Por. Leopoldo Cervantes-Ortiz, Mexico
Porque si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe.
I Corintios 15.13-14
Obsesionado con el tema de la resurrección de Jesús, Pablo escribió prácticamente un tratado completo al respecto, el cap. 15 de I Corintios. Su introducción es un resumen de las enseñanzas básicas que recibió como nuevo creyente y de la manera en que Cristo se manifestó a sus seguidores después de la resurrección (vv. 1-11). A continuación, presenta de manera polémica su preocupación principal: “Pero si se predica de Cristo que resucitó de los muertos, ¿cómo dicen algunos entre vosotros que no hay resurrección de muertos?” (v. 12), con base en algunas afirmaciones presentes en medio de la comunidad. Es imposible no recordar la manera en que el apóstol afrontó el rechazo y la burla al exponer este mismo asunto, nada menos que en el Areópago de Atenas (Hch 17.16-34), en donde tuvo que interrumpir su discurso, justamente al afirmar la resurrección de Jesucristo ante un público reacio a aceptar la recuperación “metafísica” de las realidades corporales.
Vanas serían la predicación y la fe y si Cristo resucitó, argumenta Pablo (vv. 14, 17), para luego afirmar categóricamente. “Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho”. (v. 20). La firmeza con que expone sus argumentos se complementa con la manera en que encadena, a partir del v. 21, las raíces antiguas, en la revelación histórica de Dios, de los sucesos. Si por una sola persona entró la muerte al mundo, agrega, por una también la resurrección (v. 21), y si en el Adán bíblico“todos mueren”, “en Cristo serán vivificados” (v. 22). El orden de salvación es muy claro para él:
a) “Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias” (v. 23a);
b) luego los que son de Cristo, en su venida (v. 23b);
c) Luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia (v. 24);
d) Porque preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies (v. 25);
y e) Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte (v. 26)”.
Esta sucesión de acontecimientos escatológicos evidencia la forma en que se encadena la actuación histórica y suprahistórica de Dios con la existencia humana a fin de conducirla por los senderos misteriosos de la vida y la muerte para así establecer, con todo ello, la victoria de Jesucristo, Hijo de Dios, sobre todos los ámbitos. El propósito es firme: “La meta de Pablo […]es que aquellos corintios que están negando la posibilidad de la resurrección de los muertos en Cristo se den cuenta de la amplitud del impacto de la resurrección de Cristo sobre sus hermanos y hermanas muertos en Cristo sobre la historia entera de la humanidad y sobre la muerte y los poderes malignos del mundo que bien conocen”.[1] Ciertamente, no se deja de reconocer que el enemigo, por así decirlo, más difícil de someter, es precisamente la muerte. Y es que el apóstol entiende, como continúa en su discurso, que si Jesucristo ha sometido todas las cosas (vv. 27-28), la muerte inevitablemente perderá su poder también. Sus palabras se atropellan un tanto, en su afán por demostrar, a los ojos y oídos de la fe, que la resurrección no es un mito ni una patraña, sino que es, nada menos, que el fundamento de la salvación conseguida por Jesucristo. Bautizarse en su nombre, si él no volvió a la vida, sería vanidad (v. 29).
En los vv. 30-34 no duda en combinar su testimonio con una afirmación de corte místico y en contradecir a los epicúreos con un lenguaje apasionado: “Os aseguro, hermanos, por la gloria que de vosotros tengo en nuestro Señor Jesucristo, que cada día muero” v. 31). Y: “Si los muertos no resucitan, comamos y bebamos, porque mañana moriremos” (v. 32). La relación que ve entre la resurrección y una vida cotidiana nueva, transformada, es muy clara. Pero nuevamente regresa a la polémica y en ella se sostiene durante el resto del capítulo hasta afirmar triunfalmente y con su correspondiente cita del A.T.: “He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados. […] ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley. Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo” (vv. 51-52; 55-57).
La inevitabilidad de la muerte no es el problema que ve Pablo sino todo lo que ella representa y la manera en que, mediante sus “armas”, se hace presente en el mundo para deshumanizar y, sobre todo, restar la esperanza humana en una vida plena, auténtica y libre. Su resistencia al plan divino la coloca como “último enemigo” en el horizonte de la consumación del designio redentor, pues se desdobla en diversas manifestaciones: enfermedades, tragedias, crímenes, violencia, etcétera, pero en ninguna de ellas podrá prevalecer ante el poder de Dios manifestado en Jesucristo.
Y la muerte no impondrá su reino
Dylan Thomas (Inglaterra, 1914-1953)
Y la muerte no impondrá su reino.
Desnudos hombres ya muertos se confundirán
Con el hombre en el viento y la luna del oeste;
Cuando los huesos sean descarnados y los ya mondados se hayan ido,
Habrá estrellas en torno al pie y entre sus codos
Y aunque pierdan la razón no perderán su lucidez
Aunque se hundan bajo el mar de nuevo en vilo se alzarán
Pues se acaban los amantes mas no el amor
Y la muerte no impondrá su reino.
Y la muerte no impondrá su reino.
Quienes yacen tendidos
Bajo interminables pálpitos del mar
No morirán palpitando de terror:
Retorciéndose en el potro en tanto el músculo se afloja
Y abiertos en canal, su esqueleto ha de resistir;
La fe gemirá en sus manos al partirse en dos
Y demonios unicornes los penetrarán,
Pero aun así, hendidos de principio a fin, no van a crujir
Y la muerte no impondrá su reino.
Y la muerte no impondrá su reino.
El grito de la gaviota puede no estallar en sus oídos
Ni una ola ruidosa romper en la costa;
Donde una flor brotó quizá ya no exista ninguna
Que al golpe de la lluvia alce la frente;
Pero aunque estén ebrios y muertos como clavos
Y las calaveras hundan con su martilleo a las margaritas
Ellos golpearán al sol hasta que sus puertas cedan
Y la muerte no impondrá su reino.[2]
Versión de Marco Antonio Montes de Oca (México, 1932-2009)
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[1] Efraín Agosto, 1 y 2 Corintios. Minneapolis, Augsburg, 2008 (Conozca su Biblia), p. 122.
[2] M.A. Montes de Oca, sel. y pról., El surco y la brasa. Traductores mexicanos. México, FCE, 1974 (Letras mexicanas), pp. 335-336.
Porque si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe.
I Corintios 15.13-14
Obsesionado con el tema de la resurrección de Jesús, Pablo escribió prácticamente un tratado completo al respecto, el cap. 15 de I Corintios. Su introducción es un resumen de las enseñanzas básicas que recibió como nuevo creyente y de la manera en que Cristo se manifestó a sus seguidores después de la resurrección (vv. 1-11). A continuación, presenta de manera polémica su preocupación principal: “Pero si se predica de Cristo que resucitó de los muertos, ¿cómo dicen algunos entre vosotros que no hay resurrección de muertos?” (v. 12), con base en algunas afirmaciones presentes en medio de la comunidad. Es imposible no recordar la manera en que el apóstol afrontó el rechazo y la burla al exponer este mismo asunto, nada menos que en el Areópago de Atenas (Hch 17.16-34), en donde tuvo que interrumpir su discurso, justamente al afirmar la resurrección de Jesucristo ante un público reacio a aceptar la recuperación “metafísica” de las realidades corporales.
Vanas serían la predicación y la fe y si Cristo resucitó, argumenta Pablo (vv. 14, 17), para luego afirmar categóricamente. “Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho”. (v. 20). La firmeza con que expone sus argumentos se complementa con la manera en que encadena, a partir del v. 21, las raíces antiguas, en la revelación histórica de Dios, de los sucesos. Si por una sola persona entró la muerte al mundo, agrega, por una también la resurrección (v. 21), y si en el Adán bíblico“todos mueren”, “en Cristo serán vivificados” (v. 22). El orden de salvación es muy claro para él:
a) “Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias” (v. 23a);
b) luego los que son de Cristo, en su venida (v. 23b);
c) Luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia (v. 24);
d) Porque preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies (v. 25);
y e) Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte (v. 26)”.
Esta sucesión de acontecimientos escatológicos evidencia la forma en que se encadena la actuación histórica y suprahistórica de Dios con la existencia humana a fin de conducirla por los senderos misteriosos de la vida y la muerte para así establecer, con todo ello, la victoria de Jesucristo, Hijo de Dios, sobre todos los ámbitos. El propósito es firme: “La meta de Pablo […]es que aquellos corintios que están negando la posibilidad de la resurrección de los muertos en Cristo se den cuenta de la amplitud del impacto de la resurrección de Cristo sobre sus hermanos y hermanas muertos en Cristo sobre la historia entera de la humanidad y sobre la muerte y los poderes malignos del mundo que bien conocen”.[1] Ciertamente, no se deja de reconocer que el enemigo, por así decirlo, más difícil de someter, es precisamente la muerte. Y es que el apóstol entiende, como continúa en su discurso, que si Jesucristo ha sometido todas las cosas (vv. 27-28), la muerte inevitablemente perderá su poder también. Sus palabras se atropellan un tanto, en su afán por demostrar, a los ojos y oídos de la fe, que la resurrección no es un mito ni una patraña, sino que es, nada menos, que el fundamento de la salvación conseguida por Jesucristo. Bautizarse en su nombre, si él no volvió a la vida, sería vanidad (v. 29).
En los vv. 30-34 no duda en combinar su testimonio con una afirmación de corte místico y en contradecir a los epicúreos con un lenguaje apasionado: “Os aseguro, hermanos, por la gloria que de vosotros tengo en nuestro Señor Jesucristo, que cada día muero” v. 31). Y: “Si los muertos no resucitan, comamos y bebamos, porque mañana moriremos” (v. 32). La relación que ve entre la resurrección y una vida cotidiana nueva, transformada, es muy clara. Pero nuevamente regresa a la polémica y en ella se sostiene durante el resto del capítulo hasta afirmar triunfalmente y con su correspondiente cita del A.T.: “He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados. […] ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley. Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo” (vv. 51-52; 55-57).
La inevitabilidad de la muerte no es el problema que ve Pablo sino todo lo que ella representa y la manera en que, mediante sus “armas”, se hace presente en el mundo para deshumanizar y, sobre todo, restar la esperanza humana en una vida plena, auténtica y libre. Su resistencia al plan divino la coloca como “último enemigo” en el horizonte de la consumación del designio redentor, pues se desdobla en diversas manifestaciones: enfermedades, tragedias, crímenes, violencia, etcétera, pero en ninguna de ellas podrá prevalecer ante el poder de Dios manifestado en Jesucristo.
Y la muerte no impondrá su reino
Dylan Thomas (Inglaterra, 1914-1953)
Y la muerte no impondrá su reino.
Desnudos hombres ya muertos se confundirán
Con el hombre en el viento y la luna del oeste;
Cuando los huesos sean descarnados y los ya mondados se hayan ido,
Habrá estrellas en torno al pie y entre sus codos
Y aunque pierdan la razón no perderán su lucidez
Aunque se hundan bajo el mar de nuevo en vilo se alzarán
Pues se acaban los amantes mas no el amor
Y la muerte no impondrá su reino.
Y la muerte no impondrá su reino.
Quienes yacen tendidos
Bajo interminables pálpitos del mar
No morirán palpitando de terror:
Retorciéndose en el potro en tanto el músculo se afloja
Y abiertos en canal, su esqueleto ha de resistir;
La fe gemirá en sus manos al partirse en dos
Y demonios unicornes los penetrarán,
Pero aun así, hendidos de principio a fin, no van a crujir
Y la muerte no impondrá su reino.
Y la muerte no impondrá su reino.
El grito de la gaviota puede no estallar en sus oídos
Ni una ola ruidosa romper en la costa;
Donde una flor brotó quizá ya no exista ninguna
Que al golpe de la lluvia alce la frente;
Pero aunque estén ebrios y muertos como clavos
Y las calaveras hundan con su martilleo a las margaritas
Ellos golpearán al sol hasta que sus puertas cedan
Y la muerte no impondrá su reino.[2]
Versión de Marco Antonio Montes de Oca (México, 1932-2009)
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[1] Efraín Agosto, 1 y 2 Corintios. Minneapolis, Augsburg, 2008 (Conozca su Biblia), p. 122.
[2] M.A. Montes de Oca, sel. y pról., El surco y la brasa. Traductores mexicanos. México, FCE, 1974 (Letras mexicanas), pp. 335-336.
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