Por Dr. René Padilla, Argentina
En septiembre de 2008, mi esposa y yo visitamos a John Stott en St. Barnabas College, un asilo de ancianos para pastores anglicanos jubilados ubicado en Lingfield, más o menos a una hora de Londres. Poco antes lo habían trasladado del primer piso al segundo, donde podría recibir la atención que exigía su débil condición física. Comentó que lo que más lamentaba del cambio era que ya no podía pasearse por el jardín ni practicar uno de los hábitos que más lo habían deleitado por muchos años: observar pájaros. También comentó que en esos días estaba escribiendo el último capítulo de su último libro: A Radical Disciple (Un discípulo radical). En efecto, ese sería el último de los cincuenta libros que forman parte del rico legado de uno de los expositores bíblicos más distinguidos en la historia de la iglesia. Un expositor que se esforzó constantemente por mostrar, a la luz de la enseñanza bíblica, lo que significa para los cristianos, en términos prácticos, vivir en el mundo sin ser del mundo, tanto a nivel personal como a nivel comunitario.
Cuando lo visitamos, Catalina y yo estábamos pasando unos meses en Oxford a invitación de la Church Mission Society. Para verlo invertimos un total de más de seis horas en el viaje de ida y regreso por tren, y sólo estuvimos con él por una hora. Sin embargo, ¡valió la pena! Cuando nos despedimos, lo hicimos con la sensación de habernos despedido del querido tío Juan hasta el momento del reencuentro en el más allá. Así fue, en efecto: él pasó a la presencia del Señor el 27 de julio próximo pasado a las 15:15 (hora de Londres) a los 90 años de edad. Se despidió de esta vida rodeado de unos pocos parientes y amigos cercanos, mientras escuchaba con ellos varias selecciones de El Mesías de Handel (incluyendo el aria «Yo sé que mi Redentor vive») y la lectura de 2 Timoteo.
El tío Juan nació el 27 de abril de 1921 en pleno centro de Londres, en el hogar de Sir Arnold Stott (médico especialista y agnóstico en cuestiones de la fe) y Lady Stott (luterana pero vinculada a la iglesia anglicana All Souls, Langham Place). Uno de los privilegios que le ofreció su trasfondo familiar fue una educación académica del más alto nivel, incluyendo la que recibió del Trinity College de la Universidad de Cambridge (en francés y teología) y posteriormente de Ridley Hall en Cambridge (en estudios pastorales). En 1945 fue ordenado en All Souls, la iglesia en el centro de Londres a la cual había estado vinculado desde su niñez. En 1950 asumió el pastorado de esa iglesia, cargo que desempeñó hasta jubilarse en 2007, cuando pasó a ser pastor emérito. Por otra parte, en 1983, en reconocimiento de sus méritos, recibió un Doctorado en Divinidades (DD) y, a partir de ese año, varios doctorados de universidades en Inglaterra, Estados Unidos y Canadá. La revista Time, en el número correspondiente al mes de abril de 2005, incluyó su nombre en la lista de las Cien Personas Mas Influyentes en el Mundo. Al fin de ese mismo año la Reina de Inglaterra, de cuyo grupo de capellanes formaba parte, lo honró con el título de Commander of the British Empire. (Aceptó el título, pero no sin reservas en cuanto a la referencia de Inglaterra como un imperio.)
Sin embargo, lo que hizo de él una de las figuras contemporáneas más prominentes no fue lo que derivó de sus privilegios y de sus títulos. Lo que le dio la trascendencia que llegó a tener no sólo en su propio país sino globalmente, y no sólo en el mundo cristiano sino también en el secular, fue las cualidades que adornaron su carácter como un seguidor de Jesucristo que tomó muy en serio el discipulado radical: su fidelidad al evangelio, su espíritu conciliador, su generosidad, su humildad; en síntesis, el fruto del Espíritu manifestado concretamente en su estilo de vida. Chris Wright, su sucesor como Director de la Langham Partnership International que John fundó y presidió por muchos años, no exagera cuando escribe: «Como Moisés, fue uno de los líderes más grandes que Dios ha dado a su pueblo y, sin embargo, al mismo tiempo, uno de los hombres más humildes sobre la faz de la tierra. Fue para todos los que lo conocimos una encarnación andante de la sencilla belleza de Jesús, a quien amó por sobre todas las cosas».
Vi y escuché por primera vez al tío Juan en una reunión de obreros de la Comunidad Internacional de Estudiantes Evangélicos (CIEE) celebrada en Cambridge a mediados de 1959, el mismo año en que se publicó la primera edición de Cristianismo básico en castellano. De entrada, me sentí cautivado por la profundidad y la claridad de su pensamiento, cualidades que ya para ese entonces eran reconocidas ampliamente por los estudiantes que lo escuchaban cuando daba conferencias de evangelización a invitación de los grupos universitarios vinculados a la CIEE.
Pasaron varios años antes de que yo volviera a verlo. Fue un domingo en 1964, cuando Catalina y yo visitamos juntos la iglesia All Souls mientras yo hacía estudios doctorales en la Universidad de Manchester. Para mi sorpresa, John me saludó por mi nombre. Años después descubrí que una de sus virtudes era recordar, con mucha frecuencia, los nombres de personas con quienes entraba en contacto y por las cuales oraba.
En 1966 asistí al Congreso Mundial de Evangelización que se llevó a cabo en Berlín con el auspicio de la revista Christianity Today. Allí escuché la serie de exposiciones que John dio sobre la Gran Comisión, basadas en la versión de ésta en Juan 20.21. En algún momento durante ese Congreso tuve una conversación con él en las que compartió conmigo algunas de sus preguntas e inquietudes teológicas relativas a la resurrección de los muertos y a la vida más allá de la tumba.
Esa conversación fue sólo un anticipo de los múltiples diálogos que mantuvimos durante la gira que hicimos juntos en enero de 1974 a invitación de la Fraternidad Teológica Latinoamericana (FTL). La gira comenzó en México, continuó en Perú y Chile, y concluyó en la Argentina. En cada lugar, John era el orador y yo servía como traductor. Sus exposiciones y su testimonio vivido ilustraban bien la afirmación que haría posteriormente en su comentario sobre las Cartas a los Tesalonicenses: «Cada ministerio auténtico comienza… con la convicción de que hemos sido llamados a usar la Palabra de Dios como sus guardianes y sus heraldos. Nuestra tarea es guardarla, estudiarla, exponerla, aplicarla y obedecerla». Nuestras largas conversaciones en privado giraban mayormente en torno a temas relacionados con el Congreso Internacional de Evangelización Mundial que iba a celebrarse en Lausana, Suiza, unos meses después, en julio de ese mismo año. Varios de esos temas (por ejemplo, la responsabilidad social y política de la iglesia y la relación entre esa responsabilidad y la evangelización) habían sido articulados en el seno de la FTL y formaban parte de la ponencia que yo presentaría en un plenario del Congreso.
Lausana I proveyó una plataforma global para la exposición del pensamiento forjado en los núcleos de la FTL a partir de la iniciación de ésta a fines de 1970. La comisión de redacción, presidida por John Stott, contaba entre sus miembros a Samuel Escobar (Presidente de la FTL). No sorprende, por lo tanto, que varios de los temas incluidos en el Pacto de Lausana, el valioso documento elaborado por esa comisión, hagan eco a la teología evangélica latinoamericana. Un claro ejemplo de esto es el párrafo 5 del Pacto, según el cual «tanto la evangelización como el involucramiento socio-político son parte de nuestro deber cristiano, puesto que ambos son expresiones necesarias de nuestras doctrinas de Dios y el ser humano, nuestro amor al prójimo y nuestra obediencia a Jesucristo».
Después de Lausana I John fue nombrado moderador del Grupo de Teología y Educación del Movimiento de Lausana. Con ese cargo, entre 1977 y 1982 se ocupó de organizar consultas globales sobre temas incluidos en el Pacto de Lausana que se prestaban a la controversia. A tres de estas consultas me invitó como uno de los ponentes en el plenario: 1. la Consulta sobre el principio de unidades homogéneas, que se realizó en Pasadena, California, en junio de 1977; 2. la Consulta sobre Evangelio y cultura, que se llevó a cabo en enero de 1978, en Willowbank, Bermuda; 3. la Consulta sobre el estilo de vida sencillo, que tuvo lugar en Hoddesdon, Inglaterra, en colaboración con la Unidad de Ética y Sociedad de la Comisión de Teología de la World Evangelical Fellowship. También fui invitado por John a la Consulta sobre la relación entre la evangelización y la responsabilidad social, que se realizó en Gran Rapids, Michigan, Estados Unidos, en junio de 1982, esta vez para responder a la ponencia de Arthur P. Johnson sobre el Reino de Dios en relación con la iglesia y el mundo. Todos mis trabajos presentados en estas consultas aparecerían, junto con otros, en mi libro Misión integral, publicado por Ediciones Nueva Creación en 1985.
La Consulta sobre el principio de unidades homogéneas se realizó justamente antes de que John y yo emprendiéramos nuestra segunda gira continental a invitación de la FTL en junio de 1977. Esta vez visitamos México, Guatemala, Colombia, Ecuador y Argentina. De nuevo, él sirvió como orador, yo como traductor. Pero ahora el viaje fue combinado con dos inolvidables experiencias turísticas: una visita a las Islas Galápagos, Ecuador, y otra, el cruce de Puerto Montt, Chile, a Bariloche, Argentina. En ambas oportunidades pude constatar con mayor profundidad la seriedad y hasta la pasión con las que John encaraba su hobby: la ornitología. Un buen recordatorio de la visita a las Islas Galápagos serían las fotos incluidas en The Birds, Our Teachers (Los pájaros, nuestros maestros), obra ilustrada que se publicaría en 1999.
Una extraordinaria experiencia para toda mi familia fue la ocasión en que John, que estaba participando en una conferencia en Brasil, viajó a Argentina para pasar casi una semana de vacaciones con nosotros en la Patagonia. Eso fue en febrero de 1980. A pesar de eso, todavía se conserva fresca la memoria de la visita al paraíso de los pájaros en la Península de Valdez, de los ingentes esfuerzos por mantener en pie las carpas azotadas por los vientos y de los asados de cordero preparados por los amigos de los Rooy (Sidney y Mae), nuestros guías conocedores de la zona por haber sido misioneros allí por varios años.
De 1983 a 1997 John Stott ejerció el cargo de Presidente Internacional de Tear Fund del Reino Unido e Irlanda. A sugerencia suya, cuando cesó en sus funciones en esta agencia evangélica de servicio yo fui nombrado en su lugar. Durante la década en que fungí como Presidente Internacional (1997-2007) viajé a Londres anualmente, y esto me dio la oportunidad de disfrutar casi todos los años de la hospitalidad de John en su modesto departamento ubicado en 12 Wymouth Street, en las cercanías de la iglesia All Souls.
La tercera y última visita de John a la Argentina fue en abril de 2001, esta vez acompañado por su sucesor Chris Wright como Director de la Langham Partnership International, para un seminario sobre predicación expositiva. Cumplió sus 80 años mientras era nuestro huésped en el Centro Kairós, en las afueras de Buenos Aires. Al final del seminario, él y yo viajamos juntos a las impresionantes Cataratas del Iguazú y luego visitamos Asunción, Paraguay, y la colonia menonita en el Chaco paraguayo.
A todo lo dicho podría añadir varios párrafos sobre mi participación en la publicación en castellano de varios de los libros de John Stott, ya sea como traductor o como editor. Dejo la descripción de ese trabajo, del cual he sido yo el primer beneficiado, como una tarea pendiente. Baste por ahora decir que con las regalías de todos los libros que él escribo, un buen número de ellos reimpresos varias veces y muchos traducidos a varios idiomas, John hubiera podido llegar a ser un multimillonario. Sin embargo, prefirió seguir a Aquel que dijo que no había venido para ser servido sino para servir y dar su vida por muchos. Consecuentemente, John eligió dedicar su dinero a la Langham Partnershiop Intertnational y sus tres ministerios de alcance global: becas para estudiantes deseosos de hacer el doctorado para servir al Señor en el campo teológico, literatura y seminarios de predicación.
Lo que he dicho respecto a mi relación con John por más de medio siglo me ha hecho tomar conciencia de la manera en que, por la gracia de Dios, mi vida y ministerio han estado entrelazados con la vida y ministerio de este maravilloso modelo de lo que significa ser un discípulo radical de Jesucristo. ¡Gracias, tío Juan, por tu amistad! ¡Alabo a Dios por tu legado!
Fuente: www.kairos.org.ar/blog
En septiembre de 2008, mi esposa y yo visitamos a John Stott en St. Barnabas College, un asilo de ancianos para pastores anglicanos jubilados ubicado en Lingfield, más o menos a una hora de Londres. Poco antes lo habían trasladado del primer piso al segundo, donde podría recibir la atención que exigía su débil condición física. Comentó que lo que más lamentaba del cambio era que ya no podía pasearse por el jardín ni practicar uno de los hábitos que más lo habían deleitado por muchos años: observar pájaros. También comentó que en esos días estaba escribiendo el último capítulo de su último libro: A Radical Disciple (Un discípulo radical). En efecto, ese sería el último de los cincuenta libros que forman parte del rico legado de uno de los expositores bíblicos más distinguidos en la historia de la iglesia. Un expositor que se esforzó constantemente por mostrar, a la luz de la enseñanza bíblica, lo que significa para los cristianos, en términos prácticos, vivir en el mundo sin ser del mundo, tanto a nivel personal como a nivel comunitario.
Cuando lo visitamos, Catalina y yo estábamos pasando unos meses en Oxford a invitación de la Church Mission Society. Para verlo invertimos un total de más de seis horas en el viaje de ida y regreso por tren, y sólo estuvimos con él por una hora. Sin embargo, ¡valió la pena! Cuando nos despedimos, lo hicimos con la sensación de habernos despedido del querido tío Juan hasta el momento del reencuentro en el más allá. Así fue, en efecto: él pasó a la presencia del Señor el 27 de julio próximo pasado a las 15:15 (hora de Londres) a los 90 años de edad. Se despidió de esta vida rodeado de unos pocos parientes y amigos cercanos, mientras escuchaba con ellos varias selecciones de El Mesías de Handel (incluyendo el aria «Yo sé que mi Redentor vive») y la lectura de 2 Timoteo.
El tío Juan nació el 27 de abril de 1921 en pleno centro de Londres, en el hogar de Sir Arnold Stott (médico especialista y agnóstico en cuestiones de la fe) y Lady Stott (luterana pero vinculada a la iglesia anglicana All Souls, Langham Place). Uno de los privilegios que le ofreció su trasfondo familiar fue una educación académica del más alto nivel, incluyendo la que recibió del Trinity College de la Universidad de Cambridge (en francés y teología) y posteriormente de Ridley Hall en Cambridge (en estudios pastorales). En 1945 fue ordenado en All Souls, la iglesia en el centro de Londres a la cual había estado vinculado desde su niñez. En 1950 asumió el pastorado de esa iglesia, cargo que desempeñó hasta jubilarse en 2007, cuando pasó a ser pastor emérito. Por otra parte, en 1983, en reconocimiento de sus méritos, recibió un Doctorado en Divinidades (DD) y, a partir de ese año, varios doctorados de universidades en Inglaterra, Estados Unidos y Canadá. La revista Time, en el número correspondiente al mes de abril de 2005, incluyó su nombre en la lista de las Cien Personas Mas Influyentes en el Mundo. Al fin de ese mismo año la Reina de Inglaterra, de cuyo grupo de capellanes formaba parte, lo honró con el título de Commander of the British Empire. (Aceptó el título, pero no sin reservas en cuanto a la referencia de Inglaterra como un imperio.)
Sin embargo, lo que hizo de él una de las figuras contemporáneas más prominentes no fue lo que derivó de sus privilegios y de sus títulos. Lo que le dio la trascendencia que llegó a tener no sólo en su propio país sino globalmente, y no sólo en el mundo cristiano sino también en el secular, fue las cualidades que adornaron su carácter como un seguidor de Jesucristo que tomó muy en serio el discipulado radical: su fidelidad al evangelio, su espíritu conciliador, su generosidad, su humildad; en síntesis, el fruto del Espíritu manifestado concretamente en su estilo de vida. Chris Wright, su sucesor como Director de la Langham Partnership International que John fundó y presidió por muchos años, no exagera cuando escribe: «Como Moisés, fue uno de los líderes más grandes que Dios ha dado a su pueblo y, sin embargo, al mismo tiempo, uno de los hombres más humildes sobre la faz de la tierra. Fue para todos los que lo conocimos una encarnación andante de la sencilla belleza de Jesús, a quien amó por sobre todas las cosas».
Vi y escuché por primera vez al tío Juan en una reunión de obreros de la Comunidad Internacional de Estudiantes Evangélicos (CIEE) celebrada en Cambridge a mediados de 1959, el mismo año en que se publicó la primera edición de Cristianismo básico en castellano. De entrada, me sentí cautivado por la profundidad y la claridad de su pensamiento, cualidades que ya para ese entonces eran reconocidas ampliamente por los estudiantes que lo escuchaban cuando daba conferencias de evangelización a invitación de los grupos universitarios vinculados a la CIEE.
Pasaron varios años antes de que yo volviera a verlo. Fue un domingo en 1964, cuando Catalina y yo visitamos juntos la iglesia All Souls mientras yo hacía estudios doctorales en la Universidad de Manchester. Para mi sorpresa, John me saludó por mi nombre. Años después descubrí que una de sus virtudes era recordar, con mucha frecuencia, los nombres de personas con quienes entraba en contacto y por las cuales oraba.
En 1966 asistí al Congreso Mundial de Evangelización que se llevó a cabo en Berlín con el auspicio de la revista Christianity Today. Allí escuché la serie de exposiciones que John dio sobre la Gran Comisión, basadas en la versión de ésta en Juan 20.21. En algún momento durante ese Congreso tuve una conversación con él en las que compartió conmigo algunas de sus preguntas e inquietudes teológicas relativas a la resurrección de los muertos y a la vida más allá de la tumba.
Esa conversación fue sólo un anticipo de los múltiples diálogos que mantuvimos durante la gira que hicimos juntos en enero de 1974 a invitación de la Fraternidad Teológica Latinoamericana (FTL). La gira comenzó en México, continuó en Perú y Chile, y concluyó en la Argentina. En cada lugar, John era el orador y yo servía como traductor. Sus exposiciones y su testimonio vivido ilustraban bien la afirmación que haría posteriormente en su comentario sobre las Cartas a los Tesalonicenses: «Cada ministerio auténtico comienza… con la convicción de que hemos sido llamados a usar la Palabra de Dios como sus guardianes y sus heraldos. Nuestra tarea es guardarla, estudiarla, exponerla, aplicarla y obedecerla». Nuestras largas conversaciones en privado giraban mayormente en torno a temas relacionados con el Congreso Internacional de Evangelización Mundial que iba a celebrarse en Lausana, Suiza, unos meses después, en julio de ese mismo año. Varios de esos temas (por ejemplo, la responsabilidad social y política de la iglesia y la relación entre esa responsabilidad y la evangelización) habían sido articulados en el seno de la FTL y formaban parte de la ponencia que yo presentaría en un plenario del Congreso.
Lausana I proveyó una plataforma global para la exposición del pensamiento forjado en los núcleos de la FTL a partir de la iniciación de ésta a fines de 1970. La comisión de redacción, presidida por John Stott, contaba entre sus miembros a Samuel Escobar (Presidente de la FTL). No sorprende, por lo tanto, que varios de los temas incluidos en el Pacto de Lausana, el valioso documento elaborado por esa comisión, hagan eco a la teología evangélica latinoamericana. Un claro ejemplo de esto es el párrafo 5 del Pacto, según el cual «tanto la evangelización como el involucramiento socio-político son parte de nuestro deber cristiano, puesto que ambos son expresiones necesarias de nuestras doctrinas de Dios y el ser humano, nuestro amor al prójimo y nuestra obediencia a Jesucristo».
Después de Lausana I John fue nombrado moderador del Grupo de Teología y Educación del Movimiento de Lausana. Con ese cargo, entre 1977 y 1982 se ocupó de organizar consultas globales sobre temas incluidos en el Pacto de Lausana que se prestaban a la controversia. A tres de estas consultas me invitó como uno de los ponentes en el plenario: 1. la Consulta sobre el principio de unidades homogéneas, que se realizó en Pasadena, California, en junio de 1977; 2. la Consulta sobre Evangelio y cultura, que se llevó a cabo en enero de 1978, en Willowbank, Bermuda; 3. la Consulta sobre el estilo de vida sencillo, que tuvo lugar en Hoddesdon, Inglaterra, en colaboración con la Unidad de Ética y Sociedad de la Comisión de Teología de la World Evangelical Fellowship. También fui invitado por John a la Consulta sobre la relación entre la evangelización y la responsabilidad social, que se realizó en Gran Rapids, Michigan, Estados Unidos, en junio de 1982, esta vez para responder a la ponencia de Arthur P. Johnson sobre el Reino de Dios en relación con la iglesia y el mundo. Todos mis trabajos presentados en estas consultas aparecerían, junto con otros, en mi libro Misión integral, publicado por Ediciones Nueva Creación en 1985.
La Consulta sobre el principio de unidades homogéneas se realizó justamente antes de que John y yo emprendiéramos nuestra segunda gira continental a invitación de la FTL en junio de 1977. Esta vez visitamos México, Guatemala, Colombia, Ecuador y Argentina. De nuevo, él sirvió como orador, yo como traductor. Pero ahora el viaje fue combinado con dos inolvidables experiencias turísticas: una visita a las Islas Galápagos, Ecuador, y otra, el cruce de Puerto Montt, Chile, a Bariloche, Argentina. En ambas oportunidades pude constatar con mayor profundidad la seriedad y hasta la pasión con las que John encaraba su hobby: la ornitología. Un buen recordatorio de la visita a las Islas Galápagos serían las fotos incluidas en The Birds, Our Teachers (Los pájaros, nuestros maestros), obra ilustrada que se publicaría en 1999.
Una extraordinaria experiencia para toda mi familia fue la ocasión en que John, que estaba participando en una conferencia en Brasil, viajó a Argentina para pasar casi una semana de vacaciones con nosotros en la Patagonia. Eso fue en febrero de 1980. A pesar de eso, todavía se conserva fresca la memoria de la visita al paraíso de los pájaros en la Península de Valdez, de los ingentes esfuerzos por mantener en pie las carpas azotadas por los vientos y de los asados de cordero preparados por los amigos de los Rooy (Sidney y Mae), nuestros guías conocedores de la zona por haber sido misioneros allí por varios años.
De 1983 a 1997 John Stott ejerció el cargo de Presidente Internacional de Tear Fund del Reino Unido e Irlanda. A sugerencia suya, cuando cesó en sus funciones en esta agencia evangélica de servicio yo fui nombrado en su lugar. Durante la década en que fungí como Presidente Internacional (1997-2007) viajé a Londres anualmente, y esto me dio la oportunidad de disfrutar casi todos los años de la hospitalidad de John en su modesto departamento ubicado en 12 Wymouth Street, en las cercanías de la iglesia All Souls.
La tercera y última visita de John a la Argentina fue en abril de 2001, esta vez acompañado por su sucesor Chris Wright como Director de la Langham Partnership International, para un seminario sobre predicación expositiva. Cumplió sus 80 años mientras era nuestro huésped en el Centro Kairós, en las afueras de Buenos Aires. Al final del seminario, él y yo viajamos juntos a las impresionantes Cataratas del Iguazú y luego visitamos Asunción, Paraguay, y la colonia menonita en el Chaco paraguayo.
A todo lo dicho podría añadir varios párrafos sobre mi participación en la publicación en castellano de varios de los libros de John Stott, ya sea como traductor o como editor. Dejo la descripción de ese trabajo, del cual he sido yo el primer beneficiado, como una tarea pendiente. Baste por ahora decir que con las regalías de todos los libros que él escribo, un buen número de ellos reimpresos varias veces y muchos traducidos a varios idiomas, John hubiera podido llegar a ser un multimillonario. Sin embargo, prefirió seguir a Aquel que dijo que no había venido para ser servido sino para servir y dar su vida por muchos. Consecuentemente, John eligió dedicar su dinero a la Langham Partnershiop Intertnational y sus tres ministerios de alcance global: becas para estudiantes deseosos de hacer el doctorado para servir al Señor en el campo teológico, literatura y seminarios de predicación.
Lo que he dicho respecto a mi relación con John por más de medio siglo me ha hecho tomar conciencia de la manera en que, por la gracia de Dios, mi vida y ministerio han estado entrelazados con la vida y ministerio de este maravilloso modelo de lo que significa ser un discípulo radical de Jesucristo. ¡Gracias, tío Juan, por tu amistad! ¡Alabo a Dios por tu legado!
Fuente: www.kairos.org.ar/blog
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