domingo, 9 de octubre de 2011

LA VOLUNTAD REFORMADORA ANTE EL DESIGNIO DIVINO

Por. Leopoldo Cervantes-Ortiz, México

Las Escrituras, al narrar los acontecimientos de Israel, enseñan que Dios, aunque nunca abandonó a sus iglesias, a veces destruyó el orden político establecido en ellas. Por consiguiente, no creemos que él esté vinculado a las personas de tal modo que la Iglesia nunca sea derrotada, es decir, que las personas que la presiden no puedan apartarse de la verdad.[1] J. Calvino

1. Una negación de las reformas inviables políticamente
Según la “escuela deuteronomista”, que abarca desde el libro que le da nombre hasta II Reyes, la tensión entre las creencias religiosas y los horizontes políticos del momento, hicieron que muchos reyes de Judá y de Israel, luego de la división del reino, optaran por hacer a un lado los ímpetus de reforma para la vida del pueblo. Esto sucedió a diferencia de otros, como Ezequías, quienes a pesar de que los indicios políticos fueran contrarios, colocaron como razón de ser de sus decisiones, las indicaciones de la ley religiosa y de algún profeta que los aconsejara en nombre de Yahvé. II Reyes 21.1-18 narra la historia de Manasés, un monarca que figura en medio de dos reyes reformadores, Ezequías y Josías, pero para quien los valores yahvistas no fueron lo más importante, pues llevó a cabo un retorno a las prácticas religiosas cananeas. Políticamente, respondió así a las presiones populares: “Las medidas religiosas de Manasés, que no indican obligatoriamente un retorno al paganismo cananeo, pueden explicarse por una oposición a la reforma de Ezequías, quizás bajo la presión popular. La polémica, que dirige contra este rey todas las quejas posibles en este terreno, desde el baalismo (v. 3) hasta diversas prácticas adivinatorias (v. 6), es de una difícil apreciación histórica”.[2]
La valoración religiosa de esta tradición histórica, que no aceptaba criterios basados en mediaciones políticas predominantes, coloca las decisiones de este monarca en el esquema de obediencia-desobediencia y, todavía más, lo señala como alguien que incluso practicó, sin ningún rubor, todo lo opuesto a la religión israelita: “Y pasó a su hijo por fuego, y se dio a observar los tiempos, y fue agorero, e instituyó encantadores y adivinos, multiplicando así el hacer lo malo ante los ojos de Jehová, para provocarlo a ira” (v. 6). Cualquier politólogo podría decir hoy que fue un demagogo pragmático, pues aceptó llevar a cabo acciones religiosas espectaculares solamente para ganar popularidad y legitimidad, aunque en la perspectiva teocrática del antiguo Israel, su papel como representante de la fe yahvista fue pésimo, al grado de convertirse en modelo de infamia real: “Después de Ajab y Ajaz, Manasés se convierte en la nueva referencia para todo lo que de peor puede suceder en Judá (cf. 2 Re 21.20; 23.12, 26; 24.3-4). La tradición conserva el recuerdo de persecuciones, mencionadas por II Re 21.16, a lo largo de las cuales Isaías habría encontrado la muerte”.[3]
Apóstata, represor y asesino de profetas, ya no podría agregarse más al recuento de su vida y obra, no consideró viable políticamente para la sobrevivencia de su nación el respeto a las tradiciones religiosas de su pueblo y, debido a su longevidad (reinó durante 55 años: 697-643 a.C.), vio sucederse a tres reyes asirios, con lo que consiguió sus propósitos. En resumen, Manasés fue un hombre que se negó a seguir el camino reformador de su padre y antecesor, aun cuando fue alertado por los profetas, quienes anunciarían, como consecuencia que vendría todo el mal sobre ese reino.
El profeta Sofonías hizo una evaluación de la situación en Judá poco después de la muerte de Manasés. Apuntó no sólo los mencionados factores religiosos, sino también la influencia cultural extranjera (1.8), violencia y fraude (1.9), injusticia socio-económica (1.10-11) y, de parte de las clases acomodadas, una franca negación de la capacidad o disposición de Yavé de actuar en dicha situación (1.12). Sofonías veía esperanza únicamente para “los humildes de la tierra”, el pueblo pobre que ponía por obra los juicios de Yavé, buscaba justicia y confiaba en su nombre (2.3; 3.12).[4]
2. Sumarse a las transformaciones deseadas por Dios
Y, sin embargo, ¡los libros de las Crónicas lo “rehabilitaron”! porque se arrepintió de lo que había hecho y actuó en consecuencia: “Y habló Jehová a Manasés y a su pueblo, mas ellos no escucharon; por lo cual Jehová trajo contra ellos los generales del ejército del rey de los asirios, los cuales aprisionaron con grillos a Manasés, y atado con cadenas lo llevaron a Babilonia. Mas luego que fue puesto en angustias, oró a Jehová su Dios, humillado grandemente en la presencia del Dios de sus padres. Y habiendo orado a él, fue atendido; pues Dios oyó su oración y lo restauró a Jerusalén, a su reino. Entonces reconoció Manasés que Jehová era Dios” (II Cr 33.10-13). Otros tiempos, otras interpretaciones de los mismos sucesos:
No sabemos si Manasés contempló rebelarse alguna vez durante su largo reinado de más de medio siglo. II Crónicas le atribuye una reforma (33,15-16) como consecuencia de haber sido llevado en cadenas a Babilonia. Aunque no es imposible que Manasés fuera castigado así por alguna infracción, resulta poco probable que hubiese desafiado a los asirios después de ser restaurado a su trono. Los anales oficiales de Asiria no mencionan el incidente, notando solamente que Manasés pagó tributo y colaboró en la campaña contra Egipto. II Reyes lo presenta como vasallo leal, cuya inclinación hacia el imperio no solamente dio acogida a costumbres y modas asirias en la sociedad judaíta, sino que permitió toda suerte de cultos y prácticas nativas y extranjeras.[5]
En ocasiones, las directrices divinas, que deben discernirse de manera espiritual, no necesariamente coinciden con las coyunturas humanas, en medio de las cuales los criterios de acción pueden chocar frontalmente con las indicaciones de carácter religioso o teológico. Debido a que en el cristianismo actual, ni la Iglesia ni la sociedad son ámbitos teocráticos, los impulsos para recuperar los valores sagrados enfrentan dificultades que en las épocas antiguas resultaban inconcebibles, pues las opiniones de los sacerdotes o dirigentes religiosos eran indiscutibles, lo cual viene a poner sobre la mesa que, en rigor, la verdadera teocracia jamás existió. No obstante, cuando en el Apocalipsis advertimos, nuevamente, cómo el Espíritu Santo desea conducir la vida de las iglesias locales del Asia menor.
Al dirigirse a las comunidades de Pérgamo y Tiatira, luego de reconocer sus buenas acciones, las exhorta a arrepentirse (2.16) y a actuar, en el segundo caso sobre todo, en medio de la lucha ideológica y cultural, para resistir los embates y reformar la conducta de los grupos cristianos establecidos en ciudades tan conflictivas, como era el caso de la primera, donde se asentaba un santuario al emperador y en donde florecía la persecución anti-cristiana (2.13). Las reformas en la actitud y en la conducta resultaban imprescindibles para mantener la resistencia espiritual, la más importante para Dios y para su proyecto, igual que hoy.

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[1] Cit. por Zwinglio M. Dias, “De la separación necesaria a la unidad imprescindible”, en Tempo e Presença, 1983.
[2] Damien Noël, En tiempo de los reyes de Israel y de Judá. Estella, Verbo Divino, 2002 (Cuadernos bíblicos, 109), pp. 49-50.
[3] Idem.
[4] Alicia Winters, “La sangre derramada por Manasés. Resistencia contra el imperio en la literatura bíblica”, en RIBLA, núm. 11, 1992,
www.claiweb.org/ribla/ribla11/la%20sangre%20derramada.htm.
[5] Idem.

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