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sábado, 29 de agosto de 2015

La mujer en nuestro tiempo y nuestra iglesia



Por. Miguel Juez, España
Quisiera mostrarles una foto, origen de este sueño a compartir. La pueden ver sobre estas líneas. Al observar esta foto, se mueve el corazón precisamente por lo que no se ve en ella. Es la historia de toda una cultura milenial, atada a tradiciones ancestrales donde el peso de las revelaciones condicionan la historia, la cultura, las tradiciones y los sueños íntimos de millones de mujeres. La imagen evidencia la historia de los pueblos, de las razas, y sobre todo, de las personas. En las redes sociales se solicitó que las personas dejaran por escrito lo que cada una podía llegar a percibir en esta imagen. Ha sido interesante recibir sus muchas respuestas. Sus expresiones, algunas reiteradas, fueron: Soledad e indiferencia; Abandono, soledad, desamparo; Silencio, tristeza, dolor, soledad; Amputación antropológica; Soledad y espera; Soledad, tristeza, esperanza; Incomunicación; y así muchísimas expresiones más o menos similares.
En otra ronda de preguntas, también por las redes sociales, se intentó analizar los tres tiempos verbales que se observan en la imagen.
Un pasado, de espaldas a ellas donde ya nada se puede hacer. Todo lo vivido ha quedado atrás. Su pasado ha condicionado su presente y frustrado su futuro.
Su presente es el que es. El peso de sus historias personales inclinan sus espaldas agobiadas por el dolor de sus propias frustraciones. En ese presente se muestra una esperanza que no se sabe de dónde vendrá.
Y su futuro. Su futuro está representado por ese gran muro a pocos metros de ellas. Un muro infranqueable por el peso de su historia y cultura. Un muro que limita y hace añicos el sueño de libertad para sus propios hijos y nietos. Un futuro sin futuro. Un muro que sólo le permite vislumbrar un futuro cercenado de libertad para decidir, para escoger, para proyectarse.
Es un presente y un futuro que sólo les autoriza a aceptar la orden de que sus hijas y nietas de nueve años puedan ser dadas en matrimonio. Que ellas mismas no puedan salir a la calle sin estar acompañadas por un familiar cercano. Que el goce de una relación íntima sólo debe ser para el hombre, por lo tanto ellas deberán sufrir una ablación de sus órganos íntimos por esa causa. Y un sin fin de presentes torturantes. Y al mirar esta realidad y la de nuestra propia sociedad evidenciamos cuánto valor tiene para nosotros el futuro. Nuestra mirada es el horizonte. Nada nos limita a soñar y alcanzar. Trabajamos hoy para mejorar el futuro propio y de nuestras familias. Nos esforzamos hoy para darles a los nuestros un futuro mejor. Nos movemos y esforzamos en función del futuro. Sin embargo, la realidad es que más de 600 millones de mujeres hoy no tienen futuro. Recordamos el ejemplo la Iglesia primitiva.
Fue necesario insertarse en la misma. Tomaron partido en las necesidades sentidas de la gente. No fueron ajenos a los vaivenes sociales de los agentes de turno que sojuzgaba la libertad y la dignidad de las personas. En verdad fueron sal para preservar la esencia con las que Dios dotó al hombre y a la mujer desde el mismo inicio de la creación, su libertad y dignidad. Consideraron que todo precio a pagar valía la pena y estuvieron de acuerdo con ello.

PLANTEAMIENTO PRÁCTICO
Y la Iglesia, el Pueblo de Dios, ¿cuál es nuestra lucha –no ya por el objetivo que las personas conozcan a Cristo– sino para ser agentes de cambios de historias, culturas y pueblos, para traer la libertad y la dignidad que todas las personas recibieron del Creador? Es la libertad, la misma que Dios Creador dotó al hombre y a la mujer en el Edén, la que el Pueblo de Dios debe anhelar para todo ser humano sobre la faz de la tierra. Puede ser que esa libertad, que incluye la libertad de decidir, le dé una oportunidad de encontrarse con su Salvador. O no. Tal vez su libertad de decisión, le lleve a continuar su propia decisión de vivir de espaldas a Dios. No importa. Es dueña de esa libertad.
La Iglesia no puede extender su mano de ayuda al mismo tiempo que extiende la otra para recibir a cambio una decisión por el Salvador. No sería ético y no tenemos ese ejemplo del Salvador. No hubo reproches para los nueve que no regresaron a Él, después de ser sanados. Respetó su libertad de ser agradecidos o no. También creo que éste es un desafío que deberán asumir como propio las mujeres del Pueblo de Dios. Es una lucha de la mujer a favor de la mujer. Es el llorar con la que llora y sufrir con la que sufre. Es padecer los dolores de un parto para que otra goce de su hija llamada Libertad.
La pregunta que surge ante esta realidad es:
  • ¿Cuánto me afecta en lo personal e íntimo esta imagen?
  • ¿Es una realidad más, de las muchas que me ofrecen tristemente los medios de comunicación?
  • ¿Será que esto es sólo un área de políticos y políticas de los pueblos? ¿Paso página y ya está? ¿Me olvido?
  • ¿O quizás, me duele la frustración ajena? ¿Hago mío el dolor de una madre o de una abuela que ve el mismo futuro sin futuro para los suyos?
  • ¿Seré, seremos capaces las mujeres cristianas evangélicas de hacer un frente común ante un mundo que poco o nada le importa la libertad y la dignidad de millones de mujeres?
  • ¿Podremos llegar a decir y creer que nuestras manos sólo sostienen una vara, tan sólo una vara, capaz de traer libertad, dignidad, futuro para millones de mujeres? ¿Por qué, no?
  • ¿El cómo hacer? ¿Qué hacer?… Habla, Señor, que tu hija oye.

COMPARTIENDO UN SUEÑO
Para concluir, sólo puedo decir: ¡cuán difícil se nos hace compartir un sueño! Es todo tan subjetivo y personal que se complica para encontrar la línea de los pensamientos a comunicar. No obstante, aun así hay certezas en algunos extremos de este sueño.
Una de las certezas es que debe ser compartido; otra certeza es el reconocimiento de la dificultad o capacidad personal para hacerlo. Otra es que no depende de uno el verlo hecho realidad, pero sí el deber de compartirlo. Otra certeza es que entre el tiempo invertido hoy y el momento de ver cambios en el futuro pasarán años. Otra certeza, y quizás la mayor, es que vale la pena emprender este desafío de fe.
En verdad es un sueño que quita el sueño. Paradojas de nuestro interior. Para ubicarnos en el espíritu de este momento y de estas palabras, consideremos esta imagen.
Todo un pueblo, miles de hombres, mujeres y niños. Cuatrocientos treinta años viviendo en tierra ajena. En realidad, no tenían tierra propia, sólo una promesa de poseerla de Alguien que parecía haberse olvidado de ellos. En los últimos años, uno se levantó en nombre de otro que dice llamarse "Yo Soy el que Soy" y vino a nosotros. No podemos, dice el pueblo, negar que hizo milagros y prodigios, pero quién sabe… el peso de nuestra historia de dolor y sufrimiento nos hace dudar. Y salieron por orden de aquél que tenía un Nombre no común entre ellos. Su salir fue apresurado, hasta glorioso y expectante. Caminaron por horas y días tal vez, hasta llegar al final del camino.
Frente a ellos un mar imposible de cruzar. ¿Dificultad? Ésta es la menor. Un raro ruido y un perceptible temblor de tierra les hizo volver sus ojos atrás, para divisar a lo lejos un ejército arrepentido de haber dejado ir a una multitud de esclavos y con la sangre en sus ojos para vengarse por la humillación sufrida. Un mar al frente y un ejército con sed de venganza que se aproxima por detrás. ¿Qué hacemos? ¿No hubiese sido mejor morir en vergüenza que aquí sin saber qué hacer? Para colmo, delante nuestro el “iluminado” que nos dice: No temáis. Sin embargo, este “iluminado” contaba, para tamaña aventura, con el arma más poderosa conocida ayer y hoy. Una simple vara. Sí, una simple vara. Y con esta simple vara y en obediencia a la Palabra de aquél que tenía un nombre poco conocido, abrió el mar en seco, pasó Israel y sucumbió bajo las aguas el poderoso ejército egipcio. Para enfrentar el desafío de compartir este sueño, no contamos con nada. Sólo con una vara llamada “convicción” y un "Yo Soy el que Soy" capaz de producir cambios en la historia y las culturas de los pueblos. ¿Acaso no es suficiente?

CONVICCIÓN FINAL
Hay una mujer, entre las siervas de Dios, que oirá como un trueno el susurro de la voz de un Mardoqueo que dice: … ¿Y quién sabe si para esta hora has llegado al reino?

Fuente: Protestantedigital

viernes, 28 de agosto de 2015

El 28 de agosto de 1963 Martin Luther King habló ante más de 200.000 personas en Washington,



Hace 52 años, el pastor evangélico y activista político Martin Luther King pronunció un discurso que marcaría la historia de su país. “Yo tengo un sueño”, sus palabras más conocidas, fueron pronunciadas ante los cientos de miles de congregados en Washington que ese 28 de agosto marchaban reclamando un cambio en un país que arrastraba la lacra del racismo y la desigualdad.
Martin Luther King Jr. nació en Atlanta (Georgia) el 15 de enero de 1929. Fue pastor bautista, como también lo fueron su padre y su abuelo. Su fe impregnó asimismo su actividad social y política.
En 1954, King fue elegido pastor de la Iglesia Bautista de Dexter Avenue en Montgomery, Alabama, liderando el boicot al bus de Montgomery en 1955. En 1957 participó en la fundación de la Conferencia Sureña del Liderazgo Cristiano (SCLC, siglas en inglés), creado para organizar el activismo por los Derechos Civiles.
King Jr. fue formado en la “teología liberal blanca” con énfasis en el activismo social, más allá de lo que se entiende como un cristianismo ortodoxo, explica en una entrevista a Protestante Digital el teólogo y periodista José de Segovia. “Pero en sus momentos de crisis en su lucha social siempre volvía a la fe ortodoxa evangélica”, por lo que lo ve como un continuo buscador de reencuentros con la fe que vivió de niño, “conviviendo en tensión ambas experiencias, la intelectual o racional que duda y la vivencial que quiere arraigarse en lo básico de la fe cristiana en Jesús”.  
Un discurso para la historia
Esto se percibe en el histórico discurso, del que ha trascendido la frase “yo tengo un sueño”. Para José de Segovia no es sólo un discurso político y social, sino que no se puede entender sin percibir la implicación teológica del mismo.
“Está lleno de una esperanza que sólo puede ser de origen divino”, con frases en las que existe “la fuerza de las palabras de carácter bíblico, y una visión que creo que venía de Dios”.   En este sentido, y sobre todo ante la radicalización que suponía Malcom X, sólo la fe de MLK le sirve para salir adelante, y en esto “creo que debemos ver la providencia de Dios, que abrió el camino entre la tibieza blanca y el radicalismo violento negro”.
“Podríamos decir que es la visión social del Evangelio, y la injusticia social que entra en contradicción con el mensaje bíblico lo que lleva a MLK a enfrentar el problema de la injusticia con los negros”. El ve a todos los hombres como iguales, y busca un proceso pacífico de lucha por los derechos civiles que es sumamente complicado y difícil, y que le supuso “una tensión enorme”.
Pero entiende De Segovia que debemos reconocer que había una inspiración cristiana en su vida y actividad, aunque también tenía dudas sobre algunos aspectos concretos de la fe cristiana, él desde luego “vivió su activismo como una misión de parte de Dios”.  
Del “tengo un sueño” a su último discurso
Así como el “Yo tengo un sueño” nos muestra esa faceta luchadora y llena de esperanza, el último discurso de MLK nos revela a alguien que tras pasar dificultades, se aferra a Dios. Poco antes de ser asesinado, en concreto la noche anterior, King Jr. hablaba en la iglesia de Mason: “Quisiera tener una larga vida, pero eso no es lo importante, simplemente quiero hacer la voluntad de Dios”.
Y de forma profética, recuerda José de Segovia, expresó: “Dios ha permitido que llegara a la cima de la montaña y desde allí he visto la tierra prometida. Y es posible que no vaya a la tierra prometida con ustedes (…pero) Estoy feliz esta noche.
Nada me preocupa. No temo a hombre alguno. Mis ojos han visto la gloria de la venida del Señor”. Esto demuestra de forma clara, afirma De Segovia, que “MLK no es ya el mismo joven de las dudas de fe iniciales de su vida pública, fruto de su educación teológica liberal, sino que las crisis y la fragilidad le han llevado a sostenerse aferrado a la esperanza en Dios y en la misión, con sus defectos y contradicciones, luchando contra el pecado del racismo.
Sin duda fue utilizado por la providencia de Dios para dar un giro a la situación injusta del pueblo negro en EE.UU.”.  
Fuente: protestantedigital.com

miércoles, 19 de agosto de 2015

¿Por qué fueron destruidas Sodoma y Gomorra?



Lo más honesto a nivel intelectual y hermenéutico es seguir aferrándonos a la postura evangélica tradicional: Sodoma y Gomorra fueron destruidos por la inmoralidad sexual.
Por. Will Graham, España
Empezamos con una pregunta hoy: ¿por qué fueron destruidos Sodoma y Gomorra? La respuesta tradicional es que fueron destruidos por la inmoralidad sexual, pero si lanzas esta misma pregunta a los teólogos gais, la respuesta que te dan será marcadamente diferente.
Las tres respuestas más citadas dentro del campo pro-homosexual son:
-       Fueron destruidos porque no cuidaban a los pobres.
-       Fueron destruidos porque querían violar en grupo.
-       Fueron destruidos porque no eran hospitalarios.
En cierto sentido, las tres respuestas llevan algo de la razón. De hecho, la primera razón está sacada directamente de la Biblia y por eso es la más convincente de las tres.
Empecemos, pues, con la primera respuesta.
1.- Fueron destruidos porque no cuidaban a los pobres
La primera razón propuesta por la teología Queer es que los sodomitas fueron destruidos porque no cuidaban a los pobres. Aquí apelan a los escritos de Ezequiel. Ezequiel explica la razón por la que Sodoma fue destruida: “Vivo yo, dice el Señor, que Sodoma tu hermana y sus hijos no han hecho como hiciste tú y tus hijas. He aquí esta fue la maldad de Sodoma tu hermana: soberbia, saciedad de pan y abundancia de ociosidad tuvieron ella y sus hijas; y no fortaleció la mano del afligido y del menesteroso” (Ezequiel 16:49).
Bíblicamente hablando, es cierto que Dios destruyó la ciudad de Sodoma por no cuidar a los pobres (entre unas cuantas cosas más). No obstante, es importante seguir leyendo hasta el siguiente versículo para captar toda la verdad. Es precisamente este versículo que no se cita muy a menudo en la reflexión teológica gay: “Y se llenaron de soberbia e hicieron abominación delante de mí y cuando lo vi las quité” (v. 50). El término más importante del versículo 50 es abominación. Interesantemente Ezequiel emplea el sustantivo en el singular (toevah) y no su forma plural. Es bien probable que el profeta saque el término del libro de Levítico, el cual emplea la palabra toevah seis veces. En Levítico, se usa cuatro veces en plural y dos veces en singular. Los dos textos que emplean el singular se refieren exclusivamente al pecado de la homosexualidad, a saber, Levítico 18:22 y Levítico 20:13. Ezequiel, entonces, hace una conexión lingüística entre la enseñanza de la Ley de Moisés y la maldad sexual cometida por los sodomitas.[1]
Fue tal abominación la que impulsó a Dios a quitar a Sodoma de sobre la faz de la tierra. El libro de Levítico explica que los cananeos fueron castigados por el Señor debido a semejante libertinaje sexual. Después de advertir a los hebreos sobre la importancia de la ética sexual, Dios les dice: “No hagáis ninguna de estas abominaciones, ni el natural ni el extranjero que mora entre vosotros (porque todas estas abominaciones hicieron los hombres de aquella tierra que fueron antes de vosotros, y la tierra fue contaminada); no sea que la tierra os vomite por haberla contaminado, como vomitó a la nación que la habitó antes de vosotros” (Levítico 18:26-28).
¡Más claro no podría ser! Dios los juzgó por sus desviaciones sexuales de la misma forma que lo hizo con los sodomitas; no por su falta de interés por los pobres.
2.- Fueron destruidos porque querían violar en grupo
La segunda razón ofrecida por la teología gay es que Dios destruyó Sodoma y Gomorra porque querían violar en grupo. Ahora bien, esta razón no es tan fuerte como la primera porque no se halla en la Biblia. Es algo que la comunidad gay ha inventado. Evidentemente Dios está en contra de la violación en grupo. Hasta allí todos estamos de acuerdo. Pero esto no significa que Dios esté de acuerdo con la actividad homosexual. Y de todas formas, Dios quiso destruir las ciudades por su maldad continúa; no por un solo acto de violación (Génesis 18:20 y 2 Pedro 2:8). Génesis 19 forma parte del libro de Génesis. Por lo tanto, es imposible entender el capítulo 19 sin conocer el mensaje del resto del libro. Los primeros dos capítulos de Génesis explican que en el principio Dios creó a un varón a y una mujer conforme a Su imagen y semejanza.
El matrimonio es un reflejo de la belleza trinitaria de Dios. Además, el Señor decretó que la primera pareja procrease. Una pareja homosexual no representa el plan perfecto de Dios ni puede cumplir con su mandato de reproducir. Cuando el autor de Génesis 19 describe el pecado de Sodoma y Gomorra, ya ha establecido que la heterosexualidad es un don de Dios en los primeros dos capítulos del libro. Cualquier otra expresión sexual es una desviación de su diseño original.
Así que es cierto que está mal violar; sin embargo, el mensaje de Génesis es que la sexualidad es para un hombre y una mujer bajo la bendición de Dios. Los hombres de Sodoma querían violar a dos hombres: “¿Dónde están los varones que vinieron a ti esta noche? Sácalos para que los conozcamos” (Génesis 19:5). No creo que haga falta explicar lo que quiere decir conozcamos aquí, ¿verdad?
Lot identificó la violación homosexual como un gran mal. Dijo, “Os ruego, hermanos míos, que no hagáis tal maldad” (Génesis 19:5). Sabemos que se refiere al pecado de la homosexualidad porque enseguida les ofreció a sus dos hijas; no a sus yernos. Hasta los sodomitas sabían que la actividad homosexual fue una perversión terrible: “Ahora te haremos más mal que a ellos” (Génesis 19:9). Querían violar a Lot también. Su pecado fue tan depravado que los ángeles los castigaron con ceguera. Esta segunda respuesta carece de peso porque no toma en cuenta la naturaleza incesante y perpetua del pecado de Sodoma y Gomorra. Dios no los juzgó por un acto aislado; sino por un estilo de vida totalmente entregado al vicio.
3.- Fueron destruidos porque no eran hospitalarios
La tercera razón y tal vez la interpretación más popular formulada por la teología homosexual es que Dios destruyó Sodoma y Gomorra porque no eran hospitalarios. A primera vista parece una propuesta lógica. Pero el problema es que no es fiel al relato bíblico. Génesis 13:13 estipula que, “Mas los hombres de Sodoma eran malos y pecadores contra el Señor en gran manera”. De nuevo, Génesis 18:20 pone, “Por cuanto el clamor contra Sodoma y Gomorra se aumenta más y más, y el pecado de ellos se ha agravado en extremo, descenderé ahora”.
El texto bíblico está hablando de una especie de pecado más allá de lo común y corriente. ¿De verdad la falta de hospitalidad sería una señal de que su pecado se había “agravado en extremo”? ¿Te parece creíble, viable? ¿Acaso no sería la violación en grupo un pecado muchísimo más ofensivo? ¿Dónde condena Dios la falta de hospitalidad en términos de vida o muerte?
Cuando Lot estuvo a punto de entregar a sus dos hijas a los hombres de Sodoma, no lo hizo con el fin de que los varones aprendiesen a ser más hospitalarios. Y si pensamos un poco, los ángeles ya tenían una casa dónde pasar la noche –la casa de Lot- por lo tanto no necesitaban depender de la hospitalidad de la ciudad. Pregunta Marcela Carmona, “¿Acaso los ángeles estaban necesitando hospedaje?”
Otro dato de interés: los teólogos pro-homosexuales se olvidan de que Dios destruyó Gomorra y otras ciudades vecinas también (Judas 7). ¿Dónde leemos que los habitantes de estas ciudades fueron inhospitalarios? Eso de que Dios destruyó las ciudades por no ser hospitalarios es una respuesta bien rebuscada. ¿No te parece? Independientemente de lo que creemos, la buena noticia es que hay dos textos en el Nuevo Testamento que explican claramente la razón por la que Dios los destruyó.
 Pedro hace mención de su impiedad, su nefanda conducta, sus hechos inicuos, “aquellos que, siguiendo la carne, andan en concupiscencia e inmundicia, y desprecian el señorío” (2 Pedro 2:6-10). Y luego Judas es aun más explícito: “habiendo fornicado e ido en pos de vicios contra naturaleza [homosexualidad], fueron puestos por ejemplo, sufriendo el castigo del fuego eterno” (Judas 7). A lo largo de toda la Biblia, el término sodomita llega a ser sinónimo de homosexual. Como predicó Voddie Baucham, “El pecado de Sodoma fue la sodomía”. Hay muchos otros textos bíblicos que condenan un estilo de vida gay. Dios se opuso a la actividad homosexual en los días bíblicos y sigue oponiéndose a ella hoy día.
Conclusión
Con todo, las tres propuestas de la teología gay contemporánea no son satisfactorias.
-       Sodoma y Gomorra no fueron destruidos por no cuidar a los pobres, sino por cometer una abominación que corresponde al pecado homosexual nombrado en Levítico.
-       Sodoma y Gomorra no fueron destruidos porque querían violar en grupo sino porque su pecado fue continuo y constante; Dios no los juzgó por un solo acto aislado. Ya pensaba en destruir la ciudad aun antes del intento a violación.
-       Sodoma y Gomorra no fueron destruidos por falta de hospitalidad porque su pecado era grave en extremo y el resto de la Biblia aclara que fue un asunto de homosexualidad.
En suma, para contestar la pregunta inicial -¿Por qué fueron destruidos Sodoma y Gomorra?- por las razones explicadas arriba sería mucho más honesto a nivel intelectual y hermenéutico seguir aferrándonos a la postura evangélica tradicional, esto es, que Sodoma y Gomorra fueron destruidos por la inmoralidad sexual.
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[1] MOHLER, Albert (ed.), God and the Gay Christian? A Response to Matthew Vines (SBTS Press: Louisville, 2014), p. 35.

Fuente: Protestantedigital, 2015.

viernes, 14 de agosto de 2015

Job, el dolor sin respuesta



Libros sapienciales (I): Job (II): capítulos 3-31. Nadie escucha realmente a Job para interesarse por ahondar en su sufrimiento; nadie muestra compasión.
Por. Cesar Vidal, España
En la última entrega sobre Job y a sus amigos, les dejamos planteando el conflicto del mal en una de sus manifestaciones más terribles, la del mal que cae sobre alguien que no sólo es inocente sino que además es íntegro. Los amigos de Job –no precisamente los que uno desearía en una situación semejante– no van a intentar en ningún momento comprender a Job.
Por el contrario, se acercan a su inmenso dolor desde el prejuicio. Para Elifaz, el prejuicio es de corte espiritualista o místico (4: 12-16); para Bildad, es la tradición religiosa (8: 8-10) y para Zofar es el dogma. Nadie escucha realmente a Job; nadie se interesa por ahondar en el sufrimiento que se extiende ante sus ojos; nadie muestra compasión. En realidad, todo queda reducido a un “Job, eres culpable –tienes que serlo porque así lo muestra la tradición, e dogma o mi experiencia mística– reconoce tu pecado y podrás salir de esta situación”. Para colmo, tras el primer ciclo de discursos, no se puede evitar tener el regusto amargo de que todos y cada uno de los amigos ha pretendido hablar en nombre de Dios (c. 3-14). Todo ello, por supuesto, sin ayudar lo más mínimo a Job y sin intentar siquiera comprenderlo.
El segundo ciclo de discursos es todavía más duro (c. 15-21) porque los tres amigos ahora no sólo intentan encajar a Job en sus prejuicios sino que incluso se atreven a decir que se merece lo que le sucede. Sólo en un momento de lucidez Job se confía a Dios pensando que es el único que puede ayudarlo (19: 23-29), pero incluso esa proclamación de Job es breve y efímera.
El tercer y último ciclo de discursos resulta aún más frustrante (c. 22-29). Los amigos de Job -Zofar ni siquiera se molesta en intentar ya refutarlo– carecen de razones para discutir y, bajo su palabrería, sólo hay violencia y falta de fuerza espirituales. El mismo Job discute menos que antes y clama más que nunca porque su dolor se le hace insoportable, porque está terriblemente solo y porque ha padecido los ataques de los que se supone que tendrían que respaldarlo.
Job sabe que hay gente malvada a la que le va bien (c. 23-24) mientras que a él, a pesar de su integridad, la desgracia no ha dejado de golpearlo. El capítulo 29 es un canto amargo a los viejos tiempos más prósperos que contrastan con el terrible presente (c. 30).
En el capítulo 31, Job incluso realiza un canto extraordinario a la integridad y a la sabiduría, pero, a la vez, todas las cuestiones que le atañen quedan en el aire. La religión –sea en forma tradicional, mística o dogmática– no ha dado respuesta a Job que sigue sumido en un dolor inmenso.
Textos recomendados: Capítulos 19 y capítulos 29, 30 y 31.

Fuente: Protestantedigital, 2015.