Por Roberto Bosca, Argentina
Modernismo y satanismo en la política actual, de José Enrique Miguens (Lumen), se presentan algunas líneas de interpretación.
José Enrique Miguens es considerado, tanto en el nivel de la opinión pública como en los ambientes culturales, en ambos casos con justos títulos, como uno de los intelectuales argentinos más lúcidos. Su labor académica, abundante y desplegada con fluidez durante más de seis décadas, como el buen vino ha alcanzado hoy su punto de sazón. Ella aparece, ante nuestros ojos, suficientemente consolidada y con su característica esencial de estar firmemente arraigada a su compromiso con las exigencias reales y concretas de la convivencia ciudadana.
Su rasgo quizás más rico entre muchos otros ha sido, a lo largo de su fructuosa vida, y sigue siendo hoy, la actitud permanente de mirada y escucha atenta e inteligente de la realidad. El motivo de la presente obra no es una contemplación abstracta sino que pretende contribuir, a través de la reflexión científica, a una mejor comprensión de los problemas más importantes de la vida social. Se advierte aquí con claridad una personalidad que encuentra su identidad más profunda en el reconocimiento del otro, en un ethos que expresa una conciencia inspirada en el anclaje formulado a partir de una matriz profundamente cristiana.
Una serie de sus publicaciones ha estado dedicada a estudiar, por ejemplo, el pensamiento mágico en la praxis pública; otro tramo de su producción intelectual ha sido dirigido a las relaciones entre el poder económico y el poder político; y una tercera y significativa parte se ha encaminado a tratar de superar los vicios de nuestro comportamiento societario –por ejemplo el autoritarismo y otras disfunciones de la convivencia–; pero desde siempre, aunque especialmente en los últimos años, su interés primordial es desentrañar los resortes que permitan a los argentinos articular una vida buena.
La construcción de ciudadanía es uno de los untos clave de la tragedia argentina, inexplicable para el mundo y para nosotros mismos. Miguens vislumbró estas intuiciones que dieron lugar a esperanzadoras certezas y apuntó su artillería para ayudar a una magna tarea compleja que constituye un proceso de sucesivas generaciones.
No es éste, desde luego, el fruto de un oficio solamente profesional: a Miguens –como a los hijos fieles de las patrias que les dieron vida– le duele la Argentina. Ese dolor encarna un sentir colectivo que él no ha recogido de los archivos estadísticos ni de los ensayos científicos, sino de la misma entraña del pueblo. Lo ha valorado y lo ha hecho suyo. Cuando Félix Luna le preguntó a Arturo Frondizi cómo le gustaría ser definido y recordado, el estadista respondió con esta frase: “Amó a su patria”.
A personajes eclesiásticos ha sido frecuente asignarles la cualidad de dilexit Ecclesiam, “amó a la Iglesia”. Miguens podría ser identificado con ambas cualidades, pero también podría serlo con una impronta si se quiere más significativa: el núcleo áureo que ha caracterizado a los fieles cristianos de todos los tiempos, que es el amor expresado en una dimensión individual y también social. En la posmodernidad líquida, su personalidad expresa con nitidez la sólida consistencia de una identidad abierta a la diversidad de lo real.
En la obra que ahora aparece, Modernismo y satanismo en la política actual, el autor amplía su mirada hacia el plano global, aunque el lector avisado no puede dejar de advertir una doble lectura, que –de acuerdo a la apuntada sensibilidad argentina del sociólogo– incluye una perspectiva local. En la incisiva mirada de Miguens, van siendo sometidas a su crítica brillante las llamadas –en el lenguaje teológico– “estructuras de pecado”, que como representaciones del mal constituyen auténticos núcleos del dominio despótico cuyo origen anida en un ser personal. Piénsese en la sacralización de la política modernamente producida por el secularismo laicista que diera lugar a las llamadas “religiones políticas”, constitutivas de las monstruosidades vividas durante nazismo y el marxismo, en el siglo pasado.
En una obra anterior, el sociólogo había centrado su interés en el liberalismo mecanicista. Ahora se dirige al romanticismo hegeliano en lo político. En ambos casos, traza una profunda crítica de raíz filosófico-política tanto a los elitismos tradicionales y modernos como a los nuevos populismos, que en cierto modo constituyen, dicho con una frase inspirada en el célebre sintagma del léxico político revolucionario, la “enfermedad infantil de la democracia”.
La obra es una síntesis, en la madurez del pensamiento de José Enrique Miguens, de su rica producción académica y refleja una envidiable erudición y profundidad. Antes y más que eso, constituye el fruto intelectual y humano de quien hizo de su vida una sinfonía de amor a Dios, a su patria y a su pueblo.
Fuente: Revista Criterio, Nº 2375.
Modernismo y satanismo en la política actual, de José Enrique Miguens (Lumen), se presentan algunas líneas de interpretación.
José Enrique Miguens es considerado, tanto en el nivel de la opinión pública como en los ambientes culturales, en ambos casos con justos títulos, como uno de los intelectuales argentinos más lúcidos. Su labor académica, abundante y desplegada con fluidez durante más de seis décadas, como el buen vino ha alcanzado hoy su punto de sazón. Ella aparece, ante nuestros ojos, suficientemente consolidada y con su característica esencial de estar firmemente arraigada a su compromiso con las exigencias reales y concretas de la convivencia ciudadana.
Su rasgo quizás más rico entre muchos otros ha sido, a lo largo de su fructuosa vida, y sigue siendo hoy, la actitud permanente de mirada y escucha atenta e inteligente de la realidad. El motivo de la presente obra no es una contemplación abstracta sino que pretende contribuir, a través de la reflexión científica, a una mejor comprensión de los problemas más importantes de la vida social. Se advierte aquí con claridad una personalidad que encuentra su identidad más profunda en el reconocimiento del otro, en un ethos que expresa una conciencia inspirada en el anclaje formulado a partir de una matriz profundamente cristiana.
Una serie de sus publicaciones ha estado dedicada a estudiar, por ejemplo, el pensamiento mágico en la praxis pública; otro tramo de su producción intelectual ha sido dirigido a las relaciones entre el poder económico y el poder político; y una tercera y significativa parte se ha encaminado a tratar de superar los vicios de nuestro comportamiento societario –por ejemplo el autoritarismo y otras disfunciones de la convivencia–; pero desde siempre, aunque especialmente en los últimos años, su interés primordial es desentrañar los resortes que permitan a los argentinos articular una vida buena.
La construcción de ciudadanía es uno de los untos clave de la tragedia argentina, inexplicable para el mundo y para nosotros mismos. Miguens vislumbró estas intuiciones que dieron lugar a esperanzadoras certezas y apuntó su artillería para ayudar a una magna tarea compleja que constituye un proceso de sucesivas generaciones.
No es éste, desde luego, el fruto de un oficio solamente profesional: a Miguens –como a los hijos fieles de las patrias que les dieron vida– le duele la Argentina. Ese dolor encarna un sentir colectivo que él no ha recogido de los archivos estadísticos ni de los ensayos científicos, sino de la misma entraña del pueblo. Lo ha valorado y lo ha hecho suyo. Cuando Félix Luna le preguntó a Arturo Frondizi cómo le gustaría ser definido y recordado, el estadista respondió con esta frase: “Amó a su patria”.
A personajes eclesiásticos ha sido frecuente asignarles la cualidad de dilexit Ecclesiam, “amó a la Iglesia”. Miguens podría ser identificado con ambas cualidades, pero también podría serlo con una impronta si se quiere más significativa: el núcleo áureo que ha caracterizado a los fieles cristianos de todos los tiempos, que es el amor expresado en una dimensión individual y también social. En la posmodernidad líquida, su personalidad expresa con nitidez la sólida consistencia de una identidad abierta a la diversidad de lo real.
En la obra que ahora aparece, Modernismo y satanismo en la política actual, el autor amplía su mirada hacia el plano global, aunque el lector avisado no puede dejar de advertir una doble lectura, que –de acuerdo a la apuntada sensibilidad argentina del sociólogo– incluye una perspectiva local. En la incisiva mirada de Miguens, van siendo sometidas a su crítica brillante las llamadas –en el lenguaje teológico– “estructuras de pecado”, que como representaciones del mal constituyen auténticos núcleos del dominio despótico cuyo origen anida en un ser personal. Piénsese en la sacralización de la política modernamente producida por el secularismo laicista que diera lugar a las llamadas “religiones políticas”, constitutivas de las monstruosidades vividas durante nazismo y el marxismo, en el siglo pasado.
En una obra anterior, el sociólogo había centrado su interés en el liberalismo mecanicista. Ahora se dirige al romanticismo hegeliano en lo político. En ambos casos, traza una profunda crítica de raíz filosófico-política tanto a los elitismos tradicionales y modernos como a los nuevos populismos, que en cierto modo constituyen, dicho con una frase inspirada en el célebre sintagma del léxico político revolucionario, la “enfermedad infantil de la democracia”.
La obra es una síntesis, en la madurez del pensamiento de José Enrique Miguens, de su rica producción académica y refleja una envidiable erudición y profundidad. Antes y más que eso, constituye el fruto intelectual y humano de quien hizo de su vida una sinfonía de amor a Dios, a su patria y a su pueblo.
Fuente: Revista Criterio, Nº 2375.
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