La necesidad de Reforma resultaba indiscutible para cualquier conocedor de la iglesia católica a inicios del s. XVI. De hecho, no faltaron esfuerzos en ese sentido aunque, lamentablemente, se malograron. La excepción vendría dada por un joven monje agustino Martín Lutero, un personaje medularmente católico cuyo destino ulterior nadie podía prever.
Martín Lutero nació el 10 de noviembre de 1483 y sus padres eran Hans Lutero y Margaret Lindemann(1). Ambos procedían de Mohra, una localidad situada en la raya con el bosque de Turingia. De hecho, el propio Lutero se definió como “un sajón duro” de ascendencia campesina(2). El padre de Lutero – al que éste se parecía en el aspecto – se había visto perjudicado por las leyes testamentarias que establecían el paso de la fortuna familiar al hermano pequeño. La respuesta de Hans consistió en desplazarse a Eisleben y de allí a Mansfeld. Su intención era encontrar trabajo en las minas de cobre donde el trabajo resultaba extraordinariamente duro, pero existía la posibilidad de conseguir una cierta independencia si se era laborioso y ahorrador (3). Al cabo de poco tiempo logró arrendar varios hornos y en 1491, figuraba entre los miembros del concejo de la ciudad.
Esta mejora de fortuna de Hans Lutero no debería llevarnos a imaginar que la vida de la familia era fácil. Años después Martín recordaría cómo su madre caminaba desde el bosque a casa bajo una pesada carga de leña o como, en cierta ocasión, le golpeó hasta hacerle sangrar por haberse comido sin permiso una nuez.
Cuando tenía siete años, Lutero fue enviado a la escuela latina de Mansfeld y a los catorce, se trasladó a Magdeburgo para recibir educación con los Hermanos de la vida común. Fue precisamente en este lugar, donde el niño Martín se encontró, por primera vez, con una ciudad de ambiente eclesiástico. Al cabo de un año, Lutero se trasladó a Eisenach donde vivían algunos familiares y donde forjó nuevas amistades.
En abril de 1501, Lutero se matriculó en la facultad de artes de la universidad de Erfurt. Se trataba de una de las instituciones universitarias más antiguas de Alemania (1397) y tenía fama como lugar donde se dispensaba el studium generale. Es muy posible que la elección de esta universidad en lugar de la de Leipzig se debiera a que Hans Lutero deseaba que su hijo estudiara derecho. La ciudad era conocida por su relajación moral, un dato significativo si se tiene en cuenta que, a pesar de hallarse situada en Sajonia, estaba gobernada por el el arzobispo de Maguncia.
Lutero se alojó en la residencia estudiantil de san Jorge. Allí adquirió el sobrenombre del “filósofo” por su afición a las discusiones cultas y aprendió a tocar el laúd. En 1502, Lutero obtuvo el título de bachiller tras haber cursado las asignaturas habituales de artes.
Con veintidós años, Lutero obtuvo su maestría con el puesto segundo de un grupo de diecisiete alumnos. En la actualidad, cuando en Occidente, el sistema educativo está abierto a todos y en no pocas ocasiones no exige un especial esfuerzo de los alumnos, resulta fácil no asociar el logro de Lutero con lo excepcional. A inicios del s. XVI, era algo extraordinario tanto por la decisión y el sacrificio de sus padres, como por el hecho de que el joven alcanzara la meta final. De manera innegable, Martín había satisfecho las esperanzas de promoción social de la familia al cubrir la parte del trayecto previa a la entrada en la universidad. Ahora quedaba por determinar la carrera que iba a estudiar.
Conceptos como los de la realización personal o el cultivo del espíritu eran totalmente ajenos a una familia de inicios del siglo XVI que, sin proceder de una clase acomodada, lograba que su hijo llegara a la universidad. Lo que se esperaba del estudiante era que convirtiera sus estudios superiores en una llave para abrir puertas que le permitieran ascender socialmente. Visto desde esa perspectiva, la elección de la facultad de Derecho por parte de Hans Lutero resultaba obligada. Sin embargo, Martín anunció que pensaba entrar en el monasterio agustino de Erfurt.
He detallado las versiones sobre el origen de esa decisión en El caso Lutero. Según el propio Martín, el 2 de julio de 1505, cuando regresaba de visitar a sus padres, fue sorprendido por una tormenta cerca de Stotternheim, una población próxima a Erfurt. Aterrado por la perspectiva de la muerte, el joven Martín prometió a santa Ana en oración que si lograba escapar con bien de aquel trance se haría monje. No fue la primera vez que la muerte se presentaba tan cerca del joven Martín. El 16 de abril de 1503, de viaje a casa, Martín experimentó una caída y se clavó una daga en la pierna quizá seccionándose una artería. Mientras su compañero de viaje se dirigía hacia Erfurt en busca de ayuda, Martín intentó detener la hemorragia a la vez que pedía ayuda a la Virgen. Es obvio que Lutero sobrevivió, pero había comprobado de manera muy directa lo inesperadamente que la muerte podía presentarse. Si a esa experiencia se sumó la de un amigo muerto – lo que también pudo llevarle a reflexionar sobre el tema – y el episodio de la tormenta, nos encontraríamos con un Lutero que, durante años, había pensado en la realidad de la muerte y, al fin y a la postre, había decidido responder a ella volcándose, de manera total y absoluta, en el plano espiritual. Enfrentado con la disyuntiva de complacer a su padre o aferrarse a Dios, el joven Martín optó por lo segundo y el 17 de julio de 1505, entró en un monasterio de la orden eremítica de san Agustín.
Sobre el paso de Lutero por el convento, tenemos numerosos datos. Alguno de sus detractores, como es el caso de Denifle, ha insistido en negar su veracidad y en interpretar en los términos más negros la carrera del joven monje. Sin embargo, a día de hoy, esa visión maniquea hace ya décadas que fue rechazada incluso por los historiadores católicos (4).
En 1543, Mateo Flaccio Ilírico recogió una conversación con un antiguo compañero de Martín, que había seguido siendo católico tras el estallido de la Reforma, y que “declaró que Martín Lutero vivió una vida santa entre ellos, guardó la Regla con la mayor exactitud y estudió con diligencia”(5). Lutero fue un monje totalmente entregado a la Regla que – a diferencia de muchos otros que han pasado por el estado clerical – conservó una visión equilibrada e incluso afectuosa de aquella época de su vida. Así, contaría después cómo tuvo que desarrollar tareas mendicantes en aquellos años con el saco a la espalda(6), pero lo hizo sin amargura, de la misma manera que pudo hablar con afecto de su maestro de novicios.
En septiembre de 1506, Lutero llevó a cabo su profesión preparándose para su ordenación sacerdotal y en abril de 1507, fue ordenado sacerdote. Se ha dicho que Lutero pensó en abandonar el altar antes de celebrar su primera misa. El episodio debe ser rechazado como carente de base histórica(7). Sí es cierto, por el contrario, que la ceremonia causó una notable impresión en el joven Martín.
CONTINUARÁ
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1) Boehmer, Der Junge Luther, 1939, p. 358.
2) TR 5.255.10; 5.558.13.
3) W. Andreas, Deutschland vor der Reformation, Stuttgart, 1948, pp. 322.
4) De nuevo, J. Lortz resulta, al respecto, paradigmático. Para este historiador, Lutero no sólo era robusto mentalmente, Historia…, pp. 173, sino que su vida en el convento fue correcta, p. 178 y se pasó al reformismo sin segundas intenciones p. 188.
5) Citado en Scheel, II, p. 10.
6) TR 5.452.34; TR 3.580.5; TR 5.99.24.
7) La discusión al respecto, en G. Rupp, Luther´s Progress…, p. 17.
Artículos anteriores de esta serie:
1 Los papas de Aviñón
2 El Cisma de Occidente
3 Papado y crisis espiritual
4 El clero: malos pastores
5 Los humanistas y la crisis católica
6 El pueblo y la religiosidad popular
* El blog: La voz de César Vidal Manzanares.
Fuente: © Protestante Digital 2011
Martín Lutero nació el 10 de noviembre de 1483 y sus padres eran Hans Lutero y Margaret Lindemann(1). Ambos procedían de Mohra, una localidad situada en la raya con el bosque de Turingia. De hecho, el propio Lutero se definió como “un sajón duro” de ascendencia campesina(2). El padre de Lutero – al que éste se parecía en el aspecto – se había visto perjudicado por las leyes testamentarias que establecían el paso de la fortuna familiar al hermano pequeño. La respuesta de Hans consistió en desplazarse a Eisleben y de allí a Mansfeld. Su intención era encontrar trabajo en las minas de cobre donde el trabajo resultaba extraordinariamente duro, pero existía la posibilidad de conseguir una cierta independencia si se era laborioso y ahorrador (3). Al cabo de poco tiempo logró arrendar varios hornos y en 1491, figuraba entre los miembros del concejo de la ciudad.
Esta mejora de fortuna de Hans Lutero no debería llevarnos a imaginar que la vida de la familia era fácil. Años después Martín recordaría cómo su madre caminaba desde el bosque a casa bajo una pesada carga de leña o como, en cierta ocasión, le golpeó hasta hacerle sangrar por haberse comido sin permiso una nuez.
Cuando tenía siete años, Lutero fue enviado a la escuela latina de Mansfeld y a los catorce, se trasladó a Magdeburgo para recibir educación con los Hermanos de la vida común. Fue precisamente en este lugar, donde el niño Martín se encontró, por primera vez, con una ciudad de ambiente eclesiástico. Al cabo de un año, Lutero se trasladó a Eisenach donde vivían algunos familiares y donde forjó nuevas amistades.
En abril de 1501, Lutero se matriculó en la facultad de artes de la universidad de Erfurt. Se trataba de una de las instituciones universitarias más antiguas de Alemania (1397) y tenía fama como lugar donde se dispensaba el studium generale. Es muy posible que la elección de esta universidad en lugar de la de Leipzig se debiera a que Hans Lutero deseaba que su hijo estudiara derecho. La ciudad era conocida por su relajación moral, un dato significativo si se tiene en cuenta que, a pesar de hallarse situada en Sajonia, estaba gobernada por el el arzobispo de Maguncia.
Lutero se alojó en la residencia estudiantil de san Jorge. Allí adquirió el sobrenombre del “filósofo” por su afición a las discusiones cultas y aprendió a tocar el laúd. En 1502, Lutero obtuvo el título de bachiller tras haber cursado las asignaturas habituales de artes.
Con veintidós años, Lutero obtuvo su maestría con el puesto segundo de un grupo de diecisiete alumnos. En la actualidad, cuando en Occidente, el sistema educativo está abierto a todos y en no pocas ocasiones no exige un especial esfuerzo de los alumnos, resulta fácil no asociar el logro de Lutero con lo excepcional. A inicios del s. XVI, era algo extraordinario tanto por la decisión y el sacrificio de sus padres, como por el hecho de que el joven alcanzara la meta final. De manera innegable, Martín había satisfecho las esperanzas de promoción social de la familia al cubrir la parte del trayecto previa a la entrada en la universidad. Ahora quedaba por determinar la carrera que iba a estudiar.
Conceptos como los de la realización personal o el cultivo del espíritu eran totalmente ajenos a una familia de inicios del siglo XVI que, sin proceder de una clase acomodada, lograba que su hijo llegara a la universidad. Lo que se esperaba del estudiante era que convirtiera sus estudios superiores en una llave para abrir puertas que le permitieran ascender socialmente. Visto desde esa perspectiva, la elección de la facultad de Derecho por parte de Hans Lutero resultaba obligada. Sin embargo, Martín anunció que pensaba entrar en el monasterio agustino de Erfurt.
He detallado las versiones sobre el origen de esa decisión en El caso Lutero. Según el propio Martín, el 2 de julio de 1505, cuando regresaba de visitar a sus padres, fue sorprendido por una tormenta cerca de Stotternheim, una población próxima a Erfurt. Aterrado por la perspectiva de la muerte, el joven Martín prometió a santa Ana en oración que si lograba escapar con bien de aquel trance se haría monje. No fue la primera vez que la muerte se presentaba tan cerca del joven Martín. El 16 de abril de 1503, de viaje a casa, Martín experimentó una caída y se clavó una daga en la pierna quizá seccionándose una artería. Mientras su compañero de viaje se dirigía hacia Erfurt en busca de ayuda, Martín intentó detener la hemorragia a la vez que pedía ayuda a la Virgen. Es obvio que Lutero sobrevivió, pero había comprobado de manera muy directa lo inesperadamente que la muerte podía presentarse. Si a esa experiencia se sumó la de un amigo muerto – lo que también pudo llevarle a reflexionar sobre el tema – y el episodio de la tormenta, nos encontraríamos con un Lutero que, durante años, había pensado en la realidad de la muerte y, al fin y a la postre, había decidido responder a ella volcándose, de manera total y absoluta, en el plano espiritual. Enfrentado con la disyuntiva de complacer a su padre o aferrarse a Dios, el joven Martín optó por lo segundo y el 17 de julio de 1505, entró en un monasterio de la orden eremítica de san Agustín.
Sobre el paso de Lutero por el convento, tenemos numerosos datos. Alguno de sus detractores, como es el caso de Denifle, ha insistido en negar su veracidad y en interpretar en los términos más negros la carrera del joven monje. Sin embargo, a día de hoy, esa visión maniquea hace ya décadas que fue rechazada incluso por los historiadores católicos (4).
En 1543, Mateo Flaccio Ilírico recogió una conversación con un antiguo compañero de Martín, que había seguido siendo católico tras el estallido de la Reforma, y que “declaró que Martín Lutero vivió una vida santa entre ellos, guardó la Regla con la mayor exactitud y estudió con diligencia”(5). Lutero fue un monje totalmente entregado a la Regla que – a diferencia de muchos otros que han pasado por el estado clerical – conservó una visión equilibrada e incluso afectuosa de aquella época de su vida. Así, contaría después cómo tuvo que desarrollar tareas mendicantes en aquellos años con el saco a la espalda(6), pero lo hizo sin amargura, de la misma manera que pudo hablar con afecto de su maestro de novicios.
En septiembre de 1506, Lutero llevó a cabo su profesión preparándose para su ordenación sacerdotal y en abril de 1507, fue ordenado sacerdote. Se ha dicho que Lutero pensó en abandonar el altar antes de celebrar su primera misa. El episodio debe ser rechazado como carente de base histórica(7). Sí es cierto, por el contrario, que la ceremonia causó una notable impresión en el joven Martín.
CONTINUARÁ
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1) Boehmer, Der Junge Luther, 1939, p. 358.
2) TR 5.255.10; 5.558.13.
3) W. Andreas, Deutschland vor der Reformation, Stuttgart, 1948, pp. 322.
4) De nuevo, J. Lortz resulta, al respecto, paradigmático. Para este historiador, Lutero no sólo era robusto mentalmente, Historia…, pp. 173, sino que su vida en el convento fue correcta, p. 178 y se pasó al reformismo sin segundas intenciones p. 188.
5) Citado en Scheel, II, p. 10.
6) TR 5.452.34; TR 3.580.5; TR 5.99.24.
7) La discusión al respecto, en G. Rupp, Luther´s Progress…, p. 17.
Artículos anteriores de esta serie:
1 Los papas de Aviñón
2 El Cisma de Occidente
3 Papado y crisis espiritual
4 El clero: malos pastores
5 Los humanistas y la crisis católica
6 El pueblo y la religiosidad popular
* El blog: La voz de César Vidal Manzanares.
Fuente: © Protestante Digital 2011
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