Miqueas 2010: Dios con los pobres from Protestante Digital on Vimeo.
Por.Juan Simarro, España*
“Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán si alguno se levantare de los muertos”. Texto completo: Lc. 16:19-31.
En el mundo siguen los contrastes de la parábola del rico y Lázaro: banquetes opulentos frente a migajas degradantes; esplendidez, frente a ansias de poner comer; púrpura y lino frente a los perros que, compasivamente, se dedican a lamer las llagas de los pobres del mundo… pero la parábola nos dice que para todos hay el mismo final: la muerte. Pero la muerte que marca el final para lo que los hombres, en muchos casos, entienden por la vida, no marca el final definitivo, sino el comienzo de una nueva realidad llena también de antagonismos y diferencias: el seno de Abraham, frente al Hades tormentoso, el lugar de los muertos separados de este seno acogedor. Allí siguen los antagonismos de consuelo frente a tormento; la paz frente al malestar rabioso, inquietante y sufriente; salvación y condenación. Son los elementos que suelen tener los textos bíblicos en relación con el Evangelio a los pobres.
Es curioso que yo mismo, en muchos de mis escritos he hablado de la sima, cada vez mayor, que separa en el mundo hoy al pequeño grupo de los ricos muy ricos, de la multitud de pobres cada vez más pobres. Pues bien, en la situación ya metahistórica de la parábola, aparece un elemento nuevo de separación: una gran sima que, curiosamente, separa al pobre del rico. Simbolismo de una sima de separación en donde nadie puede saltar de un lado al otro. Desde allí, el rico en su sufrimiento, podía ver al pobre Lázaro que era consolado.
Se da otro elemento curioso en la parábola: el rico, que había pasado de Lázaro como de un sobrante humano, posiblemente molesto, ahora ve que puede sacarle provecho en el más allá. Un icono de los ricos de este mundo que había tenido en sus manos la posibilidad de la dignificación de este mendigo lacerado sufriente y no lo hizo, un símbolo de la riqueza que con sólo un gesto de su voluntad podría haber sacado a Lázaro de su lacerante pobreza y no lo hizo, un modelo de rico que, fácilmente, podría haber sacado a Lázaro del pozo de su infravida y no lo hizo, ahora ve la posibilidad de aferrarse a la ayuda del pobre Lázaro que era consolado en el seno de Abraham. Este rico, que pasó de la situación de Lázaro en la tierra, se da cuenta de que ahora podría tener alguna utilidad, pensaba ponerlo a su servicio en su situación de tormento desesperado: “Padre Abraham, ten misericordia de mi, y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua, y refresque mi lengua”.
Abraham le niega esta ayuda porque habiendo necesitado Lázaro de una ayuda similar en la tierra, algo de agua y comida fresca, el rico omitió esta ayuda. Abraham le dijo: “Hijo, acuérdate”. Un imperativo que refrescó la memoria del rico. Es entonces cuando entran en la parábola los modelos de Moisés y de los profetas.
El rico, que no tuvo ningún gesto de misericordia para con Lázaro, sí tiene un gesto positivo para con sus familiares. Así, demandando una vez más el servicio de Lázaro, del pobre hacia el rico, pide que Abraham envíe a Lázaro a la casa de su padre con sus cinco hermanos. Ahora, el rico quería advertir a sus otros hermanos ricos del peligro de las riquezas insolidarias, del peligro del pecado de omisión, del peligro de ponerse de espaldas al grito del marginado. Pero ya no hay opción. No hay opción, porque ya tienen la voz de Moisés y de los profetas. Les deja otro imperativo: óiganlos. Imperativo que hoy tiene que rescatar el Evangelio a los pobres.
Así, pues, Moisés y los profetas son un reto para el mundo hoy. Hay que tener presente la acción liberadora de Moisés y la voz de los profetas. Ahí están. Hoy todavía se les puede oír, aunque hay tantos oídos sordos a las voces de Moisés y a la de los profetas que clamaron por justicia y liberación, que se implicaron con sus pueblos buscando dignidad para los oprimidos e injustamente tratados. El Evangelio a los pobres tiene sus precedentes, sus líderes en el Antiguo Testamento.
¿Qué voces estamos escuchando hoy? ¿Nos suena familiar la voz de Moisés y de los profetas? ¿Cerramos nuestros oídos a estas voces que nos tendrían que ser sumamente familiares? ¿Por qué se cita a estos dos siervos de Dios en medio de una parábola cuyo contexto son los ricos y los pobres del mundo? Pues yo creo que la intencionalidad de la parábola es clara: los profetas fueron voceros de Dios en contra de la injusticia, de la acumulación de bienes, de la mala redistribución de las riquezas, de los abusos que se cometían contra los pobres y los débiles del mundo, de los huérfanos, de las viudas y de los extranjeros. Eran voces de Dios contra la opresión de los fuertes contra los débiles, contra el pecado de omisión de la ayuda, eran mensajeros de justicia y de paz, críticos contra los que se aferraban a rituales religiosos y olvidaban a los pobres omitiendo la ayuda, oprimiendo y cometiendo injusticias. Moisés y los profetas eran precursores en el Antiguo Testamento del Evangelio a los pobres.
Moisés es un siervo de Dios que complementa la acción de los profetas. Un libertador, un hombre que se pone al frente de su pueblo oprimido, esclavizado y empobrecido, un defensor, en cierta manera, de lo que hoy llamaríamos derechos humanos, de los valores del Reino, según la línea neotestamentaria del Evangelio a los pobres.
Así, la parábola queda contextualizada, enmarcada, perfilada. El rico de la parábola no seguía, ni oía, ni siquiera quería oír ni a los profetas ni a Moisés. No era buscador de justicia, no era liberador, no compartía, no denunciaba los desequilibrios que hay en el mundo en la redistribución de las riquezas, no era un agente de liberación dentro de los valores del Reino.
¿Cuál es nuestra situación? ¿Estamos escuchando la voz de los profetas y siguiendo el ejemplo liberador de Moisés? ¿Somos servidores, restauradores, dignificadores de los pobres y de los sufrientes del mundo o estamos escuchando voces más suaves y dulces que nos llevan a la insolidaridad y al pecado de omisión de la ayuda.
Señor, no nos des relax ni descanso hasta desentrañar lo que esta parábola quiere decirnos en la línea del Evangelio a los pobres. Enséñanos a través de tus siervos Moisés y los profetas. Queremos seguirte y, al final, después de ser usados por ti, queremos descansar contigo en el seno de Abraham.
Artículos anteriores de esta serie:
1 El evangelio a los pobres: retazos
2 El rico y Lázaro
*Juan Simarro es Licenciado en Filosofía, escritor y director de Misión Evangélica Urbana de Madrid
Fuente: © J. Simarro. ProtestanteDigital.com (España, 2010)
En el mundo siguen los contrastes de la parábola del rico y Lázaro: banquetes opulentos frente a migajas degradantes; esplendidez, frente a ansias de poner comer; púrpura y lino frente a los perros que, compasivamente, se dedican a lamer las llagas de los pobres del mundo… pero la parábola nos dice que para todos hay el mismo final: la muerte. Pero la muerte que marca el final para lo que los hombres, en muchos casos, entienden por la vida, no marca el final definitivo, sino el comienzo de una nueva realidad llena también de antagonismos y diferencias: el seno de Abraham, frente al Hades tormentoso, el lugar de los muertos separados de este seno acogedor. Allí siguen los antagonismos de consuelo frente a tormento; la paz frente al malestar rabioso, inquietante y sufriente; salvación y condenación. Son los elementos que suelen tener los textos bíblicos en relación con el Evangelio a los pobres.
Es curioso que yo mismo, en muchos de mis escritos he hablado de la sima, cada vez mayor, que separa en el mundo hoy al pequeño grupo de los ricos muy ricos, de la multitud de pobres cada vez más pobres. Pues bien, en la situación ya metahistórica de la parábola, aparece un elemento nuevo de separación: una gran sima que, curiosamente, separa al pobre del rico. Simbolismo de una sima de separación en donde nadie puede saltar de un lado al otro. Desde allí, el rico en su sufrimiento, podía ver al pobre Lázaro que era consolado.
Se da otro elemento curioso en la parábola: el rico, que había pasado de Lázaro como de un sobrante humano, posiblemente molesto, ahora ve que puede sacarle provecho en el más allá. Un icono de los ricos de este mundo que había tenido en sus manos la posibilidad de la dignificación de este mendigo lacerado sufriente y no lo hizo, un símbolo de la riqueza que con sólo un gesto de su voluntad podría haber sacado a Lázaro de su lacerante pobreza y no lo hizo, un modelo de rico que, fácilmente, podría haber sacado a Lázaro del pozo de su infravida y no lo hizo, ahora ve la posibilidad de aferrarse a la ayuda del pobre Lázaro que era consolado en el seno de Abraham. Este rico, que pasó de la situación de Lázaro en la tierra, se da cuenta de que ahora podría tener alguna utilidad, pensaba ponerlo a su servicio en su situación de tormento desesperado: “Padre Abraham, ten misericordia de mi, y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua, y refresque mi lengua”.
Abraham le niega esta ayuda porque habiendo necesitado Lázaro de una ayuda similar en la tierra, algo de agua y comida fresca, el rico omitió esta ayuda. Abraham le dijo: “Hijo, acuérdate”. Un imperativo que refrescó la memoria del rico. Es entonces cuando entran en la parábola los modelos de Moisés y de los profetas.
El rico, que no tuvo ningún gesto de misericordia para con Lázaro, sí tiene un gesto positivo para con sus familiares. Así, demandando una vez más el servicio de Lázaro, del pobre hacia el rico, pide que Abraham envíe a Lázaro a la casa de su padre con sus cinco hermanos. Ahora, el rico quería advertir a sus otros hermanos ricos del peligro de las riquezas insolidarias, del peligro del pecado de omisión, del peligro de ponerse de espaldas al grito del marginado. Pero ya no hay opción. No hay opción, porque ya tienen la voz de Moisés y de los profetas. Les deja otro imperativo: óiganlos. Imperativo que hoy tiene que rescatar el Evangelio a los pobres.
Así, pues, Moisés y los profetas son un reto para el mundo hoy. Hay que tener presente la acción liberadora de Moisés y la voz de los profetas. Ahí están. Hoy todavía se les puede oír, aunque hay tantos oídos sordos a las voces de Moisés y a la de los profetas que clamaron por justicia y liberación, que se implicaron con sus pueblos buscando dignidad para los oprimidos e injustamente tratados. El Evangelio a los pobres tiene sus precedentes, sus líderes en el Antiguo Testamento.
¿Qué voces estamos escuchando hoy? ¿Nos suena familiar la voz de Moisés y de los profetas? ¿Cerramos nuestros oídos a estas voces que nos tendrían que ser sumamente familiares? ¿Por qué se cita a estos dos siervos de Dios en medio de una parábola cuyo contexto son los ricos y los pobres del mundo? Pues yo creo que la intencionalidad de la parábola es clara: los profetas fueron voceros de Dios en contra de la injusticia, de la acumulación de bienes, de la mala redistribución de las riquezas, de los abusos que se cometían contra los pobres y los débiles del mundo, de los huérfanos, de las viudas y de los extranjeros. Eran voces de Dios contra la opresión de los fuertes contra los débiles, contra el pecado de omisión de la ayuda, eran mensajeros de justicia y de paz, críticos contra los que se aferraban a rituales religiosos y olvidaban a los pobres omitiendo la ayuda, oprimiendo y cometiendo injusticias. Moisés y los profetas eran precursores en el Antiguo Testamento del Evangelio a los pobres.
Moisés es un siervo de Dios que complementa la acción de los profetas. Un libertador, un hombre que se pone al frente de su pueblo oprimido, esclavizado y empobrecido, un defensor, en cierta manera, de lo que hoy llamaríamos derechos humanos, de los valores del Reino, según la línea neotestamentaria del Evangelio a los pobres.
Así, la parábola queda contextualizada, enmarcada, perfilada. El rico de la parábola no seguía, ni oía, ni siquiera quería oír ni a los profetas ni a Moisés. No era buscador de justicia, no era liberador, no compartía, no denunciaba los desequilibrios que hay en el mundo en la redistribución de las riquezas, no era un agente de liberación dentro de los valores del Reino.
¿Cuál es nuestra situación? ¿Estamos escuchando la voz de los profetas y siguiendo el ejemplo liberador de Moisés? ¿Somos servidores, restauradores, dignificadores de los pobres y de los sufrientes del mundo o estamos escuchando voces más suaves y dulces que nos llevan a la insolidaridad y al pecado de omisión de la ayuda.
Señor, no nos des relax ni descanso hasta desentrañar lo que esta parábola quiere decirnos en la línea del Evangelio a los pobres. Enséñanos a través de tus siervos Moisés y los profetas. Queremos seguirte y, al final, después de ser usados por ti, queremos descansar contigo en el seno de Abraham.
Artículos anteriores de esta serie:
1 El evangelio a los pobres: retazos
2 El rico y Lázaro
*Juan Simarro es Licenciado en Filosofía, escritor y director de Misión Evangélica Urbana de Madrid
Fuente: © J. Simarro. ProtestanteDigital.com (España, 2010)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Al realizar un comentario, esperamos que el mismo sea proactivo y no reactivo. Evitemos comentarios despectivos y descalificativos que en nada ayuda. ¡Sos inteligente y sabe lo que digo!