Por. Leopoldo Cervantes-Ortiz, Mèxico
1. Una palabra profunda y reveladora en todos los tiempos
El salmo 19 es uno de los más altos himnos de celebración de la revelación divina. Las dos etapas de su redacción son evidentes por la diáfana distinción entre lo que se denomina “revelación general” y “revelación especial” (escrita). El texto toma partido por la segunda, luego de mostrar tan alta consideración por la primera en una afirmación notable del esfuerzo divino por hacer inteligible su voluntad en medio de la conflictividad humana. Someterse a la arbitrariedad del lenguaje es uno de los mayores méritos y una muestra extraordinaria de amor por parte de quien quiere revelarse a la humanidad.
El énfasis celebratorio y poético abre la puerta para que en cada metáfora y expresión quede bien claro que el contenido de la revelación escrita se estableció progresivamente como normativo y que su fijación escrita formó parte de un proceso espiritual y cultural que permitió superar las limitaciones de la fenomenología religiosa. El apego a la palabra escrita y la opción tan fuerte hacia un discurso literario y teológico genéricamente plural, pero coherente, hizo que la fe de Israel alcanzara un carácter liberador y que la misma praxis religiosa atisbara formas nuevas.
El salmo da cuenta de una evolución del pensamiento de fe que fue capaz de separarse de sus lazos con las fuerzas naturales, incapaces de transmitir aspectos de lo sagrado que reclamaban subir “escalones culturales” para alcanzar una inteligibilidad necesaria para vehicular los contenidos éticos que, de otra manera, se hubieran quedado en mera religiosidad externa y ritualista. De ahí surgió también el cuestionamiento de actitudes y acciones ligadas a la magia. Los dos poemas se relacionan en cuanto el primero expone la grandeza y belleza de la creación como portadora de la magnificencia de Dios, pero sin alcanzar, con todo, el impacto y la fuerza de la Ley/Palabra escrita. “Hace ya mucho tiempo que se reconoce que Sal 19 está compuesto de dos salmos. La sección A es un himno de alabanza a Yahvé por su manifestación en la naturaleza; la sección B es una glorificación de la Ley. Las diferencias entre las dos partes del salmo son tan sorprendentes que no necesitan ulterior explicación. Sin embargo, sería improcedente estudiar el Sal19 A y el 19 B como dos textos completamente dispares. La tradición reunió ambas partes”.[1]
A
1 Los cielos cuentan la gloria de Dios, Y la expansión denuncia la obra de sus manos. (Reina-Valera, 1909)
El cielo azul nos habla/ de la grandeza de Dios/ y de todo lo que ha hecho. (Traducción en Lenguaje Actual)
Los cielos proclaman la gloria de Dios,/ el firmamento pregona la obra de sus manos. (La Biblia de Nuestro Pueblo)
El mundo confiesa ante Dios su condición de criatura; el cielo “proclama”, el firmamento “pregona” (Sal 19.2). En un contexto de teofanía, el poeta puede exclamar: “El cielo pregona la justicia de Dios” (Sal 97.6) (G. von Rad, Sabiduría en Israel, 203s) (Kraus, 382).
2 El un día emite palabra al otro día, Y la una noche á la otra noche declara sabiduría.
Los días y las noches/ lo comentan entre sí.
Un día le pasa el mensaje a otro día,/ una noche le informa a otra noche.
En el v. 2 el himno comienza con una descripción del cántico de alabanza entonado por los cielos. El espacio celeste y el “firmamento” aparecen como poderes vivos que “narran” y “proclaman”. La “expansión”, como concepto cosmológico designa la plancha (en latín, firmamentum) que contenía y represaba el mar azul del océano celeste (Gén 1.6ss; Ez 1.22ss; Sal 150.1). La alabanza entonada por esa esfera celeste glorifica a Dios y “la obra de sus manos”). […] El cántico de alabanza de los cielos va dirigido a Dios, que tiene su trono sobre los cielos (cf. Sal 29.9.10), que está presente en Sión y cuya luz deslumbradora inunda toda la tierra (Is 6.3). Las estrellas son “la obra de tus manos”, Sal 8.4). Con eso, el v. 2 anuncia ya el himno del sol, que resalta en el v. 5b. Por tanto, el contenido del cántico de alabanza de los cielos es el esplendor de la manifestación de Yahvé, y este cántico realza, al mismo tiempo, la obra de la creación divina. “La gloria que Dios ha concedido a la creación como imagen de su propia gloria, se refleja en la creación e incide de nuevo en Dios como confesión de fe en él” (Franz Delitzsch). (Kraus, p. 380)
El texto afirma que un día transmite su palabra al otro día, y una noche, a la otra noche, “como dos coros que se alternan” (F. Notscher). El himno contempla en acción una cadena tan misteriosa como maravillosa. Por lo demás, Os 2.23s habla –en otro sentido- de una cadena continuada de efectos en el ámbito de la naturaleza. Los vv. 2.3 suscitan la impresión de que el cantor ha trasferido al ámbito celeste la tradición hímnica y didáctica de la creación, que existía en los círculos sacerdotales de Israel. (Kraus, p. 381)
3 No hay dicho, ni palabras, Ni es oída su voz.
Aunque no hablan ni dicen nada,/ ni se oye un solo sonido,
Sin que hablen, sin que pronuncien,/ sin que se oiga su voz,
La afirmación que se hace en el v. 3 es singularísima. Después de las descripciones que se hacen en los vv. 1 y 2, esa afirmación tiene carácter de paradoja. La trasmisión de la “palabra” (dabar), en el v. 2, de alabanza y de saber se efectúa “sin palabras y sin lenguaje”. […] La “palabra” (dabar) y el “lenguaje” de los poderes celestes, no pueden oírlo los oídos humanos. Por consiguiente, las negaciones que hay en el v. 3a señalan un proceso singularísimo de proclamación, un proceso que no tiene analogía, y que se realiza en los lejanos espacios de la creación. Pero es una proclamación que está muy alta, por encima del hombre, y no puede ser escuchada por él.
4 Por toda la tierra salió su hilo, Y al cabo del mundo sus palabras. En ellos puso tabernáculo para el sol.
Sus palabras recorren toda la tierra/ y llegan hasta el fin del mundo./ En el cielo Dios ha puesto/ una casa para el sol.
A toda la tierra alcanza su discurso,/ a los confines del mundo su lenguaje./ Allí le ha preparado una tienda al sol:
El cantor del Sal 19 A oye cómo este sonido de los cielos, un sonido hímnico y, al mismo tiempo, sobrecogedoramente instructivo, va a toda la tierra (cf. Is 6.3). […]
5 Y él, como un novio que sale de su tálamo, Alégrase cual gigante para correr el camino.
Y sale el sol de su casa/ feliz como un novio;/ alegre como un atleta,/ se dispone a recorrer su camino. Se regocija cual esposo que sale de su alcoba,/ como atleta que corre su carrera.
6 Del un cabo de los cielos es su salida, Y su giro hasta la extremidad de ellos: Y no hay quien se esconda de su calor.
Sale por un lado/ y se oculta por el otro,/ sin que nada ni nadie/ se libre de su calor.
Asoma por un extremo del cielo/ y su órbita llega al otro extremo;/ nada se escapa a su calor.
Como en Gén 1.17, Dios da órdenes al sol. Se asigna un lugar para el sol. El sol no tiene un palacio, sino una tienda. Tal vez estos arcaísmos fueron conservados deliberadamente por Israel para establecer el debido contraste […] en la mente de nuestro texto, es el lugar donde el sol pasa la noche. Por la mañana, el sol deja su alcoba y sale radiante como un esposo, como un “reciéncasado”. Alegre como un héroe, hace su aparición […]
B
7 La ley de Jehová es perfecta, que vuelve el alma: El testimonio de Jehová, fiel, que hace sabio al pequeño.
La ley de Dios es perfecta,/ y nos da nueva vida./ Sus mandatos son dignos de confianza,/ pues dan sabiduría a los jóvenes.
La ley del Señor es perfecta: devuelve el aliento;/ el precepto del Señor es verdadero:/ da sabiduría al ignorante;
El Sal 19 B es un cántico de alabanza de la Torá, la cual, contemplada en su perfección y en sus efectos, es tema de gozosa meditación. Para explicar la comprensión subyacente de la Torá, habrá que recurrir a la concepción deuteronómica tardía: la Torá es la revelación terminada y consignada por escrito de la voluntad de Dios, para su lectura en público (Dt 31.9-11) o en privado (Jos 1.7; Sal1.,2). En esta expresión de la voluntad de Dios, que contiene principalmente la ley de Dios, se incluyen también las proclamaciones históricas (Dt 1.5; Sal 78.1; Neh 8.13ss). No obstante, el verdadero centro de la Torá es y sigue siendo la ley de Dios transmitida por medio de Moisés (Mal 3.22). Pero, en todo caso, la Torá es —especialmente desde Esdras— la “Sagrada Escritura” con carácter autoritativo y oficial.
8 Los mandamientos de Jehová son rectos, que alegran el corazón: El precepto de Jehová, puro, que alumbra los ojos.
Las normas de Dios son rectas/ y alegran el corazón./ Sus mandamientos son puros/ y nos dan sabiduría.
los mandatos del Señor son rectos:/ alegran el corazón;/ la instrucción del Señor es clara: da luz a los ojos;
En el v. 8 se ensalza a la Torá por ser “perfecta” es propiamente un término de la lengua de los sacrificios Al animal sin defecto, inmaculado, se le llama “perfecto”. Aquí la palabra expresa la suficiencia de la “Sagrada Escritura” (cf. Dt 32.4). El efecto de esta Torá perfecta se ve ahora en que “restaura”. Esto quiere decir que vuelve a dar vigor a la vida (cf. Lam 1.11, 16). De la Torá dimana vigor refrescante. La Torá es “fiable” y transmite sabiduría al simple, al que se deja seducir fácilmente (Prov 1,22,7,7,9,6,19,25,21,11, Sal119,130). En los Sal 1 y 119 se asocian también concepciones de la teología posterior con la comprensión de la Torá existente después del destierro; vida y sabiduría brotan a raudales de la instrucción divina. La Torá es instrucción para la vida.
9 El temor de Jehová, limpio, que permanece para siempre; Los juicios de Jehová son verdad, todos justos.
La palabra de Dios es limpia/ y siempre se mantiene firme./ Sus decisiones son al mismo tiempo/ verdaderas y justas.
El respeto del Señor es puro: dura para siempre;/ los mandamientos del Señor son verdaderos:/ justos sin excepción;
10 Deseables son más que el oro, y más que mucho oro afinado; Y dulces más que miel, y que la que destila del panal.
Yo prefiero sus decisiones/ más que montones de oro,/ me endulzan la vida/ más que la miel del panal.
Son más valiosos que el oro,/ que el metal más fino;/ son más dulces que la miel que destila un panal.
11 Tu siervo es además amonestado con ellos: En guardarlos hay grande galardón.
Me sirven de advertencia;/ l premio es grande/ si uno cumple con ellas.
Aunque tu servidor se alumbra con ellos/ y guardarlos trae gran recompensa,
Esta “alegra el corazón” (v. 8a), “ilumina los ojos” (v. 8b), es decir, da nuevo vigor a la vida (“para siempre”) permanece la palabra que Yahvé habla por medio de la Torá. Todas las “instrucciones” en materia de derecho son verdad y “justos” o “rectos” en sentido pleno. El v 10 habla del gran valor y del efecto vivificador de la Torá, mientras que el v. 12 entona después las notas de una lamentación.
12 Los errores, ¿quién los entenderá? Líbrame de los que me son ocultos.
Nadie parece darse cuenta/ de los errores que comete./ ¡Perdóname, Dios mío,/ los pecados que cometo/ sin darme cuenta!
¿quién se da cuenta de sus propios errores?/ Purifícame de culpas ocultas;
13 Detén asimismo á tu siervo de las soberbias; Que no se enseñoreen de mí: Entonces seré íntegro, y estaré limpio de gran rebelión.
¡Líbrame del orgullo!/ No dejes que me domine!/ ¡Líbrame de la desobediencia/ para no pecar contra ti!
del orgullo protege a tu servidor,/ para que no me domine./ Entonces seré irreprochable/ e inocente de grave pecado.
El Sal 19 B termina con una fórmula de dedicación (cf. Sal 104.34; 119.108). Tales formas, en los tiempos antiguos, se pronunciaban al ofrecer el sacrificio, y ahora sirven de final al cántico hímnico. “La oración es el sacrificio ofrecido por el hombre interior” (Franz Delitzsch). […]
El cosmos celebra “la gloria” de Dios, pero no nos enseña su voluntad. Por eso, se añadió el Sal 19 B como referencia decisiva, como una clave -por decirlo así- para descodificar el mensaje cifrado. En la Torá sí podemos captar a Dios. Allí sí aprendemos quién es Dios. En la Torá llega a nosotros la manifestación de la voluntad de Dios. La Torá logra lo que la naturaleza no es capaz de lograr: nos da instrucción y nos dirige para ser sabios; alza a quien está desesperado y abre camino a través del ámbito de la culpa. La comprensión de la Torá que hallamos en el Sal 19 B no tiene nada que ver con el nomismo. Lejos de eso, este salmo debiera impulsarnos incesantemente a pensar acerca del misterio y la maravilla de la revelación de Dios en su palabra, es decir, acerca de la palabra que contiene estímulo y exigencia. Esta palabra es el lugar en que Dios mismo, como Creador, se encuentra con el hombre, y se encuentra con él con fidelidad creadora y mantenedora de vida. En esta palabra es donde podemos captar lo que el mundo creado no cesa de proclamar, aunque no logre por sí que nosotros lo entendamos.
Conclusión
14 Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, Oh Jehová, roca mía, y redentor mío
¡Tú eres mi Dios y mi protector!/ ¡Tú eres quien me defiende!/ ¡Recibe, pues, con agrado/ lo que digo y lo que pienso!
Que te agraden las palabras de mi boca,/ que te plazca el susurro de mi corazón,/ ¡Señor, Roca mía, Redentor mío!
2. Los decretos eternos de Dios en la historia
Yo estoy a tu servicio;/ trátame bien, y cumpliré tus órdenes./ Estoy de paso en este mundo;/ dame a conocer tus mandamientos./ ¡Ayúdame a entender/ tus enseñanzas maravillosas! Salmo 119-17-19
El Salmo 119 es el gran monumento a la revelación escrita de Dios en la historia. Es, además, una suma de reconocimientos a la Ley divina que brotó de un amplio conjunto de corazones agradecidos. Es también, el testimonio de fe que a través de mucho tiempo los lectores/as asiduos de los textos sagrados expresaron para afirmar la centralidad de su mensaje en las situaciones que vivieron. La voz lírica se une a la celebración y se desdobla en una serie de consideraciones acumuladas en la conciencia de las comunidades acerca de la manera en que los decretos eternos de Dios, que aún se encontraban en el proceso de redacción, habían interactuado con los sucesos históricos y habían dado luz para la fe, la acción y el pensamiento de los y las creyentes.
Tal vez ha sido el biblista Walter Brueggemann quien en lo últimos tiempos mejor ha resumido la forma y el espíritu que caracterizan a esta obra maestra de la fe poética inspirada por la revelación divina, cuando explica, inicialmente:
El salmo 119 no sólo es el más extenso de los cantos de la Toráh sino el más largo de todos los salmos. Si no se reconoce su intento estructural puede llamar la atención por su monotonía y aburrida redundancia. Pero su creación es, de hecho, una realización intelectual masiva. Es un salmo acróstico maravillosamente labrado. (El mismo mecanismo del salmo 45, donde se usa sucesivamente una letra al inicio de cada línea hasta recorrer todo el alfabeto. En aquel salmo la estructura pretendía capacitar para una plena alabanza, aquí, para ofrecer plena obediencia.) La característica notable aquí es que cada letra del alfabeto contiene ocho versos sucesivos antes de que el poema pase a la siguiente letra. En términos artísticos, es como si tuviéramos aquí ocho poemas acrósticos simultáneos. Eso hace al salmo tan largo y tan estilizado. Es una lástima que tal logro se pierda inevitablemente en la traducción.
Para apreciar el salmo, nos debemos preguntar por qué habría alguien de trabajar tan intensa y rigurosamente este tema. Se nos ocurren tres razones posibles: primera, el salmo es deliberadamente didáctico. Refleja el trabajo de un maestro de clase. Su objetivo no es casual. Pretende instruir al joven en el abc de la obediencia a la Toráh. Segunda, el salmo quiere hacer una afirmación comprensiva de la adecuación de una vida orientada por la Toráh. Afirma que la Toráh cubrirá todas las facetas de la existencia humana, de la A a la Z.[2]
Las primeras palabras del salmo, el pórtico con que se introduce la vasta celebración, es elocuente. “Dios, tú bendices/ a los que van por buen camino,/ a los que de todo corazón/ siguen tus enseñanzas./ Ellos no hacen nada malo:/ sólo a ti te obedecen./ Tú has ordenado/ que tus mandamientos/ se cumplan al pie de la letra” (vv. 1-4). Dan por sentado que el contacto estrecho con las Sagradas Escrituras siempre será motivo de bendición y que el detenimiento con que se lean, aprendan y reflexión continuamente producirá buenos frutos, primeramente en la conciencia: “Quiero corregir mi conducta/ y cumplir tus mandamientos./ Si los cumplo,/ no tendré de qué avergonzarme./ Si me enseñas tu palabra,/ te alabaré de todo corazón/ y seré obediente a tus mandatos./ ¡No me abandones!” (vv. 5-8). La persona amante de la ley de Dios interioriza el mensaje y se pregunta sobre sí mismo, además de que sabe que quien le habla allí constantemente desea lo mejor para él o ella.
Como agrega Brueggemann:
No hay crisis humana o tema en el que necesitemos salir fuera del campo de la obediencia de la Toráh para vivir plenamente. Tercero, el intento dramático es encontrar una forma proporcional al mensaje. El mensaje es que la vida es segura y plenamente simétrica cuando se respeta la Toráh. Así, el salmo proporciona una experiencia literaria pedagógica de seguridad y plena simetría. Una vida ordenada por la Toráh es segura, previsible y completa como la dinámica del salmo.
Cuando somos conscientes de la forma, no necesitamos decir mucho más sobre la sustancia. Pero podemos hacer dos observaciones. Primera, la Torán no es una letra muerta (II Cor 3.2-6), sino un agente activo vivificador. Esto es, la Toráh no es sólo una serie de reglas sino un modo de presencia del Dios que da la vida (Cf. Dt 4.7-8). La obediencia a la Toráh es fuente de luz, de vida, de alegría, de satisfacción, de deleite. Ciertamente, “deleite” (shaíaí) es una repetida respuesta a la Toráh (vv. 16, 24, 47, 70, 77, 92, 143, 174). La Toráh no es una carga sino un modo de existencia gozosa. El poder activo vivificador de la Toráh se refleja también en el salmo 19.7-9, en el que la Toráh es restauradora de vida. (pp. 55-56)
En la siguiente sección, las palabras se modulan para avanzar en la reflexión sobre los mandatos divinos: “Sólo obedeciendo tu palabra/ pueden los jóvenes corregir su vida./ Yo te busco de todo corazón/ y llevo tu palabra en mi pensamiento./ Manténme fiel a tus enseñanzas/ para no pecar contra ti./ ¡Bendito seas, mi Dios!/ ¡Enséñame a obedecer tus mandatos!” (vv. 9-12). Ahora se plantea el horizonte vital, la forma en que la Ley puede conducir la vida desde un principio, de ser posible, y de cómo habrá múltiples satisfacciones en ello. Con todo, la perspectiva dominante no es la del legalismo:
Los maestros de este salmo no están preocupados o seducidos por el legalismo. No consideran que los mandamientos sean restrictivos o pesados. Más bien son personas que han decidido algunos básicos compromisos de vida. Saben a quién les compete, y responderán. Por tanto, saben quiénes son y han establecido, en buena parte, la postura moral hacia la vida, que asumirán. Hay un enfoque de la vida, una ausencia de frenético dilema moral. Un sentido de prioridades acompañado de ausencia de ansiedad. En un mundo bien ordenado, tal decisión puede salvarnos de un desgastante e interminable reinventar la decisión moral. Debido a que el mundo se mantiene unido la forma de obediencia es segura y el resultado no es la opacidad o la amargura sino la libertad. Dos veces usa el salmo la palabra rehob, “lugar grande”: “Corro por el camino de tus mandamientos,/ pues tú mi corazón dilatas” (v. 32). “Y andaré por camino anchuroso,/ porque tus ordenanzas voy buscando” (v. 45). (p. 56)
En la siguiente sección, las palabras se modulan para avanzar en la reflexión sobre los mandatos divinos: “Sólo obedeciendo tu palabra/ pueden los jóvenes corregir su vida./ Yo te busco de todo corazón/ y llevo tu palabra en mi pensamiento./ Manténme fiel a tus enseñanzas” (vv. 9-12). “Llevar la palabra en el pensamiento” es una de las mejores definiciones de la familiaridad y el amor por la palabra divina, pues no basta con encariñarse con ella sino hay que sentirse desafiados por ella. La corrección de la vida no es un esfuerzo transitorio: es intensivo y autocrítico. Los mandamientos divinos son liberadores y genuinamente esperanzadores sobre el presente y el futuro:
Aquí se contraría nuestro prejuicio moderno que ve los mandamientos como algo restrictivo. Éstos liberan y dan a la gente espacio en el cual ser humanos. Este salmo nos instruye en la necesidad, posibilidad y deleite de establecer los temas fundamentales de identidad y vocación. La Toráh viviente nos exige mantener abiertas opciones sobre quiénes seremos.
Segundo, los maestros en este salmo no son simplistas o reduccionistas. No imaginan que la vida pueda reducirse a un mandamiento de vida monodimensional. Más bien, la obediencia a la Toráh es un punto de partida, una plataforma de lanzamiento, desde donde montar una conversación progresiva con Dios a través de la experiencia cotidiana. Así, el salmo no es estrechamente ingenuo acerca de la Toráh como podría indicar un primer vistazo. Explora una variedad de temas relacionados con la fe. Cumplir la Toráh no es toda la fe bíblica pero sí el punto indispensable de partida. A partir de una sólida orientación en la obediencia el salmo explora luego otros temas. Incluye una queja contra Dios que pregunta: “¿Cuánto tiempo?” (vv. 82-86). Le pide a Dios que actúe con amor firme hacia el siervo de la alianza (vv. 76, 124, 149; cf. 33.5, 18, 22). Anticipa la paz (v. 165). Para entrar en la piedad de este salmo debemos romper ese estereotipo de retribución regularmente asignada aquí. No es un salmo de regateo sino un salmo de plena confianza y sumisión. En cierto modo se equipara a la prosa narrativa de Job 1-2 que lucha contra el mismo estereotipo. En esa narrativa tampoco se arguye que “la gente buena prosperará y la mala sufrirá”. Más bien, es simplemente una afirmación de una declaración de confianza y sumisión a un Dios que ha resultado ser bueno y generoso. (pp. 56-57)
En el espíritu del Deuteronomio, quien habla en el salmo practica la mnemotecnia y la repetición, a sabiendas de que esos ejercicios no son solamente “calistenia mental”, pues se trata de una reflexión permanente sobre el significado de los testimonios divinos. Los ecos del salmo 19 son claros: “Siempre estoy repitiendo/ las enseñanzas que nos diste./ En ellas pongo toda mi atención,/ pues me hacen más feliz/ que todo el oro del mundo./ Mi mayor placer son tus mandatos;/ jamás me olvido de ellos” (vv. 13-15).
El salmo 119 es estructurado así, con sofisticación delicada sobre la vida del espíritu. Por un lado, entiende que la vida con Yahvé es una calle de doble sentido. Los que guardan la Toráh tienen derecho a esperar algo de Yahvé. La obediencia da entrada a buscar la atención de Dios, y el don de Dios. Aunque muy cercano a ello este salmo no regatea. Este es el lenguaje de alguien que tiene acceso no por arrogancia sino por sumisión. El lenguaje no es indebidamente irrespetuoso y sí no-estridente. Es vincular una expectativa legítima entre socios que han aprendido a confiar mutuamente. (p. 57)
Esta relación con la Palabra conduce inevitablemente al servicio, (“Yo estoy a tu servicio;/ trátame bien, y cumpliré tus órdenes./ Estoy de paso en este mundo;/ dame a conocer tus mandamientos./ ¡Ayúdame a entender/ tus enseñanzas maravillosas!/ Todo el día siento grandes deseos/ por conocerlas” (vv. 16-20), pues la lucha contra la teoría de la retribución no es nada fácil, pero existen posibilidades de obtener beneficios reales y legítimos por esta disposición. De ahí la necesidad de releer el texto en clave neo-testamentaria y mediante una adecuada concepción de la revelación escrita:
Por otro lado, estas legítimas expectativas de Dios tienen un tinte evangélico. Finalmente, habiéndose ganado el derecho a hablar, no obstante el autor se arroja en la misericordia de Dios y espera un impulso divino —impulso libre, destrabado, sin coerción, proveniente de Dios. Hay, por supuesto, cierta comodidad y conveniencia en recordar la Toráh (v. 52). Pero finalmente, el salmo no sobrevalora la Toráh: la herencia del que habla es Yahvé, no la Toráh (v. 57), ni ésta lo es del que la guarda. Así la Toráh se convierte en punto de entrada para explorar toda la gama de interacciones con Yahvé. Claramente este salmo prueba, más allá de la formulación simplista del salmo 1. Una vida de plena obediencia no es una conclusión de fe: es punto de partida y acceso a una vida plena de comunión múltiple con Dios. Una vida así vive por misericordia y no por obediencia (v. 77). (pp. 57-58)
Finalmente, al voltear la mirada y observar lo que puede ocasionar el olvido o menosprecio de las Escrituras para la vida diaria, las conclusiones son ambiguas: quien prosigue en ese camino puede alcanzar bendiciones y obtener recursos para los días difíciles. Quien no lo haga así, corre más riesgos ante las contingencias cotidianas: “¡Qué lástima me dan/ los que no cumplen tus mandamientos!/ ¡Tú reprendes a esos orgullosos!/ No permitas que me desprecien/ pues siempre obedezco tus mandatos./ Los poderosos hacen planes contra mí,/ pero yo sólo pienso en tus enseñanzas./ Ellas me hacen feliz, y me dan buenos consejos” (vv. 21-24).
3. Una palabra actuante e incisiva en todo tiempo
En efecto, la palabra de Dios es fuente de vida y de eficacia; es más cortante que espada de dos filos y penetra hasta dividir lo que el ser humano tiene de más íntimo, hasta llegar a lo más profundo de su ser, poniendo al descubierto los más secretos pensamientos e intenciones. Hebreos 4.12, La Palabra, SBU
Históricamente, es posible advertir en las Escrituras sagradas diversos episodios en los que la revelación de Dios se opuso radicalmente a las intenciones humanas de someter el designio supremo y eterno a los intereses del momento, políticos o religiosos. Cada vez que esto sucedía, el ímpetu profético con que se divulgó la voluntad de Dios entraba en fuerte conflicto con las personas e instituciones que intentaban sesgar esa voluntad a su favor, incluso en los niveles más sencillos. El choque inevitable entre esas dos perspectivas tan opuestas en ocasiones tuvo consecuencias fatales, derivadas de las acciones, sobre todo, de gobernantes empeñados en hacer prevalecer sus proyectos por encima de los designios superiores de Dios. En muchos de esos casos, los dilemas provenían de las diversas interpretaciones de la revelación, pues los rumbos que ésta quería imponer al pueblo y a las personas en particular no se mostraban inmediatamente ni de manera unívoca.
Así, es posible ver, por ejemplo, cómo desde los tiempos de Abraham se intentó modificar el destino de la alianza que Dios había hecho con él, a partir de las fobias, temores y deseos que lo embargaron tantas veces, sobre todo cuando estuvo en peligro de muerte. La manera en que pretendió engañar al faraón acerca de la identidad de su esposa es una muestra de ello (Gn 12.10-20). Y podrían enumerarse cientos de situaciones en las que los seres humanos pretendieron enmendar la plana de los caminos de la revelación divina: ¡vaya conflictos que enfrentaron! Pues si en el nivel personal los hubo, en el comunitario, social o nacional las cosas fueron más complejas aún y los testimonios están a la mano para constatarlo: idolatría, mortandad, decisiones equivocadas, confrontaciones directas entre profetas falsos y verdaderos, humillaciones, crímenes, exilios… La propia carta sufrió el rechazo de sus primeros lectores.[3]
El autor de la carta los Hebreos (cap. 4) al profundizar en el simbolismo del sábado y cómo esa realidad es tomada por Dios para “introducir en su reposo al pueblo”, esto es, proporcionarle bienestar, paz y estabilidad en todos los sentidos, se refiere, incidentalmente, a las características más difícilmente tolerables de la Palabra divina, justamente aquellas que ocasionan los problemas de interpretación, obediencia y aplicación de la voluntad divina en el mundo. Precisamente el capítulo comienza con una advertencia para alcanzar el cumplimiento de esa promesa y se recuerda que quienes la escucharon por primera vez no disfrutaron su cumplimiento (vv. 1-2). Y es que “entrar en el descanso de Dios” significa la situación más deseable y placentera que se pueda imaginar, pues es una situación jubilar anunciada como compensación posible de tantas encrucijadas históricas negativas y decepcionantes. El horizonte del descanso surge después del trabajo y la lucha constantes. Dios, dicen los vv. 6-7, ofrece una nueva oportunidad para entrar en él, ahora a través de Jesucristo, por supuesto, en nuevas y singulares condiciones.
El sábado es leído en circunstancias muy distintas, pues no se busca reinstalarlo como centro cotidiano de la vida litúrgica sino más bien partir de él de manera simbólica para apreciar la obra redentora de Dios en Jesucristo. De ahí surge la exhortación previa a las afirmaciones sobre la Palabra divina: “Esforcémonos, pues, nosotros por entrar en el descanso que Dios ofrece para que nadie perezca siguiendo el ejemplo de aquellos rebeldes.” (v. 11). Con eso en mente, la mención directa sobre las forma en que actúa la revelación escrita de Dios, que es viva y eficaz, esto es, pertinente siempre ante las necesidades humanas, y cortante, penetrante e incisiva, pues ataca los prejuicios, deseos y mezquindades con que se le quiera imponer a la vida humana en nombre de otros valores o poderes que nunca serán superiores a ella. Los dos filos a los que alude el texto aluden a que la proclamación profética de la voluntad de Dios siempre será anuncio y denuncia, pues la parte positiva y propositiva, para quienes están deseosos de obedecerla, será un bálsamo y una promesa, pero para quienes se oponen, juicio y rechazo explícito de su injusticia. Esta dualidad puede resultar complicada y difícil de aceptar, pero forma parte constitutiva de la aplicación histórica de los designios divinos, pues los valores del Reino de Dios son y serán innegociables con los poderes e ideologías dominantes.
La palabra discierne, y para hacerlo tiene que cortar y mostrar, en el sentido casi negativo de exhibir lo malo, lo negativo, lo que es opuesto al designio benevolente de Dios. Cuando hace todo eso, tiene que provocar dolores y molestias. Como escribe Samuel Pérez Millos:
Quiere decir, con la figura del lenguaje, que la Palabra llega adonde ningún hombre puede penetrar, a lo más íntimo y secreto del ser. El autor acumula términos en un esfuerzo retórico para expresar la naturaleza íntima del hombre en todas sus partes […] La intención aquí es referirse a la intimidad del hombre en la forma más específica. Una manera de significar la sutil penetración de la Palabra se hace apelando a la distinción entre las coyunturas y los tuétanos, las articulaciones y la médula, para indicar que llega a los recovecos más escondidos del ser, trayendo también a la luz incluso los motivos propios y naturales del subconsciente.[4]
Por otra parte, la manera en que penetra la Escritura y es capaz de desvelar los pensamientos más profundos nos habla de su relación irrestricta con la verdad y la manifestación presente y futura de la misma, pase lo que pase y caiga quien caiga. Esta categórica afirmación de que la Palabra no transige con la mentira ni con la falta de transparencia es un reconocimiento de su capacidad reveladora en todos los sentidos.
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[1] Hans-Joachim Kraus, Los salmos. Salmos 1-59. I. Salamanca, Sígueme, 1992 (Biblioteca de estudios bíblicos), p. 379.
[2] W. Brueggemann, El mensaje de los salmos. México, Universidad Iberoamericana, 1998 (Palabra viva, 2), pp. 54-55.
[3] Cf. Pablo Richard, “Los orígenes del cristianismo en Roma”, en RIBLA, núm. 29, http://claiweb.org/ribla/ribla29/los%20origines%20del%20cristianismo%20en%20Roma.html: “Hebreos busca que la comunidad de Roma abandone toda forma de adherencia al judaísmo y busca impedir una judaización levítica del culto y de la teología de la comunidad cristiana. La tradición del 4º Evangelio irá aún más lejos, al considerar la Ley como la Ley de los judíos, y el Sábado, Pascua y Tabernáculos como las fiestas “de los judíos” y propondrá un culto “en Espíritu y en Verdad”. La carta a los Hebreos de Roma está más allá de la carta de Pablo a los Romanos, pero no es todavía tan radical como la tradición juanea. La carta a los Hebreos no fue aceptada por la comunidad de Roma, se dudó de su autenticidad hasta el siglo IV (en oriente sí fue aceptada). No se la consideraba carta auténtica de Pablo. Pero tuvo ciertamente un influjo en la comunidad de Roma, como se ve por las citas que hace de ella 1 Clemente”.
[4] S. Pérez Millos, Comentario exegético al Nuevo Testamento. Hebreos. Terrassa, CLIE, 2009, p. 241.
Sobre Leopoldo Cervantes-Ortiz. Ha publicado 17 articulos en Lupa.
Oaxaca, México, 1962. Licenciado (STPM) y maestro en teología (UBL). Pasante de la maestría en Letras Latinoamericanas (UNAM). Médico (IPN), editor en la Secretaría de Educación Pública y coordinador del Centro Basilea de Investigación y Apoyo (desde 1999) y de la revista virtual elpoemaseminal (desde 2003).
1. Una palabra profunda y reveladora en todos los tiempos
El salmo 19 es uno de los más altos himnos de celebración de la revelación divina. Las dos etapas de su redacción son evidentes por la diáfana distinción entre lo que se denomina “revelación general” y “revelación especial” (escrita). El texto toma partido por la segunda, luego de mostrar tan alta consideración por la primera en una afirmación notable del esfuerzo divino por hacer inteligible su voluntad en medio de la conflictividad humana. Someterse a la arbitrariedad del lenguaje es uno de los mayores méritos y una muestra extraordinaria de amor por parte de quien quiere revelarse a la humanidad.
El énfasis celebratorio y poético abre la puerta para que en cada metáfora y expresión quede bien claro que el contenido de la revelación escrita se estableció progresivamente como normativo y que su fijación escrita formó parte de un proceso espiritual y cultural que permitió superar las limitaciones de la fenomenología religiosa. El apego a la palabra escrita y la opción tan fuerte hacia un discurso literario y teológico genéricamente plural, pero coherente, hizo que la fe de Israel alcanzara un carácter liberador y que la misma praxis religiosa atisbara formas nuevas.
El salmo da cuenta de una evolución del pensamiento de fe que fue capaz de separarse de sus lazos con las fuerzas naturales, incapaces de transmitir aspectos de lo sagrado que reclamaban subir “escalones culturales” para alcanzar una inteligibilidad necesaria para vehicular los contenidos éticos que, de otra manera, se hubieran quedado en mera religiosidad externa y ritualista. De ahí surgió también el cuestionamiento de actitudes y acciones ligadas a la magia. Los dos poemas se relacionan en cuanto el primero expone la grandeza y belleza de la creación como portadora de la magnificencia de Dios, pero sin alcanzar, con todo, el impacto y la fuerza de la Ley/Palabra escrita. “Hace ya mucho tiempo que se reconoce que Sal 19 está compuesto de dos salmos. La sección A es un himno de alabanza a Yahvé por su manifestación en la naturaleza; la sección B es una glorificación de la Ley. Las diferencias entre las dos partes del salmo son tan sorprendentes que no necesitan ulterior explicación. Sin embargo, sería improcedente estudiar el Sal19 A y el 19 B como dos textos completamente dispares. La tradición reunió ambas partes”.[1]
A
1 Los cielos cuentan la gloria de Dios, Y la expansión denuncia la obra de sus manos. (Reina-Valera, 1909)
El cielo azul nos habla/ de la grandeza de Dios/ y de todo lo que ha hecho. (Traducción en Lenguaje Actual)
Los cielos proclaman la gloria de Dios,/ el firmamento pregona la obra de sus manos. (La Biblia de Nuestro Pueblo)
El mundo confiesa ante Dios su condición de criatura; el cielo “proclama”, el firmamento “pregona” (Sal 19.2). En un contexto de teofanía, el poeta puede exclamar: “El cielo pregona la justicia de Dios” (Sal 97.6) (G. von Rad, Sabiduría en Israel, 203s) (Kraus, 382).
2 El un día emite palabra al otro día, Y la una noche á la otra noche declara sabiduría.
Los días y las noches/ lo comentan entre sí.
Un día le pasa el mensaje a otro día,/ una noche le informa a otra noche.
En el v. 2 el himno comienza con una descripción del cántico de alabanza entonado por los cielos. El espacio celeste y el “firmamento” aparecen como poderes vivos que “narran” y “proclaman”. La “expansión”, como concepto cosmológico designa la plancha (en latín, firmamentum) que contenía y represaba el mar azul del océano celeste (Gén 1.6ss; Ez 1.22ss; Sal 150.1). La alabanza entonada por esa esfera celeste glorifica a Dios y “la obra de sus manos”). […] El cántico de alabanza de los cielos va dirigido a Dios, que tiene su trono sobre los cielos (cf. Sal 29.9.10), que está presente en Sión y cuya luz deslumbradora inunda toda la tierra (Is 6.3). Las estrellas son “la obra de tus manos”, Sal 8.4). Con eso, el v. 2 anuncia ya el himno del sol, que resalta en el v. 5b. Por tanto, el contenido del cántico de alabanza de los cielos es el esplendor de la manifestación de Yahvé, y este cántico realza, al mismo tiempo, la obra de la creación divina. “La gloria que Dios ha concedido a la creación como imagen de su propia gloria, se refleja en la creación e incide de nuevo en Dios como confesión de fe en él” (Franz Delitzsch). (Kraus, p. 380)
El texto afirma que un día transmite su palabra al otro día, y una noche, a la otra noche, “como dos coros que se alternan” (F. Notscher). El himno contempla en acción una cadena tan misteriosa como maravillosa. Por lo demás, Os 2.23s habla –en otro sentido- de una cadena continuada de efectos en el ámbito de la naturaleza. Los vv. 2.3 suscitan la impresión de que el cantor ha trasferido al ámbito celeste la tradición hímnica y didáctica de la creación, que existía en los círculos sacerdotales de Israel. (Kraus, p. 381)
3 No hay dicho, ni palabras, Ni es oída su voz.
Aunque no hablan ni dicen nada,/ ni se oye un solo sonido,
Sin que hablen, sin que pronuncien,/ sin que se oiga su voz,
La afirmación que se hace en el v. 3 es singularísima. Después de las descripciones que se hacen en los vv. 1 y 2, esa afirmación tiene carácter de paradoja. La trasmisión de la “palabra” (dabar), en el v. 2, de alabanza y de saber se efectúa “sin palabras y sin lenguaje”. […] La “palabra” (dabar) y el “lenguaje” de los poderes celestes, no pueden oírlo los oídos humanos. Por consiguiente, las negaciones que hay en el v. 3a señalan un proceso singularísimo de proclamación, un proceso que no tiene analogía, y que se realiza en los lejanos espacios de la creación. Pero es una proclamación que está muy alta, por encima del hombre, y no puede ser escuchada por él.
4 Por toda la tierra salió su hilo, Y al cabo del mundo sus palabras. En ellos puso tabernáculo para el sol.
Sus palabras recorren toda la tierra/ y llegan hasta el fin del mundo./ En el cielo Dios ha puesto/ una casa para el sol.
A toda la tierra alcanza su discurso,/ a los confines del mundo su lenguaje./ Allí le ha preparado una tienda al sol:
El cantor del Sal 19 A oye cómo este sonido de los cielos, un sonido hímnico y, al mismo tiempo, sobrecogedoramente instructivo, va a toda la tierra (cf. Is 6.3). […]
5 Y él, como un novio que sale de su tálamo, Alégrase cual gigante para correr el camino.
Y sale el sol de su casa/ feliz como un novio;/ alegre como un atleta,/ se dispone a recorrer su camino. Se regocija cual esposo que sale de su alcoba,/ como atleta que corre su carrera.
6 Del un cabo de los cielos es su salida, Y su giro hasta la extremidad de ellos: Y no hay quien se esconda de su calor.
Sale por un lado/ y se oculta por el otro,/ sin que nada ni nadie/ se libre de su calor.
Asoma por un extremo del cielo/ y su órbita llega al otro extremo;/ nada se escapa a su calor.
Como en Gén 1.17, Dios da órdenes al sol. Se asigna un lugar para el sol. El sol no tiene un palacio, sino una tienda. Tal vez estos arcaísmos fueron conservados deliberadamente por Israel para establecer el debido contraste […] en la mente de nuestro texto, es el lugar donde el sol pasa la noche. Por la mañana, el sol deja su alcoba y sale radiante como un esposo, como un “reciéncasado”. Alegre como un héroe, hace su aparición […]
B
7 La ley de Jehová es perfecta, que vuelve el alma: El testimonio de Jehová, fiel, que hace sabio al pequeño.
La ley de Dios es perfecta,/ y nos da nueva vida./ Sus mandatos son dignos de confianza,/ pues dan sabiduría a los jóvenes.
La ley del Señor es perfecta: devuelve el aliento;/ el precepto del Señor es verdadero:/ da sabiduría al ignorante;
El Sal 19 B es un cántico de alabanza de la Torá, la cual, contemplada en su perfección y en sus efectos, es tema de gozosa meditación. Para explicar la comprensión subyacente de la Torá, habrá que recurrir a la concepción deuteronómica tardía: la Torá es la revelación terminada y consignada por escrito de la voluntad de Dios, para su lectura en público (Dt 31.9-11) o en privado (Jos 1.7; Sal1.,2). En esta expresión de la voluntad de Dios, que contiene principalmente la ley de Dios, se incluyen también las proclamaciones históricas (Dt 1.5; Sal 78.1; Neh 8.13ss). No obstante, el verdadero centro de la Torá es y sigue siendo la ley de Dios transmitida por medio de Moisés (Mal 3.22). Pero, en todo caso, la Torá es —especialmente desde Esdras— la “Sagrada Escritura” con carácter autoritativo y oficial.
8 Los mandamientos de Jehová son rectos, que alegran el corazón: El precepto de Jehová, puro, que alumbra los ojos.
Las normas de Dios son rectas/ y alegran el corazón./ Sus mandamientos son puros/ y nos dan sabiduría.
los mandatos del Señor son rectos:/ alegran el corazón;/ la instrucción del Señor es clara: da luz a los ojos;
En el v. 8 se ensalza a la Torá por ser “perfecta” es propiamente un término de la lengua de los sacrificios Al animal sin defecto, inmaculado, se le llama “perfecto”. Aquí la palabra expresa la suficiencia de la “Sagrada Escritura” (cf. Dt 32.4). El efecto de esta Torá perfecta se ve ahora en que “restaura”. Esto quiere decir que vuelve a dar vigor a la vida (cf. Lam 1.11, 16). De la Torá dimana vigor refrescante. La Torá es “fiable” y transmite sabiduría al simple, al que se deja seducir fácilmente (Prov 1,22,7,7,9,6,19,25,21,11, Sal119,130). En los Sal 1 y 119 se asocian también concepciones de la teología posterior con la comprensión de la Torá existente después del destierro; vida y sabiduría brotan a raudales de la instrucción divina. La Torá es instrucción para la vida.
9 El temor de Jehová, limpio, que permanece para siempre; Los juicios de Jehová son verdad, todos justos.
La palabra de Dios es limpia/ y siempre se mantiene firme./ Sus decisiones son al mismo tiempo/ verdaderas y justas.
El respeto del Señor es puro: dura para siempre;/ los mandamientos del Señor son verdaderos:/ justos sin excepción;
10 Deseables son más que el oro, y más que mucho oro afinado; Y dulces más que miel, y que la que destila del panal.
Yo prefiero sus decisiones/ más que montones de oro,/ me endulzan la vida/ más que la miel del panal.
Son más valiosos que el oro,/ que el metal más fino;/ son más dulces que la miel que destila un panal.
11 Tu siervo es además amonestado con ellos: En guardarlos hay grande galardón.
Me sirven de advertencia;/ l premio es grande/ si uno cumple con ellas.
Aunque tu servidor se alumbra con ellos/ y guardarlos trae gran recompensa,
Esta “alegra el corazón” (v. 8a), “ilumina los ojos” (v. 8b), es decir, da nuevo vigor a la vida (“para siempre”) permanece la palabra que Yahvé habla por medio de la Torá. Todas las “instrucciones” en materia de derecho son verdad y “justos” o “rectos” en sentido pleno. El v 10 habla del gran valor y del efecto vivificador de la Torá, mientras que el v. 12 entona después las notas de una lamentación.
12 Los errores, ¿quién los entenderá? Líbrame de los que me son ocultos.
Nadie parece darse cuenta/ de los errores que comete./ ¡Perdóname, Dios mío,/ los pecados que cometo/ sin darme cuenta!
¿quién se da cuenta de sus propios errores?/ Purifícame de culpas ocultas;
13 Detén asimismo á tu siervo de las soberbias; Que no se enseñoreen de mí: Entonces seré íntegro, y estaré limpio de gran rebelión.
¡Líbrame del orgullo!/ No dejes que me domine!/ ¡Líbrame de la desobediencia/ para no pecar contra ti!
del orgullo protege a tu servidor,/ para que no me domine./ Entonces seré irreprochable/ e inocente de grave pecado.
El Sal 19 B termina con una fórmula de dedicación (cf. Sal 104.34; 119.108). Tales formas, en los tiempos antiguos, se pronunciaban al ofrecer el sacrificio, y ahora sirven de final al cántico hímnico. “La oración es el sacrificio ofrecido por el hombre interior” (Franz Delitzsch). […]
El cosmos celebra “la gloria” de Dios, pero no nos enseña su voluntad. Por eso, se añadió el Sal 19 B como referencia decisiva, como una clave -por decirlo así- para descodificar el mensaje cifrado. En la Torá sí podemos captar a Dios. Allí sí aprendemos quién es Dios. En la Torá llega a nosotros la manifestación de la voluntad de Dios. La Torá logra lo que la naturaleza no es capaz de lograr: nos da instrucción y nos dirige para ser sabios; alza a quien está desesperado y abre camino a través del ámbito de la culpa. La comprensión de la Torá que hallamos en el Sal 19 B no tiene nada que ver con el nomismo. Lejos de eso, este salmo debiera impulsarnos incesantemente a pensar acerca del misterio y la maravilla de la revelación de Dios en su palabra, es decir, acerca de la palabra que contiene estímulo y exigencia. Esta palabra es el lugar en que Dios mismo, como Creador, se encuentra con el hombre, y se encuentra con él con fidelidad creadora y mantenedora de vida. En esta palabra es donde podemos captar lo que el mundo creado no cesa de proclamar, aunque no logre por sí que nosotros lo entendamos.
Conclusión
14 Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, Oh Jehová, roca mía, y redentor mío
¡Tú eres mi Dios y mi protector!/ ¡Tú eres quien me defiende!/ ¡Recibe, pues, con agrado/ lo que digo y lo que pienso!
Que te agraden las palabras de mi boca,/ que te plazca el susurro de mi corazón,/ ¡Señor, Roca mía, Redentor mío!
2. Los decretos eternos de Dios en la historia
Yo estoy a tu servicio;/ trátame bien, y cumpliré tus órdenes./ Estoy de paso en este mundo;/ dame a conocer tus mandamientos./ ¡Ayúdame a entender/ tus enseñanzas maravillosas! Salmo 119-17-19
El Salmo 119 es el gran monumento a la revelación escrita de Dios en la historia. Es, además, una suma de reconocimientos a la Ley divina que brotó de un amplio conjunto de corazones agradecidos. Es también, el testimonio de fe que a través de mucho tiempo los lectores/as asiduos de los textos sagrados expresaron para afirmar la centralidad de su mensaje en las situaciones que vivieron. La voz lírica se une a la celebración y se desdobla en una serie de consideraciones acumuladas en la conciencia de las comunidades acerca de la manera en que los decretos eternos de Dios, que aún se encontraban en el proceso de redacción, habían interactuado con los sucesos históricos y habían dado luz para la fe, la acción y el pensamiento de los y las creyentes.
Tal vez ha sido el biblista Walter Brueggemann quien en lo últimos tiempos mejor ha resumido la forma y el espíritu que caracterizan a esta obra maestra de la fe poética inspirada por la revelación divina, cuando explica, inicialmente:
El salmo 119 no sólo es el más extenso de los cantos de la Toráh sino el más largo de todos los salmos. Si no se reconoce su intento estructural puede llamar la atención por su monotonía y aburrida redundancia. Pero su creación es, de hecho, una realización intelectual masiva. Es un salmo acróstico maravillosamente labrado. (El mismo mecanismo del salmo 45, donde se usa sucesivamente una letra al inicio de cada línea hasta recorrer todo el alfabeto. En aquel salmo la estructura pretendía capacitar para una plena alabanza, aquí, para ofrecer plena obediencia.) La característica notable aquí es que cada letra del alfabeto contiene ocho versos sucesivos antes de que el poema pase a la siguiente letra. En términos artísticos, es como si tuviéramos aquí ocho poemas acrósticos simultáneos. Eso hace al salmo tan largo y tan estilizado. Es una lástima que tal logro se pierda inevitablemente en la traducción.
Para apreciar el salmo, nos debemos preguntar por qué habría alguien de trabajar tan intensa y rigurosamente este tema. Se nos ocurren tres razones posibles: primera, el salmo es deliberadamente didáctico. Refleja el trabajo de un maestro de clase. Su objetivo no es casual. Pretende instruir al joven en el abc de la obediencia a la Toráh. Segunda, el salmo quiere hacer una afirmación comprensiva de la adecuación de una vida orientada por la Toráh. Afirma que la Toráh cubrirá todas las facetas de la existencia humana, de la A a la Z.[2]
Las primeras palabras del salmo, el pórtico con que se introduce la vasta celebración, es elocuente. “Dios, tú bendices/ a los que van por buen camino,/ a los que de todo corazón/ siguen tus enseñanzas./ Ellos no hacen nada malo:/ sólo a ti te obedecen./ Tú has ordenado/ que tus mandamientos/ se cumplan al pie de la letra” (vv. 1-4). Dan por sentado que el contacto estrecho con las Sagradas Escrituras siempre será motivo de bendición y que el detenimiento con que se lean, aprendan y reflexión continuamente producirá buenos frutos, primeramente en la conciencia: “Quiero corregir mi conducta/ y cumplir tus mandamientos./ Si los cumplo,/ no tendré de qué avergonzarme./ Si me enseñas tu palabra,/ te alabaré de todo corazón/ y seré obediente a tus mandatos./ ¡No me abandones!” (vv. 5-8). La persona amante de la ley de Dios interioriza el mensaje y se pregunta sobre sí mismo, además de que sabe que quien le habla allí constantemente desea lo mejor para él o ella.
Como agrega Brueggemann:
No hay crisis humana o tema en el que necesitemos salir fuera del campo de la obediencia de la Toráh para vivir plenamente. Tercero, el intento dramático es encontrar una forma proporcional al mensaje. El mensaje es que la vida es segura y plenamente simétrica cuando se respeta la Toráh. Así, el salmo proporciona una experiencia literaria pedagógica de seguridad y plena simetría. Una vida ordenada por la Toráh es segura, previsible y completa como la dinámica del salmo.
Cuando somos conscientes de la forma, no necesitamos decir mucho más sobre la sustancia. Pero podemos hacer dos observaciones. Primera, la Torán no es una letra muerta (II Cor 3.2-6), sino un agente activo vivificador. Esto es, la Toráh no es sólo una serie de reglas sino un modo de presencia del Dios que da la vida (Cf. Dt 4.7-8). La obediencia a la Toráh es fuente de luz, de vida, de alegría, de satisfacción, de deleite. Ciertamente, “deleite” (shaíaí) es una repetida respuesta a la Toráh (vv. 16, 24, 47, 70, 77, 92, 143, 174). La Toráh no es una carga sino un modo de existencia gozosa. El poder activo vivificador de la Toráh se refleja también en el salmo 19.7-9, en el que la Toráh es restauradora de vida. (pp. 55-56)
En la siguiente sección, las palabras se modulan para avanzar en la reflexión sobre los mandatos divinos: “Sólo obedeciendo tu palabra/ pueden los jóvenes corregir su vida./ Yo te busco de todo corazón/ y llevo tu palabra en mi pensamiento./ Manténme fiel a tus enseñanzas/ para no pecar contra ti./ ¡Bendito seas, mi Dios!/ ¡Enséñame a obedecer tus mandatos!” (vv. 9-12). Ahora se plantea el horizonte vital, la forma en que la Ley puede conducir la vida desde un principio, de ser posible, y de cómo habrá múltiples satisfacciones en ello. Con todo, la perspectiva dominante no es la del legalismo:
Los maestros de este salmo no están preocupados o seducidos por el legalismo. No consideran que los mandamientos sean restrictivos o pesados. Más bien son personas que han decidido algunos básicos compromisos de vida. Saben a quién les compete, y responderán. Por tanto, saben quiénes son y han establecido, en buena parte, la postura moral hacia la vida, que asumirán. Hay un enfoque de la vida, una ausencia de frenético dilema moral. Un sentido de prioridades acompañado de ausencia de ansiedad. En un mundo bien ordenado, tal decisión puede salvarnos de un desgastante e interminable reinventar la decisión moral. Debido a que el mundo se mantiene unido la forma de obediencia es segura y el resultado no es la opacidad o la amargura sino la libertad. Dos veces usa el salmo la palabra rehob, “lugar grande”: “Corro por el camino de tus mandamientos,/ pues tú mi corazón dilatas” (v. 32). “Y andaré por camino anchuroso,/ porque tus ordenanzas voy buscando” (v. 45). (p. 56)
En la siguiente sección, las palabras se modulan para avanzar en la reflexión sobre los mandatos divinos: “Sólo obedeciendo tu palabra/ pueden los jóvenes corregir su vida./ Yo te busco de todo corazón/ y llevo tu palabra en mi pensamiento./ Manténme fiel a tus enseñanzas” (vv. 9-12). “Llevar la palabra en el pensamiento” es una de las mejores definiciones de la familiaridad y el amor por la palabra divina, pues no basta con encariñarse con ella sino hay que sentirse desafiados por ella. La corrección de la vida no es un esfuerzo transitorio: es intensivo y autocrítico. Los mandamientos divinos son liberadores y genuinamente esperanzadores sobre el presente y el futuro:
Aquí se contraría nuestro prejuicio moderno que ve los mandamientos como algo restrictivo. Éstos liberan y dan a la gente espacio en el cual ser humanos. Este salmo nos instruye en la necesidad, posibilidad y deleite de establecer los temas fundamentales de identidad y vocación. La Toráh viviente nos exige mantener abiertas opciones sobre quiénes seremos.
Segundo, los maestros en este salmo no son simplistas o reduccionistas. No imaginan que la vida pueda reducirse a un mandamiento de vida monodimensional. Más bien, la obediencia a la Toráh es un punto de partida, una plataforma de lanzamiento, desde donde montar una conversación progresiva con Dios a través de la experiencia cotidiana. Así, el salmo no es estrechamente ingenuo acerca de la Toráh como podría indicar un primer vistazo. Explora una variedad de temas relacionados con la fe. Cumplir la Toráh no es toda la fe bíblica pero sí el punto indispensable de partida. A partir de una sólida orientación en la obediencia el salmo explora luego otros temas. Incluye una queja contra Dios que pregunta: “¿Cuánto tiempo?” (vv. 82-86). Le pide a Dios que actúe con amor firme hacia el siervo de la alianza (vv. 76, 124, 149; cf. 33.5, 18, 22). Anticipa la paz (v. 165). Para entrar en la piedad de este salmo debemos romper ese estereotipo de retribución regularmente asignada aquí. No es un salmo de regateo sino un salmo de plena confianza y sumisión. En cierto modo se equipara a la prosa narrativa de Job 1-2 que lucha contra el mismo estereotipo. En esa narrativa tampoco se arguye que “la gente buena prosperará y la mala sufrirá”. Más bien, es simplemente una afirmación de una declaración de confianza y sumisión a un Dios que ha resultado ser bueno y generoso. (pp. 56-57)
En el espíritu del Deuteronomio, quien habla en el salmo practica la mnemotecnia y la repetición, a sabiendas de que esos ejercicios no son solamente “calistenia mental”, pues se trata de una reflexión permanente sobre el significado de los testimonios divinos. Los ecos del salmo 19 son claros: “Siempre estoy repitiendo/ las enseñanzas que nos diste./ En ellas pongo toda mi atención,/ pues me hacen más feliz/ que todo el oro del mundo./ Mi mayor placer son tus mandatos;/ jamás me olvido de ellos” (vv. 13-15).
El salmo 119 es estructurado así, con sofisticación delicada sobre la vida del espíritu. Por un lado, entiende que la vida con Yahvé es una calle de doble sentido. Los que guardan la Toráh tienen derecho a esperar algo de Yahvé. La obediencia da entrada a buscar la atención de Dios, y el don de Dios. Aunque muy cercano a ello este salmo no regatea. Este es el lenguaje de alguien que tiene acceso no por arrogancia sino por sumisión. El lenguaje no es indebidamente irrespetuoso y sí no-estridente. Es vincular una expectativa legítima entre socios que han aprendido a confiar mutuamente. (p. 57)
Esta relación con la Palabra conduce inevitablemente al servicio, (“Yo estoy a tu servicio;/ trátame bien, y cumpliré tus órdenes./ Estoy de paso en este mundo;/ dame a conocer tus mandamientos./ ¡Ayúdame a entender/ tus enseñanzas maravillosas!/ Todo el día siento grandes deseos/ por conocerlas” (vv. 16-20), pues la lucha contra la teoría de la retribución no es nada fácil, pero existen posibilidades de obtener beneficios reales y legítimos por esta disposición. De ahí la necesidad de releer el texto en clave neo-testamentaria y mediante una adecuada concepción de la revelación escrita:
Por otro lado, estas legítimas expectativas de Dios tienen un tinte evangélico. Finalmente, habiéndose ganado el derecho a hablar, no obstante el autor se arroja en la misericordia de Dios y espera un impulso divino —impulso libre, destrabado, sin coerción, proveniente de Dios. Hay, por supuesto, cierta comodidad y conveniencia en recordar la Toráh (v. 52). Pero finalmente, el salmo no sobrevalora la Toráh: la herencia del que habla es Yahvé, no la Toráh (v. 57), ni ésta lo es del que la guarda. Así la Toráh se convierte en punto de entrada para explorar toda la gama de interacciones con Yahvé. Claramente este salmo prueba, más allá de la formulación simplista del salmo 1. Una vida de plena obediencia no es una conclusión de fe: es punto de partida y acceso a una vida plena de comunión múltiple con Dios. Una vida así vive por misericordia y no por obediencia (v. 77). (pp. 57-58)
Finalmente, al voltear la mirada y observar lo que puede ocasionar el olvido o menosprecio de las Escrituras para la vida diaria, las conclusiones son ambiguas: quien prosigue en ese camino puede alcanzar bendiciones y obtener recursos para los días difíciles. Quien no lo haga así, corre más riesgos ante las contingencias cotidianas: “¡Qué lástima me dan/ los que no cumplen tus mandamientos!/ ¡Tú reprendes a esos orgullosos!/ No permitas que me desprecien/ pues siempre obedezco tus mandatos./ Los poderosos hacen planes contra mí,/ pero yo sólo pienso en tus enseñanzas./ Ellas me hacen feliz, y me dan buenos consejos” (vv. 21-24).
3. Una palabra actuante e incisiva en todo tiempo
En efecto, la palabra de Dios es fuente de vida y de eficacia; es más cortante que espada de dos filos y penetra hasta dividir lo que el ser humano tiene de más íntimo, hasta llegar a lo más profundo de su ser, poniendo al descubierto los más secretos pensamientos e intenciones. Hebreos 4.12, La Palabra, SBU
Históricamente, es posible advertir en las Escrituras sagradas diversos episodios en los que la revelación de Dios se opuso radicalmente a las intenciones humanas de someter el designio supremo y eterno a los intereses del momento, políticos o religiosos. Cada vez que esto sucedía, el ímpetu profético con que se divulgó la voluntad de Dios entraba en fuerte conflicto con las personas e instituciones que intentaban sesgar esa voluntad a su favor, incluso en los niveles más sencillos. El choque inevitable entre esas dos perspectivas tan opuestas en ocasiones tuvo consecuencias fatales, derivadas de las acciones, sobre todo, de gobernantes empeñados en hacer prevalecer sus proyectos por encima de los designios superiores de Dios. En muchos de esos casos, los dilemas provenían de las diversas interpretaciones de la revelación, pues los rumbos que ésta quería imponer al pueblo y a las personas en particular no se mostraban inmediatamente ni de manera unívoca.
Así, es posible ver, por ejemplo, cómo desde los tiempos de Abraham se intentó modificar el destino de la alianza que Dios había hecho con él, a partir de las fobias, temores y deseos que lo embargaron tantas veces, sobre todo cuando estuvo en peligro de muerte. La manera en que pretendió engañar al faraón acerca de la identidad de su esposa es una muestra de ello (Gn 12.10-20). Y podrían enumerarse cientos de situaciones en las que los seres humanos pretendieron enmendar la plana de los caminos de la revelación divina: ¡vaya conflictos que enfrentaron! Pues si en el nivel personal los hubo, en el comunitario, social o nacional las cosas fueron más complejas aún y los testimonios están a la mano para constatarlo: idolatría, mortandad, decisiones equivocadas, confrontaciones directas entre profetas falsos y verdaderos, humillaciones, crímenes, exilios… La propia carta sufrió el rechazo de sus primeros lectores.[3]
El autor de la carta los Hebreos (cap. 4) al profundizar en el simbolismo del sábado y cómo esa realidad es tomada por Dios para “introducir en su reposo al pueblo”, esto es, proporcionarle bienestar, paz y estabilidad en todos los sentidos, se refiere, incidentalmente, a las características más difícilmente tolerables de la Palabra divina, justamente aquellas que ocasionan los problemas de interpretación, obediencia y aplicación de la voluntad divina en el mundo. Precisamente el capítulo comienza con una advertencia para alcanzar el cumplimiento de esa promesa y se recuerda que quienes la escucharon por primera vez no disfrutaron su cumplimiento (vv. 1-2). Y es que “entrar en el descanso de Dios” significa la situación más deseable y placentera que se pueda imaginar, pues es una situación jubilar anunciada como compensación posible de tantas encrucijadas históricas negativas y decepcionantes. El horizonte del descanso surge después del trabajo y la lucha constantes. Dios, dicen los vv. 6-7, ofrece una nueva oportunidad para entrar en él, ahora a través de Jesucristo, por supuesto, en nuevas y singulares condiciones.
El sábado es leído en circunstancias muy distintas, pues no se busca reinstalarlo como centro cotidiano de la vida litúrgica sino más bien partir de él de manera simbólica para apreciar la obra redentora de Dios en Jesucristo. De ahí surge la exhortación previa a las afirmaciones sobre la Palabra divina: “Esforcémonos, pues, nosotros por entrar en el descanso que Dios ofrece para que nadie perezca siguiendo el ejemplo de aquellos rebeldes.” (v. 11). Con eso en mente, la mención directa sobre las forma en que actúa la revelación escrita de Dios, que es viva y eficaz, esto es, pertinente siempre ante las necesidades humanas, y cortante, penetrante e incisiva, pues ataca los prejuicios, deseos y mezquindades con que se le quiera imponer a la vida humana en nombre de otros valores o poderes que nunca serán superiores a ella. Los dos filos a los que alude el texto aluden a que la proclamación profética de la voluntad de Dios siempre será anuncio y denuncia, pues la parte positiva y propositiva, para quienes están deseosos de obedecerla, será un bálsamo y una promesa, pero para quienes se oponen, juicio y rechazo explícito de su injusticia. Esta dualidad puede resultar complicada y difícil de aceptar, pero forma parte constitutiva de la aplicación histórica de los designios divinos, pues los valores del Reino de Dios son y serán innegociables con los poderes e ideologías dominantes.
La palabra discierne, y para hacerlo tiene que cortar y mostrar, en el sentido casi negativo de exhibir lo malo, lo negativo, lo que es opuesto al designio benevolente de Dios. Cuando hace todo eso, tiene que provocar dolores y molestias. Como escribe Samuel Pérez Millos:
Quiere decir, con la figura del lenguaje, que la Palabra llega adonde ningún hombre puede penetrar, a lo más íntimo y secreto del ser. El autor acumula términos en un esfuerzo retórico para expresar la naturaleza íntima del hombre en todas sus partes […] La intención aquí es referirse a la intimidad del hombre en la forma más específica. Una manera de significar la sutil penetración de la Palabra se hace apelando a la distinción entre las coyunturas y los tuétanos, las articulaciones y la médula, para indicar que llega a los recovecos más escondidos del ser, trayendo también a la luz incluso los motivos propios y naturales del subconsciente.[4]
Por otra parte, la manera en que penetra la Escritura y es capaz de desvelar los pensamientos más profundos nos habla de su relación irrestricta con la verdad y la manifestación presente y futura de la misma, pase lo que pase y caiga quien caiga. Esta categórica afirmación de que la Palabra no transige con la mentira ni con la falta de transparencia es un reconocimiento de su capacidad reveladora en todos los sentidos.
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[1] Hans-Joachim Kraus, Los salmos. Salmos 1-59. I. Salamanca, Sígueme, 1992 (Biblioteca de estudios bíblicos), p. 379.
[2] W. Brueggemann, El mensaje de los salmos. México, Universidad Iberoamericana, 1998 (Palabra viva, 2), pp. 54-55.
[3] Cf. Pablo Richard, “Los orígenes del cristianismo en Roma”, en RIBLA, núm. 29, http://claiweb.org/ribla/ribla29/los%20origines%20del%20cristianismo%20en%20Roma.html: “Hebreos busca que la comunidad de Roma abandone toda forma de adherencia al judaísmo y busca impedir una judaización levítica del culto y de la teología de la comunidad cristiana. La tradición del 4º Evangelio irá aún más lejos, al considerar la Ley como la Ley de los judíos, y el Sábado, Pascua y Tabernáculos como las fiestas “de los judíos” y propondrá un culto “en Espíritu y en Verdad”. La carta a los Hebreos de Roma está más allá de la carta de Pablo a los Romanos, pero no es todavía tan radical como la tradición juanea. La carta a los Hebreos no fue aceptada por la comunidad de Roma, se dudó de su autenticidad hasta el siglo IV (en oriente sí fue aceptada). No se la consideraba carta auténtica de Pablo. Pero tuvo ciertamente un influjo en la comunidad de Roma, como se ve por las citas que hace de ella 1 Clemente”.
[4] S. Pérez Millos, Comentario exegético al Nuevo Testamento. Hebreos. Terrassa, CLIE, 2009, p. 241.
Sobre Leopoldo Cervantes-Ortiz. Ha publicado 17 articulos en Lupa.
Oaxaca, México, 1962. Licenciado (STPM) y maestro en teología (UBL). Pasante de la maestría en Letras Latinoamericanas (UNAM). Médico (IPN), editor en la Secretaría de Educación Pública y coordinador del Centro Basilea de Investigación y Apoyo (desde 1999) y de la revista virtual elpoemaseminal (desde 2003).
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