martes, 28 de septiembre de 2010

Laicidad, Iglesias y Bicentenario en México

Por. Leopoldo Cervantes-Ortiz, México*

Ante las descalificaciones del Estado laico en México proferidas en lenguaje coloquial (y casi vulgar) por Onésimo Cepeda, obispo de Ecatepec, el escritor Fernando del Paso reaccionó elocuentemente, una vez más, para refutarlo sin mencionar su nombre. Del Paso ya había contestado las palabras del obispo de Guadalajara acerca de la aprobación de los matrimonios entre personas del mismo sexo por parte de la Suprema Corte de Justicia mediante un poema publicado en la primera plana de un diario nacional. [1] Ahora, publicó un texto que lleva por título “El Estado laico no necesita el perdón de Dios”, en donde responde puntualmente a los nuevos exabruptos episcopales. Lo primero que hace Del Paso es puntualizar algunas definiciones laicas:
La diferencia entre pecado y delito es una de las tres principales características del laicismo, tal como las plantea el brillante filósofo español Fernando Savater en su libro La vida eterna. Las otras son:
La segunda: “En la sociedad laica tienen acogida las creencias religiosas en cuanto derecho de quienes las asumen, pero no como deber que pueda imponerse a nadie”. Esto quiere decir que, en un régimen laico, como el nuestro, el Estado se erige en protector de todas las religiones, concede a todos sus ciudadanos la libertad ejercer cualquiera de ellas y, al mismo tiempo, no puede imponer ninguna religión sobre las demás. De esta libertad goza incluso el presidente de la República, que puede ser católico, protestante, judío o ateo. Sólo se le pide, en caso de ser religioso, que practique su fe con discreción. Y así, con una sola y lamentable excepción, lo han hecho, desde hace más de medio siglo, los presidentes mexicanos que han sabido respetar al laicismo como una de las conquistas del Estado democrático... [2]
Y es que muchos políticos se han quejado de la tibia respuesta del gobierno a las críticas del episcopado, e incluso desde el propio partido en el poder han respondido los ataques, [3] pues todo esto forma parte de una nueva andanada de críticas, a la luz de los festejos del bicentenario de la Independencia. El Episcopado mexicano calificó como “pecado” no sumarse a ellos [4] y, además, divulgó la carta pastoral Conmemorar nuestra historia desde la fe para comprometernos con nuestra patria, en cuyo anuncio se cuestionó severamente la forma en que se ha aplicado la laicidad desde los gobiernos. Con ello puede advertirse que el debate está muy lejos de terminar y que ha entrado a otra etapa. [5] El nuevo ingrediente lo constituye precisamente la relectura de la historia nacional que las cúpulas católicas se empeñan en contradecirle al régimen, aun cuando en los dos últimos sexenios éste se ha alineado bastante con esas posturas, pues los dos últimos presidentes abiertamente han hecho gala de su fe.
El documento (cuyo objetivo principal es “descubrir, junto con todos los mexicanos, los valores y límites de nuestra historia”, parágrafo 2, p. 4), hace una serie de puntualizaciones históricas sobre el papel de la Iglesia Católica en las luchas de independencia y revolución (sección II), y observa que existe una “paradoja que nos ha caracterizado durante muchos años, […] la de un pueblo mayoritariamente católico al que se le trata de impedir su expresión más profunda” (parágrafo 19, p. 11), con lo que reincide en hablar unívocamente del catolicismo como componente esencial de la identidad nacional, a pesar de que dedica el parágrafo 73 para hablar de la pluralidad cultural del país (p. 29).
Por otro lado, afirma que nuestro sistema educativo está marcado por un laicismo mal entendido, que deja de lado los valores humanos universales como si se tratara de aspectos confesionales. Esta realidad tiene implicaciones graves, pues si no es capaz de reconocer valores universales, mucho menos tiene la posibilidad de comprender las realidades trascendentes del hombre, proyectadas en la cultura que nos caracteriza, y en concordancia con la trayectoria familiar de muchos de nuestros estudiantes. El sistema educativo mexicano ha convertido al laicismo en un instrumento ideológico que pasa por encima del derecho de los padres a la educación de sus hijos y no respeta las raíces culturales más nobles de nuestro pueblo. Es necesario que la educación laica se convierta en una verdadera escuela de respeto y valoración a las diferencias culturales y religiosas que nos caracterizan (parágrafo 125, p. 42, énfasis agregado).
Todo ello en función de que “algunos grupos identificados con un laicismo radical” amenazan a “nuestra cultura” en su intento por eliminar “toda referencia o relación con Dios” (parágrafo 77, p. 29). Y agrega: “El laicismo que se manifiesta de manera amenazante contra la religión no debe tener cabida en una sociedad respetuosa del Derecho, amante de la libertad y verdaderamente democrática.
No hay enemigo más peligroso del Estado laico que el laicismo intolerante que busca disminuir libertades y restringir espacios de expresión (parágrafo 79, p. 30, énfasis agregado). Además, reclama “la vigencia completa del derecho humano a la libertad religiosa, la cual no debe ser interpretada jamás como una búsqueda de privilegios por parte de ninguna confesión” (parágrafo 81, p. 30).
De ahí que Del Paso, al referirse al tema educativo señala:
El Estado laico mexicano no le prohíbe a la Iglesia católica la enseñanza de la religión. No le prohíbe, a ningún padre de familia, que le enseñe a sus hijos a ser católicos. México siempre ha permitido la enseñanza religiosa en las escuelas privadas.
Y, si se alega que sólo los niños de padres en buenas condiciones económicas pueden asistir a las escuelas privadas, la Iglesia católica tiene en México la absoluta libertad –como la tienen todas las otras iglesias– de proporcionar enseñanza religiosa a los niños de familias con escasos recursos pecuniarios en los días y horarios que no interfieran con los de las escuelas públicas, y en los locales que disponga (Idem).
Porque la carta pastoral insiste en la necesidad de una “laicidad positiva” (parágrafo 22, p. 12) que permita una mejor convivencia entre la Iglesia y el Estado, de ahí que “es tan importante que la vida pública de nuestra Nación esté regulada por un auténtico sentido de laicidad, es decir, por la responsabilidad del Estado y de la sociedad para reconocer e impulsar el derecho de todos los ciudadanos a vivir, en lo privado y en lo público conforme a sus convicciones de conciencia en materia religiosa, con entera libertad” (parágrafo 78, p. 30). El parágrafo 82 concluye, de manera inesperada, con el ofrecimiento de que la Iglesia Católica está dispuesta a participar en la consolidación del Estado laico, luego de una serie de argumentos que suenan muy conciliatorios, aunque sin abandonar nunca el tono admonitorio tradicional, sobre todo al insistir en que el país no experimenta una auténtica libertad religiosa, que es el discurso de batalla de las jerarquías católicas desde 1992, como mínimo, pues desde que se aprobó el reconocimiento de las iglesias como asociaciones religiosas, este discurso no ha variado mucho:
Para que el derecho humano a la libertad religiosa pueda ejercerse conforme a la justicia y a la libertad debe existir una sana separación entre el Estado y la Iglesia. Esta separación no sólo es un beneficio para el Estado, sino que es una exigencia constitutiva de la propia Iglesia [algo impensable en otras épocas], que en la actualidad es particularmente consciente de su legítima autonomía y de su diverso ámbito de competencia. La separación entre el Estado y la Iglesia no implica desconocimiento o falta de colaboración entre ambas instituciones. Al contrario, somos particularmente conscientes de que el Estado y la Iglesia, cada uno a su modo, deben encontrar caminos de colaboración que les permitan servir a las personas y a las comunidades. […] La Iglesia Católica en México, de este modo, se compromete a participar en la construcción de un auténtico Estado laico, garante de libertades y respetuoso de los derechos de todos por igual (pp. 30-31, énfasis agregado).
“Legítima autonomía”, “diverso ámbito de competencia”, “caminos de colaboración”, “responsabilidad compartida”: se trata, nada menos, que del discurso sobre la laicidad en labios de un catolicismo semi-integrista, permanentemente aferrado a los privilegios de la época colonial, más allá de que el lenguaje en plural (“iglesias”) le sigue resultando muy ajeno al Episcopado mexicano, por tradición y convicción claramente inmutables. Ninguna mención a las demás comunidades cristianas: no existen ni tienen importancia porque han violentado, según este abordaje, el dogma de la identidad nacional al rechazar el monopolio guadalupano, razón de ser de la existencia del país: “…fue el Acontecimiento Guadalupano, el encuentro y diálogo de Santa María con el indígena Juan Diego, el que obtuvo un eco más profundo en el alma del pueblo naciente, cualitativamente nuevo, fruto de la gracia que asume, purifica y plenifica el devenir de la historia. […] Es un acontecimiento fundante de nuestra identidad nacional” (“Evangelización y ‘Acontecimiento Guadalupano’”, parágrafo, 11, pp. 8-9, énfasis agregado).
Por todo eso, en la segunda parte de su texto, con un tono más agresivo, y respondiendo a la pregunta sobre qué tan laico es el Estado mexicano, Del Paso fustiga los privilegios que, con todo, sigue detentando tiene la Iglesia Católica, aun cuando nunca parece creer que son suficientes:
En México, en el Estado laico mexicano, la Iglesia católica está exenta de pagar impuestos. No paga impuesto sobre la renta. No paga IETU. No tiene, siquiera, la obligación de hacer una declaración fiscal anual. Y este extraordinario privilegio, una de las tantas, quizás la peor de las varias aberraciones del sistema tributario mexicano, no fue concedido por un gobierno panista. Viene de lejos.
Esto quiere decir que la Iglesia mexicana, de todos esos inmensos ingresos destinados a engordar las arcas del Vaticano y las suyas propias, no dispone de un solo centavo destinado a enriquecer el erario nacional.
Quiere decir que la Iglesia no participa, ni con una décima de centavo, en la lucha contra la inseguridad y el crimen.
Que la Iglesia no contribuye, ni con una centésima de centavo, a la educación del pueblo mexicano.
Que la Iglesia, que con sus ingresos le alcanza y sobra para pagar los jugosos salarios de sus obispos, arzobispos y cardenales, sus palacetes, sus viajes a Roma, sus automóviles y sus choferes, sus inscripciones en los clubes de golf, no colabora, ni con la milésima de un centavo, a la salud del pueblo mexicano.
Y quiere decir que el Estado mexicano financia, cuando menos en una tercera parte, todos los gastos de la Iglesia mexicana. Quiere decir que el Estado que se llama laico, es sólo laico a medias.
Y esto es una desgracia para México. Esto es corrupción. Corrupción de la Iglesia y corrupción del Estado. Equivale a un soborno que el Estado le paga a Iglesia para tenerla tranquila y callada. [6]
Como se ve, las cosas en realidad no han variado mucho, pero los intereses de los grupos religiosos se pueden acomodar según corran los vientos: ahora es políticamente correcto aprobar la laicidad, aunque una que esté hecha más a modo, y así el maridaje en el que el Estado también ha obtenido beneficios no se cuestiona en su radical impunidad, pues como escribe Del Paso, la corrupción puede campear hacia ambos lados: “yo te doy, tú me das…”, indefinidamente. Hacen falta más lecturas alternativas de la historia de la laicidad, de la forma en que la asumen y la promueven, tanto el Estado como las iglesias, para que la sociedad, principal destinataria de los cambios, experimente las consecuencias de éstos.
Y qué decir de las demás iglesias, algunas de las cuales lo único que hacen es, gracias a la cooptación de la que han sido objeto sus dirigentes auto-habilitados, servir de eco a los discursos oficiales, como se evidenció en el evento celebrado el 17 de agosto en el Auditorio Nacional (“Un regalo del cielo para México”) en donde únicamente se “respondió a la invitación del Presidente de la República” y se demuestra, una vez más, la ausencia de un discurso propio o de propuestas de análisis a la altura de las circunstancias. En esa ocasión, el director de la Sociedad Bíblica de México recordó la reunión de él y otros líderes con Felipe Calderón:
Nos hizo una cordial invitación para unirnos a las celebraciones patrias. […] Voces comentaron que no hay nada que celebrar, que el país no está para fiestas, porque las metas por las que surgieron estos movimientos se perdieron en el tiempo.
Sin caer en triunfalismos, como cristianos debemos recordar estas gestas heroicas y a los héroes que nos dieron patria y libertad, porque de esos movimientos surgieron las leyes que nos dan pleno derecho de practicar nuestra fe y nuestros cultos […] [7]
En el evento en cuestión se presentó una edición especial de la Biblia Vencé, “la misma que inspiró a Miguel Hidalgo y Costilla para iniciar el movimiento de Independencia”. El orador concluyó diciendo: “Que la lectura de esta palabra traiga bendición al país. Creemos que este texto bíblico es un regalo del pueblo cristiano para México”. Obviamente, después de él tomó la palabra un representante de la Presidencia y el acto evangélico siguió su curso habitual, como sucede en estas reuniones masivas. La relación entre la laicidad, el Estado y las iglesias seguirá siendo materia de duros cuestionamientos.

NOTAS:

1 F. del Paso, “Plegaria de los huérfanos”, en La Jornada, 18 de agosto de 2010, p.1.
2 F. del Paso, “El Estado laico no necesita el perdón de Dios” (I), en La Jornada, 7 de septiembre de 2010, www.jornada.unam.mx/2010/09/07/index.php?section=politica&article=012a1pol.
3 Blanca Estela Botello, “Madero a Onésimo Cepeda: el Estado laico es patrimonio de todos los mexicanos”, en La Crónica, 3 de septiembre de 2010, www.cronica.com.mx/nota.php? id_nota=529838.
4 “Es pecado no festejar Bicentenario: Episcopado”, en El Universal, 30 de agosto de 2010, www.eluniversal.com.mx/notas/705115.html.
5 Carolina Gómez Mena, “Critica episcopado el laicismo intolerante”, en La Jornada, 31 de agosto de 2010, p. 42. Texto completo del documento: www.cem.org.mx/prensa/comunicados-de-prensa/3509-carta-pastoral-conmemorar-nuestra-historia-desde-la-fe-para-comprometernos-hoy-con-nuestra-patria.html
6 F. del Paso, “El Estado laico no necesita el perdón de Dios” (II), en La Jornada, 8 de septiembre de 2010, www.jornada.unam.mx/2010/09/08/index.php?section=opinion&article=016a1pol.
7 Claudia Ramírez, “Instituciones cristianas se unen al festejo del Bicentenario”, en El Universal, 21 de agosto de 2010, www.eluniversal.com.mx/estilos/66827.html

Fuente: Colectivo "Alas"
EDITORIAL
Por considerarlo de sumo interés, incluimos como editorial de este número el siguiente *artículo del teólogo y escritor Leopoldo Cervantes-Ortiz; muy iluminador para estos tiempos en que recordamos los 200 años de nuestra Independencia.
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