, donde la primacía no es el honor sino la dignidad, que incluye el derecho a la autorrealización. Por eso, como excepción que legitime el divorcio no puede valer solamente el adulterio (Mt 19,9), sino también la incompatibilidad insuperable de caracteres que coartan esos valores, la reiterada violencia física, la negación de la libertad, y otras causales que nos han enseñado a valorar las ciencias sociales y humanas. Y no sólo se trata del divorcio como tal, sino también de la posibilidad de nuevas nupcias, como ya antaño se contemplaba cuando se hablaba de divorcio. Quien no tiene vocación de célibe debe casarse, sentenció Pablo (1Cor 7,9). Mucho antes, en Gen 2, se destacó que “no es bueno que el hombre esté solo”… y Dios le creó una compañera. Y en Gen 1 se subrayó que, creado “a imagen de Dios”, el ser humano (ha’adam) fue hecho “varón y mujer” (v. 27). Fue al Genesis a donde Jesús remitió como principio hermenéutico, y fue su profunda compasión la que le movía a defender la dignidad de las personas, especialmente las personas marginadas y maltratadas[34].

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[1] G. Larentzakis, “Ehe, Ehescheidung und Wiederverheiratung in der orthodoxen Kirche”, en «Theologisch-praktische Quartalschrift »125(1977), 250-261. Es interesante el trato que se daba en los primeros siglos en la Iglesia. Vea al respecto H. Crouzel, L’Eglise Primitive face au Divorce, Paris 1971.
[2] “Carta pastoral común de los obispos de la provincia eclesiástica del Alto Rhin sobre la pastoral con personas divorciadas y personas divorciadas que han vuelto a contraer matrimonio”, firmada por Mons. O. Seier, W. Kasper, y K. Lehmann, agosto 1993. Reflejando las proyecciones del Concilio, ya antes J. Ratzinger en su ensayo “Zur Frage nach der Unauflöslichkeit der Ehe”, en F. Heinrich – V. Eid, eds., Ehe und Ehescheidung, Munich 1972, 35-56 (esp. 52-56), abogaba por la admisión a la comunión de vueltos a casar.
[3] B. Malina, The New Testament World. Insights into Cultural Anthropology, 3a. ed., Louisville 2001, 10.
[4] Ibid, 11.
[5] El sustento de este enfoque y una aproximación más detallada al tema los expuse en el Festschrift en honor a Rafael Aguirre: “De Oriente a Occidente: la importancia hermenéutica del factor cultural visto en el ejemplo del matrimonio y el divorcio”, Reimaginando los orígenes del cristianismo, eds. C. Bernabé – C. Gil, Navarra 2008, 469-504.
[6] Cf. esp. E. Schüssler-Fiorenza, En memoria de ella, Bilbao 1989. La visión contraria es la propiamente fundamentalista, resultante de una lectura descontextualizada y ahistórica.
[7] C. Osiek – D.L. Balch, Families in the New Testament World, Louisville 1997. 42.
[8] Hoy vienen de mundos muy diferentes, costumbres, idiosincrasias, posiciones o estatus; de escuelas distintas. Por eso no es raro que el divorcio se plantee por incompatibilidad o tensiones insuperables en esos aspectos.
[9] B. Malina - R. Rohrbaugh, Social-Science Commentary on the Synoptic Gospels, Minneapolis 1992, 241.
[10] Esto explica la importancia que tenía la virginidad de la mujer si se trataba de su primer matrimonio. Vea lo dicho al respecto en Dt 22,13-21; m.Ket 1,1-7.
[11] Es instructiva la variedad de términos que se usaban para designar la ruptura matrimonial. Vea al respecto D. Daube, “Terms for Divorce”, en Id. The New Testament and Rabbinic Judaism, Londres 1956, cap. XIII.
[12] Vea la discusión actualizada sobre el divorcio en la legislación judía en T. Ilan, Jewish Women in Greco-Roman Palestina, Peabody 1997, 141-147.
[13] José quiso repudiar a María en secreto, no públicamente. La razón es obvia: para salvaguardar su honor (Mt 1,19; notar que esto lo dice Mateo, el de la excepción al divorcio!).
[14] Era el honor del marido, que en la esfera de parentescos es fundamental, que debe ser defendido asegurándole descendencia si éste muere antes de haber tenido un hijo/a. Por eso la ley del levirato –que Jesús aparece aceptando como normal. Ella es tratada como propiedad de la familia del marido difunto.
[15] Sin embargo, asumo como representativo de la situación original solo v.2 y 6-9, como se lee también consecutivamente en Mt 19,1-5. La tradición añadió los v.3 a 5 para aclarar el contraste con la postura judía (par. Mt 19,6-8). Por su parte Marcos añadió los v.10-12 (“en casa” como otras escenas: 4,10ss; 7,17; 9,28.33).
[16] Cf. H. Strack- P. Billerbeck, Kommentar zum Neuen Testament aus Talmud und Midrasch, Munich 1926, t.I, 803s.
[17] J. Neyrey, Honor y vergüenza, Salamanca 2005, 305, indica que la cláusula de excepción debe ser leída desde el lado de lo que era vital antaño: el valor del honor.
[18] Notar que no se emplea el vocablo comúnmente usado para denotar el divorcio, apoluein, que tiene una connotación jurídica, sino chorizein, que denota la separación de dos elementos que estaban unidos. Para este y los otros verbos, vea W. Bauer – F. Danker, A Greek-English Lexicon of the New Testament, 3a. ed., Chicago 2000.
[19] Notar que Mateo usó un vocablo distinto para la excepción y otro para el pecado que comete el que se casa con una divorciada: en el primero usó porneia, en el segundo moichein, o sea, no es idéntico.
[20] Tal Ilan nos recuerda que, “La ley judía no contiene una definición del adulterio ni disposición alguna contra el adulterio por parte del marido contra su esposa, puesto que él puede casarse con más de una mujer” (op. cit., 135.). El hombre comete adulterio cuando se une sexualmente a la esposa de otro hombre –es adulterio contra éste.
[21] Cf. G. Lohfink, Ahora entiendo la Biblia, Madrid 1977, 209-215.
[22] Recuerde la frecuencia con la que se aplica en la Biblia el calificativo adúltero/a a personas, generaciones, pueblos, para designar la infidelidad fuera del ámbito matrimonial (Jer 9,2; 13,27; 23,10; Ezeq 16,38; 23,45; Mc 8,38; Mt 12,39; etc.). En Mt 5,28 se califica como adulterio el deseo de una mujer, aunque no se haya llegado al hecho material; el lenguaje es tan hiperbólico como el que sigue: que se saque el ojo o se corte la mano.
[23] En aquellos tiempos no se tenía noción de causales imperativas para el divorcio de orden sicológico, de maltratados físicos, etc. En el texto no se menciona como legítimo el divorcio por adulterio –cosa que Mateo explicita probablemente para contrarrestar puritanismos rampantes- porque se sobrentendía.
[24] Notar en Mt 5,27 que se antepone al adulterio el deseo de estar con otra mujer: el divorcio sería el paso jurídico para poder unirse legalmente a esa otra mujer.
[25] Sobre esto, vea B. Malina, “First-Century Mediterranean Persons”, en Id. The Social World of Jesus and the Gospels, Nueva York 1996, cap. 2.
[26] Ibid, 35.
[27] Aún si fuera una ley, cosa que queda por demostrar fehacientemente, hoy estamos conscientes de la importancia de la hermenéutica en la aplicación de cualquier ley relacionada a la vida. Es el papel que juegan los abogados. Es la diferencia entre la tiranía y la democracia. A eso se suma la imagen de Dios que se maneja…
[28] Paradójicamente, hoy declararíamos inválidos (nulos) muchos de los matrimonios de antaño por la falta de madurez (menores de edad) y de libertad (predeterminado por los padres). Pero, no admitimos como causal válida de divorcio motivos tan serios como la violencia sistemática, la incompatibilidad de caracteres, etc. y si los admitimos cerramos la puerta a nuevas nupcias.
[29] Cf. J.H. Elliott, “Jesus Was Not an Egalitarian. A Critique of an Anachronistic and Idealist Theory”, en «Biblical Theological Bulletin» 32/2 (2002), 75-91. Agradezco a Jack por proporcionarme este artículo suyo.
[30] Cf. B. Malina, The New Testament World, 137-143, para una comparación de la vida familiar mediterránea de antaño con la norteamericana de hoy.
[31] Art “Kinship”, en R. Rohrbaugh (ed.), .), The Social Sciences and New Testament Interpretation, Peabody 1996, 63.
[32] El fundamentalista descarta toda consideración socio-cultural argumentando que la palabra de Dios es invariablemente válida –para muchos en su literalidad- para todas las sociedades de todos los tiempos. Esto resulta de su idea del origen, la naturaleza y los alcances de la Biblia.
[33] Inclusive si es el caso del que la violó, según Dt 22,28s, y que obliga a casarse con ella, lo que constituye una coacción legalizada y por tanto hoy es inaceptable.
[34] No deja de llamar la atención que la epikeia (compasión) sea en la moral católica un principio rector fundamental, y sin embargo ante los casos concretos se aplique implacablemente la letra de la Ley –aduciendo, además, que Jesús es su autor. ¡Qué no se le ha imputado a Jesús!

Eduardo F. Arens
Lima, Perú

Publicado primeramente en alemán, en: M. Eckholt (ed.), Prophetie und Aggiornamento: Volk Gottes auf dem Weg. Eine internationale Festgabe für die Bischöfliche Aktion
ADVENIAT, Lit Verlag, Berlin 2011, p. 199-212.
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