domingo, 31 de octubre de 2010

Reforma protestante y cultura (en el siglo XXI)

Por. Cervantes-Ortiz, México*
A sólo siete años del medio siglo de los inicios de la Reforma luterana, parecería que el desgaste religioso que han sufrido las comunidades herederas de esta corriente de vida y pensamiento ha menguado también el impacto cultural del protestantismo en todas sus variantes. Nada más lejos de la realidad, aunque visto sin triunfalismos, hay que aceptar que las diversas oleadas revivalistas (o avivamentistas), que también, por fuerza, producen resultados culturales, han contribuido a que el legado protestante, sobre todo a través del rostro evangélico, cobre fuerza cada vez que se establece histórica y socialmente.
Parecería, también, que las nuevas generaciones de creyentes, tan volcadas como están hacia el gusto por la música, tienden a olvidar algunos de los demás aspectos y expresiones en los que la fe protestante se ha vaciado para transmitir mucho de su genio. Vale la pena, por lo tanto, hacer un breve recuento de algunas de dichas manifestaciones para valorar hasta dónde llega hoy, en los inicios del siglo XXI, la capacidad protestante de transformarse y, de manera proteica, seguir siendo un vehículo plural del Evangelio. Algunos de los/as autores/as a mencionar, no siempre se asumieron como creyentes convencionales, pero la distancia que tomaron de las iglesias establecidas no disminuye la importancia de su testimonio artístico.
Hace poco, el pintor Lucas Cranach (el Viejo, 1472-1553), uno de los más grandes pintores del Renacimiento alemán, ha sido reconocido en Roma mediante una exhibición de su obra. Fue uno de los más notables artistas ligados a la Reforma, especialmente debido a sus retratos de Lutero y a la manera en que aplicó plásticamente sus postulados. Las famosísimas manos en oración (Las manos del apóstol, 1508), de Alberto Durero (1471-1528), concentran en una sola imagen todo el espíritu de la Reforma (aun cuando es anterior a ella), gracias a su extraordinaria síntesis. Su trabajo posterior, ligado al del príncipe elector Federico de Sajonia, el mismo que apoyó a Lutero, siempre se ha asociado al movimiento reformador. En el espectro protestante holandés (y reformado), Rembrandt (1606-1669) y Vincent Van Gogh (1853-1890) trasladaron a imágenes sublimes el espíritu de la fe. El primero, mediante una lectura verdaderamente deslumbrante de los personajes bíblicos, y el segundo a través de un manejo impresionante de la luminosidad, sobre todo en sus famosos girasoles, metáfora visual de las palabras en que Jesús se define a sí mismo como la luz del mundo.
En la música, se ha dicho que nadie entendió mejor a Lutero que Juan Sebastián Bach (1685-1750), gracias a que su percepción de la grandeza de Dios se encuentra desplegada majestuosamente en sus obras. Su enorme aprecio por la tradición bíblica, tal como aparece en obras maestras como La Pasión según san Mateo (1727) y diversas cantatas, o en sus innumerables obras para órgano. Jorge Federico Händel (1685-1759), a su vez, famoso por su oratorio El Mesías (1741), integró el arte vocal inglés, el barroco italiano y la excelencia organística alemana. Sus cantatas de tema bíblico también son una referencia obligada.
El nombre del judío converso Félix Mendelssohn también es inevitable en un recuento de este tipo. José de Segovia ha resumido en una frase magnífica las aportaciones de este gran músico: “Dedicó una de sus sinfonías a la Reforma y recuperó La Pasión según San Mateo, de Bach. Su fe evangélica le lleva a hacer un oratorio sobre Pablo, usando solamente el texto bíblico, y otro sobre Elías, con algunos de los mejores coros de alabanza que se han hecho en la historia de la música”. La Sinfonía de la Reforma concluye con “castillo fuerte”, el más famoso himno de Martín Lutero.
En la literatura hay varios nombres de poetas y novelistas que también han “traducido” el espíritu protestante a sus ámbitos culturales específicos. Así, en Inglaterra, James Hogg (1770-1835) se sumergió en los abismos de la predestinación con su novela Memorias privadas y confesiones de un pecador justificado (1824), en la que radicaliza la experiencia enfermiza de fe de su personaje mediante la figura del doble. Hoy es considerada, según las modas de la época, como una novela gótica. En Estados Unidos, Emily Dickinson (1830-1886) liberó su fe calvinista de las amarras del dogma para forjar una poesía alegre y a la vez sumamente crítica en relación con los temas religiosos. Habiendo estudiado teología en el seminario para señoritas Mary Lyon de Mount Holyoke, escribió en soledad y aislamiento una obra que sólo se descubrió después de su muerte. La presencia de la Biblia es muy fuerte en su poesía: “El brillo del sol me habla esta mañana,/ y la afirmación de Pablo se vuelve real:/ ´el peso de la Gloria´. [...]/ La fe de Tomás en la anatomía/ era más fuerte que su fe en la Fe. (...) ¿Por qué censuraríamos a Otelo,/ cuando el criterio del Gran Amante dice:/ ´No tendrás otro Dios que yo´?”.
En Francia, André Gide (1869-1951) y Jean Paul Sartre (1905-1980), ambos de familias protestantes y ganadores del premio Nobel, exploraron intensamente el tema de la libertad, como una especie de revancha personal. Un nombre discordante es el de John Updike (1932-2009), fiel seguidor del “divertido teólogo” que era para él Karl Barth. Éste último, desde sus alturas de reflexión, jamás habría imaginado la posibilidad de propiciar el surgimiento ¡de un novelista barthiano!, con toda la “mala fama” que este adjetivo adquirió en los círculos conservadores. Updike sigue esperando a sus lectores protestantes.(1)
Desde América Latina, Rubem Alves (Brasil, 1933) también ha ido más allá de los límites de la fe que recibió para expresarse con una autenticidad liberadora y sumamente refrescante. Este filósofo y cronista de la vida cotidiana se quejaba amargamente desde los años ochenta de que en el subcontinente el protestantismo aún no ha dado frutos culturales reconocibles. Acaso el tiempo le ha dado la razón y sean las telenovelas brasileñas el espacio en donde se han volcado los caracteres culturales con que el protestantismo popular se expresa mejor.
En el cine, los nombres ligados a la herencia protestante son varios y muy interesantes: los nórdicos Carl Dreyer (Ordet. La Palabra, 1955) e Ingmar Bergman (1918-2007) autor de El séptimo sello y la trilogía sobre la ausencia de Dios), desde el luteranismo más ascético; Jean-Luc Godard (1930), con una lectura contemporánea radical del nacimiento virginal de Jesús (Yo te saludo, María, 1984); y Paul Schrader (1946), con una capacidad narrativa potenciada por un pasado teológico que no logra ocultar. Suyos son el guión de La última tentación de Cristo (1988), de Martin Scorsese y otras fábulas modernas en donde la religión reaparece como tormento y posibilidad (Hardcore, Gigoló americano).
En fin, que hasta la saga familiar televisiva de Los Simpson entra de lleno en el espectro de la influencia protestante, aunque con sus matices propios de esta época. Éstas son sólo algunas muestras del enorme abanico cultural que representa el protestantismo, un poco con la mirada puesta en el pasado, pero ante nuevos retos y posibilidades.
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1) Cf. John McTavish, “John Updike and the Funny Theologian”, http://theologytoday.ptsem.edu/jan1992/v48-4-article3.htm.

*Cervantes-Ortiz es escritor, médico, teólogo y poeta mexicano.

Fuente: © L. Cervantes-Ortiz, ProtestanteDigital.com (España, 2010).

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