domingo, 4 de diciembre de 2011

PROMESAS ANTIGUAS, MESÍAS MODERNOS

Por. Leopoldo Cervantes-Ortiz, México

Pues el Señor mismo les va a dar una señal: La joven está encinta y va a tener un hijo, al que pondrá por nombre Emanuel. Isaías 7.14, Dios habla hoy
1. Épocas de crisis, épocas de ansias mesiánicas
No cabe duda que en situaciones de crisis las sociedades humanas siempre han tenido mucha creatividad para imaginar salidas que permitan proyectar los sucesos concretos hacia horizontes nuevos. En la religión bíblica, el surgimiento del mesianismo, es decir, la esperanza en la venida de un redentor histórico que arreglase la situación de manera casi instantánea, obedeció a la suma de fracasos que la sociedad experimentó y que aumentó progresivamente las dificultades para alcanzar el ideal por el que nació, según lo expresado en los documentos más antiguos, el pueblo de Israel. Desde la época de Moisés, las expectativas populares estuvieron centradas en la posibilidad de que los liderazgos pudieran concentrar, al mismo tiempo, las necesidades sociales del momento y la orientación espiritual tradicional que guiaba al pueblo. De este modo, la fe yahvista tenía ya un componente mesiánico originario, pues le garantizaba al pueblo que éste siempre recibiría la dirección divina a través de personas que con el aval religioso podrían conducir el destino de lo que llegó a ser una nación organizada.
Los diversos momentos críticos vividos por este pueblo, especialmente durante la monarquía, fueron minando las esperanzas de alcanzar los ideales de igualdad y obediencia a los mandamientos divinos y provocaron que a medida que las circunstancias se alejaban cronológicamente de los momentos considerados como óptimos en su devenir espiritual y material, se practicara una reinterpretación del pasado que permitió a los profetas proponer a la nación en problemas nuevas alternativas de proyectar la fe hacia el futuro inmediato y a largo plazo. Una comparación entre los mesianismos, como sueños colectivos, llevaría a leer la casi totalidad del Antiguo testamento, no tanto como un “manual de recetas” sino como la documentación de cómo un pueblo es capaz de recuperar la esperanza en medio de las peores circunstancias. Porque la seriedad con que los profetas hebreos asumieron la tarea de colocar el horizonte histórico de su sociedad en su justa dimensión les granjeó enormes enemistades y una profunda incomprensión, situación que permanentemente afrontan los analistas visionarios que no intentan engañar a los pueblos, sino que vean su realidad sin fisuras. Ellos consiguieron esto con el propósito de que apreciaran la historia como un auténtico espacio para el encuentro con el Dios soberano que los había llamado, según entendían estos pensadores religiosos, a un encuentro dinámico y a una relación transparente de fe.
Sobre la conjunción político-religiosa de las esperanzas mesiánicas, J.-C. Eslin escribe: “Es cierto que los judíos no sacralizaban al emperador ni su poder político. Pero, para ellos, la esperanza mesiánica asociaba la renovación política del pueblo y su renovación religiosa. Israel es teopolítico. Los profetas y los rabinos judíos han desencantado, más que nadie, la religión, liberándola de la magia. Pero en el mesianismo aparecen unidas la venida del reino de Dios y la liberación política”.[1] Es por ello que su esfuerzo por moderar las ansias populares para instalar en ellas los designios divinos fue una labor titánica de análisis y discernimiento espiritual que no siempre fue comprendido por los gobernantes y los gobernados, dado que sus intereses no coincidían necesariamente y la visión de estos mensajeros rebasaba ampliamente las coyunturas que vivían.
2. Promesas divinas y cumplimientos históricos
Lo que Isaías propone en primer lugar a los gobernantes (y a su pueblo), sus interlocutores naturales, es hacer un alto en el camino y evitar ser “comidos”, dominados por la coyuntura. Es por eso que escribe el llamado “Libro de Emmanuel” (caps. 6-12 de su libro), en donde al mismo tiempo que exhorta al rey de Judá a cumplir plenamente en Yahvé, lo llama a superar el miedo que le producen las alianzas políticas a su alrededor. La certeza de tener a “Dios con nosotros” refleja la manera en que el profeta-analista político y espiritual sondea en las profundidades del sentir del momento y cómo es capaz de salir de ellas para pronunciar un oráculo de esperanza y juicio, al mismo tiempo. Porque el tenor profético no temía articular ambas cosas a la hora de pronunciarse en medio de una coyuntura y, por el contrario, podía vislumbrar la manera de superar el miedo, responder responsablemente y proyectar la fe hacia el futuro. De ahí procede la insistencia en el anuncio del niño y del monarca justo, motivos que domina este pequeño libro y que tratan de fundamentar la esperanza del pueblo. Samuel Almada lo explica así:
Este núcleo temático central del libro del Emmanuel, y en parte también del libro de Isaías, sintetiza una de las tradiciones más antiguas y relevantes del pueblo de Israel como es la “esperanza de salvación a través de un descendiente de David”. Esto es lo que se conoce con el concepto de “mesianismo real” y tiene como texto fundante la profecía de Natán a David en 2 Samuel 7, que afirma la continuidad y permanencia de la dinastía davídica, de donde los fieles esperan la salvación de Dios (ver también Ez 34,23ss y los Salmos 2; 72 y 110). […]
El miedo no es zonzo y es una primera reacción frente al peligro inminente. La situación exigía respuestas rápidas e ingeniosas, sabiduría práctica y cierta intuición para anticipar reacciones y tendencias de los adversarios; pero el miedo y la angustia también paralizan e impiden actuar con libertad, y es precisamente aquí donde intervino el profeta como portador de una palabra de parte de Yavé. Por otro lado, esta intervención reafirma uno de los aspectos relevantes del perfil del profeta bíblico como es su compromiso ideológico y político, con opiniones y argumentos que establecen su posición frente a situaciones muy concretas. […]
La palabra profética para enfrentar el peligro es sorprendente pues impulsa a Acaz a resistir y mantenerse firme frente al acoso, minimizando la amenaza de sus vecinos del Norte y sin ninguna reacción inmediata. A su vez, por el contexto, vemos que esta opción es interpretada como la posición de confianza en Yavé y de fidelidad a su alianza: “si no os afirmáis en mi no seréis firmes” (7,9), lo cual significa concretamente “si no confiáis en mí, no subsistiréis” (ver también 10,24-27).[2]
Hoy que retomamos estas palabras en el Adviento cristiano somos convocados de la misma manera a no ser sometidos por el miedo ni por las circunstancias, pero también somos llamados a ser portadores de una “esperanza responsable”, que al compartirse sea capaz de atisbar salidas nuevas y creativas en medio de la oscuridad imperante, de modo que el mensaje de la venida y la encarnación del Hijo de Dios en el mundo recupere su potencial liberador para colocar las promesas divinas no ya en el ámbito de la religiosidad fácil y milagrera sino en el de la participación comprometida en la lucha por las transformaciones en la que Dios espera a su pueblo de todos los tiempos. Ésa sería una actitud genuinamente creyente: esperar en las promesas divinas, advertir sus cumplimientos históricos y aportar la pasión creativa para hacerlos una realidad efectiva en el mundo.
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[1] J.-C. Eslin, “La cultura”, en B. Lauret y F. Refoulé, dirs., Iniciación a la práctica de la teología. Érica y práctica. Madrid, Cristiandad, 1984, pp. 152-153.[2] Samuel Almada, “Miedos, alianzas y esperanzas en torno a Isaías 7”, en Revista de Interpretación Bíblica, núm. 61, www.claiweb.org/ribla/ribla61/samuel.html.

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