Mamá, aunque tú no quisiste que naciera, yo no puedo dejar de decirte “mamá”...
Te escribo desde el cielo para explicarte lo feliz que yo estaba desde que comencé a vivir en tu vientre... Yo deseaba nacer para conocerte, pensaba que algún día llegaría a ser un niño alegre, soñaba con ir a la escuela y ser un hombre importante, yo creía que cuando se cumplieran los nueve meses de estar junto a tu corazón y naciera, todos se iban a alegrar en la casa con mi nacimiento.
Pero tú no pensabas igual que yo, ¿verdad mamá? Y un día, cuando yo estaba tan contento junto a tu corazón, sentí algo tan extraño que no sabría explicártelo, algo que me hizo temblar: ¡sentí que me quitaban la vida...! Yo quise defenderme, mamá, pero no pude; era tan chiquito y tan débil que no tuve fuerzas ni para quejarme... La muerte criminal me sorprendió cuando yo jugaba contento en tu vientre y pensaba en nacer para quererte...
Entonces, no llegué a saber quién me quitó la vida. Dime tú mamá, ¿quién podría atreverse a entrar dentro de ti, donde yo estaba, para matarme...?, ¿quién sabía que yo estaba allí tan guardadito...?, ¿quién fue, mamá...?, ¿dónde estabas tú, que no me defendiste...?
No sé lo que llegué a pensar... Perdóname, mamá, pero por un momento pensé que sólo pudiste ser tú... Pero, no; perdona, perdona mi mal pensamiento... ¿Cómo iba yo a comprender que una mamá matara a su propio hijo tan pequeñito e indefenso...? No podía pensar que pudiera estorbar un hijo, cuando en la casa no estorban ni el gato ni el televisor.
Ahora, mamá, ya lo sé todo. Estoy aquí en otro mundo, y un compañerito mío —que tuvo igual fortuna que yo— me ha asegurado que sí fuiste tú, porque dice él que hay madres que matan a sus hijos antes de nacer.
Mamá, ¿cómo puede ser esto...?, ¿cómo pudiste matarme...?, ¿pensabas, acaso, comprar la nevera con los gastos que yo ocasionaría, o te avergonzabas de mí porque yo no era hijo de tu esposo...?, ¿alguien te aconsejó y escuchaste su consejo más que a tu corazón...? ¡Yo tenía tantas ilusiones... y tú me las quitaste todas! Yo pude ser ingeniero, o médico, o poeta..., pero tú me lo quitaste todo.
¿Sabes una cosa, mamá? Ayer estuve hablando con Dios y le pedí por favor que me aclarara la verdad sobre mi muerte... Él me abrazó con cariño y me dijo tantas cosas..., las palabras más alentadoras que jamás he escuchado.
Me dijo también que sólo Él es el dueño de la vida y nadie tiene poder para quitarla... Por mis ojos caían ríos de lágrimas, pero Dios me estrechó contra su pecho y me dijo tiernamente: “pequeñito mío, si tú no tienes madre, yo seré para ti tu padre y tu madre...”
Mi mamá de la tierra me rechazó, pero ahora tengo a Dios como padre y madre en el cielo.
Mamá, me despido de ti con mucho cariño, pidiéndote que te arrepientas de lo que hiciste conmigo. Confiesa tu pecado y no vuelvas a hacerlo más.
Te lo pide... tu hijo que nunca nació.
Te escribo desde el cielo para explicarte lo feliz que yo estaba desde que comencé a vivir en tu vientre... Yo deseaba nacer para conocerte, pensaba que algún día llegaría a ser un niño alegre, soñaba con ir a la escuela y ser un hombre importante, yo creía que cuando se cumplieran los nueve meses de estar junto a tu corazón y naciera, todos se iban a alegrar en la casa con mi nacimiento.
Pero tú no pensabas igual que yo, ¿verdad mamá? Y un día, cuando yo estaba tan contento junto a tu corazón, sentí algo tan extraño que no sabría explicártelo, algo que me hizo temblar: ¡sentí que me quitaban la vida...! Yo quise defenderme, mamá, pero no pude; era tan chiquito y tan débil que no tuve fuerzas ni para quejarme... La muerte criminal me sorprendió cuando yo jugaba contento en tu vientre y pensaba en nacer para quererte...
Entonces, no llegué a saber quién me quitó la vida. Dime tú mamá, ¿quién podría atreverse a entrar dentro de ti, donde yo estaba, para matarme...?, ¿quién sabía que yo estaba allí tan guardadito...?, ¿quién fue, mamá...?, ¿dónde estabas tú, que no me defendiste...?
No sé lo que llegué a pensar... Perdóname, mamá, pero por un momento pensé que sólo pudiste ser tú... Pero, no; perdona, perdona mi mal pensamiento... ¿Cómo iba yo a comprender que una mamá matara a su propio hijo tan pequeñito e indefenso...? No podía pensar que pudiera estorbar un hijo, cuando en la casa no estorban ni el gato ni el televisor.
Ahora, mamá, ya lo sé todo. Estoy aquí en otro mundo, y un compañerito mío —que tuvo igual fortuna que yo— me ha asegurado que sí fuiste tú, porque dice él que hay madres que matan a sus hijos antes de nacer.
Mamá, ¿cómo puede ser esto...?, ¿cómo pudiste matarme...?, ¿pensabas, acaso, comprar la nevera con los gastos que yo ocasionaría, o te avergonzabas de mí porque yo no era hijo de tu esposo...?, ¿alguien te aconsejó y escuchaste su consejo más que a tu corazón...? ¡Yo tenía tantas ilusiones... y tú me las quitaste todas! Yo pude ser ingeniero, o médico, o poeta..., pero tú me lo quitaste todo.
¿Sabes una cosa, mamá? Ayer estuve hablando con Dios y le pedí por favor que me aclarara la verdad sobre mi muerte... Él me abrazó con cariño y me dijo tantas cosas..., las palabras más alentadoras que jamás he escuchado.
Me dijo también que sólo Él es el dueño de la vida y nadie tiene poder para quitarla... Por mis ojos caían ríos de lágrimas, pero Dios me estrechó contra su pecho y me dijo tiernamente: “pequeñito mío, si tú no tienes madre, yo seré para ti tu padre y tu madre...”
Mi mamá de la tierra me rechazó, pero ahora tengo a Dios como padre y madre en el cielo.
Mamá, me despido de ti con mucho cariño, pidiéndote que te arrepientas de lo que hiciste conmigo. Confiesa tu pecado y no vuelvas a hacerlo más.
Te lo pide... tu hijo que nunca nació.
Fuente: Autor desconocido
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