Por. Leopoldo Cervantes-Ortiz, México
Si algún mérito ha tenido la relectura de la vida y obra de Jesús de Nazaret, el Jesús histórico, como se decía antes, desde América Latina, es la afirmación de su compromiso irrestricto con la esperanza en la venida y realización del Reino de Dios en el mundo. Esta búsqueda de la fe cristiana latinoamericana ha sido alimentada por un profundo acercamiento a los evangelios y, muy especialmente, al de Marcos, porque su carácter de primer registro cronológicamente hablando de los hechos y sus énfasis particulares contribuyen sólidamente a reconstruir los sucesos en una clave más actual y, al mismo tiempo, a reelaborar la fe individual y comunitaria desde la praxis de Jesús. Las comunidades que produjeron dicho evangelio hicieron algo similar y elaboraron una visión de la acción de Dios en Jesús de Nazaret de tal forma que no sólo proyectaron en él su misión sino que además alcanzaron a producir claves de interpretación de la vida y el mundo a partir de la preocupación esencial del profeta galileo: las manifestaciones visibles e históricas del Reino de Dios. Así lo plantea el jesuita mexicano Carlos Bravo Gallardo, ya fallecido:
…Marcos hace una aportación totalmente original a la búsqueda de sentido del hecho-Jesús:
· no lo hace mediante confesiones, himnos o títulos, sino mediante la narración de su práctica;
· se trata de una “narración inversa”;
· en un mundo en el que la historia es de los vencedores, escribe un relato, desde el reverso de la historia, sobre ese judío vencido;
· lo dirige a una comunidad de perseguidos no judíos, probablemente romanos, a quienes propone como norma de vida a ese judío;
· se trata de un relato inconcluso de esa práctica truncada violentamente, que deja sin respuesta inmediata qué pasó con todo ese asunto de Jesús;
· su autor no es un testigo inmediato de los hechos; incluso es probable que haya tenido que vencer resistencia fuertes a que consignara por escrito la memoria de Jesús;
· en síntesis: no es la memoria del triunfo de Jesús, sino un relato de una práctica truncada por la violencia y el fracaso y que pretende comprometer al lector con el proseguimiento de esa causa.[1]
Esta “narración inversa”, en otras palabras, es una especie de “visión de los vencidos”, basada sobre todo en el hecho de que el movimiento iniciado por Jesús no buscó el poder material, aunque la esperanza en la venida del Reino, escatológico e histórico, implicase un “asalto al poder”, el cual se consumó, por así decirlo, con su resurrección y ascensión. Jesús no se aprovechó de las esperanzas, frustradas durante tanto tiempo., del pueblo, sino que relanzó esas esperanzas y las hizo realidad con su revaloración del cuerpo y de la salud integral de los seres humanos necesitados que encontró. Sus acciones de sanidad y solidaridad generaron controversias cada vez mayores y su postura ante las tradiciones religiosas lo colocaron en una situación prácticamente clandestina. En su figura se mezclaron el taumaturgo, el exorcista y el luchador social, una combinación inaceptable por el impacto popular que esto conllevaba. El régimen podía alguna de las tres prácticas, con su tratamiento correspondiente, pero no todas.
En primer lugar, hay que hablar de la manera en que la fe y esperanza en la venida del Reino “moldeó”, por así decirlo, su vida, pensamiento y acción. Fue, en palabras de Bravo Gallardo, un “hombre en conflicto” que asumió los riesgos de poner a funcionar los beneficios del Reino de Dios para la vida de la humanidad sufriente, justamente aquella en la que los encumbrados no querían pensar, dado el uso del poder que manejaban. Luego de la decapitación del Bautista, advertencia para el propio Jesús de lo que le sucedería si avanzaba en su proyecto, los anuncios que hizo sobre su camino a la cruz no escondieron, por ende, el grado de oposición que alcanzaría su labor desinteresada de servicio y empoderamiento de las personas, algo inaceptable para las cúpulas políticas y religiosas, pero que estaba en estricta consonancia con la promoción y vivencia de los valores del Reino de Dios. En Mr 8.31 es sumamente explícito al afirmar que sería “desechado” (apodokimásthēnai), o rechazado, como traducen las nuevas versiones, por quienes debían recibirlo como el Mesías: ancianos (presbíteros, el Sanedrín), sacerdotes (líderes religiosos) y escribas, los conocedores de la Ley, de la Palabra. Es decir, los destinatarios y vehículos de la esperanza del Reino de Dios. El v. 32a lo subraya: “Jesús lo dijo claramente”.
Jesús demuestra que la confesión mesiánica (como la de Pedro, v. 29) sobre su persona no es suficiente y que puede producir resultados negativos (vv. 32-33). Entonces delinea igual de claramente las características del seguimiento (v. 34), otro “redescubrimiento” de la cristología latinoamericana: la negación del egoísmo, esto es, de los proyectos personales, “tomar la cruz” y seguirlo en su camino martirial. “Se enfrentan dos modos de pensar sobre la práctica por el Reino: el que la concibe de acuerdo con el esquema humano de un poder que se impone, y el que la concibe desde Dios, como fuerza de vida que se ofrece indefensa a la libertad humana. Por su manera de pensar, Pedro se sitúa en el círculo de los opositores de Jesús, en el círculo de Satanás; esta dura migración de sentido es una advertencia para el seguidor de Jesús”.[2] Mateo matiza un poco semejante aseveración y Lucas la suprime por completo. Para Pedro, la popularidad de Jesús haría imparable su éxito político, pero ése no era su propósito central.
Como consecuencia de su compromiso total con el Reino de Dios, Jesús fue capaz de “sintonizar” y “sincronizar” sus acciones y enseñanzas con la voluntad de Dios. Esto fue lo que le otorgó una capacidad espiritual y ética que impresionó profundamente a sus contemporáneos, aunque no necesariamente los condujo a la conversión, especialmente a quienes estaban literalmente casados con el sistema socio-político y religiosos. Si Jesús vivió en consonancia total con la voluntad de Dios, eso mismo lo llevó a la cruz y él no evadió el conflicto. Su vida entera, dedicada al servicio del Reino en el cual creía tan firmemente, fue una entrega decidida a realizar en el mundo la presencia de esa nueva realidad que superará definitivamente la injusticia e instalará los valores de la vida de Dios en todas las relaciones humanas. El carácter paradójico de esta elección no se oculta sino que se afirma: “Porque si sólo les preocupa salvar la vida, la van a perder. Pero si deciden dar su vida por mí y por anunciar las buenas noticias, entonces se salvarán. De nada sirve que una persona gane todo lo que quiera en el mundo, si al fin de cuentas pierde su vida” (vv. 35-36). Y ésa fue su experiencia radical a la cual nos llama a todos/as.
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[1] Carlos Bravo Gallardo, Jesús, hombre en conflicto. El relato de Marcos en América Latina. México, Centro de Reflexión Teológica, 1986 (Teología actual, 1), pp. 16-17. Otra edición: Santander, Sal Terrae, 1986 (Presencia teológica, 30).[2] Ibid., p. 147. Énfasis aagregado.
Si algún mérito ha tenido la relectura de la vida y obra de Jesús de Nazaret, el Jesús histórico, como se decía antes, desde América Latina, es la afirmación de su compromiso irrestricto con la esperanza en la venida y realización del Reino de Dios en el mundo. Esta búsqueda de la fe cristiana latinoamericana ha sido alimentada por un profundo acercamiento a los evangelios y, muy especialmente, al de Marcos, porque su carácter de primer registro cronológicamente hablando de los hechos y sus énfasis particulares contribuyen sólidamente a reconstruir los sucesos en una clave más actual y, al mismo tiempo, a reelaborar la fe individual y comunitaria desde la praxis de Jesús. Las comunidades que produjeron dicho evangelio hicieron algo similar y elaboraron una visión de la acción de Dios en Jesús de Nazaret de tal forma que no sólo proyectaron en él su misión sino que además alcanzaron a producir claves de interpretación de la vida y el mundo a partir de la preocupación esencial del profeta galileo: las manifestaciones visibles e históricas del Reino de Dios. Así lo plantea el jesuita mexicano Carlos Bravo Gallardo, ya fallecido:
…Marcos hace una aportación totalmente original a la búsqueda de sentido del hecho-Jesús:
· no lo hace mediante confesiones, himnos o títulos, sino mediante la narración de su práctica;
· se trata de una “narración inversa”;
· en un mundo en el que la historia es de los vencedores, escribe un relato, desde el reverso de la historia, sobre ese judío vencido;
· lo dirige a una comunidad de perseguidos no judíos, probablemente romanos, a quienes propone como norma de vida a ese judío;
· se trata de un relato inconcluso de esa práctica truncada violentamente, que deja sin respuesta inmediata qué pasó con todo ese asunto de Jesús;
· su autor no es un testigo inmediato de los hechos; incluso es probable que haya tenido que vencer resistencia fuertes a que consignara por escrito la memoria de Jesús;
· en síntesis: no es la memoria del triunfo de Jesús, sino un relato de una práctica truncada por la violencia y el fracaso y que pretende comprometer al lector con el proseguimiento de esa causa.[1]
Esta “narración inversa”, en otras palabras, es una especie de “visión de los vencidos”, basada sobre todo en el hecho de que el movimiento iniciado por Jesús no buscó el poder material, aunque la esperanza en la venida del Reino, escatológico e histórico, implicase un “asalto al poder”, el cual se consumó, por así decirlo, con su resurrección y ascensión. Jesús no se aprovechó de las esperanzas, frustradas durante tanto tiempo., del pueblo, sino que relanzó esas esperanzas y las hizo realidad con su revaloración del cuerpo y de la salud integral de los seres humanos necesitados que encontró. Sus acciones de sanidad y solidaridad generaron controversias cada vez mayores y su postura ante las tradiciones religiosas lo colocaron en una situación prácticamente clandestina. En su figura se mezclaron el taumaturgo, el exorcista y el luchador social, una combinación inaceptable por el impacto popular que esto conllevaba. El régimen podía alguna de las tres prácticas, con su tratamiento correspondiente, pero no todas.
En primer lugar, hay que hablar de la manera en que la fe y esperanza en la venida del Reino “moldeó”, por así decirlo, su vida, pensamiento y acción. Fue, en palabras de Bravo Gallardo, un “hombre en conflicto” que asumió los riesgos de poner a funcionar los beneficios del Reino de Dios para la vida de la humanidad sufriente, justamente aquella en la que los encumbrados no querían pensar, dado el uso del poder que manejaban. Luego de la decapitación del Bautista, advertencia para el propio Jesús de lo que le sucedería si avanzaba en su proyecto, los anuncios que hizo sobre su camino a la cruz no escondieron, por ende, el grado de oposición que alcanzaría su labor desinteresada de servicio y empoderamiento de las personas, algo inaceptable para las cúpulas políticas y religiosas, pero que estaba en estricta consonancia con la promoción y vivencia de los valores del Reino de Dios. En Mr 8.31 es sumamente explícito al afirmar que sería “desechado” (apodokimásthēnai), o rechazado, como traducen las nuevas versiones, por quienes debían recibirlo como el Mesías: ancianos (presbíteros, el Sanedrín), sacerdotes (líderes religiosos) y escribas, los conocedores de la Ley, de la Palabra. Es decir, los destinatarios y vehículos de la esperanza del Reino de Dios. El v. 32a lo subraya: “Jesús lo dijo claramente”.
Jesús demuestra que la confesión mesiánica (como la de Pedro, v. 29) sobre su persona no es suficiente y que puede producir resultados negativos (vv. 32-33). Entonces delinea igual de claramente las características del seguimiento (v. 34), otro “redescubrimiento” de la cristología latinoamericana: la negación del egoísmo, esto es, de los proyectos personales, “tomar la cruz” y seguirlo en su camino martirial. “Se enfrentan dos modos de pensar sobre la práctica por el Reino: el que la concibe de acuerdo con el esquema humano de un poder que se impone, y el que la concibe desde Dios, como fuerza de vida que se ofrece indefensa a la libertad humana. Por su manera de pensar, Pedro se sitúa en el círculo de los opositores de Jesús, en el círculo de Satanás; esta dura migración de sentido es una advertencia para el seguidor de Jesús”.[2] Mateo matiza un poco semejante aseveración y Lucas la suprime por completo. Para Pedro, la popularidad de Jesús haría imparable su éxito político, pero ése no era su propósito central.
Como consecuencia de su compromiso total con el Reino de Dios, Jesús fue capaz de “sintonizar” y “sincronizar” sus acciones y enseñanzas con la voluntad de Dios. Esto fue lo que le otorgó una capacidad espiritual y ética que impresionó profundamente a sus contemporáneos, aunque no necesariamente los condujo a la conversión, especialmente a quienes estaban literalmente casados con el sistema socio-político y religiosos. Si Jesús vivió en consonancia total con la voluntad de Dios, eso mismo lo llevó a la cruz y él no evadió el conflicto. Su vida entera, dedicada al servicio del Reino en el cual creía tan firmemente, fue una entrega decidida a realizar en el mundo la presencia de esa nueva realidad que superará definitivamente la injusticia e instalará los valores de la vida de Dios en todas las relaciones humanas. El carácter paradójico de esta elección no se oculta sino que se afirma: “Porque si sólo les preocupa salvar la vida, la van a perder. Pero si deciden dar su vida por mí y por anunciar las buenas noticias, entonces se salvarán. De nada sirve que una persona gane todo lo que quiera en el mundo, si al fin de cuentas pierde su vida” (vv. 35-36). Y ésa fue su experiencia radical a la cual nos llama a todos/as.
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[1] Carlos Bravo Gallardo, Jesús, hombre en conflicto. El relato de Marcos en América Latina. México, Centro de Reflexión Teológica, 1986 (Teología actual, 1), pp. 16-17. Otra edición: Santander, Sal Terrae, 1986 (Presencia teológica, 30).[2] Ibid., p. 147. Énfasis aagregado.
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