lunes, 10 de mayo de 2010

José Emilio Pacheco, Premio Cervantes

Por. Cervantes-Ortiz, México*
Para Carlos Mondragón, por su amistad y compañerismo sinceros

Con la obtención del consagratorio premio literario que recibió en estos días en España y la consiguiente publicación de toda su obra en ese país (Tarde o temprano, Tusquets), la figura de José Emilio Pacheco se coloca, por fin, a la altura de otros escritores mexicanos que lo obtuvieron antes: Octavio Paz, Carlos Fuentes y Sergio Pitol, todos amigos suyos y sobre quienes ha escrito en algún momento palabras elogiosas.
Y es que si algo puede decirse del flamante Premio Cervantes es que, a despecho de las polémicas en las que se ha visto envuelto sin proponérselo, la aparente corrección política y literaria de Pacheco no es más que una ficción, pues sus observaciones críticas, vertidas en miles de notas breves y ensayos, son agudas y generosas al mismo tiempo.
A principios de los años 90, algunos estudiosos de la literatura mexicana se preguntaban por el estilo cada vez más directo de la poesía pachequiana y llegaban a conclusiones prematuras acerca de su “incomprensible” necesidad por asumir un lenguaje civil o de denuncia de algunos comportamientos sociales.
En ese sentido, el poeta y traductor Gerardo Deniz, se solazó en citar un verso de Alfonso Reyes (“la vocecita no deja de llorar”) para referirse a las maneras expresivas de Pacheco. Le parecía un exceso tener que soportar tanto “lamento” y “lloriqueo” por el paso del tiempo, por la contaminación ambiental, etcétera… Pero lo cierto es que se ha comprobado la autenticidad de la voz poética de Pacheco, incluso en esos supuestos “deslices retóricos” que han sido reconocidos como parte de una tendencia muy clara en la lírica mexicana actual.
Él mismo explica esta orientación en su escritura en una charla publicada por Letras Libres, algo tendenciosa:
Dar testimonio a partir de los grandes acontecimientos históricos o de los aparentemente nimios en la biografía de un hombre cualquiera es una impronta de tus narraciones, poemas y artículos. Pero ¿quién testimonia por el testigo, como sugería Paul Celan? ¿Quién testimonia por ti?
Por mí sólo pueden testimoniar, para absolverme o condenarme, mis propios escritos que no tienen la menor pretensión a este respecto. Escribo lo que puedo y todo está determinado por el año atroz de mi nacimiento: 1939. Es increíble todo lo que he visto desaparecer, por ejemplo la ciudad de México. Me alegra que muchos jóvenes rechacen la piedra funeraria que me oprimió por muchos años: la de ser un escritor “nostálgico”.
La nostalgia es la invención de un falso pasado. A ella se opone la mirada crítica. Estoy en contra de la idealización de lo vivido pero totalmente a favor de la memoria.(1)
Al afirmar, cuando se enteró de la obtención del premio, que ni siquiera es el mejor poeta de su barrio, pues cerca de su casa viven el poeta argentino Juan Gelman, reciente Premio Cervantes también, y Alberto Blanco, uno de los más conocidos poetas de los 50, su siempre modesta manera de ver las cosas salió a flote una vez más.
Reacio a las entrevistas durante mucho tiempo, tuvo que dar su brazo a torcer y ahora ha concedido varias al no poder evadir los reflectores. Su texto “Ovidio en el iPod” es uno de los que muestra con claridad el esfuerzo de este poeta un tanto solitario por adaptarse al estilo de vida posmoderno, pero al mismo tiempo evidencia su profundo amor por la poesía, género en el que, sin duda, se ha sabido expresar con mayor intensidad. Allí escribió, de manera fragmentaria, cosas como éstas:
Celebro todas las formas electrónicas, escénicas o gráficas en que se difunde, pero aquí hablo de la poesía como de un arte íntimo, algo que se escribe en la soledad y se lee en el silencio para lograr así la comunicación más honda que pueda establecerse entre dos seres humanos. Leo, es decir, le doy a dos versos de Job mi voz interior, la que nadie podrá escuchar nunca,
Pues nosotros somos de ayer y nada sabemos
y nuestros días en la Tierra son como sombra. […]
Más paradojas y extrañezas: Nadie, se supone, lee poesía y, con todo, no hay nadie que en algún momento de su vida no haya escrito algunos versos. En cambio, muy pocas personas han hecho novelas o sinfonías o pinturas murales. Si pregunto a quienes me rodean la respuesta más previsible es: “No me interesa para nada. Desde que salí de la escuela jamás he vuelto a leer un poema. No tiene que ver con mi vida.”
Quien lo dice, o bien se conmueve con el Himno Nacional o pasa muchas horas de su vida conectado a audífonos que trasmiten desde su iPod, si no poesía en sentido estricto, al menos versos que se ciñen a la música. Esas letras sí son memorables y memorizables y se llevan by heart, par coeur toda la vida.(2)
Para celebrar sus 70 años, en 2009 publicó dos libros: La edad de las tinieblas y Como la lluvia. El primero, recopilación de 50 poemas en prosa, y el segundo, continuación de su larga trayectoria iniciada con Los elementos de la noche (1963). Al tono anti-celebratorio de su poema más famoso, “Alta traición” (No amo mi patria/ Su fulgor abstracto/ es inasible./ Pero (aunque suene mal)/ daría la vida/ por diez lugares suyos,/ cierta gente,/ puertos, bosques de pinos,/ fortalezas,/ una ciudad deshecha,/ gris, monstruosa,/ varias figuras de su historia,/ montañas/ -y tres o cuatro ríos.), hay que agregar la vertiente bíblica, señalada por quien escribe estas líneas en varias oportunidades, es una de las facetas menos publicitadas de su trabajo, pues buena parte del lenguaje que ha desarrollado unos 20 años atrás procede, bien visto, de su asimilación del estilo profético-apocalíptico, palpable en poemas como “Caín”:

Su nombre es testimonio de la Caída:
Caín el can de la corrupción,
el perro rabioso
que la tribu mata a pedradas.
Caín, la propiedad, el poder, la soberbia.
Caín, la cárcel
del vulnerable cuerpo afligido
por el ansia de herir y dar la muerte. […]
(Pero la sangre clamará venganza.) […]
Caín, el canalla. Caín el cáncer
de la doliente humanidad que con él nacía.
Caín carnicero.
Caín el caos que reemplazó al paraíso. […]
Caín nuestro padre.
El fundador de las ciudades.(3)

Testigo moral de la barbarie de nuestro tiempo y sin caer en la tentación de escribir una literatura “confesional”, Pacheco ha producido una obra que le sobrevivirá por mucho tiempo, aun contra sus deseos.(4)

NOTAS
(1) Hernán Bravo Varela, “Nuevo elogio de la fugacidad. Una conversación con José Emilio Pacheco”, en Letras Libres, junio de 2009, www.letraslibres.com/index.php?art=13845.
(2) J.E. Pacheco, “Ovidio en el iPod”, en Letras Libres, enero de 2008, www.letraslibres.com/index.php?art=12602
(3) J.E. Pacheco, “Caín”, en Miro la tierra. México, Era, 1986, pp. 54-55.
(4) Cf. L. Cervantes-O., “El lenguaje bíblico en la poesía de José Emilio Paacheco”, en Letralia, núm. 213, 6 de julio de 2009, www.letralia.com/213/ensayo01.htm.

*Cervantes-Ortiz es escritor, médico, teólogo y poeta mexicano.

Fuente: © L. Cervantes-Ortiz, ProtestanteDigital.com (España

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