De los escasos textos que en el Antiguo Testamento citan directamente la palabra aborto se pueden señalar dos: Éxodo 23:26 y Oseas 9:14. Ambos pasajes son contrapuestos y al mismo tiempo complementarios, porque nos presentan las dos caras de una misma moneda, desprendiéndose de ellos la enseñanza de que la procreación que se consuma con el nacimiento es una bendición de Dios (‘…no habrá mujer que aborte, ni estéril en tu tierra…), mientras que la frustración de esa consumación es invocada como una sentencia terrible sobre un pueblo rebelde (‘Dales, oh Señor, lo que les has de dar; dales matriz que aborte y pechos enjutos’).
Hay que dar aquí una palabra de precaución, para no sacar la peligrosa y falsa conclusión de que todos los abortos naturales son consecuencia de la ira de Dios contra los padres. Éxodo y Oseas están hablando no de abortos producidos por causas naturales, sino de abortos producidos por causas judiciales, unas causas que están bien expuestas en esos libros.
El pasaje de Éxodo enseña que el control sobre el proceso de concepción y desarrollo que tiene lugar en el útero materno está bajo la supervisión de Dios, no del azar ni tampoco de la creencia supersticiosa en los dioses que adoraban algunos pueblos. Es decir, el Dios de Israel es soberano y ejerce su dominio sobre todos los aspectos de la vida, incluido también el de su fase inicial.
El pasaje de Oseas no puede ser más explícito al respecto, porque la referencia a la matriz y a los pechos alude a los dos órganos femeninos vitales para el proceso de concepción, desarrollo y alimentación de la nueva criatura. La imprecación es que la matriz no pueda dar a luz, pero en el caso de que pueda, que los pechos no puedan ser fuente de alimento, porque están secos. ¿Por qué el profeta lanza esta espantosa proclama contra Israel?
Oseas vivió en un tiempo en el que la nación estaba inmersa en una profunda degradación moral y espiritual, producto de la influencia cananea que cual levadura de maldad había corrompido el alma de la nación. Una de las palabras clave de su libro es fornicación, que en la lengua hebrea es la misma palabra que prostitución (lo mismo ocurre en griego). Nada menos que dieciocho veces aparece la palabra o sus derivados en ese corto libro, lo cual significa que en términos comparativos es el libro de la Biblia en el que más veces se encuentra, siendo solo superado por el libro de Ezequiel, aunque en este libro esa palabra casi está reducida a los capítulos 16 y 23, donde se describe la triste historia de las infidelidades de Jerusalén.
La prostitución se había apoderado de todos los estamentos de la nación y es sobre ese trasfondo sobre el que está entretejida la historia del sorprendente matrimonio que Dios le manda a Oseas que contraiga con una prostituta, para que comprenda lo que a Dios le supone haber contraído matrimonio espiritual con una nación que se ha vuelto una ramera.
Los ritos de fertilidad estaban esparcidos por doquier, especialmente en las cumbres de las colinas y al cobijo protector de árboles frondosos, como las encinas, para tapar en lo posible los vergonzosos actos que allí se llevaban a cabo. Las prostitutas sagradas tenían comercio sexual con quienes venían a esos santuarios a dar culto, de ahí el doble significado del término fornicación en Oseas: uno literal y físico y otro espiritual y moral.
De tales ritos de fertilidad la arqueología nos ha dejado abundantes muestras. Las figuras de arcilla de las diosas desnudas o de sus sacerdotisas, con sus atributos femeninos destacados y hasta exagerados, simbolizan tanto lo desmesurado de una sexualidad desordenada en una sociedad envilecida, como la creencia de que esas diosas eran quienes controlaban y garantizaban los ciclos reproductivos de la procreación. Así como en la mitología cananea dioses y diosas tenían comercio sexual unos con otros y procreaban, sus adoradores los emulaban en esos santuarios, invocando su protección sobre sus cosechas, ganados y familias.
Este era el estado de cosas extendido en Israel en el tiempo de Oseas (siglo VIII a. C.). Hicieron de la procreación un fin en sí mismo, usando medios perversos. No es extraño que Oseas invoque a Dios para que Israel sea humillado, de modo que se dé cuenta de que los ídolos nada pueden y tome conciencia de su pecado. Las consecuencias de su depravación se harán notar precisamente en aquellas esferas en las que ellos esperaban la intervención de las diosas y dioses de la fertilidad, como las cosechas: ‘La era y el lagar no los mantendrán y les fallará el mosto.’ (1), pero especialmente en lo referente a la procreación de hijos, pues ‘La gloria de Efraín volará cual ave, de modo que no habrá nacimientos, ni embarazos, ni concepciones.’ (2)
Así, de manera precisa, se especifican las tres fases vitales en los nueves meses de gestación: fecundación, embarazo y parto; fases que quedarán truncadas a causa de la apostasía de la nación. Y en el caso de que los nacidos salgan adelante la amenaza sigue su curso, porque ‘Y si llegaren a grandes sus hijos, los quitaré de entre los hombres…´ (3). El juicio de Dios sobre la nación se vuelve a reiterar una vez más en el ámbito doméstico, de manera que no hay tregua ni respiro: ‘…aunque engendren, yo mataré lo deseable de su vientre.’ (4). Es la dura lección para un pueblo trasgresor que atribuía a Baal y Asera la facultad de la procreación.
Ante este panorama ¿cómo puede alguien afirmar que la Biblia no tiene mucho que decir sobre el aborto, cuando vemos que en sus páginas es la expresión de algo catastrófico? Si esto es así ¿cómo no va a ser culpable una sociedad que lo practica y justifica deliberada y sistemáticamente?.
MÁS INFORMACIÓN
Esta serie es una respuesta al contenido de un artículo de Máximo García Ruiz sobre el aborto.
Artículos anteriores de esta serie:
1 Falacias sobre el aborto
2 Aborto y cristianismo del siglo III
3 Aborto y cristianismo en el siglo IV
4 Gregorio de Nisa y el aborto
5 Las ratio seminalis y el aborto
6 Antiguo Testamento y aborto
7 Aborto y defensa de los débiles
8 La simiente de la mujer y el aborto
(1) Oseas 9:2
(2) Oseas 9:11
(3) Oseas 9.12
(4) Oseas 9:16
*Wenceslao Calvo es conferenciante, predicador y pastor en una iglesia de Madrid
Fuente: © W. Calvo, ProtestanteDigital.com
Hay que dar aquí una palabra de precaución, para no sacar la peligrosa y falsa conclusión de que todos los abortos naturales son consecuencia de la ira de Dios contra los padres. Éxodo y Oseas están hablando no de abortos producidos por causas naturales, sino de abortos producidos por causas judiciales, unas causas que están bien expuestas en esos libros.
El pasaje de Éxodo enseña que el control sobre el proceso de concepción y desarrollo que tiene lugar en el útero materno está bajo la supervisión de Dios, no del azar ni tampoco de la creencia supersticiosa en los dioses que adoraban algunos pueblos. Es decir, el Dios de Israel es soberano y ejerce su dominio sobre todos los aspectos de la vida, incluido también el de su fase inicial.
El pasaje de Oseas no puede ser más explícito al respecto, porque la referencia a la matriz y a los pechos alude a los dos órganos femeninos vitales para el proceso de concepción, desarrollo y alimentación de la nueva criatura. La imprecación es que la matriz no pueda dar a luz, pero en el caso de que pueda, que los pechos no puedan ser fuente de alimento, porque están secos. ¿Por qué el profeta lanza esta espantosa proclama contra Israel?
Oseas vivió en un tiempo en el que la nación estaba inmersa en una profunda degradación moral y espiritual, producto de la influencia cananea que cual levadura de maldad había corrompido el alma de la nación. Una de las palabras clave de su libro es fornicación, que en la lengua hebrea es la misma palabra que prostitución (lo mismo ocurre en griego). Nada menos que dieciocho veces aparece la palabra o sus derivados en ese corto libro, lo cual significa que en términos comparativos es el libro de la Biblia en el que más veces se encuentra, siendo solo superado por el libro de Ezequiel, aunque en este libro esa palabra casi está reducida a los capítulos 16 y 23, donde se describe la triste historia de las infidelidades de Jerusalén.
La prostitución se había apoderado de todos los estamentos de la nación y es sobre ese trasfondo sobre el que está entretejida la historia del sorprendente matrimonio que Dios le manda a Oseas que contraiga con una prostituta, para que comprenda lo que a Dios le supone haber contraído matrimonio espiritual con una nación que se ha vuelto una ramera.
Los ritos de fertilidad estaban esparcidos por doquier, especialmente en las cumbres de las colinas y al cobijo protector de árboles frondosos, como las encinas, para tapar en lo posible los vergonzosos actos que allí se llevaban a cabo. Las prostitutas sagradas tenían comercio sexual con quienes venían a esos santuarios a dar culto, de ahí el doble significado del término fornicación en Oseas: uno literal y físico y otro espiritual y moral.
De tales ritos de fertilidad la arqueología nos ha dejado abundantes muestras. Las figuras de arcilla de las diosas desnudas o de sus sacerdotisas, con sus atributos femeninos destacados y hasta exagerados, simbolizan tanto lo desmesurado de una sexualidad desordenada en una sociedad envilecida, como la creencia de que esas diosas eran quienes controlaban y garantizaban los ciclos reproductivos de la procreación. Así como en la mitología cananea dioses y diosas tenían comercio sexual unos con otros y procreaban, sus adoradores los emulaban en esos santuarios, invocando su protección sobre sus cosechas, ganados y familias.
Este era el estado de cosas extendido en Israel en el tiempo de Oseas (siglo VIII a. C.). Hicieron de la procreación un fin en sí mismo, usando medios perversos. No es extraño que Oseas invoque a Dios para que Israel sea humillado, de modo que se dé cuenta de que los ídolos nada pueden y tome conciencia de su pecado. Las consecuencias de su depravación se harán notar precisamente en aquellas esferas en las que ellos esperaban la intervención de las diosas y dioses de la fertilidad, como las cosechas: ‘La era y el lagar no los mantendrán y les fallará el mosto.’ (1), pero especialmente en lo referente a la procreación de hijos, pues ‘La gloria de Efraín volará cual ave, de modo que no habrá nacimientos, ni embarazos, ni concepciones.’ (2)
Así, de manera precisa, se especifican las tres fases vitales en los nueves meses de gestación: fecundación, embarazo y parto; fases que quedarán truncadas a causa de la apostasía de la nación. Y en el caso de que los nacidos salgan adelante la amenaza sigue su curso, porque ‘Y si llegaren a grandes sus hijos, los quitaré de entre los hombres…´ (3). El juicio de Dios sobre la nación se vuelve a reiterar una vez más en el ámbito doméstico, de manera que no hay tregua ni respiro: ‘…aunque engendren, yo mataré lo deseable de su vientre.’ (4). Es la dura lección para un pueblo trasgresor que atribuía a Baal y Asera la facultad de la procreación.
Ante este panorama ¿cómo puede alguien afirmar que la Biblia no tiene mucho que decir sobre el aborto, cuando vemos que en sus páginas es la expresión de algo catastrófico? Si esto es así ¿cómo no va a ser culpable una sociedad que lo practica y justifica deliberada y sistemáticamente?.
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Esta serie es una respuesta al contenido de un artículo de Máximo García Ruiz sobre el aborto.
Artículos anteriores de esta serie:
1 Falacias sobre el aborto
2 Aborto y cristianismo del siglo III
3 Aborto y cristianismo en el siglo IV
4 Gregorio de Nisa y el aborto
5 Las ratio seminalis y el aborto
6 Antiguo Testamento y aborto
7 Aborto y defensa de los débiles
8 La simiente de la mujer y el aborto
(1) Oseas 9:2
(2) Oseas 9:11
(3) Oseas 9.12
(4) Oseas 9:16
*Wenceslao Calvo es conferenciante, predicador y pastor en una iglesia de Madrid
Fuente: © W. Calvo, ProtestanteDigital.com
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