1. Una mirada apocalíptica
Muy en la línea del Cuarto Evangelio, el conflicto entre el Reino de Dios y el de las tinieblas es visto simbólicamente en Apocalipsis (caps. 12-14.5) mediante la visión de las llamadas siete “figuras místicas”, la mujer embarazada, su hijo varón, el ángel Miguel, las bestias del mar y de la tierra, y el Cordero. Se trata de una oposición que, en el cap. 11, se resuelve mediante una fórmula voceada por el ángel de la “séptima trompeta” que celebra la victoria del Hijo de Dios: “Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos” (11.15). La aparición de esta “gran señal” en el cielo prepara el esfuerzo de una nueva lectura teológica que expondrá la forma en que Dios protege a su pueblo y revela su proyecto de redención plena para toda la humanidad a través del nacimiento del Mesías: una mujer (según la imagen repetida en los profetas Oseas, Isaías y Jeremías) vestida de sol, con la luna debajo de sus pies, y coronada por 12 estrellas, está embarazada (idea de plenitud que se acerca) y clama con dolores de parto, a punto de dar a luz (sinónimo de debilidad e indefensión) (vv. 1-2). Así comenta X. Pikaza
Donde acaba los caminos de violencia del varón empieza la mujer, como si la historia debiera escribirse de nuevo, a partir de ella. […]
En el principio del gran drama de la historia, como expresión de Dios y sentido de la vida humana, se presenta ella. […] Esta mujer […] es maternidad dolorida. ¿Quién ha cohabitado con ella? ¡No se dice! El varón no aparece. […] ¿Quién es? No es al fin una diosa; es figura del pueblo israelita, pronto a dar a luz a su mesías.[1]
Su contraparte es un dragón rojo con siete cabezas (“perfección perversa”) y diez cuernos (expresión de poder tomada del libro de Daniel, donde los cuernos “son la fuerza destructora de la Bestia que se opone a los santos de Israel”[2]), con cada cabeza coronada, cuya cola arrastraba la tercera parte de las estrellas que arrojó sobre la tierra (vv. 3-4). El dragón es símbolo del enemigo mitológico de Dios en muchos pueblos y aquí es la representación del mal que es capaz de arrastrar y seducir a quienes lo siguen. Es un “principio de muerte, signo del asesinato: vive de matar”.[3] Todo lo contrario de la mujer, símbolo y principio de la vida.
La Mujer que da a luz es Israel, grávida de Dios, en camino de esperanza mesiánica; el Dragón es Satán, enemigo del pueblo elegido; el Hijo que debe nacer es el Mesías”. […] Ap 12 desborda los esquemas judíos, ofreciendo un simbolismo que nos abre a la totalidad de lo humano. […]
Para entender el mal final y describir lo que sucede cuando suena la última trompeta, Ap 12 ha vuelto al principio de la historia, reescribiendo Gén 1-3 desde Jesús. Por eso, superando el mito común y la espera israelita, cuenta en forma cristiana el nacimiento histórico o pascual de Jesús…[4]
Estamos, pues, ante la “versión apocalíptica de la Navidad”, una narración de fuerte matiz histórico-teológico, pues en estos breves trazos simbólicos se describe el máximo acontecimiento salvífico de la historia, vinculado a la manifestación progresiva y sucesiva de un proceso redentor que alcanza su culminación en el nacimiento de Jesús de Nazaret, muestra y anuncio de la victoria divina sobre la muerte y el mal, y de la llegada del reino de Dios al mundo, tal como se anuncia en 11.15.
2. El nacimiento del Mesías, señal del triunfo del bien sobre el mal
La clave de la oposición entre estas “figuras místicas”, dentro de un esquema de superación del mal en la historia, es eminentemente liberadora, pues la característica fundamental de la lucha del dragón contra Dios (manifestada en el cap.13 mediante el surgimiento de una especie de “trinidad satánica”, el dragón y las dos bestias) es su rechazo de la vida, la paz y la justicia, una actitud nociva de destrucción y falta de respeto por los designios de Dios, siempre ligados al mantenimiento de esas prácticas y valores, y a la promoción de la dignidad de las personas. La actualización del mensaje de Ap 12 pasa por la necesaria observación de la forma en que los sistemas sociales pueden adquirir tintes satánicos, pero no vistos de manera esotérica, sino mediante una atenta crítica ideológica, cultural y espiritual. El Mesías nace y trae el anuncio de un reino severo y justo, por lo que es arrebatado (apartado) para Dios y para su trono a fin de garantizar la aplicación de su poder para bien en el mundo (v. 5). No obstante, juntamente con su madre (el pueblo que lo alumbra, ligado a la esperanza de su venida), el niño es objeto de persecución y odio por parte de las fuerzas del mal y es llevado al desierto (espacio tradicional de prueba y tentación, pero también de aprendizaje y fortalecimiento), donde es sustentado por un periodo bien determinado (v. 6).
La persistencia del dragón contra la mujer y su hijo (v. 15), metáfora del abuso de poder contra los débiles muestra de cuerpo entero sus intenciones perversas contra los proyectos de paz y justicia. El comentario de la Biblia Isha es elocuente y sumamente actual, pues marca una línea interpretativa poco abordada por las lecturas escatologizantes en extremo y demasiado imaginativas:
El objetivo preferido de la furia asesina del diablo, como en el capítulo 12 de Apocalipsis, son los niños y sus madres. El infanticidio diabólico es un tema frecuente a través de la Biblia (Éx 2.1-10, Lv 18.21; 20.2-5). […]
Como en el AT el ídolo Moloc estaba detrás de esas guerras contra la niñez, ahora, en el Apocalipsis, aparece el dragón satánico detrás de esta agresión contra la mujer y el niño.
El dragón, en su grosera bestialidad, no tiene reparos en acechar a una mujer encinta para devorar a su hijo. Pero el Dios de la Biblia es Dios de vida y toma partido especialmente a favor de la vida amenazada, auxilia a los niños en alto riesgo y a las mujeres vulnerables, acosadas, violadas y abusadas (p. 1492).
La lucha que continúa más adelante sólo viene a confirmar que Dios está del lado de la mujer y de su hijo, y que impone su poder sobre el dragón al asegurar el bienestar de ambos, el pueblo de Dios y su Mesías, para establecer su reino en el mundo (v.10: “Ahora ha venido la salvación, el poder y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de su Cristo…”) y propiciar la esperanza de los asediados y maltratados por la fuerza asesina de los imperios genocidas, contrarios al plan divino. La gran expulsión celestial de Satán, ejemplificada en la gran batalla en el cielo (vv. 7-17) anuncia la superación de todos los males en el mundo, a contracorriente de las voces pseudo-proféticas que anuncian lo contrario. Por eso se anuncia explícitamente la gran derrota del diablo, quien no ceja en su lucha contra la descendencia de la mujer, el pueblo fiel que mantiene la esperanza en la venida del Mesías y se aferra a ella como razón de ser de su vida y fe (v. 17).
¿Quién es hoy esta mujer?
Vestida de sol
Generando vida nueva
Uno, dos, tres de sus hijos fueron arrebatados al cielo
Pero ella continúa su lucha en la tierra
Firme, sin miedo del dragón de tantos nombres
Tus dolores son de parto, no de aborto
Porque tienes fe en el imposible
Ningún dragón disminuirá en ti la insistencia por la vida
Continúas concibiendo, gestando, dando a luz con dolores de parto
Nuevas relaciones de género y poder
Eres mujer-Esperanza
Mujer de las alas de águila
Mujer de la solitud, del desierto
Mujer – Comunidad
Mujer – Pueblo
Mujer – Reino de Dios
María
Lucia Weiler, RIBLA, 46
[2] Ibid., pp. 141-142.
[3] Ibid., p. 143.
[4] Idem.
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