Por. Luis N. Rivera Pagán*
“The Bible… unlike the books of other ancient peoples, was… the literature of a minor, remote people – and not the literature of its rulers, but of its critics… The prophets of Jerusalem refused to accept the world as it was. They invented the literature of political dissent and, with it, the literature of hope.” Jerusalem: Battlegrounds of Memory. Amos Elon
“A lo largo de todo el Antiguo Testamento [Dios] llamó profetas como Isaías, Amós… y otros para que denunciaran las injusticias sociales, la explotación… Los eclesiásticos que pretenden evadir la grave responsabilidad de comprometerse con la dura labor de librar a Puerto Rico de todas sus opresiones… están presentando al pueblo un Cristo falso.” Puerto Rico, supervivencia y liberación. Antulio Parrilla Bonilla
En memoria y homenaje a Antulio Parrilla Bonilla, obispo, profeta y patriota puertorriqueño
La Biblia: literatura perturbadora
El pasado mes de marzo las Sociedades Bíblicas Unidas de las Américas celebraron en San Juan una consulta intercontinental. Una de sus principales conclusiones fue reiterar la centralidad e importancia de la Biblia en las iglesias latinoamericanas, católicas y protestantes.[1] En ese cónclave sostuvimos una conversación compleja pero indispensable sobre un tema crucial: los cambios y desafíos en la hermenéutica contemporánea en diálogo con un mundo en continua transformación.[2]
En la ponencia que presenté en esa consulta recalqué lo que en realidad todos sabemos: no es sencilla ni simple la lectura de las sagradas escrituras. Su estudio atento y cuidadoso tiende a ser provocador y perturbador. Con excesiva frecuencia, hace añicos nuestras acomodadas actitudes, inclinaciones y perspectivas. En palabras de Amos Elon, uno de mis escritores israelíes preferidos: “La Biblia… a diferencia de los libros de otros pueblos antiguos, fue… escritura de un pueblo insignificante y remoto – y no la literatura de sus gobernantes, sino de sus críticos. Los profetas de Jerusalén rechazaron aceptar el mundo tal como era. Inventaron la literatura de la disensión política y, con ello, la escritura de la esperanza.”[3]
Mencionemos de paso algunas de las características particulares de esas escrituras sagradas, la Biblia hebrea y el Nuevo Testamento, tan inquietantes y perturbadoras.
Primero, destaquemos su perenne traducibilidad,[4] rasgo clave para su inagotable reencarnación cultural, gracias a la ausencia de un idioma exaltado como sagrado.[5] Los evangelios mismos, no lo olvidemos, son traducciones. Nos es absolutamente imposible tener acceso directo a las palabras mismas de Jesús y sus apóstoles. Esta limitación, que inicialmente parece lamentable, en realidad nos permite algo muy valioso: evadir la tentación sutil de la idolatría de la letra sagrada, cuna de tantos rígidos fundamentalismos. La encarnación de la Palabra divina, del Verbo, expuesta en el prólogo del Evangelio de Juan (Juan 1: 14) y defendida en la Segunda Epístola de Juan (I Juan, 7), es el cimiento teórico y doctrinal de la traducibilidad perenne de la Biblia.[6] Y es la garantía de la dignidad teológica y religiosa de todo idioma y toda cultura.
Segundo, a diferencia de muchos textos sagrados de la antigüedad, la Biblia hebrea no es un himno de exaltación ni glorificación de los poderes imperantes. Proviene más bien de la angustia de la derrota, de las crueldades propiciadas por la violencia de la guerra o las inclemencias de la opresión. Su matriz de origen es el cautiverio y el exilio. Es el testimonio de un pueblo devastado y desplazado. La pregunta “¿por qué Dios nos ha abandonado?” es el gran dilema teológico y político del Antiguo Testamento. Las escrituras sagradas hebreas se redactaron desde la perspectiva del cautiverio y la desposesión.[7] Convocan a la memoria, el lamento y la fidelidad. También a la esperanza.[8]
El Nuevo Testamento procede asimismo de trágicas catástrofes: la crucifixión de Jesús, la devastación de Jerusalén por el ejército imperial romano y la persecución y dispersión del todavía pequeño grupo de seguidores del Nazareno. El desgarrador clamor de Jesús en la cruz – “¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has desamparado?” – resume dramáticamente el amargo grito de dolor que desde la esclavitud en Egipto hasta los perseguidos del Apocalipsis neotestamentario expresa las penurias de los hombres y mujeres martirizados por quienes se creen dueños y señores de la historia. De las tragedias del pueblo de Dios y de sus anhelos de redención surgen nuestras escrituras sagradas, la matriz literaria forjadora de nuestra identidad y nuestras esperanzas.
Esto quiere decir, por consiguiente, que el asunto clave de la liberación se ve en la Biblia siempre desde la perspectiva de la servidumbre (en Egipto), el cautiverio (en Babilonia) o la dispersión forzosa (por todo el imperio romano). La esperanza de la emancipación procede de la experiencia de la historia humana como tragedia. El ansia de redención es, por tanto, perspectiva clave irrenunciable al leer e interpretar las escrituras.[9] Como hace cuatro décadas escribió el teólogo mexicano José Porfirio Miranda, “casi no hay un solo pasaje bíblico que describa a Yahvé… y se abstenga de mencionar a los pobres y oprimidos por cuya liberación hace Yahvé la guerra a los opresores e injustos…”[10]
Una pregunta clave
Una pregunta clave que se debatió intensamente en el cristianismo original fue la siguiente: ¿se debe conservar, como escritura canónica, la Biblia hebrea, el Antiguo Testamento? La respuesta final, apoyada por la mayoría de las comunidades cristianas, fue afirmativa y por diversas razones:
En primera instancia, para mantener la unidad entre el Dios de Israel y el Padre de Jesucristo y así evitar la fragmentación de la divinidad. Esa fue la convicción que con vigor defendió Ireneo de Lyon, al disputar contra gnósticos y marcionistas a fines del siglo segundo, en su extensa e intensa obra apologética Adversus haereses.[11]
Corolario de esa respuesta se afirmó el valor intrínseco de la creación, del cuerpo, de la materia, de la naturaleza, contra la tendencia gnóstica y neoplatónica a espiritualizar la redención. La vocación cristiana no debe concebirse como disolución de la materialidad de la vida humana.[12]
Se resaltó además la centralidad de la historia como escenario de los encuentros y desencuentros entre Dios y la humanidad. Es en la historia, con sus múltiples azares y pesares, que el ser humano cultiva la naturaleza, forja sus culturas y diseña sus religiosidades.[13] Por eso se ha aseverado que la idea de una historia universal es criatura original del cristianismo, fruto de la rica creatividad teológica que acontece desde Ireneo hasta Agustín.[14] La fe cristiana es inseparable de la primacía ontológica de la historia como ineludible destino humano.[15] Sin embargo, desde los inicios del cristianismo se reconocieron los siguientes riesgos de la preservación canónica del Antiguo Testamento:
◦El posible retorno de la mentalidad legalista y farisaica que otorga hegemonía, en el pensamiento y la vida, a la Ley sobre la solidaridad, la justicia y la compasión, quebrando así el contraste paulino entre gracia y ley y generando incluso prácticas atroces como la condena de herejes y hechiceras, la lapidación de desposadas no vírgenes o de adúlteras y la ejecución de homosexuales.[16] Es la tentación seductora y perenne de la idolatría de la letra sagrada.
◦La posible reconstitución de una teocracia rígida e intolerante, que indefectiblemente resulta patriarcal y misógina, por la correspondencia genérica masculina entre Dios, el monarca y el paterfamilias.[17]
◦La tentación de la mentalidad de “pueblo santo y exclusivo”, con el alegado derecho de limpiar la tierra de infieles impuros y contaminantes.[18] Ejemplo de ello se muestra en los epílogos de los libros de Nehemías y Esdras, que culminan con un acto de inmensa crueldad: la expulsión de las mujeres extranjeras por considerárseles potenciales fuentes de contaminación espiritual y cultural.[19] En la oportuna frase de Phyllis Trible, son genuinos “textos de terror”.[20]
◦La Biblia hebrea con sus nociones de “pueblo elegido” y “tierra prometida” se ha utilizado, por sionistas israelíes, judíos y cristianos, como recurso sagrado de última instancia para justificar el desplazamiento, la desposesión y la expoliación del pueblo palestino, al que injustamente se le obliga a subsanar los agravios del multisecular antisemitismo occidental.[21] Leer mas
*Luis Rivera-Pagán
Profesor emérito del Seminario Teológico de Princeton. Es autor de varios libros, entre ellos, Evangelización y violencia: La conquista de América (1992), Entre el oro y la fe: El dilema de América (1995), Mito exilio y demonios: literatura y teología en América Latina (1996), Diálogos y polifonías: perspectivas y reseñas (1999), Essays from the Diaspora (2002), Fe y cultura en Puerto Rico (2002) y Teología y cultura en América Latina (2009).
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NOTICIAS SOCIALES
Discriminación religiosa en España
“The Bible… unlike the books of other ancient peoples, was… the literature of a minor, remote people – and not the literature of its rulers, but of its critics… The prophets of Jerusalem refused to accept the world as it was. They invented the literature of political dissent and, with it, the literature of hope.” Jerusalem: Battlegrounds of Memory. Amos Elon
“A lo largo de todo el Antiguo Testamento [Dios] llamó profetas como Isaías, Amós… y otros para que denunciaran las injusticias sociales, la explotación… Los eclesiásticos que pretenden evadir la grave responsabilidad de comprometerse con la dura labor de librar a Puerto Rico de todas sus opresiones… están presentando al pueblo un Cristo falso.” Puerto Rico, supervivencia y liberación. Antulio Parrilla Bonilla
En memoria y homenaje a Antulio Parrilla Bonilla, obispo, profeta y patriota puertorriqueño
La Biblia: literatura perturbadora
El pasado mes de marzo las Sociedades Bíblicas Unidas de las Américas celebraron en San Juan una consulta intercontinental. Una de sus principales conclusiones fue reiterar la centralidad e importancia de la Biblia en las iglesias latinoamericanas, católicas y protestantes.[1] En ese cónclave sostuvimos una conversación compleja pero indispensable sobre un tema crucial: los cambios y desafíos en la hermenéutica contemporánea en diálogo con un mundo en continua transformación.[2]
En la ponencia que presenté en esa consulta recalqué lo que en realidad todos sabemos: no es sencilla ni simple la lectura de las sagradas escrituras. Su estudio atento y cuidadoso tiende a ser provocador y perturbador. Con excesiva frecuencia, hace añicos nuestras acomodadas actitudes, inclinaciones y perspectivas. En palabras de Amos Elon, uno de mis escritores israelíes preferidos: “La Biblia… a diferencia de los libros de otros pueblos antiguos, fue… escritura de un pueblo insignificante y remoto – y no la literatura de sus gobernantes, sino de sus críticos. Los profetas de Jerusalén rechazaron aceptar el mundo tal como era. Inventaron la literatura de la disensión política y, con ello, la escritura de la esperanza.”[3]
Mencionemos de paso algunas de las características particulares de esas escrituras sagradas, la Biblia hebrea y el Nuevo Testamento, tan inquietantes y perturbadoras.
Primero, destaquemos su perenne traducibilidad,[4] rasgo clave para su inagotable reencarnación cultural, gracias a la ausencia de un idioma exaltado como sagrado.[5] Los evangelios mismos, no lo olvidemos, son traducciones. Nos es absolutamente imposible tener acceso directo a las palabras mismas de Jesús y sus apóstoles. Esta limitación, que inicialmente parece lamentable, en realidad nos permite algo muy valioso: evadir la tentación sutil de la idolatría de la letra sagrada, cuna de tantos rígidos fundamentalismos. La encarnación de la Palabra divina, del Verbo, expuesta en el prólogo del Evangelio de Juan (Juan 1: 14) y defendida en la Segunda Epístola de Juan (I Juan, 7), es el cimiento teórico y doctrinal de la traducibilidad perenne de la Biblia.[6] Y es la garantía de la dignidad teológica y religiosa de todo idioma y toda cultura.
Segundo, a diferencia de muchos textos sagrados de la antigüedad, la Biblia hebrea no es un himno de exaltación ni glorificación de los poderes imperantes. Proviene más bien de la angustia de la derrota, de las crueldades propiciadas por la violencia de la guerra o las inclemencias de la opresión. Su matriz de origen es el cautiverio y el exilio. Es el testimonio de un pueblo devastado y desplazado. La pregunta “¿por qué Dios nos ha abandonado?” es el gran dilema teológico y político del Antiguo Testamento. Las escrituras sagradas hebreas se redactaron desde la perspectiva del cautiverio y la desposesión.[7] Convocan a la memoria, el lamento y la fidelidad. También a la esperanza.[8]
El Nuevo Testamento procede asimismo de trágicas catástrofes: la crucifixión de Jesús, la devastación de Jerusalén por el ejército imperial romano y la persecución y dispersión del todavía pequeño grupo de seguidores del Nazareno. El desgarrador clamor de Jesús en la cruz – “¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has desamparado?” – resume dramáticamente el amargo grito de dolor que desde la esclavitud en Egipto hasta los perseguidos del Apocalipsis neotestamentario expresa las penurias de los hombres y mujeres martirizados por quienes se creen dueños y señores de la historia. De las tragedias del pueblo de Dios y de sus anhelos de redención surgen nuestras escrituras sagradas, la matriz literaria forjadora de nuestra identidad y nuestras esperanzas.
Esto quiere decir, por consiguiente, que el asunto clave de la liberación se ve en la Biblia siempre desde la perspectiva de la servidumbre (en Egipto), el cautiverio (en Babilonia) o la dispersión forzosa (por todo el imperio romano). La esperanza de la emancipación procede de la experiencia de la historia humana como tragedia. El ansia de redención es, por tanto, perspectiva clave irrenunciable al leer e interpretar las escrituras.[9] Como hace cuatro décadas escribió el teólogo mexicano José Porfirio Miranda, “casi no hay un solo pasaje bíblico que describa a Yahvé… y se abstenga de mencionar a los pobres y oprimidos por cuya liberación hace Yahvé la guerra a los opresores e injustos…”[10]
Una pregunta clave
Una pregunta clave que se debatió intensamente en el cristianismo original fue la siguiente: ¿se debe conservar, como escritura canónica, la Biblia hebrea, el Antiguo Testamento? La respuesta final, apoyada por la mayoría de las comunidades cristianas, fue afirmativa y por diversas razones:
En primera instancia, para mantener la unidad entre el Dios de Israel y el Padre de Jesucristo y así evitar la fragmentación de la divinidad. Esa fue la convicción que con vigor defendió Ireneo de Lyon, al disputar contra gnósticos y marcionistas a fines del siglo segundo, en su extensa e intensa obra apologética Adversus haereses.[11]
Corolario de esa respuesta se afirmó el valor intrínseco de la creación, del cuerpo, de la materia, de la naturaleza, contra la tendencia gnóstica y neoplatónica a espiritualizar la redención. La vocación cristiana no debe concebirse como disolución de la materialidad de la vida humana.[12]
Se resaltó además la centralidad de la historia como escenario de los encuentros y desencuentros entre Dios y la humanidad. Es en la historia, con sus múltiples azares y pesares, que el ser humano cultiva la naturaleza, forja sus culturas y diseña sus religiosidades.[13] Por eso se ha aseverado que la idea de una historia universal es criatura original del cristianismo, fruto de la rica creatividad teológica que acontece desde Ireneo hasta Agustín.[14] La fe cristiana es inseparable de la primacía ontológica de la historia como ineludible destino humano.[15] Sin embargo, desde los inicios del cristianismo se reconocieron los siguientes riesgos de la preservación canónica del Antiguo Testamento:
◦El posible retorno de la mentalidad legalista y farisaica que otorga hegemonía, en el pensamiento y la vida, a la Ley sobre la solidaridad, la justicia y la compasión, quebrando así el contraste paulino entre gracia y ley y generando incluso prácticas atroces como la condena de herejes y hechiceras, la lapidación de desposadas no vírgenes o de adúlteras y la ejecución de homosexuales.[16] Es la tentación seductora y perenne de la idolatría de la letra sagrada.
◦La posible reconstitución de una teocracia rígida e intolerante, que indefectiblemente resulta patriarcal y misógina, por la correspondencia genérica masculina entre Dios, el monarca y el paterfamilias.[17]
◦La tentación de la mentalidad de “pueblo santo y exclusivo”, con el alegado derecho de limpiar la tierra de infieles impuros y contaminantes.[18] Ejemplo de ello se muestra en los epílogos de los libros de Nehemías y Esdras, que culminan con un acto de inmensa crueldad: la expulsión de las mujeres extranjeras por considerárseles potenciales fuentes de contaminación espiritual y cultural.[19] En la oportuna frase de Phyllis Trible, son genuinos “textos de terror”.[20]
◦La Biblia hebrea con sus nociones de “pueblo elegido” y “tierra prometida” se ha utilizado, por sionistas israelíes, judíos y cristianos, como recurso sagrado de última instancia para justificar el desplazamiento, la desposesión y la expoliación del pueblo palestino, al que injustamente se le obliga a subsanar los agravios del multisecular antisemitismo occidental.[21] Leer mas
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Profesor emérito del Seminario Teológico de Princeton. Es autor de varios libros, entre ellos, Evangelización y violencia: La conquista de América (1992), Entre el oro y la fe: El dilema de América (1995), Mito exilio y demonios: literatura y teología en América Latina (1996), Diálogos y polifonías: perspectivas y reseñas (1999), Essays from the Diaspora (2002), Fe y cultura en Puerto Rico (2002) y Teología y cultura en América Latina (2009).
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NOTICIAS SOCIALES
Catálogo de prejuicios sobre la inmigración
Vídeo de animación stop-motion e imagen real producido por la Oficina de Derechos Sociales (ODS) de Sevilla. En él se recogen los estereotipos más frecuentes sobre la inmigración y la explicación de vari@s expert@s desmontándolos. Año 2010. Duración:6’10”.
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España, condenada por discriminar a los pastores evangélicos
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