Por. Pedro Gil, España*
Me produjo gran satisfacción recibir entre los documentos de trabajo y material de decisión a tomar en la pasada Asamblea Plenaria de FEREDE (Federación de Entidades Religiosas Evangélicas de España) uno muy significativo. Se trataba del Código Deontológico para cargos, personal y responsables de FEREDE, sus organismos autónomos y entidades dependientes de ésta.
En él se describe de forma clara la relevancia y repercusión que tienen las manifestaciones personales o no, de aquellos hermanos que han sido designados representantes de organismos evangélicos (excluyendo las iglesias). Este documento, a mi humilde parecer desarrolla de forma clara y concisa la forma en que han de comportarse y manifestar sus opiniones aquellos que tienen tras de sí una representatividad colegiada.
Es cierto que hay que “atar muy bien los machos” y cortar en cierta forma la libertad de expresión de estas personas, quienes en este caso han de saber que al aceptar su cargo y querer así servir a las iglesias que representan, han de ser prudentes, recoger en sí mismos sus opiniones personales y valorar sus pronunciamientos de forma previa a ser manifestados, sopesando los pros y los contras. En el caso que nos ocupa no se puede decir de todo en cualquier momento, los resultados pueden ser nefastos y sobre todo siempre se ha de ser altamente fiel a la pluralidad de pensamiento, eclesiología, interpretación doctrinal y praxis teológica de las iglesias que integran el organismo en el que son elegidos, porque a ellas se deben. Y esto pasa por que se comprenda que el uso de la libertad de expresión, ha de ser un uso compartido y regulado por la institución a la que representan y a la que han decidido servir.
Desde un rincón he estado leyendo antaño artículos de opinión personal firmados por el protagonista del actual debate en la prensa protestante, sobre éste asunto del aborto (ahora llamado sutil y postmodernamente interrupción voluntaria del embarazo) y sobre otros, especialmente me ha interesado mucho aquellos sobre la utopía del ecumenismo con la iglesia católica, (postmodernamente llamado ahora “diálogo interreligioso”). Créanme si les digo que esto ya lo veía venir hace varios años. La iglesia a la que pertenezco y de la que soy pastor no está adherida de forma directa al Consejo Evangélico de Madrid por razones muy diversas que ahora no valen la pena manifestar, si lo estamos de forma indirecta y comunitaria a través de la Comunidad Bautista de Madrid a la que pertenecemos, ya que ésta decidió en su día adherirse como agrupación de iglesias a aquella. Y les confieso que me he mordido los labios muchas veces porque quien me conoce, sabe que soy impulsivo, rápido de respuesta, aunque reconozco que en los ocho años de pastorado que llevo he tenido imperativamente que cambiar esta actitud. Pero ahora ya no puedo seguir callado. Porque quien ha expresado ahora sus opiniones personales también es un miembro de una iglesia bautista, antaño pastor, y ha ejercido altas responsabilidades en la denominación. Y él sabe mejor que nadie que no todos los que integramos la Unión Evangélica Bautista Española estamos de acuerdo con esta y otras muchas manifestaciones suyas, y que más bien por prudencia y cariño, hemos respetado desde la pluralidad y libertad de expresión. Espero que no se nos corte a todos por el mismo patrón, porque sería injusto y cruel. Sólo en esta cuestión, estoy de acuerdo con ese proceder, aunque hemos de admitir que siempre hay “daños colaterales” y salpicaduras que hemos de aguantar los demás sin merecerlo. Por ello apelaba antes a la responsabilidad en las manifestaciones que hacemos.
En una ocasión, fui en representación de la Comunidad Bautista de Madrid a retirar una donación de una Ambulancia a la concejalía de sanidad del Ayuntamiento de Fuenlabrada, un vehículo amortizado y que iba a ser de mucha utilidad en las Misiones Internacionales. Aceptando el obsequio de una Biblia, la concejala de Izquierda Unida me preguntó qué pensábamos sobre el papel de la mujer en la iglesia, allí estaban pendientes de mi respuesta algunos otros cargos políticos municipales; y antes de entrar en materia, dejé claro que mi opinión era personal, y que al no tener nuestras iglesias una uniformidad de criterio desde el punto de vista denominacional, (y en algunos casos dentro de la propia denominación evangélica) podría escuchar opiniones diferentes a las mías en boca de otros pastores, y que desde cada perspectiva, todas podían ser respetables aunque no compartidas. En ello estriba el enriquecimiento de la opinión divergente más que en el distanciamiento. A pesar de ello, le manifesté lo dicho por Pablo en Gálatas, de cuyo contenido no quiero extenderme aquí.
Otra dimensión en la que quiero ahondar en este artículo es la necesidad de apelar a nuestras conciencias como lideres evangélicos, responsables de congregaciones, ministros… en poner seriamente delante de nuestro Dios, de quien es la obra, cómo estamos designando a nuestros líderes en las instituciones que nos representan, qué criterios seguimos más allá de los meramente estatutarios.
Si miramos las normas y estatutos, sólo se nos habla de “buenas personas”, creyentes (¿de qué y en qué?), alguna que otra vez miramos la trayectoria de la persona en cuestión y a menudo estamos mal informados. Posiblemente nos relajamos y estamos tranquilos porque al menos el candidato es miembro de una iglesia evangélica de mas o menos reconocido prestigio. Y sin lugar a dudas muchas veces, por una mala interpretación de la doctrina de las fe y las obras, pensamos más en los profesantes que en los confesantes, cuando no nos deslumbran los títulos académicos de quienes habiendo renunciado al servicio, se han subido a los pedestales del pseudo saber mirando a los demás como inferiores a él mismo, en su burbuja elitista, como si de creyentes de primera, segunda o tercera categoría se tratase.
¡Nos está bien empleado! Tenemos lo que nos merecemos y muchas veces es la consecuencia de nuestra falta de responsabilidad al elegir a las personas la que nos lleva a tener consecuencias nefastas. Porque se supone que elegimos a las personas en función de quienes son, como se comportan y lo que suponemos de ellos. El Secretario General de la UEBE, todos los años coloca en su informe una frase peculiar que ya me sé de memoria: “pagamos un precio muy alto cuando designamos a personas que no son apropiadas”. Y nuestra denominación tiene mucha experiencia en este sentido, no somos los mejores, pero procuramos serlo cada vez más.
Y como quiera que mi interés es que éstas líneas incluyan una reflexión bíblica, permítanme que reproduzca así lo que escribí a propósito de mi breve servicio en la presidencia rotatoria de la novedosa y recién constituida comisión de nominaciones de la UEBE: Los discípulos se encontraban orando, tenían que cubrir la vacante de un nuevo discípulo, decidieron su perfil y además decidieron de entre quiénes tenían que buscarlo, así que todo estaba preparado, oraron a Dios para que mostrara su voluntad y posteriormente lo echaron a suertes, y así designaron a Matías. Así es como Hechos 1:21-26 nos relata el proceder de aquella comisión de nominaciones en los tiempos en que la iglesia cristiana nacía. La forma de elegir no fue lo importante, pudieron usar una taba, una moneda o qué se yo…lo importante es que oraron, y hubo consenso del Espíritu, que para mí es más importante que el consenso de los votos, y a las pruebas me remito. Siempre he deducido del pasaje de Efesios 4 que aquello que desune no puede ser del Espíritu.
La libertad de expresión está garantizada por la Constitución Española, pero como ha dicho el periodista Andoni Orrantia en La Vanguardia del día 19 de Abril pasado, a propósito de otras cuestiones, “no podemos olvidar que la libertad de expresión es un derecho y el sentido común, un deber”.
Ya es tarde para censurar, pedir dimisiones. Nunca procuramos tener medicina preventiva, más bien, nunca la hemos tenido como pueblo evangélico. Procuremos adelantarnos en saber elegir a nuestros representantes. No pretendo que estas lineas sean una panacea, sino una reflexión. Con mucho cariño.
*Pedro Gil Lloreda, es pastor en la Iglesia Evangélica Bautista de Getafe.
Pedro Gil es autor de este artículo en un medio ajeno a Protestante Digital
Fuente: © P.Gil, ProtestanteDigital.com.
Me produjo gran satisfacción recibir entre los documentos de trabajo y material de decisión a tomar en la pasada Asamblea Plenaria de FEREDE (Federación de Entidades Religiosas Evangélicas de España) uno muy significativo. Se trataba del Código Deontológico para cargos, personal y responsables de FEREDE, sus organismos autónomos y entidades dependientes de ésta.
En él se describe de forma clara la relevancia y repercusión que tienen las manifestaciones personales o no, de aquellos hermanos que han sido designados representantes de organismos evangélicos (excluyendo las iglesias). Este documento, a mi humilde parecer desarrolla de forma clara y concisa la forma en que han de comportarse y manifestar sus opiniones aquellos que tienen tras de sí una representatividad colegiada.
Es cierto que hay que “atar muy bien los machos” y cortar en cierta forma la libertad de expresión de estas personas, quienes en este caso han de saber que al aceptar su cargo y querer así servir a las iglesias que representan, han de ser prudentes, recoger en sí mismos sus opiniones personales y valorar sus pronunciamientos de forma previa a ser manifestados, sopesando los pros y los contras. En el caso que nos ocupa no se puede decir de todo en cualquier momento, los resultados pueden ser nefastos y sobre todo siempre se ha de ser altamente fiel a la pluralidad de pensamiento, eclesiología, interpretación doctrinal y praxis teológica de las iglesias que integran el organismo en el que son elegidos, porque a ellas se deben. Y esto pasa por que se comprenda que el uso de la libertad de expresión, ha de ser un uso compartido y regulado por la institución a la que representan y a la que han decidido servir.
Desde un rincón he estado leyendo antaño artículos de opinión personal firmados por el protagonista del actual debate en la prensa protestante, sobre éste asunto del aborto (ahora llamado sutil y postmodernamente interrupción voluntaria del embarazo) y sobre otros, especialmente me ha interesado mucho aquellos sobre la utopía del ecumenismo con la iglesia católica, (postmodernamente llamado ahora “diálogo interreligioso”). Créanme si les digo que esto ya lo veía venir hace varios años. La iglesia a la que pertenezco y de la que soy pastor no está adherida de forma directa al Consejo Evangélico de Madrid por razones muy diversas que ahora no valen la pena manifestar, si lo estamos de forma indirecta y comunitaria a través de la Comunidad Bautista de Madrid a la que pertenecemos, ya que ésta decidió en su día adherirse como agrupación de iglesias a aquella. Y les confieso que me he mordido los labios muchas veces porque quien me conoce, sabe que soy impulsivo, rápido de respuesta, aunque reconozco que en los ocho años de pastorado que llevo he tenido imperativamente que cambiar esta actitud. Pero ahora ya no puedo seguir callado. Porque quien ha expresado ahora sus opiniones personales también es un miembro de una iglesia bautista, antaño pastor, y ha ejercido altas responsabilidades en la denominación. Y él sabe mejor que nadie que no todos los que integramos la Unión Evangélica Bautista Española estamos de acuerdo con esta y otras muchas manifestaciones suyas, y que más bien por prudencia y cariño, hemos respetado desde la pluralidad y libertad de expresión. Espero que no se nos corte a todos por el mismo patrón, porque sería injusto y cruel. Sólo en esta cuestión, estoy de acuerdo con ese proceder, aunque hemos de admitir que siempre hay “daños colaterales” y salpicaduras que hemos de aguantar los demás sin merecerlo. Por ello apelaba antes a la responsabilidad en las manifestaciones que hacemos.
En una ocasión, fui en representación de la Comunidad Bautista de Madrid a retirar una donación de una Ambulancia a la concejalía de sanidad del Ayuntamiento de Fuenlabrada, un vehículo amortizado y que iba a ser de mucha utilidad en las Misiones Internacionales. Aceptando el obsequio de una Biblia, la concejala de Izquierda Unida me preguntó qué pensábamos sobre el papel de la mujer en la iglesia, allí estaban pendientes de mi respuesta algunos otros cargos políticos municipales; y antes de entrar en materia, dejé claro que mi opinión era personal, y que al no tener nuestras iglesias una uniformidad de criterio desde el punto de vista denominacional, (y en algunos casos dentro de la propia denominación evangélica) podría escuchar opiniones diferentes a las mías en boca de otros pastores, y que desde cada perspectiva, todas podían ser respetables aunque no compartidas. En ello estriba el enriquecimiento de la opinión divergente más que en el distanciamiento. A pesar de ello, le manifesté lo dicho por Pablo en Gálatas, de cuyo contenido no quiero extenderme aquí.
Otra dimensión en la que quiero ahondar en este artículo es la necesidad de apelar a nuestras conciencias como lideres evangélicos, responsables de congregaciones, ministros… en poner seriamente delante de nuestro Dios, de quien es la obra, cómo estamos designando a nuestros líderes en las instituciones que nos representan, qué criterios seguimos más allá de los meramente estatutarios.
Si miramos las normas y estatutos, sólo se nos habla de “buenas personas”, creyentes (¿de qué y en qué?), alguna que otra vez miramos la trayectoria de la persona en cuestión y a menudo estamos mal informados. Posiblemente nos relajamos y estamos tranquilos porque al menos el candidato es miembro de una iglesia evangélica de mas o menos reconocido prestigio. Y sin lugar a dudas muchas veces, por una mala interpretación de la doctrina de las fe y las obras, pensamos más en los profesantes que en los confesantes, cuando no nos deslumbran los títulos académicos de quienes habiendo renunciado al servicio, se han subido a los pedestales del pseudo saber mirando a los demás como inferiores a él mismo, en su burbuja elitista, como si de creyentes de primera, segunda o tercera categoría se tratase.
¡Nos está bien empleado! Tenemos lo que nos merecemos y muchas veces es la consecuencia de nuestra falta de responsabilidad al elegir a las personas la que nos lleva a tener consecuencias nefastas. Porque se supone que elegimos a las personas en función de quienes son, como se comportan y lo que suponemos de ellos. El Secretario General de la UEBE, todos los años coloca en su informe una frase peculiar que ya me sé de memoria: “pagamos un precio muy alto cuando designamos a personas que no son apropiadas”. Y nuestra denominación tiene mucha experiencia en este sentido, no somos los mejores, pero procuramos serlo cada vez más.
Y como quiera que mi interés es que éstas líneas incluyan una reflexión bíblica, permítanme que reproduzca así lo que escribí a propósito de mi breve servicio en la presidencia rotatoria de la novedosa y recién constituida comisión de nominaciones de la UEBE: Los discípulos se encontraban orando, tenían que cubrir la vacante de un nuevo discípulo, decidieron su perfil y además decidieron de entre quiénes tenían que buscarlo, así que todo estaba preparado, oraron a Dios para que mostrara su voluntad y posteriormente lo echaron a suertes, y así designaron a Matías. Así es como Hechos 1:21-26 nos relata el proceder de aquella comisión de nominaciones en los tiempos en que la iglesia cristiana nacía. La forma de elegir no fue lo importante, pudieron usar una taba, una moneda o qué se yo…lo importante es que oraron, y hubo consenso del Espíritu, que para mí es más importante que el consenso de los votos, y a las pruebas me remito. Siempre he deducido del pasaje de Efesios 4 que aquello que desune no puede ser del Espíritu.
La libertad de expresión está garantizada por la Constitución Española, pero como ha dicho el periodista Andoni Orrantia en La Vanguardia del día 19 de Abril pasado, a propósito de otras cuestiones, “no podemos olvidar que la libertad de expresión es un derecho y el sentido común, un deber”.
Ya es tarde para censurar, pedir dimisiones. Nunca procuramos tener medicina preventiva, más bien, nunca la hemos tenido como pueblo evangélico. Procuremos adelantarnos en saber elegir a nuestros representantes. No pretendo que estas lineas sean una panacea, sino una reflexión. Con mucho cariño.
*Pedro Gil Lloreda, es pastor en la Iglesia Evangélica Bautista de Getafe.
Pedro Gil es autor de este artículo en un medio ajeno a Protestante Digital
Fuente: © P.Gil, ProtestanteDigital.com.
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