Por. J.A. Monroy, España*
La semana pasada me referí a la carta que el Cristo resucitado y ascendido a su hogar espiritual dirigió a la Iglesia en Filadelfia. Allí había un mensaje de esperanza. En la que escribe a la Iglesia de Laodicea hay una reprensión por la mediocridad espiritual que vivían sus miembros.
Con la Iglesia en Laodicea Cristo se muestra muy severo.
Era una ciudad rica, muy industrial y un centro financiero.
Hablándoles de cosas que ellos conocían, Cristo les hace tres advertencias respecto a su comportamiento cristiano:
Ellos se creían ricos, porque vivían en una ciudad rica, y Cristo les dice que eran desventurados, miserables, pobres ciegos y desnudos. (Apocalipsis 3:17).
En Laodicea se producía una lana negra que era muy apreciada y costosa. Cristo les dice que en lugar de aquella lana que se procuren las vestiduras blancas de la santidad.
En Laodicea se producía un colirio especial que era exportado a todo el imperio. Cristo les sugiere que apliquen a su visión el colirio espiritual que les permita conocer su verdadera situación.
Refiriéndose al comportamiento cristiano de los miembros de la Iglesia, Jesús censura su mediocridad. No eran fríos ni calientes: “Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca”. (Apocalipsis 3:15,16)..
Este estado espiritual es el peor, porque en él no se sienten los remordimientos de conciencia.
Casi al final de la carta a esta Iglesia encontramos unas palabras terribles: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo” (Apocalipsis 3:20).
¿Cómo es posible que Cristo tenga que llamar a las puertas de una Iglesia para que le dejen entrar?
¿Cómo es posible que una Iglesia deje a Cristo fuera de sus puertas?
¿Cómo es posible que una Iglesia rehuya tener comunión con Cristo mediante el simbolismo de la cena?
¿Qué culpa tienen los miembros que permiten una Iglesia en estas condiciones?
Todo esto puede llevarnos a pensar que para los cristianos de Laodicea no había esperanzas. Pero no es así.
Con una voz que debió vibrar de emoción, Cristo les dice: “Yo reprendo y castigo a todos los que amo” (Apocalipsis 3:19).
Cristo quiere que nuestro comportamiento espiritual sea lo mejor posible. Con todo, El nunca deja de amarnos. Y en su amor está nuestra esperanza.
*J.A. Monroy es escritor y conferenciante internacional.
Fuente: © J.A. Monroy, ProtestanteDigital.com (España, 2010).
La semana pasada me referí a la carta que el Cristo resucitado y ascendido a su hogar espiritual dirigió a la Iglesia en Filadelfia. Allí había un mensaje de esperanza. En la que escribe a la Iglesia de Laodicea hay una reprensión por la mediocridad espiritual que vivían sus miembros.
Con la Iglesia en Laodicea Cristo se muestra muy severo.
Era una ciudad rica, muy industrial y un centro financiero.
Hablándoles de cosas que ellos conocían, Cristo les hace tres advertencias respecto a su comportamiento cristiano:
Ellos se creían ricos, porque vivían en una ciudad rica, y Cristo les dice que eran desventurados, miserables, pobres ciegos y desnudos. (Apocalipsis 3:17).
En Laodicea se producía una lana negra que era muy apreciada y costosa. Cristo les dice que en lugar de aquella lana que se procuren las vestiduras blancas de la santidad.
En Laodicea se producía un colirio especial que era exportado a todo el imperio. Cristo les sugiere que apliquen a su visión el colirio espiritual que les permita conocer su verdadera situación.
Refiriéndose al comportamiento cristiano de los miembros de la Iglesia, Jesús censura su mediocridad. No eran fríos ni calientes: “Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca”. (Apocalipsis 3:15,16)..
Este estado espiritual es el peor, porque en él no se sienten los remordimientos de conciencia.
Casi al final de la carta a esta Iglesia encontramos unas palabras terribles: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo” (Apocalipsis 3:20).
¿Cómo es posible que Cristo tenga que llamar a las puertas de una Iglesia para que le dejen entrar?
¿Cómo es posible que una Iglesia deje a Cristo fuera de sus puertas?
¿Cómo es posible que una Iglesia rehuya tener comunión con Cristo mediante el simbolismo de la cena?
¿Qué culpa tienen los miembros que permiten una Iglesia en estas condiciones?
Todo esto puede llevarnos a pensar que para los cristianos de Laodicea no había esperanzas. Pero no es así.
Con una voz que debió vibrar de emoción, Cristo les dice: “Yo reprendo y castigo a todos los que amo” (Apocalipsis 3:19).
Cristo quiere que nuestro comportamiento espiritual sea lo mejor posible. Con todo, El nunca deja de amarnos. Y en su amor está nuestra esperanza.
*J.A. Monroy es escritor y conferenciante internacional.
Fuente: © J.A. Monroy, ProtestanteDigital.com (España, 2010).
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