Cinco devotas de distintos credos -católico, judío, islámico, protestante y budista- hablan del lugar de la mujer en la religión y cuentan por qué la sensibilidad femenina puede traer paz al mundo.
Esta nota surgió a raíz de una búsqueda personal, de un viaje interno que seguramente tiene lugar en un momento de la vida en que desaceleramos para detenernos a reflexionar. Cuando ante tanto estímulo exterior se produce un mecanismo de defensa y la respuesta es una mirada más espiritual. Chicas católicas, de Casey Curtí, una obra de teatro que dirigió Alicia Zanca en el Picadilly, me resultó inspiradora. El Código Da Vinci, de Dan Brown, me disparó algunas dudas. Y un domingo a la tarde me atrapó en el canal A&E Mundo una película sobre la última gira de Madonna en la que se mostraba su relación con la religión, con el estudio de la Cábala, y se la veía en Israel pronunciando un discurso por la paz. Me pregunté por el lugar de la religión en mi vida, y pensé en investigar qué territorio ocupamos las mujeres en la religión.
Marita Fontanarossa, impulsora del Diálogo Intercultural en la UBA, me envió un texto del teólogo Raimon Panikkar: “Las lenguas modernas –dice– están impregnadas de patriarcalismo. Es hora de superarlo. El término latino homo significa ser humano y no hombre ni mujer”. En el diario El País de Madrid, por su parte, Juan José Tamayo escribió: “Esto no es ficción: María Magdalena fue una pionera”.
Entre lecturas y charlas con otras mujeres, vino a mi mente otra cuestión: la del pensamiento estratégico que, en realidad, está ligado a una idea de futuro. ¿Habría ejemplos claros de la relación entre la religión y la estrategia? Si la religión da respuestas a corto y a largo plazo, la fe acompaña a quien se entregue a ella en la idea de futuro.
En Hannah y sus hermanas, Woody Allen expresaba: “Nunca voy a encontrar la felicidad buscando respuestas”. Sin embargo, formular preguntas puede hacernos felices. Los diálogos con las mujeres de esta nota confirmaron la vieja sospecha de que hay cosas que históricamente las mujeres no sabíamos... por el solo hecho de ser mujeres. Por ejemplo, para los judíos ortodoxos, hay partes de los libros sagrados que las mujeres no están capacitadas para leer. Una podría preguntarse por qué Madonna anda por el mundo estudiando la Cábala y las judías más comprometidas no pueden hacerlo. Otro ejemplo: la enseñanza de la teología para las mujeres católicas es algo relativamente nuevo, surgida a partir de Concilio Vaticano II.
Las mujeres de esta nota dieron un argumento sólido a su fe. Ellas son la rabina Sarina Raquel Vitas, la teóloga católica Andrea Sánchez Ruiz, la profesora protestante Diana Rocco, la joven musulmana Fátima Yohayna Hesain y la lama Consuelo Navarro Campos. En cada charla se coló una mención a los hijos, al marido, a una madre, a la familia. La metáfora más maravillosa de las mujeres y la religión: lo abstracto y lo concreto de las cosas cotidianas.
La fe tiene mucho que aportar en un mundo lleno de tecnología que en algún punto nos informa, pero nos deja solos. Si la modernidad apunta a lo individual, la dimensión religiosa genera solidaridades. Y las solidaridades encarnadas en mujeres quizá sean las generadoras de un mundo más pacífico.
Por Any Ventura, Argentina.
Fotos: Graciela Calabrese y Martín Lucesole
Andrea Sánchez Ruiz
Teóloga
Está casada y tiene tres hijos jóvenes. Pero lo que define a esta mujer de 46 años es una opción de vida que asume en cada gesto. Andrea Sánchez Ruiz es miembro de la Institución Teresiana, una asociación privada de fieles. Cursa la licenciatura con especialización en teología sistemática en la Universidad Católica Argentina, donde enseña, precisamente, teología. Es, además, catequista de niños, adolescentes y adultos, y profesora de enseñanza primaria en el instituto Pedro Poveda.
Un viernes a la tarde llegamos a su casa de Olivos y la acompañamos en su recorrido cotidiano. La seguimos hasta el lugar donde da clases, la Escuela Diocesana de Catequesis de San Isidro, institución que también dirige; hasta la parroquia de la que forma parte, la Asunción de la Virgen, de Olivos, y por último de vuelta hasta su casa, lugar de encuentro con su familia, donde mantuvimos la siguiente charla.
–¿Por qué decidió estudiar teología?
–Siempre fui muy inquieta intelectualmente, y no me satisfacían las respuestas a algunas de las preguntas que yo hacía en torno a temas religiosos. Concretamente, a la Biblia. Cuando terminé la secundaria, elegí el magisterio y a la vez empecé a estudiar para ser catequista. Esto despertó en mí una inquietud cada vez más fuerte. Una vez que me recibí de maestra, decidí seguir estudiando y apunté a la teología para seguir profundizando, buscando respuestas y esperando poder decir una palabra.
–¿Cuáles eran esas preguntas que se hacía y cuyas respuestas no le satisfacían?
–Eran, sobre todo, en torno a temas bíblicos; lecturas de textos que nos narraban como si fueran historias de cuentos: yo no los podía creer así. Me resistía a creerlos así.
–¿Recuerda alguno en especial?
–El relato del paraíso, por ejemplo. Siempre me pareció sospechoso que los hechos hubieran ocurrido de esa manera. Yo me decía: esto no puede ser así; tiene que tener otra explicación. Y como no encontraba las respuestas, las busqué en ámbitos de estudio
–¿Cómo es vivir esta vida esperando la otra? ¿Cuál es la idea del paraíso que le resultaba sospechosa? ¿El lugar del placer?
–Yo tengo ahora el momento del placer. No espero el más allá como algo que no tenga más acá. Es decir, lo anhelamos, por supuesto, y vivimos en la esperanza; pero eso no quiere decir que no gustemos ya, desde ahora, de los bienes que se nos prometen: la alegría, el gozo, la vida comunitaria, los sacramentos, son anticipos de este don de Dios que ya empezamos a gustar. El mismo amor que compartimos lo es.
–Hasta hace unos años, las mujeres no podían estudiar teología. Las que querían avanzar en sus conocimientos seguían filosofía. ¿Hay un techo en esa búsqueda?
–Sí, pero ese techo no estaba en el orden asistemático. Muchas mujeres han profundizado, han leído autores y autoras, pero sin una carrera sistemática y sin acceder a un título. Esto es nuevo, y es posible a partir del Concilio Vaticano Segundo.
–¿Hay muchas mujeres teólogas?
–Las mujeres que nos dedicamos a la teología solemos reunirnos. Somos unas cuantas, y cada vez comienzan a estudiar más. Algunas son ya licenciadas y otras, doctoras. Las que superan los sesenta años son las menos.
–¿Alguna vez pensó en tomar los hábitos?
–Sí, pero el tema vocacional no pasa por lo intelectual, sino por otro lado, por lo menos en mi propia historia. En un momento de mi vida me pregunté qué era lo que Dios quería de mí. ¿Cuál es el proyecto que tiene para mí, para ser realmente feliz? En ese momento, estando de novia y contenta con mi noviazgo, pensé si era el matrimonio lo que Dios quería para mí. Fue una encrucijada. Ahora, ya hace veinticinco años que estoy casada.
–Hay quienes sostienen que la religión no da respuesta a lo que uno quiere, sino a lo que uno necesita. ¿Puede identificar que le pasa a usted?
–En realidad, más que la religión yo diría que es Dios el que en mi vida personal me colma. Trato de que mi querer coincida con su querer.
–¿A veces no coinciden?
–Hay momentos de oscuridad en que uno tiene proyectos que no se concretan, y se pregunta: acá, ¿por dónde anda Dios que no lo encuentro? Y sin embargo, con el correr del tiempo, una va descubriendo el sentido de las cosas.
–¿Por qué cree que el Código Da Vinci despierta inquietud, más allá de que la película pueda considerarse floja y el libro, mal escrito?
–Yo me quedé pensando mucho en el fenómeno del Código Da Vinci. Me da la sensación de que, para nosotros, los creyentes, es un desafío más que una inquietud. Un desafío por conocer más, por aprender, por estar informados y formados. Y es un desafío en cuanto a sostener que nuestra fe no pasa por una novela, sino por profundizar más en lo que creemos y buscar respuestas. Porque las respuestas están: hay que encontrarlas.
–La gran pregunta es acerca del rol de María Magdalena. ¿Era una pecadora, una prostituta, según el común de la gente, o una estudiosa seguidora de Jesús, es decir, una intelectual?
–Para acercarnos a María Magdalena, los textos que están en los Evangelios ya nos dicen mucho. En primer lugar, no nos dicen que era una prostituta, sino una discípula, una seguidora de Jesús. Y en segundo lugar, sobre todo, nos dicen que María Magdalena fue la primera testigo de la resurrección: que se encontró con Jesús y lo vio resucitado. Ella fue la que les anunció después a los demás lo que había visto y conocido. Entonces, es discípula, es testigo. Con eso nos alcanza. El hecho de que, en un contexto en que no era creíble el testimonio de las mujeres, ella haya podido anunciar a los que estaban allí reunidos que Jesús había resucitado ya es de una gran riqueza. Y eso nunca se ha ocultado. Ahora bien, si de las personas no se cuenta todo, o se cuentan parcialmente sus hechos para que no aparezcan en todo su esplendor, ya es cosa que está al margen de los textos evangélicos.
–En el Código Da Vinci y en algunos otros libros se habla de la relación amorosa entre María Magdalena y Jesús. ¿Eso cambiaría mucho la historia? ¿Sería grave que Jesús se hubiera enamorado?
–A mí, personalmente, no me cambiaría a Jesús. De hecho, pensar un Jesús que haya tenido amigas; que, de hecho, fue a una boda; que vivió la vida de cualquier hombre de su época es lo que tenemos en los Evangelios: un varón que, en lo cotidiano, vivía como cualquier varón de su época.
–Entonces, ¿eso no le cambia su imagen de Jesús?
–No, pero de hecho no me lo imagino así porque no es lo que he leído en los Evangelios desde que era chica. Por otro lado, no veo por qué un vínculo de amor como el matrimonio tuviera que afectar negativamente a la figura de Jesús como para necesitar ocultarlo.
–¿Por qué cree que hay una lectura de los textos sagrados que deja afuera a las mujeres?
–En la época, que una mujer fuera discípula era algo inusitado. Magdalena, de hecho, fue discípula; y María se sentó a los pies del maestro para escuchar sus enseñanzas. Ya todo esto era una novedad. Creo que hay que recuperar de la Biblia a muchas mujeres que, a pesar de estar en sus páginas, resultaron invisibles. Tenemos que hacerlas visibles y aprender de ellas. En momentos en que otras figuras prevalecen en la historia que se narra, el hecho de rescatar estas mujeres también es fuente de vida para otras mujeres, y también para los varones.
–A medida que usted profundizaba en sus estudios, ¿cuál fue la figura femenina que le interesó más?
–Una figura que me parece muy atrayente es Santa Teresa de Avila. Y en cuanto a las mujeres bíblicas, siempre me gustó la amiga de Jesús, Marta. Marta tiene voz, hace preguntas, cuestiona, sale de lo privado y aparece en público como una gran teóloga que lo reconoce a Jesús como el Mesías, el Hijo de Dios, y su significado de resurrección y vida. Esa mujer siempre me acompaña. Y Teresa de Avila también es una gran compañera de ruta, por lo que significó en su contexto, y por lo que sigue significando hoy para muchas mujeres, dado que está lejos del estereotipo de una mujer sumisa. Ella, por el contrario, era una mujer fundadora, caminante, dinámica y al mismo tiempo orante. Para mí, la síntesis de Santa Teresa es la activa contemplación, un dinamismo orante.
–En la oración, ¿hay cosas que se le pueden pedir a Dios y cosas que no?
–Yo creo que si la oración es un diálogo con alguien que es nuestro amigo, en ese compartir la vida con Dios uno conversa de todo.
–¿Le molesta que las mujeres no lleguen a determinadas jerarquías en la Iglesia?
–Creo que si la Iglesia es pueblo de Dios llamado a vivir en comunión, todos tenemos que ser y sentirnos partícipes. En muchos lugares de nuestro país hay muchas mujeres que, aunque no presidan la eucaristía, están acompañando a las comunidades muy comprometidamente.
–No le interesa el lugar del poder.
–Jesús nos dijo que el que tiene autoridad tiene que ser servidor. Me interesa este servicio evangelizador para toda la Iglesia: poder cambiar la injusticia, incluir a los excluidos, a las excluidas. Creo que sí es importante que las voces de las mujeres sean escuchadas y tenidas en cuenta. Me parece importante para las mujeres que su papel sea también la toma de decisiones y no sólo el desarrollar iniciativas de los demás.
–¿Su marido la acompaña en su trabajo?
–Nosotros dos somos compañeros el uno del otro. No es que él me tenga que acompañar. Cuando nosotros nos casamos, el proyecto era compartir tanto los gustos e intereses de él como los míos.
–La vida de ustedes está construida alrededor de la parroquia...
–Y la de los chicos también. Consideramos la vida de la parroquia como la de una comunidad. Tenemos actividades pastorales. Por ejemplo, con Jorge y con otras parejas, damos desde hace muchos años las charlas para los novios que se quieren casar. Jorge es ministro de la eucaristía. Y además de compartir esta actividad con los novios, tenemos grupos de matrimonios en la parroquia con los que nos reunimos para charlar distintos temas. Nuestra vida tiene la amistad de la comunidad. Y nuestros amigos también han surgido de la actividad de la comunidad.
–Ahora bien, hay un momento en que irrumpe lo cotidiano: el tema del divorcio, el de las chicas adolescentes que se quedan embarazadas. Hay que resolver los problemas de todos los días.
–Desde mi punto de vista, como miembro de la Iglesia y como cristiana, si bien tengo convicciones claras, también tengo que acompañar al otro que está en el dolor. No se trata sólo de decir esto me parece bien, esto otro me parece mal, sino de resolver: ante esta realidad, ¿qué hago?, ¿cómo me involucro?, ¿doy una indicación o acompaño al otro? Me pongo a su lado y trato de ver cómo resolver eso. La palabra de consuelo es muy importante, pero nunca lo es la palabra que acusa, o la que pone de relieve el error. La que importa es la palabra de misericordia. Y, a veces, cuando la palabra es casi vacía porque no hay nada que decir, hay que estar.
–¿Es más fácil creer sin saber?
–Yo creo que eso depende de cada persona. Para mí, la fe tiene que buscar entender. Creer inconsistentemente no es responsable. Tenemos que intentar entender, la fe no es algo irracional.
–¿No alcanza con la fe? ¿Hay que usar la cabeza para llenar la fe de contenido?
–La fe tiene que estar asentada en la razón porque, si no, estaríamos en otro orden, y no en el de la fe. Tiene que haber consistencia en el mensaje que predicamos, y tiene que estar adecuado a la dignidad de la persona. En ese sentido, creo que tiene que haber toda una lógica interna que asuma la dignidad humana en el anuncio del Evangelio.
–¿A usted la escuchan de manera distinta desde que se recibió?
–Me doy cuenta de que, en algunos ámbitos, el haber estudiado le da a uno una expresión más autorizada. Porque he dedicado el tiempo y la vida a profundizar. Entonces, obviamente, cualquier persona que ha estudiado un tema sabe más sobre ello que aquel que no lo ha estudiado.
–¿La confesión elimina la culpa?
–No sólo esta dimensión en la confesión es importante; también, que nos dejemos acompañar. Porque a veces se entiende que se trata sólo de ir y decir lo que uno ha hecho mal en su vida cotidiana. En cambio, la experiencia del que se confiesa es también la de aquel que no sólo se siente perdonado, sino de quien realmente se ha encontrado con Dios en ese gesto del perdón. En esto es fundamental un sacerdote que testimonie con su vida la misericordia; el reconocer el perdón es reconocer a Dios, en quien sea; el encuentro con uno mismo y con Dios, que es el que nos perdona.
–¿Participa del diálogo interreligioso?
–Más que interreligioso, ecuménico. Estoy en un proyecto de estudio, investigación y publicaciones que se llama Teologanda, del cual participamos varias mujeres que están en formación teológica o que ya son teólogas, doctoras o licenciadas, y muchas de las participantes son de diversas denominaciones cristianas: bautistas, luteranas.
–¿Cuál es la idea de pecado que le pega en el estómago?
–Lo más fuerte, lo que más me lleva al arrepentimiento, es faltar a la caridad, faltar al amor. Puede tratarse de un gesto concreto que hiera a otro, que lastime a otro. Y lo pongo también desde otro lado, diciendo: tendría que amar, pero me cuesta tanto que no lo hago; no me lanzo al desafío de entregarme y comprometerme plenamente.
–Pertenecer a una Iglesia, tener una religión, hace que el futuro se vea menos ambiguo o abstracto. ¿A través de la fe se puede construir un pensamiento estratégico?
–Nunca lo había pensado así. Yo lo pienso, en cambio, desde la certeza de un Dios maternal, un Dios paternal, un Dios que me ama y me cuida. Entonces, no puedo sentir que estoy abandonada. Es lo mismo que si tus hijas dudaran de que vos vayas a hacer todo lo posible por estar ahí cuando te necesiten, aunque no les puedas resolver los problemas porque ellas los ven de otro modo. Pero nunca pensé la religión como una estrategia. Al contrario, lo veo como una relación personal y comunitaria que le da sentido a mi vida.
Perfil
Andrea Sánchez Ruiz es profesora de Teología en la UCA y profesora de Sagrada Escritura y Sacramentos en el profesorado de Ciencias Sagradas del Instituto Padre Elizalde, de Ciudadela. Desde 2001 se desempeña como directora de la Escuela Diocesana de Catequesis de San Isidro. Y como profesora de catequesis y teología en diversas entidades educativas. Además, coordina actividades pastorales en la parroquia La Asunción de la Virgen, de Olivos.Tiene 46 años, está casada con Jorge Welch y tiene tres hijos: Patricio, de 23; Santiago, de 20, y Mariano, de 19.
Continuará...
Esta nota surgió a raíz de una búsqueda personal, de un viaje interno que seguramente tiene lugar en un momento de la vida en que desaceleramos para detenernos a reflexionar. Cuando ante tanto estímulo exterior se produce un mecanismo de defensa y la respuesta es una mirada más espiritual. Chicas católicas, de Casey Curtí, una obra de teatro que dirigió Alicia Zanca en el Picadilly, me resultó inspiradora. El Código Da Vinci, de Dan Brown, me disparó algunas dudas. Y un domingo a la tarde me atrapó en el canal A&E Mundo una película sobre la última gira de Madonna en la que se mostraba su relación con la religión, con el estudio de la Cábala, y se la veía en Israel pronunciando un discurso por la paz. Me pregunté por el lugar de la religión en mi vida, y pensé en investigar qué territorio ocupamos las mujeres en la religión.
Marita Fontanarossa, impulsora del Diálogo Intercultural en la UBA, me envió un texto del teólogo Raimon Panikkar: “Las lenguas modernas –dice– están impregnadas de patriarcalismo. Es hora de superarlo. El término latino homo significa ser humano y no hombre ni mujer”. En el diario El País de Madrid, por su parte, Juan José Tamayo escribió: “Esto no es ficción: María Magdalena fue una pionera”.
Entre lecturas y charlas con otras mujeres, vino a mi mente otra cuestión: la del pensamiento estratégico que, en realidad, está ligado a una idea de futuro. ¿Habría ejemplos claros de la relación entre la religión y la estrategia? Si la religión da respuestas a corto y a largo plazo, la fe acompaña a quien se entregue a ella en la idea de futuro.
En Hannah y sus hermanas, Woody Allen expresaba: “Nunca voy a encontrar la felicidad buscando respuestas”. Sin embargo, formular preguntas puede hacernos felices. Los diálogos con las mujeres de esta nota confirmaron la vieja sospecha de que hay cosas que históricamente las mujeres no sabíamos... por el solo hecho de ser mujeres. Por ejemplo, para los judíos ortodoxos, hay partes de los libros sagrados que las mujeres no están capacitadas para leer. Una podría preguntarse por qué Madonna anda por el mundo estudiando la Cábala y las judías más comprometidas no pueden hacerlo. Otro ejemplo: la enseñanza de la teología para las mujeres católicas es algo relativamente nuevo, surgida a partir de Concilio Vaticano II.
Las mujeres de esta nota dieron un argumento sólido a su fe. Ellas son la rabina Sarina Raquel Vitas, la teóloga católica Andrea Sánchez Ruiz, la profesora protestante Diana Rocco, la joven musulmana Fátima Yohayna Hesain y la lama Consuelo Navarro Campos. En cada charla se coló una mención a los hijos, al marido, a una madre, a la familia. La metáfora más maravillosa de las mujeres y la religión: lo abstracto y lo concreto de las cosas cotidianas.
La fe tiene mucho que aportar en un mundo lleno de tecnología que en algún punto nos informa, pero nos deja solos. Si la modernidad apunta a lo individual, la dimensión religiosa genera solidaridades. Y las solidaridades encarnadas en mujeres quizá sean las generadoras de un mundo más pacífico.
Por Any Ventura, Argentina.
Fotos: Graciela Calabrese y Martín Lucesole
Andrea Sánchez Ruiz
Teóloga
Está casada y tiene tres hijos jóvenes. Pero lo que define a esta mujer de 46 años es una opción de vida que asume en cada gesto. Andrea Sánchez Ruiz es miembro de la Institución Teresiana, una asociación privada de fieles. Cursa la licenciatura con especialización en teología sistemática en la Universidad Católica Argentina, donde enseña, precisamente, teología. Es, además, catequista de niños, adolescentes y adultos, y profesora de enseñanza primaria en el instituto Pedro Poveda.
Un viernes a la tarde llegamos a su casa de Olivos y la acompañamos en su recorrido cotidiano. La seguimos hasta el lugar donde da clases, la Escuela Diocesana de Catequesis de San Isidro, institución que también dirige; hasta la parroquia de la que forma parte, la Asunción de la Virgen, de Olivos, y por último de vuelta hasta su casa, lugar de encuentro con su familia, donde mantuvimos la siguiente charla.
–¿Por qué decidió estudiar teología?
–Siempre fui muy inquieta intelectualmente, y no me satisfacían las respuestas a algunas de las preguntas que yo hacía en torno a temas religiosos. Concretamente, a la Biblia. Cuando terminé la secundaria, elegí el magisterio y a la vez empecé a estudiar para ser catequista. Esto despertó en mí una inquietud cada vez más fuerte. Una vez que me recibí de maestra, decidí seguir estudiando y apunté a la teología para seguir profundizando, buscando respuestas y esperando poder decir una palabra.
–¿Cuáles eran esas preguntas que se hacía y cuyas respuestas no le satisfacían?
–Eran, sobre todo, en torno a temas bíblicos; lecturas de textos que nos narraban como si fueran historias de cuentos: yo no los podía creer así. Me resistía a creerlos así.
–¿Recuerda alguno en especial?
–El relato del paraíso, por ejemplo. Siempre me pareció sospechoso que los hechos hubieran ocurrido de esa manera. Yo me decía: esto no puede ser así; tiene que tener otra explicación. Y como no encontraba las respuestas, las busqué en ámbitos de estudio
–¿Cómo es vivir esta vida esperando la otra? ¿Cuál es la idea del paraíso que le resultaba sospechosa? ¿El lugar del placer?
–Yo tengo ahora el momento del placer. No espero el más allá como algo que no tenga más acá. Es decir, lo anhelamos, por supuesto, y vivimos en la esperanza; pero eso no quiere decir que no gustemos ya, desde ahora, de los bienes que se nos prometen: la alegría, el gozo, la vida comunitaria, los sacramentos, son anticipos de este don de Dios que ya empezamos a gustar. El mismo amor que compartimos lo es.
–Hasta hace unos años, las mujeres no podían estudiar teología. Las que querían avanzar en sus conocimientos seguían filosofía. ¿Hay un techo en esa búsqueda?
–Sí, pero ese techo no estaba en el orden asistemático. Muchas mujeres han profundizado, han leído autores y autoras, pero sin una carrera sistemática y sin acceder a un título. Esto es nuevo, y es posible a partir del Concilio Vaticano Segundo.
–¿Hay muchas mujeres teólogas?
–Las mujeres que nos dedicamos a la teología solemos reunirnos. Somos unas cuantas, y cada vez comienzan a estudiar más. Algunas son ya licenciadas y otras, doctoras. Las que superan los sesenta años son las menos.
–¿Alguna vez pensó en tomar los hábitos?
–Sí, pero el tema vocacional no pasa por lo intelectual, sino por otro lado, por lo menos en mi propia historia. En un momento de mi vida me pregunté qué era lo que Dios quería de mí. ¿Cuál es el proyecto que tiene para mí, para ser realmente feliz? En ese momento, estando de novia y contenta con mi noviazgo, pensé si era el matrimonio lo que Dios quería para mí. Fue una encrucijada. Ahora, ya hace veinticinco años que estoy casada.
–Hay quienes sostienen que la religión no da respuesta a lo que uno quiere, sino a lo que uno necesita. ¿Puede identificar que le pasa a usted?
–En realidad, más que la religión yo diría que es Dios el que en mi vida personal me colma. Trato de que mi querer coincida con su querer.
–¿A veces no coinciden?
–Hay momentos de oscuridad en que uno tiene proyectos que no se concretan, y se pregunta: acá, ¿por dónde anda Dios que no lo encuentro? Y sin embargo, con el correr del tiempo, una va descubriendo el sentido de las cosas.
–¿Por qué cree que el Código Da Vinci despierta inquietud, más allá de que la película pueda considerarse floja y el libro, mal escrito?
–Yo me quedé pensando mucho en el fenómeno del Código Da Vinci. Me da la sensación de que, para nosotros, los creyentes, es un desafío más que una inquietud. Un desafío por conocer más, por aprender, por estar informados y formados. Y es un desafío en cuanto a sostener que nuestra fe no pasa por una novela, sino por profundizar más en lo que creemos y buscar respuestas. Porque las respuestas están: hay que encontrarlas.
–La gran pregunta es acerca del rol de María Magdalena. ¿Era una pecadora, una prostituta, según el común de la gente, o una estudiosa seguidora de Jesús, es decir, una intelectual?
–Para acercarnos a María Magdalena, los textos que están en los Evangelios ya nos dicen mucho. En primer lugar, no nos dicen que era una prostituta, sino una discípula, una seguidora de Jesús. Y en segundo lugar, sobre todo, nos dicen que María Magdalena fue la primera testigo de la resurrección: que se encontró con Jesús y lo vio resucitado. Ella fue la que les anunció después a los demás lo que había visto y conocido. Entonces, es discípula, es testigo. Con eso nos alcanza. El hecho de que, en un contexto en que no era creíble el testimonio de las mujeres, ella haya podido anunciar a los que estaban allí reunidos que Jesús había resucitado ya es de una gran riqueza. Y eso nunca se ha ocultado. Ahora bien, si de las personas no se cuenta todo, o se cuentan parcialmente sus hechos para que no aparezcan en todo su esplendor, ya es cosa que está al margen de los textos evangélicos.
–En el Código Da Vinci y en algunos otros libros se habla de la relación amorosa entre María Magdalena y Jesús. ¿Eso cambiaría mucho la historia? ¿Sería grave que Jesús se hubiera enamorado?
–A mí, personalmente, no me cambiaría a Jesús. De hecho, pensar un Jesús que haya tenido amigas; que, de hecho, fue a una boda; que vivió la vida de cualquier hombre de su época es lo que tenemos en los Evangelios: un varón que, en lo cotidiano, vivía como cualquier varón de su época.
–Entonces, ¿eso no le cambia su imagen de Jesús?
–No, pero de hecho no me lo imagino así porque no es lo que he leído en los Evangelios desde que era chica. Por otro lado, no veo por qué un vínculo de amor como el matrimonio tuviera que afectar negativamente a la figura de Jesús como para necesitar ocultarlo.
–¿Por qué cree que hay una lectura de los textos sagrados que deja afuera a las mujeres?
–En la época, que una mujer fuera discípula era algo inusitado. Magdalena, de hecho, fue discípula; y María se sentó a los pies del maestro para escuchar sus enseñanzas. Ya todo esto era una novedad. Creo que hay que recuperar de la Biblia a muchas mujeres que, a pesar de estar en sus páginas, resultaron invisibles. Tenemos que hacerlas visibles y aprender de ellas. En momentos en que otras figuras prevalecen en la historia que se narra, el hecho de rescatar estas mujeres también es fuente de vida para otras mujeres, y también para los varones.
–A medida que usted profundizaba en sus estudios, ¿cuál fue la figura femenina que le interesó más?
–Una figura que me parece muy atrayente es Santa Teresa de Avila. Y en cuanto a las mujeres bíblicas, siempre me gustó la amiga de Jesús, Marta. Marta tiene voz, hace preguntas, cuestiona, sale de lo privado y aparece en público como una gran teóloga que lo reconoce a Jesús como el Mesías, el Hijo de Dios, y su significado de resurrección y vida. Esa mujer siempre me acompaña. Y Teresa de Avila también es una gran compañera de ruta, por lo que significó en su contexto, y por lo que sigue significando hoy para muchas mujeres, dado que está lejos del estereotipo de una mujer sumisa. Ella, por el contrario, era una mujer fundadora, caminante, dinámica y al mismo tiempo orante. Para mí, la síntesis de Santa Teresa es la activa contemplación, un dinamismo orante.
–En la oración, ¿hay cosas que se le pueden pedir a Dios y cosas que no?
–Yo creo que si la oración es un diálogo con alguien que es nuestro amigo, en ese compartir la vida con Dios uno conversa de todo.
–¿Le molesta que las mujeres no lleguen a determinadas jerarquías en la Iglesia?
–Creo que si la Iglesia es pueblo de Dios llamado a vivir en comunión, todos tenemos que ser y sentirnos partícipes. En muchos lugares de nuestro país hay muchas mujeres que, aunque no presidan la eucaristía, están acompañando a las comunidades muy comprometidamente.
–No le interesa el lugar del poder.
–Jesús nos dijo que el que tiene autoridad tiene que ser servidor. Me interesa este servicio evangelizador para toda la Iglesia: poder cambiar la injusticia, incluir a los excluidos, a las excluidas. Creo que sí es importante que las voces de las mujeres sean escuchadas y tenidas en cuenta. Me parece importante para las mujeres que su papel sea también la toma de decisiones y no sólo el desarrollar iniciativas de los demás.
–¿Su marido la acompaña en su trabajo?
–Nosotros dos somos compañeros el uno del otro. No es que él me tenga que acompañar. Cuando nosotros nos casamos, el proyecto era compartir tanto los gustos e intereses de él como los míos.
–La vida de ustedes está construida alrededor de la parroquia...
–Y la de los chicos también. Consideramos la vida de la parroquia como la de una comunidad. Tenemos actividades pastorales. Por ejemplo, con Jorge y con otras parejas, damos desde hace muchos años las charlas para los novios que se quieren casar. Jorge es ministro de la eucaristía. Y además de compartir esta actividad con los novios, tenemos grupos de matrimonios en la parroquia con los que nos reunimos para charlar distintos temas. Nuestra vida tiene la amistad de la comunidad. Y nuestros amigos también han surgido de la actividad de la comunidad.
–Ahora bien, hay un momento en que irrumpe lo cotidiano: el tema del divorcio, el de las chicas adolescentes que se quedan embarazadas. Hay que resolver los problemas de todos los días.
–Desde mi punto de vista, como miembro de la Iglesia y como cristiana, si bien tengo convicciones claras, también tengo que acompañar al otro que está en el dolor. No se trata sólo de decir esto me parece bien, esto otro me parece mal, sino de resolver: ante esta realidad, ¿qué hago?, ¿cómo me involucro?, ¿doy una indicación o acompaño al otro? Me pongo a su lado y trato de ver cómo resolver eso. La palabra de consuelo es muy importante, pero nunca lo es la palabra que acusa, o la que pone de relieve el error. La que importa es la palabra de misericordia. Y, a veces, cuando la palabra es casi vacía porque no hay nada que decir, hay que estar.
–¿Es más fácil creer sin saber?
–Yo creo que eso depende de cada persona. Para mí, la fe tiene que buscar entender. Creer inconsistentemente no es responsable. Tenemos que intentar entender, la fe no es algo irracional.
–¿No alcanza con la fe? ¿Hay que usar la cabeza para llenar la fe de contenido?
–La fe tiene que estar asentada en la razón porque, si no, estaríamos en otro orden, y no en el de la fe. Tiene que haber consistencia en el mensaje que predicamos, y tiene que estar adecuado a la dignidad de la persona. En ese sentido, creo que tiene que haber toda una lógica interna que asuma la dignidad humana en el anuncio del Evangelio.
–¿A usted la escuchan de manera distinta desde que se recibió?
–Me doy cuenta de que, en algunos ámbitos, el haber estudiado le da a uno una expresión más autorizada. Porque he dedicado el tiempo y la vida a profundizar. Entonces, obviamente, cualquier persona que ha estudiado un tema sabe más sobre ello que aquel que no lo ha estudiado.
–¿La confesión elimina la culpa?
–No sólo esta dimensión en la confesión es importante; también, que nos dejemos acompañar. Porque a veces se entiende que se trata sólo de ir y decir lo que uno ha hecho mal en su vida cotidiana. En cambio, la experiencia del que se confiesa es también la de aquel que no sólo se siente perdonado, sino de quien realmente se ha encontrado con Dios en ese gesto del perdón. En esto es fundamental un sacerdote que testimonie con su vida la misericordia; el reconocer el perdón es reconocer a Dios, en quien sea; el encuentro con uno mismo y con Dios, que es el que nos perdona.
–¿Participa del diálogo interreligioso?
–Más que interreligioso, ecuménico. Estoy en un proyecto de estudio, investigación y publicaciones que se llama Teologanda, del cual participamos varias mujeres que están en formación teológica o que ya son teólogas, doctoras o licenciadas, y muchas de las participantes son de diversas denominaciones cristianas: bautistas, luteranas.
–¿Cuál es la idea de pecado que le pega en el estómago?
–Lo más fuerte, lo que más me lleva al arrepentimiento, es faltar a la caridad, faltar al amor. Puede tratarse de un gesto concreto que hiera a otro, que lastime a otro. Y lo pongo también desde otro lado, diciendo: tendría que amar, pero me cuesta tanto que no lo hago; no me lanzo al desafío de entregarme y comprometerme plenamente.
–Pertenecer a una Iglesia, tener una religión, hace que el futuro se vea menos ambiguo o abstracto. ¿A través de la fe se puede construir un pensamiento estratégico?
–Nunca lo había pensado así. Yo lo pienso, en cambio, desde la certeza de un Dios maternal, un Dios paternal, un Dios que me ama y me cuida. Entonces, no puedo sentir que estoy abandonada. Es lo mismo que si tus hijas dudaran de que vos vayas a hacer todo lo posible por estar ahí cuando te necesiten, aunque no les puedas resolver los problemas porque ellas los ven de otro modo. Pero nunca pensé la religión como una estrategia. Al contrario, lo veo como una relación personal y comunitaria que le da sentido a mi vida.
Perfil
Andrea Sánchez Ruiz es profesora de Teología en la UCA y profesora de Sagrada Escritura y Sacramentos en el profesorado de Ciencias Sagradas del Instituto Padre Elizalde, de Ciudadela. Desde 2001 se desempeña como directora de la Escuela Diocesana de Catequesis de San Isidro. Y como profesora de catequesis y teología en diversas entidades educativas. Además, coordina actividades pastorales en la parroquia La Asunción de la Virgen, de Olivos.Tiene 46 años, está casada con Jorge Welch y tiene tres hijos: Patricio, de 23; Santiago, de 20, y Mariano, de 19.
Continuará...
Fuente: Revista la Nación, Argentina.
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