El titular tiene trampa. Si decir que un personaje histórico de enorme relevancia te aburre es una ligereza tan tonta como innecesaria, afirmarlo en grandes letras de molde encabezando un artículo en un medio impreso directamente relacionado con el campo de actividad del personaje tiene todas las papeletas para convertirse en una temeridad sin paliativos que va derechita a abrir la puerta a las más graves consecuencias. Me explico.
Los periodistas nos debemos a nuestros lectores. Elemental. Se escribe para el lector, incluso cuando se da el caso de que el lector aun esté por venir al mundo, como bien contempla el segundo mandamiento del Decálogo del escritor de Augusto Monterroso: “No escribas nunca para tus contemporáneos, ni mucho menos, como hacen tantos, para tus antepasados. Hazlo para la posteridad, en la cual sin duda serás famoso, pues es bien sabido que la posteridad siempre hace justicia.”
¿Aburre Calvino? Todavía no hemos llegado a entrar en materia.
Derecho del lector es leer. Deber del periodista o escritor es escribir. Es su oficio. La consigna es llamar la atención del posible lector. Millones sin cuento de periódicos se van a la papelera sin haber sido leídos más que algunos titulares. Con la provocadora conjunción del reformador Juan Calvino y la actitud tan poco sacro-litúrgico-solemne del aburrimiento, uno intenta mantener el interés del lector -más que probablemente ansioso por pasar página-. Se impone, pues, redoblar la atención de quien haya llegado hasta aquí:
Aburre Calvino. Y Lutero.
Caramba, ahora sí que podemos pensar que tenemos al lector si no entregado, al menos atento. Entraremos, pues, en materia. Pero antes vamos a poner sobre el tapete otra providencia. El escritor se debe a sus lectores. Y antes aún a su ética, a su deontología profesional, a su compromiso ético-deontológico profesional. Sacar en comandita en titulares a propósito del aburrimiento nada menos que al por otra parte cronológicamente imposible tándem Lutero-Calvino, más que un soberano atrevimiento parece una intrepidez colosal. Una barbaridad.
Pues no. Lo que en este inocente divertimento literario parece un mayúsculo desatino contra las leyes de la cuidadosística (“Cuidado, hermano/amigo, con lo que decimos, cómo lo decimos, en qué contexto, con qué tono, etc.”), es el fiel reflejo de lo que piensa la mayoría silenciosa que está hasta el moño de “los mercados”, la “prima de riesgo”, los “puntos básicos” y demás diabólica jerga euromonetaria con la que los sacerdotes de los templos del dinero tienen aburrido al personal de puro monopolizar el curso de las cosas de la vida.
No aburren Lutero ni Calvino, qué va. Aburren, y lo hacen hasta la saciedad y el hastío, los exégetas falsarios del pensamiento de los reformadores a quienes machaconamente a todas horas hacen decir diego donde dijeron digo.
Ahora resulta que la Europa protestante del Norte es un dechado de virtudes angélicas mientras que la Europa del Sur católica (o, en el mejor de los casos, con algo de simbólica presencia protestante, si bien “de aquella manera”) es un desastre absoluto de países sin remedio llenos de vagos de cuidado que estamos todo el día de fiesta despilfarrando el dinero que no ganamos.
En mala hora se le ocurrió a algún oscuro eurodiputado de la Europa fría apelar a Calvino para acusarnos a los europeos del Sur de “vivir por encima de nuestras posibilidades”. Santo cielo, tamaña falacia no se sostiene en modo alguno. La etimología misma de la palabra “posibilidad” -“medios disponibles” en este caso-, amén de las propias leyes de la física y también las económicas establecen que solo es posible vivir dentro de, de acuerdo con, en ningún caso por encima de las posibilidades que se tienen, los medios de que se dispone en un momento dado.
Otra cosa son las disponibilidades para pagar la hipoteca… o para hacer frente a la cesta de la compra que tenga una familia en la que de repente todos los miembros están en el desempleo. La inmensa mayoría de personas que conozco son unos currantes de tomo y lomo y unos administradores “de libro” a los que jamás se les ha visto “tumbados a la bartola”, o de “pillos”, “manirrotos”, “despilfarradores”, “irresponsables compulsivos”, etc., etc. etc. Los de “la fiesta” serán otros, no el común de la ciudadanía de Grecia, Portugal, España. Italia…
Tiempo de profetas
Tergiversar, sesgar el pensamiento de los protagonistas de la historia es un pecado grave… a la espera de profetas que se atrevan a denunciarlo… como Dios manda. Toda la copiosa literatura de Martín Lutero contra la usura y los usureros, por poner un solo botón de muestra, permanece prácticamente inédita entre nosotros. Interesadamente inédita, obviamente. Ay, Señor.
Nuestras iglesias -es la opinión de este miembro de a pie de iglesia bautista- se deben a sí mismas un debate sereno y profundo sobre el estado de cosas de la economía. Un debate sereno, profundo… y plural en el que hagan sentir más voces que las de las correas de transmisión de un sistema que se mueve a impulsos del jobless growth, el crecimiento sin generación de empleo. Ni Calvino ni Lutero abroncarían al parado de larga duración o llamarían despilfarrador al que pide un café no incluido en el menú del día de 8,50 euros. Estoy más que convencido de que a ningún Reformador se le ocurriría dar “lecciones” de cómo usar “sabia” y “responsablemente” la tarjeta de crédito a quienes no tienen ni tarjeta de débito porque el saldo se les acaba no a fin de mes, sino ya antes de que el mes empiece.
Dije al principio que el periodista, el escritor se debe a sus lectores y cité a Monterroso en el mandamiento que te recuerda que escribas no para agradar, sino para decir cosas, para dejarlas escritas y publicadas a la espera de que alguien, algún día, no importa cuán lejano, las pueda leer. Quizá por eso es por lo que dice en su primer mandamiento: “Cuando tengas algo que decir, dilo; cuando no, también. Escribe siempre.”
Ahí estamos. Escribir siempre no equivale a publicar al instante todo lo que se escribe. En Periodistas en Español, medio del que soy editor adjunto, valoramos el rigor por encima de la inmediatez. De modo y manera que pongo “en capilla” a madurar unos parrafillos que tengo medio redactados en torno a la manipulación a mi juicio flagrantemente interesada, tan pseudocalvinista como extraluterana, de conceptos manipulables como son la Fleissigkeit y la Strenge. Lo llaman laboriosidad y austeridad pero no vienen a ser sino codicia e inmisericordia.
Ni la teología de la prosperidad de los ricos ni la de la criminalización de los desempleados y demás marginados y excluidos del sistema -“algo habrán hecho para estar así”- son el Evangelio de Jesús de Nazaret.
Manuel López
Manuel López es periodista, fotógrafo, profesor de Comunicación e Imagen y consultor de prensa. Editor adjunto de "Periodistas en Español" (www.periodistas-es.org). Bautista. Miembro de Cristianos Socialistas
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Publicado en la sección del autor “Café para todos” en El Eco Bautista, 3/2012
Lupaprotestante
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