lunes, 10 de enero de 2011

The Walking Dead (Los muertos vivientes)

Por. Noa Alarcón, España*
Todo empezó con un arañazo, algo inofensivo. A los pocos días ya no podía hablar con normalidad, me pasaba la mayor parte del tiempo balbuceando mientras se me caía la baba. Empecé a andar arrastrando los pies: no me importaba llegar pronto o tarde.
Cambié de hábitos alimenticios. Ya ni me molestaba en peinarme por las mañanas. Sólo un buen golpe en la cabeza acabaría con mi estado. ¿Depresión? No, zombis. Creo que en parte me he dejado contagiar por la fiebre, y a pesar de que la serie The Walking Dead que arrasa en medio mundo es una obra maestra, yo prefiero el cómic por una razón muy sencilla: es menos lacrimógeno y se ven más monstruos.
Como todo el mundo sabe de lo que estoy hablando (y quien no lo sepa debe ver este link ahora mismo con el primer capítulo, es obligatorio), explicaré que lo de ser lacrimógeno tiene su porqué.
En la introducción del cómic el autor, Robert Kirkman, dice: «Me gustan las películas que me hacen cuestionarme el tejido de la sociedad. Y en las BUENAS películas de zombis… de eso hay montones». La serie explota el filón de lo que Kirkman quiere retratar: las vidas de unos personajes enfrentados a la situación extrema de la supervivencia. En el fondo, la sangre y las vísceras no son más que el medio por el que se nos quiere narrar otra cosa, como en toda buena historia.
No podemos enfrentarnos a un apocalipsis zombi de verdad, pero la gracia de ser humanos es que podemos imaginárnoslo y sacar algo bueno de lo irreal. Como dice en la contraportada: «¿Cuántas horas al cabo del día pasas viendo la televisión?… El mundo que conocíamos ya no existe. El mundo del comercio y las necesidades superfluas ha sido reemplazado por un mundo de supervivencia y responsabilidad… En un mundo gobernado por los muertos, por fin nos vemos obligados a empezar a vivir».
El gran acierto del autor es no incluir la moralina como capítulo aparte; no nos quiere convencer de nada, sólo expone su opinión. A partir del momento en que abres la primera página te enfrentas a unos zombis que pueden ser el símbolo de lo que tú prefieras. El autor no va a decir cuál es la amenaza, porque cada cual tiene la suya.
Sin embargo, esa libertad se volvió en mi contra. Desde la primera página del cómic, desde el primer fotograma de la serie, mi metáfora de los zombis recorría en mi cabeza un sendero alternativo. Quizá fue la coincidencia de los hechos significativos que ocurrieron en aquel mismo espacio de tiempo.
El primero fue que aquel fin de semana estrenaban con bombo y platillo la serie en televisión. El segundo, que teníamos el barrio sitiado por la visita de Benedicto XVI a Barcelona y no nos atrevíamos a salir de casa, por si acaso. El tercero fue la cena con Leigh Ann, artista de Nueva York.
La mañana siguiente, cuando Benedicto XVI habló a Barcelona, dijo algo que me sonó familiar. Hace tiempo que se lo venimos escuchando a cierto tipo de evangelistas salvadores que vienen de visita a nuestro país, con todos los honores, de vez en cuando: “Hay que recuperar España para Cristo”.
No creo que haya mucha diferencia entre la visita del papa y la de los famosos evangelistas, logísticamente hablando, me refiero. En ambos casos se espera que las masas vayan a escucharles hablar por el hecho de ser sencillamente quien son. Se espera que esas masas se conmuevan por el discurso, se arrepientan y se conviertan. En ambos casos ocurre que las masas no acuden: las masas de inconversos prefieren asistir a un concierto o a un partido; las masas de fans incondicionales sí que acuden, pero a esos no hace falta evangelizarles. Así es un poco más limitado el impacto, aunque abunde la algarabía. En el caso del papa le importará poco ya que tiene el eco mediático que necesita. En el caso de los evangelistas, se apenarán y dirán antes de marcharse que el evangelio en España es un asunto peliagudo.
Parece que no tiene solución. Solo cabe esperar a que llegue el día en que Cristo regrese y ya nunca se hable con acento castellano en el cielo. Sin embargo, aquella misma noche Leigh Ann nos habló de cómo hacía tiempo se sorprendió al descubrir que Dios actuaba por libre; que a pesar de los planes, las actuaciones y las estrategias, a Dios le gusta improvisar con aquellos de los suyos que tienen el espíritu disponible para él.
En Nueva York hay un grupo de artistas que trabaja para que el arte, y su mensaje, llegue a las iglesias y al mundo. Leigh Ann es escultora y trabaja dando clases de creación artística a niños y adolescentes. Se juntó con un par de amigos y crearon un material para ayudar a los cristianos universitarios no a evangelizar, sino a entablar una conversación y un diálogo con gente no cristiana, como un primer paso obvio antes de soltar cualquier mensaje convertidor. Consistía en establecer una conversación a través de unas fotografías que eran arte por sí mismas, es decir: que hablaban al alma. No consistía en que el cristiano hablase, sino en que el no cristiano entrara en una conversación sobre espiritualidad. Pero a los universitarios cristianos hubo que enseñárselo, acostumbrados, como muchos, a un tipo de evangelismo agresivo.
Humberto Casanova hablaba hace mucho tiempo en un libro de la dicotomía no bíblica que ha invadido las iglesias. También se lo he escuchado decir a Philip Yancey, y a muchos otros escritores cristianos; la crítica a nuestro tiempo es que los cristianos necesitamos tener más respeto por los que no son creyentes. Tendemos a encerrarnos en nuestros círculos y a considerar impuro todo lo de fuera, como si dos mil años de cristianismo no hubieran servido para liberarnos del yugo de la ley de los judíos en tiempos de Pablo.
En cierto sentido, nuestros “incorversos”, tal y como lo entendemos, no se diferencian mucho de los zombis. Y como zombis les tratamos llevados por nuestros propios principios y no los de Dios.
Una simple lista de ideas es válida para darnos cuenta. Una doble lectura bastará, pensando en los zombis y en las personas no cristianas que pueblan nuestro mundo, para comprender cómo se les considera a veces desde ciertos lugares cristianos. No en cómo piensa realmente la gente, sino en cómo piensan muchos cristianos que piensan:
- No son conscientes de su situación, creen que su forma de vivir es lo normal. Al fin y al cabo, todos hacen lo mismo.
- Hay que alejarse de ellos. Su mundo no nos ofrece más que muerte y corrupción. Debemos vivir apartados y evitarlos.
- No debemos relacionarnos con ellos porque un simple roce, un arañazo o una mordedura puede corrompernos y convertirnos en uno de ellos.
- Les atrae con mucha facilidad el ruido, ya sea de disparos o de una buena polémica.
- Nunca desaprovechan la oportunidad de atacarnos. Quieren comerse nuestra carne.
- Nunca, jamás, admitiremos a uno de esos en su estado en nuestro grupo. Su cercanía es una amenaza. Es imposible mantener una buena relación, es antinatural.
- Nosotros somos sus salvadores. Debemos aniquilarles para que, en realidad, puedan descansar.
Y cuando nos dejamos guiar por estos principios es cuando surge la paranoia, la infelicidad, los movimientos sectarios. Las comunidades cerradas, la ira, la violencia. Los pastores que dicen que van a quemar ejemplares de el Corán, iglesias exclusivas para homosexuales, el cristianismo de la prosperidad, los amish… en fin. Todo eso.
Si tratamos los demás como zombis nos sentiremos chiquititos e inválidos dentro del mundo. Todo lo de fuera será el enemigo, la amenaza. No creo que esa fuera la idea de Cristo para su iglesia. Sé que lo repito muchas veces, pero Jesús se iba a cenar con corruptos y prostitutas. ¿Quién de nosotros se atrevería a hacer eso?
Leigh Ann nos contó que lo asombroso de su experimento fue descubrir que las conversaciones más profundas y hermosas las había tenido con no cristianos a través de esas fotografías, a través del arte, antes incluso de plantearse cualquier idea evangelística. Dios se les había adelantado a sus planes. Él usa a quien quiere y cuando quiere, a veces sin grandes infraestructuras y sin grandes planificaciones de eventos. Sencillamente él sabe quién va a estar disponible en ese momento y en ese lugar. Él sabe que los sermones no funcionan tan bien como las conversaciones, por eso el mismo Jesucristo apenas sermoneó en su ministerio: siempre buscaba un hueco para conversar con las personas de uno a uno. Párense a pensarlo.
A veces le he preguntado a algunos amigos míos cómo lo hacen para tener esa facilidad de hablarles de Dios y de Cristo a casi cualquiera. A mí me gustaría aprenderlo. No saben explicarlo, no hay un método. Un amigo me dijo: «No lo sé, siempre sale en la conversación de forma natural, y yo sólo aprovecho el momento».

*Noa Alarcón es escritora y crítica literaria; es miembro de la iglesia bautista de Madrid.

Puede ver y visitar aquí su blog personal

Fuente: © Noa Alarcón, ProtestanteDigital.com (España, 2011)

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