Por. José Aurelio Paz
Uno mira al abismo y no ve nada. Solo oscuridad. Pero un imperceptible rayo puede penetrar la más profunda de las tinieblas y tocar la semilla. Es el momento exacto en que la luz hace el milagro.
Ella, la semilla, perpleja, siente estremecerse allá en lo oculto. Algo ha comenzado a romperse en su interior, pero de una manera dulce. Rasga, entonces, la tierra y enseña un punto verde que, después, permite estirar su primera hojita, y luego otra y otra, hasta que un robusto tallo comienza a mutar, de casi amarillo al verde, y asciende, en medio de la oscuridad cómplice, para llegar a la superficie y mostrar su flor.
Así comienza a nacer el hijo. Así nace la madre, esa cuna universal que nunca deja de mecernos; esos labios que no cesan en la multiplicidad de las nanas; latido que nos da sosiego hasta en los momentos más terribles, aunque ya no esté presente en su materialidad, porque como Lezama, digo que siempre es esa bahía en medio del naufragio.
Su piedad, ese perfume sagrado que ni los mejores perfumistas han logrado descubrir. Su entrega tiene el bouquet de la mansedumbre del roble, cuando se doblega a ser paredes de los odres para que el vino sea vino y no vinagre; la más viajera, según un poeta, porque vuela del botón de una camisa a otra camisa; la cancerbera del amor que abre las puertas secretas llevando escondidas, en su falda, todas las llaves de la vida. La cubre-francos predilecta de los ángeles.
“¡Me muero por volver a verte!”, dirán muchos desde una lejana geografía y los menos dichosos desde donde ya no hay mapa. Y es que su partida siempre está marcada a otro abismo donde el sol no llega, mas desde allí, también, instaura primavera en medio de la soledad que más duele.
¡Ah, ese pavor a quedarnos solos sin su aliento! La lluvia llueve dentro de los propios barquitos de mi infancia. Los cielos sin ella es cofre de fieltro vacío que ya no hace música para la diminuta bailarina. El beso, ya no es el beso, sino solo un simulacro en la estrategia cotidiana.
Banco de ternuras que nunca quiebra. Bolsa de valores que no fluctúa. Herencia de donde lo que sacamos se multiplica. Forja donde toda ternura de mujer se perfecciona.
¡Ah, las madres, esa suma de patrias personales que hacen una sola, amorosa y santa…!
¡Regálame una flor, te digo, que quiero sostenerla con el dolor de la alegría, para colocarla ante sus ojos, desde este altar de papel donde el amor le ofrenda sin límites!
Ver más noticias de José Aurelio PazUno mira al abismo y no ve nada. Solo oscuridad. Pero un imperceptible rayo puede penetrar la más profunda de las tinieblas y tocar la semilla. Es el momento exacto en que la luz hace el milagro.
Ella, la semilla, perpleja, siente estremecerse allá en lo oculto. Algo ha comenzado a romperse en su interior, pero de una manera dulce. Rasga, entonces, la tierra y enseña un punto verde que, después, permite estirar su primera hojita, y luego otra y otra, hasta que un robusto tallo comienza a mutar, de casi amarillo al verde, y asciende, en medio de la oscuridad cómplice, para llegar a la superficie y mostrar su flor.
Así comienza a nacer el hijo. Así nace la madre, esa cuna universal que nunca deja de mecernos; esos labios que no cesan en la multiplicidad de las nanas; latido que nos da sosiego hasta en los momentos más terribles, aunque ya no esté presente en su materialidad, porque como Lezama, digo que siempre es esa bahía en medio del naufragio.
Su piedad, ese perfume sagrado que ni los mejores perfumistas han logrado descubrir. Su entrega tiene el bouquet de la mansedumbre del roble, cuando se doblega a ser paredes de los odres para que el vino sea vino y no vinagre; la más viajera, según un poeta, porque vuela del botón de una camisa a otra camisa; la cancerbera del amor que abre las puertas secretas llevando escondidas, en su falda, todas las llaves de la vida. La cubre-francos predilecta de los ángeles.
“¡Me muero por volver a verte!”, dirán muchos desde una lejana geografía y los menos dichosos desde donde ya no hay mapa. Y es que su partida siempre está marcada a otro abismo donde el sol no llega, mas desde allí, también, instaura primavera en medio de la soledad que más duele.
¡Ah, ese pavor a quedarnos solos sin su aliento! La lluvia llueve dentro de los propios barquitos de mi infancia. Los cielos sin ella es cofre de fieltro vacío que ya no hace música para la diminuta bailarina. El beso, ya no es el beso, sino solo un simulacro en la estrategia cotidiana.
Banco de ternuras que nunca quiebra. Bolsa de valores que no fluctúa. Herencia de donde lo que sacamos se multiplica. Forja donde toda ternura de mujer se perfecciona.
¡Ah, las madres, esa suma de patrias personales que hacen una sola, amorosa y santa…!
¡Regálame una flor, te digo, que quiero sostenerla con el dolor de la alegría, para colocarla ante sus ojos, desde este altar de papel donde el amor le ofrenda sin límites!
Fuente: ALCNOTICIAS
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Al realizar un comentario, esperamos que el mismo sea proactivo y no reactivo. Evitemos comentarios despectivos y descalificativos que en nada ayuda. ¡Sos inteligente y sabe lo que digo!