jueves, 10 de noviembre de 2011

MUJERES HACIENDO TEOLOGÍA: REDESCUBRIENDO LAS TEOLOGÍAS FEMINISTAS EN AMÉRICA LATINA

Por. LORETO FERNÁNDEZ MARTÍNEZ, Chile
“Sueño con recuperar nuestra memoria… que como mujeres podamos ofrecer una nueva economía, una nueva política, una nueva teología… sueño con hablar de lo nuestro sin tener tanta vergüenza…”A.C., entrevistada de Bolivia
¿Pueden las mujeres pensar? La pregunta en sí misma puede pasar por insulsa, ridícula, obvia, innecesaria. Sin embargo, para muchas de nosotras se mantiene la sospecha de que a pesar de las luchas sociales en que “nuestros derechos” se han equiparado, parcialmente al menos, a los de los varones y que en los discursos políticamente correctos la exclusión de las mujeres es inaceptable, la respuesta no es tan evidente. En la práctica no sólo persisten diferencias inexcusables en todos los ámbitos, incluido el académico, sino que presenciamos, además, una refinada forma de marginación que opera soterradamente y sigue suponiendo que la voz de las mujeres (pensamiento, prácticas, proyectos, visiones, juicios), es mera alteridad de aquello que realmente tiene consistencia ontológica, a saber, la voz masculina. Como bien dice Margarita Pizano:
Hoy se ha modernizado una masculinidad neoliberal y globalizada que controla, vigila y sanciona igual que siempre. Pero esta vez a través de un discurso retorcido, menos desentrañable y en aparente diálogo con la sociedad en su conjunto, donde va recuperando, funcionalizando, fraccionando, absorbiendo e invisibilizando a sus oponentes y que trae consigo una misoginia más profunda, escondida y devastadora que la del viejo sistema patriarcal.
Aún así, y parafraseando a Foucault, hay mujeres que solas o asociadas a colectivos, desde espacios académicos u otros inventados por ellas mismas, mantienen la insurrección de los saberes sometidos, afectando de alguna manera las disciplinas del conocimiento humano. En este contexto, el Centro
Ecuménico Diego de Medellín (en adelante CEDM), desde su programa de “Teología y justicia de género”, se hizo cargo de una investigación tendiente a pesquisar el estado del quehacer teológico de mujeres católicas en América Latina, con el fin de generar algunas líneas fundamentales para el fortalecimiento de la teología feminista en nuestro continente. Dicho estudio se centra, en principio, en examinar las posibilidades de las teólogas de pensar críticamente las categorías de lo sagrado y de la trascendencia. De esta manera, se preocupa de forma especial por la incidencia que estos nuevos discursos de lo divino puedan tener en la creación de nuevos imaginarios religiosos y prácticas liberadoras, alternativas al modelo patriarcal que se refleja y reproduce en los paradigmas teológicos tradicionales.
En este breve artículo, presentaremos algunos antecedentes de las Teologías Feministas en América Latina, antecedido de una nota aclaratoria, una categorización de este quehacer como marco de referencia, temáticas recurrentes en las teólogas latinas y, finalmente, algunos desafíos que nos parece oportuno señalar. Todo esto, dentro del marco de esta investigación iniciada a fines del 2007 y en la que colaboraron más de 40 mujeres de 9 países del continente. que da cuenta de la distancia que hay entre la declaración de buenas intenciones y las prácticas efectivas al respecto.
NOTA ACLARATORIA
¿Qué decimos cuándo decimos? Con la certeza de que el lenguaje no es ni unívoco ni neutral, y que en cuanto dador de sentido y mediador de las experiencias, supone siempre un margen de distancia entre la comprensión de quien le usa y la generación de resignificados de quien o quienes lo recepcionan, es que nos permitimos explicitar los márgenes de la definición que tienen algunos conceptos que usaremos en esta presentación y que se establecieron como parámetros para la investigación en curso. De este modo, cuando hablamos de Teología/as feminista/as Latinoamérica/as las entendemos como teologías múltifacéticas y pluralistas, realizadas desde la óptica de las mujeres, sus búsquedas de sentido, sus luchas y su contribución a generar espacios de justicia y reciprocidad en todos los ámbitos, superando la lógica patriarcal imperante. Como aproximación general, se pueden reconocer al menos dos grupos: Radicales, Post-Patriarcales, post-cristianas o teálagas, que tienen una actitud completamente rupturista con sus tradiciones de origen y que apuntan a recuperar la experiencia de Jesús más allá de la cultura que lo encierra; están también las Reformistas, que tienen una actitud crítica y de sospecha frente al sexismo que descubren en las prácticas y sustentos teóricos de sus tradiciones, pero que aún poseen algún grado de vinculación con sus respectivas Iglesias, confiando en que es posible transformarlas desde dentro.
Hemos optado por hablar de “quehacer teológico” más que de teología, puesto que en cuanto disciplina y en un sentido tradicional, ésta se asocia casi exclusivamente a los ámbitos académicos, desarrollados por profesionales que acreditan su experticia con determinados grados. Sin embargo, los condicionamientos que excluyen a las mujeres de dichos espacios son de tal magnitud en la teología, que nos parece importante validar las nuevas geografías que las mujeres han buscado para sí y sus discursos de lo sagrado. Por lo tanto, es importante el proceso de empoderamiento que han llevado adelante mujeres de diversos contextos, tratando de significar o resignificar sus propias experiencias y prácticas de fe, ya sea que las hayan sistematizado discursivamente o no, en los centros tradicionales de estudio o fuera de ellos. Lo anterior incluye ámbitos teológicos o espacios pastorales, es decir, aquellos lugares al interior de la iglesia católica, como grupos diocesanos, parroquiales, de comunidades religiosas, y donde las mujeres, teniendo posturas más o menos críticas, siguen adhiriendo a la confesionalidad desde la pertenencia estructural a la iglesia católica romana y grupos independientes. Consideran también lugares donde las mujeres en solitario o en colectivos, se reconocen originalmente como parte de la tradición católica, aunque hacen sus búsquedas de manera autónoma y sin ninguna regulación eclesial.
ANTECEDENTES DE LA TEOLOGÍA FEMINISTA EN AMÉRICA LATINA
La diversidad y riqueza del quehacer teológico de las mujeres en nuestro continente y su correlato en determinadas prácticas orientadas a un estilo de vida que supere los marcos impuestos por el actual sistema patriarcal imperante, tiene algunos antecedentes fundamentales que se han ido entretejiendo hasta dar luz lo que se conoce como Teologías Feministas Latinoamericanas (en adelante, TFLA). Puesta la mirada en los procesos sociales a nivel mundial, entre sus antecedentes está, por ejemplo, el Movimiento de Liberación de las Mujeres –considerado como uno de los hitos del siglo XX–, con sus dirversas reivindicaciones: aquellas, por ejemplo, que apuntan a los aspectos relacionales, de derechos civiles y reproductivos, o vinculados al similar status. Su fuerte desarrollo en Europa y EE.UU. a partir de la década de los 60, se fue expandiendo lentamente al resto del planeta, y con mayor intensidad en América Latina desde los ’80 con matices particulares, como en el caso del desafío planteado por el intento de superar la feminización de la pobreza, en un continente marcado por la opresión y la desigualdad social.
Ya en el plano de la estructura eclesial, el Concilio Vaticano II fue un momento de fuerte impacto para la iglesia católica. Sus conclusiones permitieron, entre otras cosas, una revisión de las prácticas pastorales, una relación dialogante con el mundo, la historia y otras Iglesias y confesiones religiosas, como también el fortalecimiento de las Iglesias locales y la emergencia de una eclesiología centrada en la categoría teológica de pueblo de Dios, que impulsó una mayor participación de las y los laicos al interior de la comunidad eclesial. En Latinoamérica a partir de la 2ª Conferencia Episcopal de Medellín (1967), cuyo objetivo era precisamente la aplicación del Concilio nombrado en nuestro continente, se ahondó en un compromiso por la justicia social y en una opción clara y decidida por los pobres, sustentada por la emergente Teología de la Liberación, cuya reflexión se articulaba considerando la praxis de compromiso social y político de las y los cristianos en un continente marcado por la pobreza, la exclusión y la desigualdad. Sin embargo, las resistencias de los sectores más conservadores siempre mantuvieron una tensión que se fue acrecentando durante el largo pontificado de Juan Pablo II, quien mantuvo en entredicho, cuando no descalificó, el camino de las comunidades católicas y particularmente de las teólogas y los teólogos de la liberación.
En un escenario social, marcado mayoritariamente por la mantención de sistemas políticos opresivos y eclesialmente por el refuerzo de posturas contrarias a los derroteros abiertos por el Concilio, la teología de la liberación no sólo se mantuvo, si no que se fue diversificando contextualmente. De este modo, en algunas teólogas fue creciendo la conciencia que hacer teología en América Latina tomando en cuenta la situación del pobre, debía consistir en asumir el rostro de las mujeres campesinas, indígenas, afrodecendientes, pobladoras, que eran doblemente marginadas en su situación de pobres y de mujeres. Este será otro elemento que va a singularizar la producción teológica en nuestro continente y es la interpelación permanente que se hace a los discursos, desde las experiencias de las mujeres concretas, mujeres pobres que por su vida cotidiana interpelan todas nuestras representaciones, especialmente nuestro imaginario de Dios: ¿Qué Dios es este que ha permitido su exclusión, su explotación, su permanencia en un situación social que les niega su condición de personas? ¿Dónde está el Dios que escucha el clamor de su pueblo? ¿Cómo es? ¿Dónde está? ¿Qué puede aportar a la liberación de las mujeres?
Otro elemento que articula la TFLA es su acento ecuménico. Las mujeres del continente nos hemos hermanado en nuestras búsquedas y en nuestros sueños, al ir descubriendo que independientemente de la tradición religiosa de la que somos herederas, tenemos una historia común de sometimiento y una serie de aprendizajes hechos en nuestras iglesias que nos cuestionan, nos inquietan y nos llaman a buscar nuevas respuestas desde espacios diferentes, surgidos a partir de nuestras propias preocupaciones y experiencias. Aparecen entonces las Teologías Feministas en nuestro continente, las que también sufrirán procesos de diversificación, marcados tanto por los contextos desde donde se hacen, como por las subjetividades de quienes la van gestando. También se verán afectadas, negativamente, en el caso de las teólogas católicas, por la mantención, durante casi 30 años (considerando los pontificados de Juan Pablo II y de Benedicto XVI), de políticas eclesiales centralistas. Una de las consecuencias de este proceso de repliegue doctrinal, es el resurgimiento de un modelo de cristiandad que impuso –e impone– fuertes sanciones a los sectores de mayor crítica hacia la cúpula de la iglesia católica (cuestionamiento, censura, prohibiciones, reprobación pública, etc.). Lo anterior se justifica, por parte de la curia romana, a través de un discurso anquilosado y cerrado a las reivindicaciones de género. Además, las Teologías Feministas, en general, han debido enfrentar los nuevos escenarios culturales donde lo religioso es puesto en entredicho y se ha cuestionado su lugar en la sociedad. Un proceso de secularización que no se puede evadir, porque el impacto que causa, toca de alguna manera a la teología en general y particularmente a aquella circunscrita a posturas feministas, o cuyas prácticas pastorales se suman a las reivindicaciones de las mujeres, como por ejemplo, la búsqueda de la igualdad de género y de la reciprocidad en el conjunto de relaciones.
CATEGORIZACIÓN DEL QUEHACER TEOLÓGICO
Si bien es cierto que destacadas teólogas latinoamericanas han dado cuenta del despliegue de la teología desarrollada por mujeres en el continente9, Ivonne Guevara ha sido una de las de mayor influencia en las corrientes feministas latinoamericanas y nos parece que su explicación del quehacer teológico en tres fases diferentes, de los 60 a la fecha, sigue teniendo plena vigencia. Al menos así lo constata nuestra investigación, por una parte, cuando es citada espontáneamente por más de la mitad de las mujeres entrevistadas y, por otro lado, ante la evidencia de que su propuesta da cuenta muy acertadamente del lugar de las teólogas. En este sentido, se descubre con relativa facilidad, en los relatos de las participantes, su permanencia en alguna de las fases o las evoluciones experimentadas, por cada una de las mujeres, a lo largo de sus trayectorias. Como la misma autora señala, dichas fases no tienen un orden cronológico, pueden darse de manera sucesiva o convivir de manera simultánea de acuerdo a los procesos y los contextos en que se efectúen.
La Primera Fase es llamada por Ivonne Guevara como“El descubrimiento de la mujer como sujeto histórico oprimido”. Es un trance que corresponde a cuando las mujeres se van asumiendo, desde su singularidad y especificidad, como sujeto oprimido, pero también de liberación y reflexión teológica. Hay que recordar que muchas de las mujeres que hoy adscriben a la teología feminista, a fines de los 60 e inicios de los 70, mostraron un fuerte compromiso social, estuvieron presentes en las luchas reivindicativas del continente y fueron adherentes a la teología de la liberación. En este proceso muchas de ellas descubrieron que el rostro de los pobres no era abstracto y, en el caso de las mujeres, revestía una doble marginalidad. La Segunda Fase es “La feminización de los conceptos teológicos”, que da paso a las búsquedas de imágenes de Dios, practices celebrativas y espacios de vivencia de la fe que integren lo femenino. En esta fase se cuestiona fuertemente el patriarcado y se empiezan a descubrir sus expresiones en las prácticas religiosas que tienen que ver con una concepción eclesial tradicional, aunque ésta siga presente y reproduciéndose, en los discursos teológicos. Por último, la Tercera Fase es la “Teología ecofeminista holística”, a través de la cual se replantean todos los paradigmas tradicionales de la teología y se invita a generar nuevos referentes en todos los ámbitos, buscando mayor libertad y creatividad. Del mismo modo, se presta atención a nuevas temáticas, vedadas en la teología tradicional, como el cuerpo, el placer, los derechos reproductivos, etc., y otras formas de relaciones integradoras que abarquen toda la realidad de las mujeres.

TEMÁTICAS RECURRENTES
¿Cómo se articula el discurso de lo sagrado en el trabajo de las teólogas feministas? ¿Hay tópicos recurrentes en el continente a pesar de la diversidad cultural, considerando, además, que las mujeres que hacen teología pueden estar en diversas fases y, por lo tanto, tener preocupaciones muy distintas en sus diversos quehaceres teológicos? Nuestra investigación arrojó que si bien algunas temáticas tienen mayor o menor interés y relevancia, hay preocupaciones transversales como la espiritualidad o los estudios de género, cuya diferenciación está dada por el tratamiento, lenguaje o códigos en que se presenta, pero cuya presencia reiterada demuestra que son de importancia para la teología latina hecha por mujeres de hoy. Por supuesto, los puntos de convergencia de los quehaceres teológicos suponen los diversos espacios en los que se desarrollan, estos es, dependen, en principio, de si las mujeres se ubican en los ámbitos académicos, donde claramente se sigue trabajando temas más tradicionales como la Biblia o los sacramentos, ambientes pastorales donde el acento está puesto más en lecturas populares de la Biblia y emergen como preocupación la violencia o la autoestima, o si están relacionados los espacios independientes donde al no haber control jerárquico se da una mayor creatividad y libertad para incorporar con fuerza el tema del cuerpo, la sexualidad, derechos reproductivos, ecología.
DESAFÍOS
Nos gustaría finalizar dejando hablar a las mujeres que generosamente colaboraron con nuestro trabajo, a ellas les preguntamos qué desafíos tenían en su quehacer teológico, qué esperaban, con qué soñaban. Claramente hay un sinnúmero de factores que dificultan la concreción de estos planteamientos, pero mostrarlos puede ser una manera de empezar a buscar caminos o pistas que ayuden a superarlos. El primer desafío que surge con nitidez es la necesidad de incrementar la producción escrita de las teólogas del continente y salir de la máxima de que “Son pocas y escriben poco”. Otra búsqueda tiene que ver con la necesidad de generar mayor articulación y trabajo en redes. Es interesante que como método, muchas mujeres creen colectivos donde los procesos de reflexión y síntesis surgen de manera cooperativa, donde la circularidad de las relaciones va permitiendo la autoafirmación de ellas mismas, animándolas a sacar adelante sus proyectos y aportar creativamente a la teología desde miradas renovadas. Para algunas, vinculadas a los espacios confesionales, se hace imprescindible una mayor –cuando no real– presencia de mujeres en la academia. Asociado a lo anterior, agregaríamos la posibilidad de hacer verdaderamente teología feminista y no mera reproducción de los ya conocidos relatos masculinos sobre Dios, la religión y lo sagrado. Otros desafíos tienen que ver con el rol sociopolítico de los discursos teológicos. Al respecto es muy elocuente lo que planteaba una de nuestras entrevistadas: “Quiero una igualdad total, económica, política, una democracia radical, que quiere decir que yo puedo hacer muchas luchas, porque la igualdad es una cosa muy grande…También la igualdad religiosa, es muy importante, hinduismo, budismo, cristianismo… …yo espero que las mujeres de América Latina, las mujeres pobres, negras, marginalizadas puedan reunirse con mujeres de otros continentes para que puedan ver que no estamos en una competencia, estamos juntas también con los hombres marginalizados…Yo quiero luchar con las mujeres que quieren resistir, analizar su situación, reflexionar sobre sus experiencias, su posición local, su posición social y así hacer una historia de transformación.”
Para concluir, creemos que entre nuestras tareas pendientes está reconocer –como lo hemos hecho tantas veces – que la palabra de Dios para nosotras es una palabra masculina, que “aunque se quiera hablar de Dios sin imagen precisa, en las culturas cristianas latinoamericanas…persisten rastros de imágenes que identifican a Dios con lo masculino”. No obstante, este reconocimiento tiene que alentarnos a seguir caminando y buscando, para que nuestros balbuceos sobre la trascendencia, alguna vez, ayuden a romper con este modelo patriarcal imperante y nuestros discursos de lo sagrado tengan el gusto inigualable del primer beso, una copa de buen vino o un paseo por playa al atardecer.

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