domingo, 11 de diciembre de 2011

ANUNCIOS DE ESPERANZA EN MEDIO DE LAS CRISIS

Por. Leopoldo Cervantes-Ortiz, México

Dios mismo dictará sentencia/ contra naciones y pueblos lejanos,/ y ellos convertirán sus espadas/ en herramientas de trabajo./ Nunca más nación alguna / volverá a pelear contra otra,/ ni se entrenará para la guerra.
Miqueas 4.3, Traducción en Lenguaje Actual
1. ¿Qué nos recuerda el mensaje de Miqueas?
De manera casi uniforme, la lectura del profeta Miqueas ha estado asociada a dos fragmentos que ciertamente resumen mucho de lo que proyecta su mensaje, pero que inevitablemente reduce la comprensión de su horizonte de fe y del a coyuntura que lo produjo. “Acostumbramos usar el texto en el que se habla del contraste entre una religión de culto sacrificial y una religión de vida ética, de justicia y humildad delante de Dios [6.8: ‘Pero ya Dios les ha dicho qué es lo mejor que pueden hacer y lo que espera de ustedes. Es muy sencillo: Dios quiere que ustedes sean justos los unos con los otros, que sean bondadosos con los más débiles, y que lo adoren como su único Dios’]. Se habla también de una figura mesiánica, que vendrá de la periferia, de la menor de las aldeas de Judá y, a partir de ahí, reorganizará la vida del pueblo [5.2: ‘Pero tú, Belén Efrata,/ entre los pueblos de Judá/ eres un pueblo pequeño,/ pero llegarás a ser muy importante./ En ti nacerá un rey/ de familia muy antigua,/ que gobernará sobre Judá’]”.[1]Ambas citas reflejan la esperanza de un pueblo creyente que tuvo claridad a la hora de definir sus compromisos con Dios y la humanidad, mientras anunciaba la superioridad del reino divino sobre todos los poderes humanos. Miqueas, quien de manera similar a Isaías, afrontó el ambiente político de su época, presentó su mensaje durante el reinado de tres monarcas de Judá: Jotam, Acaz y Ezequías. La situación no era nada halagüeña:
La épo­ca de Mi­queas es­tá mar­ca­da por la pre­sen­cia de los asi­rios co­mo fuer­za de ocu­pa­ción ex­tran­je­ra. Des­de la mi­tad del si­glo VIII a.C., los asi­rios pro­mue­ven una po­lí­ti­ca de ex­pan­sión y con­quis­ta. Su ob­je­ti­vo es lle­gar al Mar Me­di­te­rrá­neo y con­tro­lar la ru­ta co­mer­cial que pa­sa por la Pla­ni­cie Li­to­rá­nea de la Tie­rra de Is­rael. Es­ta pre­sen­cia ex­tran­je­ra lle­va a los di­ri­gen­tes de Ju­dá, por su la­do, a pro­mo­ver una po­lí­ti­ca de for­ti­fi­ca­ción de sus ciu­da­des-for­ta­le­za e im­ple­men­tar una po­lí­ti­ca de al­ma­ce­na­mien­to de ali­men­tos en la ciu­dad. To­do eso a cos­ta de los cam­pe­si­nos pro­duc­to­res. Aun así, a pe­sar de es­ta po­lí­ti­ca, y tal vez jus­ta­men­te por cau­sa de ella, en el 701 a.C. el ge­ne­ral asi­rio Se­na­que­rib con­quis­ta 46 ciu­da­des de Ju­dá y lle­va más de 20.000 de­por­ta­dos.[2]
El pueblo, una vez más, requiere palabras de aliento en medio de la crisis y Miqueas pronuncia unas palabras con aliento político y espiritual, al mismo tiempo. Su defensa de los pobres es intensa y radical: “¡Ay de aquellos que aun en sus sueños/ siguen planeando maldades,/ y que al llegar el día las llevan a cabo/ porque tienen el poder en sus manos!/ Codician terrenos, y se apoderan de ellos;/ codician casas, y las roban./ Oprimen al hombre y a su familia,/ al propietario y a su herencia” (2.1-2). Igualmente su denuncia contra los gobernantes: “Escuchen ahora, gobernantes y jefes de Israel,/ ¿acaso no corresponde a ustedes/ saber lo que es la justicia?/ En cambio, odian el bien y aman el mal;/ despellejan a mi pueblo/ y le dejan los huesos pelados./ Se comen vivo a mi pueblo;/ le arrancan la piel y le rompen los huesos;/ lo tratan como si fuera carne para la olla” (3.1-2). El profeta es portador de una visión y una opción muy claras y ésa va a ser la plataforma de su “esperanza mesiánica”, reconocida siglos más tarde por el evangelio de Marcos (2.6) y Juan (7.42), pues en su palabra asimiló las necesidades y esperanzas de un pueblo pobre y oprimido.
2. Una fe renovadora desde el Israel rural
En Jeremías 26, donde se hace una durísima crítica contra el templo y la ciudad de Jerusalén, hay una referencia al mensaje de Miqueas. Esas palabras proceden de la época del rey Joaquín, quien gobernó Judá entre 605 y 598 a. C. Dice así: “Y se levantaron algunos hombres de los ancianos de la tierra y hablaron a toda la congregación del pueblo reunida: ‘Miqueas de Moreset era profeta en los días de Ezequías, rey de Judá, y dijo para todo el pueblo de Judá: ‘Así dice el Señor de los ejércitos: Sión será arada como un campo, Jerusalén se hará un montón de ruinas, y el monte del templo, un otero de matorral.” (Jr 26.17-19)”. Un profeta que legitima a otro y que con ello se sitúa en su misma línea.
A diferencia de Isaías, afincado en la ciudad de Jerusalén, Miqueas fue un profeta del campo, con una perspectiva rural. Estamos, pues, ante el profeta de “la reforma agraria” de Israel (una nueva repartición de la tierra productiva, 2.4), es decir, aquél que se atrevió a mostrar la manera en que los habitantes de las ciudades explotaban a sus hermanos del campo. Su horizonte de anuncio-denuncia se ubica en el marco del juicio al comportamiento de las ciudades de Israel y la manera en que Yahvé reivindica a los trabajadores del campo para relanzar su esperanza y así recibir nuevas bendiciones, para superar la explotación de la que eran objeto.
Esta fe confiada toma la forma política de los retornados de Babilonia que reconstruyeron Jerusalén, en el famoso oráculo que comienza: ‘Sucederá en días futuros/ que el monte de la Casa de Yavé/ será asentado en la cima de los montes,/ y se alzará por encima de las colinas./ Y afluirán a él los pueblos,/ acudirán naciones numerosas […] Podemos observar, comparando con Is 2.1-5, que los autores del libro de Miqueas han tomado de la tradición del profeta urbano Isaías para reinterpretar el juicio a la ciudad como algo que tuvo su momento y que ha sido superado y no como algo intrínseco a su ser como ciudad.[3]
La visión mesiánica piensa y recuerda que una figura rural dirigirá al pueblo, como antes lo hizo David. De esta manera es posible entender la relación que los contemporáneos de Jesús de Nazaret encontraron entre esta figura y la anunciada por Miqueas, lo cual relanzaría también una nueva visión del “trabajo mesiánico”. En medio de los sufrimientos populares, sólo una persona así podía captar las frustraciones, ilusiones y esperanzas del pueblo sometido por las clases dominantes. El mesianismo proyectado hacia el futuro surge, así, en este momento, de unas condiciones de vida sumamente inequitativas, perversas, y resulta de una visión alternativa de la fe que es capaz de poner en tela de juicio una institución tan venerable como el templo mismo (3.12: “y el monte del templo se cubrirá de maleza”).
No obstante, la esperanza que surge de un mensaje tan directo es capaz de refundarse para comprender que Yahvé volverá a tener misericordia y el signo de la misma es precisamente que desde el pueblo de la tierra surge la profecía de un mesías que viene a reinar y a restaurar la justicia divina. Ésa es la razón de nuestra esperanza en la actualidad, tan crítica como otras. Como sintetizó el gran teólogo judío Abraham Heschel: “Junto con la palabra de destrucción, el profeta proclama la visión de la redención. Dios perdonará ‘al resto de Su herencia’ […] Entre las grandes enseñanzas que nos legó Miqueas se encuentra la de cómo aceptar y soportar la ira divina […] y […] la certidumbre de que la ira no significa que Dios haya abandonado al hombre para siempre. Su ira pasa, pero Su fidelidad perdura eternamente”.[4]

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[1] Haroldo Reimer, “Ruina y reorganización. El conflicto campo-ciudad en Miqueas 1”, en RIBLA, núm. 26, http://claiweb.org/ribla/ribla26/ruina%20y%20reorganizacion.html.

[2] Idem.
[3] J. Pixley, “Miqueas el libro y Miqueas el profeta”, en RIBLA, núm. 35-36,
http://claiweb.org/ribla/ribla35-36/miqueas%20el%20libro.html.

[4] A. Heschel, Los profetas I. El hombre y su vocación. Buenos Aires, Paidós, 1973, p. 94.

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