Por. Ángel Manzo
Haciendo teología
desde la mitad del mundo
La primera vez que vi a María como teóloga fue gracias al libro que lleva por título Hacer teología junto a María (Ediciones Kairós), escrito por el teólogo luterano Valdir Steuernagel. Es uno de los libros más bellos que he leído, un libro que muestra con sencillez, claridad y profundidad la importancia del quehacer teológico. La teología no se puede separar del teólogo ni la predicación del predicador. Es el caso de María, quien en Lucas 1:26-38 aparece como una gran teóloga del pueblo. Símbolo de aquellos que viven su experiencia con Dios en esperanza de liberación y procuran que esa experiencia no pase desapercibida. Quieren comprenderla y disfrutarla, y si esto no es posible, por lo menos quieren acoger el misterio de Dios, que está más allá de las limitaciones humanas.
¡Sí, llega la Navidad! Sin embargo, de eso muy poco sabe María. Lo que sí sabe es que en su juventud recibió la visita de Dios por medio de su mensajero, y esa visita afectaría su vida enormemente. No sé si para ella era importante ser bendita entre las mujeres, pues a duras penas entendería qué significaba eso. ¡Si supieras, María, las polémicas que generarían estas bendiciones que te dio el angelito!
Lo cierto es que la visita de Dios por medio de un ángel trajo una noticia desconcertante. El anuncio le llegó a María cuando su vida estaba plenamente instalada, con el sueño de toda mujer judía cumplido, el de casarse, y con todos los planes que sólo los podía generar una boda. Y, de paso, una boda con un buen partido como José, descendiente de David. Así le llegó el anuncio de parte de Dios.
Propio de la introducción divina, el saludo fue un tanto especial, fuera de lo común: plenitud de gracia, el Señor está contigo. Inmediatamente la fe que trató de entender comenzó a despertar sospechas: ¿Qué clase de saludo es este? Las palabras de paz y calma preparaban lo que aún faltaba. Espérate, María: Vas a quedar encinta, tendrás un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Será un gran hombre, lo llamarán Hijo del Dios Altísimo. Será un rey, y su reinado no tendrá fin, le dijo el ángel.
Ay, si María fuera como las jóvenes de mi época, ¿qué pensaría del ángel?… ¿Qué cara le pondría la pobre María? Frunciría el ceño con dudas: ¿Será verdad? O pondría la mano en su boca y se preguntaría: “¿Estoy despierta o es un sueño?” O con auténtico sabor guayaco diría: “¿Qué mismo es esta vaina?” Perdóneme semejante especulación, pero ¡cuántas cosas pasarían por su mente y emoción! A la larga, lo que pudo hacer fue preguntar: ¿Cómo podrá suceder esto, si no vivo con ningún hombre?
La explicación divina y sobrenatural vino a calmar la limitación de entendimiento. Además, como nuestra mente necesita razones para creer, he aquí una evidencia real, observable y comprobable. Esta pariente tuya, la viejita que dicen que ya no puede tener hijos, sí, esa, Isabel (Elizabeth), va a tener un bebé (“a esa edad, ¡qué horror!”, dirán tal vez las mujeres jóvenes). Es más: ya tiene seis meses de estar encinta. Ella es prueba evidente, y hasta científica, que para Dios no hay nada imposible.
¿Y qué podía hacer la teóloga María ante palabras de tan alta costura? Sólo podía ir de la incredulidad a la credulidad, de la duda a la certeza, del temor a la confianza. ¿Qué otra cosa podía hacer? Su teología la llevó a decir: Yo soy la esclava del Señor; que Dios haga conmigo como su Palabra me ha dicho.
Es así como descubro que teologizar con María es sorprendernos, al igual que ella, con la visita de Dios en nuestra instalada vida: Dios llega e irrumpe de maneras que menos imaginamos. Dios sí que va a todo dar, arrasando con todo. Su sola Palabra nos provoca y nos invita a pensar: ¿Cómo así? ¿De qué se trata? Entonces la Palabra se hace más clara. La teología de María la llevó de la experiencia a la pregunta, y de la pregunta a las respuestas de la Palabra de Dios.
Sí, me gusta esa teología porque no me condena por reaccionar y experimentar. Me permite, con toda mi humanidad, preguntar, sorprenderme, sospechar, no guardarme cosas que siento y pienso. Al no soportar más, pregunto al Señor, en quien encuentro paz y sentido para la vida. Sólo entonces llega la Palabra de Dios con poder, para explicar lo inexplicable, para tranquilizar la limitada y frágil razón y ubicarme en la posición correcta: la de nuestra limitada humanidad y necesidad de fe.
Teologizar con María es ser un poco “rebelde” y atreverse a preguntar “¿cómo?” En medio de la explicación divina llena de majestad y grandeza acerca del niño que ella va a dar a luz, María se atreve preguntar “¿cómo?”, pues en el plano práctico se trata de su vientre, se trata de su vida. Además, María se atreve a dar sus razones, humanas razones, pero las únicas que conoce: no vivo con ningún hombre.
La teología de María no tiene pretensión de verdad divina ni dogma confesional. Esta teología es expresión de sensibilidad humana que reacciona ante lo divino porque la involucra y la afecta. Nada de aquellos dogmas que la mujer calle (perdónenme muchas mujeres y hombres). María no se calló ante el mismísimo ángel Gabriel. Sin embargo, se podría mal interpretar a María, pensando:
—¡Qué osadía! ¿Cómo va a afectar el adoctrinamiento sobre la sumisión de las mujeres?
— Siendo mujer, en vez de aceptar semejante privilegio, se atreve a cuestionar a Dios.
¡Ay, María! A buena hora no vives en esta época No quiero ni imaginarme lo que te dirían muchos pastores y pastoras por tu osadía.
Teologizar con María es saber escuchar y sentir la Palabra de Dios instalándose en la vida. En nuestra limitación humana, nuestras preguntas son como balbuceos de una fe que quiere creer, en algunos casos con la sinceridad de aquel hombre que dijo a Jesús: Creo Señor, pero ayuda mi incredulidad. Cuando la Palabra llega, el corazón ha sido preparado: la teología se ha encargado de hacerlo con las preguntas que el mismo misterio de Dios genera.
La Palabra de Dios llega de manera contundente y la teología solo puede guardar silencio: ha llegado el momento para que el misterio nos cautive, que las razones divinas (si la gracia así lo quiere) lleguen a nuestra vida, que el para Dios no hay nada imposible germine en la fe, y ante él solo podamos caer diciendo: Señor, hágase conmigo, conforme a tu Palabra.
¡Ay, María! Invítame a tu escuela donde aprendiste a hacer teología que me permita ser santo con preguntas sospechosas, que exprese mi humanidad, que dé lugar a la rebeldía y la duda, pero que ante todo caiga postrado ante el Señor de la Palabra, comprometido para hacer su voluntad.
¡Ay, María! Que en esta Navidad yo pueda hacer mi propia teología. Que el ángel me visite para que, a partir de la experiencia y de las preguntas y respuestas de la Palabra de Dios, algo suceda en mi vida. Supongo que en Nochebuena nadie me acusará de hereje por semejante osadía.
Un Ángel terrenal
que trata de aprender a ser
“manzo” y humilde de corazón
Poesía:
“La miseria crece en Belén”
“Un bebé entre animales”
“Parto en colchón de paja”
Titulares posibles
si hubiera habido diarios.
Aquella antigua historia
de un José carpintero,
con las manos curtidas
por maderas y clavos;
de María, asustada,
su vientre adolescente
con dolores de parto.
Sin lugar y con frío.
Solos.
Lejos de casa.
La sangre dando vida
y un bebé con su llanto.
Aquella antigua historia:
este Dios encarnado
este Dios con nosotros,
en medio de la mugre,
profundamente humano.
Marta Márquez
Haciendo teología
desde la mitad del mundo
La primera vez que vi a María como teóloga fue gracias al libro que lleva por título Hacer teología junto a María (Ediciones Kairós), escrito por el teólogo luterano Valdir Steuernagel. Es uno de los libros más bellos que he leído, un libro que muestra con sencillez, claridad y profundidad la importancia del quehacer teológico. La teología no se puede separar del teólogo ni la predicación del predicador. Es el caso de María, quien en Lucas 1:26-38 aparece como una gran teóloga del pueblo. Símbolo de aquellos que viven su experiencia con Dios en esperanza de liberación y procuran que esa experiencia no pase desapercibida. Quieren comprenderla y disfrutarla, y si esto no es posible, por lo menos quieren acoger el misterio de Dios, que está más allá de las limitaciones humanas.
¡Sí, llega la Navidad! Sin embargo, de eso muy poco sabe María. Lo que sí sabe es que en su juventud recibió la visita de Dios por medio de su mensajero, y esa visita afectaría su vida enormemente. No sé si para ella era importante ser bendita entre las mujeres, pues a duras penas entendería qué significaba eso. ¡Si supieras, María, las polémicas que generarían estas bendiciones que te dio el angelito!
Lo cierto es que la visita de Dios por medio de un ángel trajo una noticia desconcertante. El anuncio le llegó a María cuando su vida estaba plenamente instalada, con el sueño de toda mujer judía cumplido, el de casarse, y con todos los planes que sólo los podía generar una boda. Y, de paso, una boda con un buen partido como José, descendiente de David. Así le llegó el anuncio de parte de Dios.
Propio de la introducción divina, el saludo fue un tanto especial, fuera de lo común: plenitud de gracia, el Señor está contigo. Inmediatamente la fe que trató de entender comenzó a despertar sospechas: ¿Qué clase de saludo es este? Las palabras de paz y calma preparaban lo que aún faltaba. Espérate, María: Vas a quedar encinta, tendrás un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Será un gran hombre, lo llamarán Hijo del Dios Altísimo. Será un rey, y su reinado no tendrá fin, le dijo el ángel.
Ay, si María fuera como las jóvenes de mi época, ¿qué pensaría del ángel?… ¿Qué cara le pondría la pobre María? Frunciría el ceño con dudas: ¿Será verdad? O pondría la mano en su boca y se preguntaría: “¿Estoy despierta o es un sueño?” O con auténtico sabor guayaco diría: “¿Qué mismo es esta vaina?” Perdóneme semejante especulación, pero ¡cuántas cosas pasarían por su mente y emoción! A la larga, lo que pudo hacer fue preguntar: ¿Cómo podrá suceder esto, si no vivo con ningún hombre?
La explicación divina y sobrenatural vino a calmar la limitación de entendimiento. Además, como nuestra mente necesita razones para creer, he aquí una evidencia real, observable y comprobable. Esta pariente tuya, la viejita que dicen que ya no puede tener hijos, sí, esa, Isabel (Elizabeth), va a tener un bebé (“a esa edad, ¡qué horror!”, dirán tal vez las mujeres jóvenes). Es más: ya tiene seis meses de estar encinta. Ella es prueba evidente, y hasta científica, que para Dios no hay nada imposible.
¿Y qué podía hacer la teóloga María ante palabras de tan alta costura? Sólo podía ir de la incredulidad a la credulidad, de la duda a la certeza, del temor a la confianza. ¿Qué otra cosa podía hacer? Su teología la llevó a decir: Yo soy la esclava del Señor; que Dios haga conmigo como su Palabra me ha dicho.
Es así como descubro que teologizar con María es sorprendernos, al igual que ella, con la visita de Dios en nuestra instalada vida: Dios llega e irrumpe de maneras que menos imaginamos. Dios sí que va a todo dar, arrasando con todo. Su sola Palabra nos provoca y nos invita a pensar: ¿Cómo así? ¿De qué se trata? Entonces la Palabra se hace más clara. La teología de María la llevó de la experiencia a la pregunta, y de la pregunta a las respuestas de la Palabra de Dios.
Sí, me gusta esa teología porque no me condena por reaccionar y experimentar. Me permite, con toda mi humanidad, preguntar, sorprenderme, sospechar, no guardarme cosas que siento y pienso. Al no soportar más, pregunto al Señor, en quien encuentro paz y sentido para la vida. Sólo entonces llega la Palabra de Dios con poder, para explicar lo inexplicable, para tranquilizar la limitada y frágil razón y ubicarme en la posición correcta: la de nuestra limitada humanidad y necesidad de fe.
Teologizar con María es ser un poco “rebelde” y atreverse a preguntar “¿cómo?” En medio de la explicación divina llena de majestad y grandeza acerca del niño que ella va a dar a luz, María se atreve preguntar “¿cómo?”, pues en el plano práctico se trata de su vientre, se trata de su vida. Además, María se atreve a dar sus razones, humanas razones, pero las únicas que conoce: no vivo con ningún hombre.
La teología de María no tiene pretensión de verdad divina ni dogma confesional. Esta teología es expresión de sensibilidad humana que reacciona ante lo divino porque la involucra y la afecta. Nada de aquellos dogmas que la mujer calle (perdónenme muchas mujeres y hombres). María no se calló ante el mismísimo ángel Gabriel. Sin embargo, se podría mal interpretar a María, pensando:
—¡Qué osadía! ¿Cómo va a afectar el adoctrinamiento sobre la sumisión de las mujeres?
— Siendo mujer, en vez de aceptar semejante privilegio, se atreve a cuestionar a Dios.
¡Ay, María! A buena hora no vives en esta época No quiero ni imaginarme lo que te dirían muchos pastores y pastoras por tu osadía.
Teologizar con María es saber escuchar y sentir la Palabra de Dios instalándose en la vida. En nuestra limitación humana, nuestras preguntas son como balbuceos de una fe que quiere creer, en algunos casos con la sinceridad de aquel hombre que dijo a Jesús: Creo Señor, pero ayuda mi incredulidad. Cuando la Palabra llega, el corazón ha sido preparado: la teología se ha encargado de hacerlo con las preguntas que el mismo misterio de Dios genera.
La Palabra de Dios llega de manera contundente y la teología solo puede guardar silencio: ha llegado el momento para que el misterio nos cautive, que las razones divinas (si la gracia así lo quiere) lleguen a nuestra vida, que el para Dios no hay nada imposible germine en la fe, y ante él solo podamos caer diciendo: Señor, hágase conmigo, conforme a tu Palabra.
¡Ay, María! Invítame a tu escuela donde aprendiste a hacer teología que me permita ser santo con preguntas sospechosas, que exprese mi humanidad, que dé lugar a la rebeldía y la duda, pero que ante todo caiga postrado ante el Señor de la Palabra, comprometido para hacer su voluntad.
¡Ay, María! Que en esta Navidad yo pueda hacer mi propia teología. Que el ángel me visite para que, a partir de la experiencia y de las preguntas y respuestas de la Palabra de Dios, algo suceda en mi vida. Supongo que en Nochebuena nadie me acusará de hereje por semejante osadía.
Un Ángel terrenal
que trata de aprender a ser
“manzo” y humilde de corazón
Poesía:
“La miseria crece en Belén”
“Un bebé entre animales”
“Parto en colchón de paja”
Titulares posibles
si hubiera habido diarios.
Aquella antigua historia
de un José carpintero,
con las manos curtidas
por maderas y clavos;
de María, asustada,
su vientre adolescente
con dolores de parto.
Sin lugar y con frío.
Solos.
Lejos de casa.
La sangre dando vida
y un bebé con su llanto.
Aquella antigua historia:
este Dios encarnado
este Dios con nosotros,
en medio de la mugre,
profundamente humano.
Marta Márquez
Fuente: Blog de René Padilla, Fundación Kairos.
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