Siendo, como soy, de un solo uso, individual y unisex, las personas se hipotecan al comprarme de por vida. Pasan sus vigorosos años pagando a plazos este pulcro espacio que ofrezco finamente decorado, mullido y cubierto con seda de la mejor calidad y encajes de bolillo. Los más ricos gastan aún más por su estancia lujosa en mi aposento.
Algunos me eligen con ventana al exterior para exhibir sus bellos cuerpos trajeados, sus mejillas maquilladas rosa palo y su pelo tintado ocultando la canicie.
Me diseñan en una extensa gama de matices, desde el blanco más blanco y puro, hasta el caoba más oscuro y lúgubre. No hay mirilla en mi puerta pues, una vez entra el inquilino, me cierro para siempre y soy custodiado en la más absoluta oscuridad.
Las supersticiones han hecho que, les guste o no, en mi exterior coloquen la figura de un antiguo asesinado medio en cueros, en el acto mismo de su ejecución.
Pagan. Mes tras mes, pagan. Pagan por algo que quieren y al mismo tiempo aborrecen más que cualquier otra cosa en el mundo. Pagan y nadie entra en mí por voluntad propia, ni siquiera consiguen elegir la vestimenta que desean lucir al habitarme. Pagan y a ninguno de mis dueños le concedo la oportunidad de conocerme, de ver como me hallo al instalarse. Pagan y no soy yo el beneficiario de todos sus ahorros... No obstante, me tratan con más solemnidad que un rey. Me transportan con tal cuidado que ni un rasguño pueda deslucirme al paso...
Doy todo de mí y, sin embargo, ninguno de mis habitantes me muestra la más mínima sonrisa agradecida. Ni una carcajada se ha oído jamás en mi habitáculo... Aquí yacen los poderosos. Aquí los débiles. Conmigo los de limpio corazón y los impuros. Los hay de toda clase. Aquí vienen sin querer. Aquí entran y no salen. Aquí duermen y no despiertan. Aquí, dentro del cálido espacio confortable que ofrezco, están sus sueños inconclusos, sus vanas esperanzas, sus odios y sus amores. Aquí todo lo que fueron. Aquí lo que no podrán ser nunca.
Tarde o temprano, conmigo todos.Aborrezco la impotencia de no poderles dar lo que me exigen. Reconozco que estoy diseñado para ofrecer descanso eterno y no es nada fácil mi función pues, si en vida no encuentran la paz que dicen merecerse, ¿cómo he de darla yo, un simple cajón de metro ochenta, un simple ataúd de mala muerte?
*Isabel Pavón es escritora y parte de la Junta de ADECE (Alianza de Escritores y Comunicadores Evangélicos)
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