Por. Leopoldo Cervantes-Ortiz, México.
Cuando doy de comer al pobre me dicen que soy un santo; cuando pregunto por qué pasa hambre, me acusan de comunista. Hélder Cámara
1. El reino de Dios, utopía y proyecto de Jesús
Puede decirse, con apego al testimonio de los Evangelios (sobre todo los tres primeros) que la gran utopía de Jesús fue el reino de Dios, al que dedicó todas sus fuerzas y pensamientos, pues además se ser su utopía también fue el proyecto que promovió en palabra y en obra, el cual, por estar en marcha fue la razón que lo llevó a la cruz. En otras palabras, la fidelidad de Jesús al proyecto del Reino de Dios lo condujo a la muerte. Y todavía más: la espiritualidad con que asumió ese plan divino, la espiritualidad del Reino de Dios, fue lo que lo sostuvo y mantuvo en medio de la incomprensión y el rechazo. De ahí que a la hora de sentar las bases espirituales requeridas para asumir el compromiso con esta nueva manera de entender y vivir la acción de Dios en la historia en el famosísimo “Sermón del Monte” (aunque en la versión del evangelio de Lucas es más bien el “sermón del valle”), Jesús estableció no sólo formas de comportamiento y obediencia acordes con las exigencias del Reino de Dios sino también, y de manera más extensiva, una espiritualidad y una ética consecuentes con el horizonte utópico demandado por la esperanza y la práctica de las nuevas condiciones de vida anunciadas por él. El desafío para nosotros hoy, según la formulación de José María Vigil, es “creer como Jesús creyó en el Reino”, es decir, hacer nuestra la plataforma espiritual con que Jesús de Nazaret asumió la tarea de vivir de acuerdo con los lineamientos del Reino de Dios ya presente en el mundo, aunque siempre de manera conflictiva: “Creer hoy, nosotros, en nuestro mundo actual, como Jesús creyó en medio de aquel mundo de la imperial pax romana. Eso es ser cristiano, ser seguidor de Jesús. Y, por eso, porque se trata de creer como él, ha de hacerse con su mismo Espíritu, con aquella su ‘espiritualidad del Reino’”.[1]
El “Sermón del Monte” es la nueva carta magna del Reino de Dios para la vida de los seguidores, hombres y mujeres, de Jesús, y el anuncio profético de las nuevas condiciones mediante las cuales se da la presencia de ese reino en el mundo, a contracorriente de las tendencias ideológicas predominantes. En primer lugar, hay que preguntarse sobre cuál es la imagen de Dios, del Dios del Reino, que brota de ese mensaje de Jesús. Como resume Vigil:
Muchos creen en Dios, pero son ya menos los que creen en el Dios de Jesús, o lo que es lo mismo, son menos los que creen en Dios «como creyó Jesús». El no creyó en un Dios ajeno a la historia, ni creyó en él como algo en sí mismo, de lo que se pudiera hablar como separado de nosotros. El Dios de Jesús es un Dios del que hay que hablar siempre como de una realidad dual: Dios y el Reino. Dios del Reino, y Reino de Dios. Un Dios sin Reino (lamentablemente tan común entre cristianos) nada tiene que ver con la fe de Jesús […]
Si una vivencia religiosa o un texto (aunque sea un documento eclesiástico) hablan de Dios sin hablar del Reino, no reflejan la espiritualidad de Jesús […]
El Dios de Jesús es siempre un Dios con una voluntad, con un proyecto, con una utopía: Dios “sueña” un mundo distinto, nuevo, renovado, digno del ser humano y digno de Dios. Y ese proyecto, esa utopía se llama -en las mismísimas palabras de la boca aramea de Jesús- malkuta Yahvé, Reinado de Dios.[2]
Jesús enseña en este gran “sermón” a conectar la existencia con una manera nueva y libre de ver y vivir a Dios ya no como una “realidad doctrinal”, pues se trata más bien de experimentarlo como un Dios activo y actuante en el mundo conflictivo para instaurar su Reino de paz, justicia y armonía, como verdadera utopía divina: “Un cristianismo sin el Reino como utopía, como Causa por la que vivir y por la que morir, un cristianismo que crea que las utopías -o la historia- ya llegaron a su final... poco o nada tiene que ver con Jesús. Él creyó muy de otra manera” (Idem).
2. Una espiritualidad del Reino en acción
Si, en efecto, el Reino de Dios, centro de la fe y acción de Jesús, “no era de este mundo” (Jn 19.36), eso no significa que no deba hacerse realidad en la historia y en la existencia humanas, ya se encuentra en medio del mundo impulsando procesos emancipadores en distintos niveles y en todos los aspectos. Jesús se refirió a eso cuando dijo: “Si expulso los demonios es que el Reino de Dios ha llegado y está en medio de ustedes” (Mt 12.28; Lc 7.18-23). Al retrato de quienes desean vivir según los valores del Reino de Dios esbozado en las llamadas “bienaventuranzas” (Mt 5.1-12), le sigue la afirmación del sabor y la luz que deben dar al mundo, a la sociedad que resiste la acción bienhechora de Dios (5.13-16).
Los cristianos no podemos pronunciar las bienaventuranzas sin preguntarnos cómo somos instrumentos de paz, desde dónde luchamos por el reino de Dios y su justicia, cómo compartimos con los pobres o en qué se traduce la persecución del mundo que el evangelio nos asegura a los seguidores de Jesús. Estos temas no son algo accesorio del cristianismo; no son menos espirituales que el tratar de la oración, de la limosna o los ayunos; constituyen un reto, una tarea y una interpelación que llama al discernimiento personal y eclesial.[3]
Inmediatamente, Jesús se sitúa frente a la Ley antigua con toda libertad (5.17-20), como todos/as después de él también, a fin de denunciar proféticamente el abismo existente entre la doctrina y la práctica por parte de los representantes de la religión organizada. A partir de allí, Jesús va a radicalizar la ley mediante la fuerza intrínseca de la fraternidad profunda (5.21-26), al grado de que, cuando confronta esta radicalidad con las exigencias espirituales del Reino de Dios, no vacila en proponer una “espiritualidad desde la discapacidad voluntaria”, con tal de acceder a la aplicación de los valores de ese proyecto (5.27-32).
Sobre los juramentos (la verificación de la autenticidad de palabras y acciones), Jesús también es radical: la verbalización expresa la fidelidad a la verdad (5.33-37). Y en su relectura ética y espiritual de la Ley, tampoco cede espacio a la venganza, pues propone, ya desde ese momento, “un camino más excelente”, el de la humanización absoluta, sin margen para negociaciones: es la “ley del amor” (5.38-48), adonde Jesús se planta ante el Levítico y plantea la superación de una fraternidad restringida para subrayar la hermandad universal y concreta, lo cual ya es un esbozo de programa de acción para el ejercicio del amor cristiano: “La convergencia cristiana entre Dios y el prójimo exige pasar de la caridad con el individuo a la solidaridad colectiva, e integrar la justicia como mediación fundamental de la paz y del orden social. Hay que pasar de la caridad asistencial y puntual, siempre necesaria, a la estructural; del prójimo individuo al prójimo colectivo; de la denuncia de los pecados a la lucha contra las cristalizaciones del pecado en la sociedad”.[4]
En otras palabras, el Reino de Dios nos demanda más imaginación y solidaridad con las causas humanas auténticas para así lograr desmitificar la imagen de una religiosidad inoperante y pasiva, que existe sólo para adormecer voluntades y producir falsas seguridades. La espiritualidad del Reino nos exige sumarnos a las luchas y procesos que contribuyan a la humanización más plena. Por ello Jesús denuncia la espiritualidad exterior y sugiere una búsqueda de Dios que produzca verdaderos “solitarios solidarios” desde la experiencia de la oración del Reino, porque eso es el llamado “Padre Nuestro” (6.1-5) y el verdadero ayuno tampoco debe ser un acto de presunción espiritual (6.16-18), en la línea de la crítica profética de Isaías 58.3-7. Ya con la mente en la necesidad de dar instrucciones histórico-escatológicas para los discípulos/as en su peregrinaje por el mundo, Jesús exhorta a no preocuparse demasiado por las posesiones ni por el dinero (6.19-21), y en lenguaje simbólico, los llama a ser verdadera luz en el mundo (6.22-23).
Finalmente, la preocupación existencial exagerada (merimna, en griego) sería como el mal de nuestro tiempo, causante del estrés, algunas formas de depresión e incluso del trabajolismo (por los trabajólicos o “adictos al trabajo”) es aludida directamente por Jesús en la sección final del cap. 6 (vv. 24-34). La espiritualidad del Reino, debido al tipo de prioridades que coloca en nuestras vidas, es capaz de ayudarnos a salir de esta ansiedad. Si “los afanes de este mundo” (y no los del otro, los del mundo deseado por Dios) dominan nuestra conciencia, se restará en gran medida nuestra capacidad para acceder a los designios divinos para el crecimiento de los signos de su reino en el mundo y también para ser verdaderos y constantes promotores de dicha presencia. Si se busca, como principal preocupación el Reino de Dios (6.33) todo lo demás encuentra su lugar en una nueva escala de valores, igual que Jesús puso ese criterio en primer lugar para fundar su fe, su espiritualidad y, sobre todo, su práctica cotidiana. Por lo demás, el sabor a literatura sapiencial en las palabras de Jesús es inconfundible.
El sermón cierra con una serie de exhortaciones para vivir con la llamada “regla de oro” como premisa básica (7.7-14), a atender los signos de los tiempos en el discernimiento de los falsos profetas (7.15-20) y a fundamentar la vida entera en la roca que, una vez más, son los valores expuestos previamente, los del Reino del Dios de la vida, todo ello para instalar un cambio en las relaciones humanas, aunque ahora nos vengan a decir que Jesús fue todo, menos un revolucionario.[5]
[1] J.M. Vigil, “Creer como Jesús: la espiritualidad del Reino. Elementos fundantes de nuestra espiritualidad latinoamericana”, en Rebista Electrónica Latinoamericana de Teología, http://www.servicioskoinonia.org/relat/191.htm.
[2] Idem.
[3] J.M. Castillo, La espiritualidad de los laicos: en una iglesia de comunión. Madrid, Paulinas, 1992, p. 283. Énfasis agregado.
[4] Ibid., p. 282.
[5] Cf. M. Mora, “El Papa combate en su nuevo libro la idea de un Jesús revolucionario”, en El País, 11 de marzo de 2011, www.elpais.com/articulo/sociedad/Papa/combate/nuevo/libro/idea/Jesus/revolucionario/elpepisoc/20110311elpepisoc_6/Tes. El título del libro es: Jesús de Nazaret. Desde la entrada en Jerusalén hasta la resurrección.
Cuando doy de comer al pobre me dicen que soy un santo; cuando pregunto por qué pasa hambre, me acusan de comunista. Hélder Cámara
1. El reino de Dios, utopía y proyecto de Jesús
Puede decirse, con apego al testimonio de los Evangelios (sobre todo los tres primeros) que la gran utopía de Jesús fue el reino de Dios, al que dedicó todas sus fuerzas y pensamientos, pues además se ser su utopía también fue el proyecto que promovió en palabra y en obra, el cual, por estar en marcha fue la razón que lo llevó a la cruz. En otras palabras, la fidelidad de Jesús al proyecto del Reino de Dios lo condujo a la muerte. Y todavía más: la espiritualidad con que asumió ese plan divino, la espiritualidad del Reino de Dios, fue lo que lo sostuvo y mantuvo en medio de la incomprensión y el rechazo. De ahí que a la hora de sentar las bases espirituales requeridas para asumir el compromiso con esta nueva manera de entender y vivir la acción de Dios en la historia en el famosísimo “Sermón del Monte” (aunque en la versión del evangelio de Lucas es más bien el “sermón del valle”), Jesús estableció no sólo formas de comportamiento y obediencia acordes con las exigencias del Reino de Dios sino también, y de manera más extensiva, una espiritualidad y una ética consecuentes con el horizonte utópico demandado por la esperanza y la práctica de las nuevas condiciones de vida anunciadas por él. El desafío para nosotros hoy, según la formulación de José María Vigil, es “creer como Jesús creyó en el Reino”, es decir, hacer nuestra la plataforma espiritual con que Jesús de Nazaret asumió la tarea de vivir de acuerdo con los lineamientos del Reino de Dios ya presente en el mundo, aunque siempre de manera conflictiva: “Creer hoy, nosotros, en nuestro mundo actual, como Jesús creyó en medio de aquel mundo de la imperial pax romana. Eso es ser cristiano, ser seguidor de Jesús. Y, por eso, porque se trata de creer como él, ha de hacerse con su mismo Espíritu, con aquella su ‘espiritualidad del Reino’”.[1]
El “Sermón del Monte” es la nueva carta magna del Reino de Dios para la vida de los seguidores, hombres y mujeres, de Jesús, y el anuncio profético de las nuevas condiciones mediante las cuales se da la presencia de ese reino en el mundo, a contracorriente de las tendencias ideológicas predominantes. En primer lugar, hay que preguntarse sobre cuál es la imagen de Dios, del Dios del Reino, que brota de ese mensaje de Jesús. Como resume Vigil:
Muchos creen en Dios, pero son ya menos los que creen en el Dios de Jesús, o lo que es lo mismo, son menos los que creen en Dios «como creyó Jesús». El no creyó en un Dios ajeno a la historia, ni creyó en él como algo en sí mismo, de lo que se pudiera hablar como separado de nosotros. El Dios de Jesús es un Dios del que hay que hablar siempre como de una realidad dual: Dios y el Reino. Dios del Reino, y Reino de Dios. Un Dios sin Reino (lamentablemente tan común entre cristianos) nada tiene que ver con la fe de Jesús […]
Si una vivencia religiosa o un texto (aunque sea un documento eclesiástico) hablan de Dios sin hablar del Reino, no reflejan la espiritualidad de Jesús […]
El Dios de Jesús es siempre un Dios con una voluntad, con un proyecto, con una utopía: Dios “sueña” un mundo distinto, nuevo, renovado, digno del ser humano y digno de Dios. Y ese proyecto, esa utopía se llama -en las mismísimas palabras de la boca aramea de Jesús- malkuta Yahvé, Reinado de Dios.[2]
Jesús enseña en este gran “sermón” a conectar la existencia con una manera nueva y libre de ver y vivir a Dios ya no como una “realidad doctrinal”, pues se trata más bien de experimentarlo como un Dios activo y actuante en el mundo conflictivo para instaurar su Reino de paz, justicia y armonía, como verdadera utopía divina: “Un cristianismo sin el Reino como utopía, como Causa por la que vivir y por la que morir, un cristianismo que crea que las utopías -o la historia- ya llegaron a su final... poco o nada tiene que ver con Jesús. Él creyó muy de otra manera” (Idem).
2. Una espiritualidad del Reino en acción
Si, en efecto, el Reino de Dios, centro de la fe y acción de Jesús, “no era de este mundo” (Jn 19.36), eso no significa que no deba hacerse realidad en la historia y en la existencia humanas, ya se encuentra en medio del mundo impulsando procesos emancipadores en distintos niveles y en todos los aspectos. Jesús se refirió a eso cuando dijo: “Si expulso los demonios es que el Reino de Dios ha llegado y está en medio de ustedes” (Mt 12.28; Lc 7.18-23). Al retrato de quienes desean vivir según los valores del Reino de Dios esbozado en las llamadas “bienaventuranzas” (Mt 5.1-12), le sigue la afirmación del sabor y la luz que deben dar al mundo, a la sociedad que resiste la acción bienhechora de Dios (5.13-16).
Los cristianos no podemos pronunciar las bienaventuranzas sin preguntarnos cómo somos instrumentos de paz, desde dónde luchamos por el reino de Dios y su justicia, cómo compartimos con los pobres o en qué se traduce la persecución del mundo que el evangelio nos asegura a los seguidores de Jesús. Estos temas no son algo accesorio del cristianismo; no son menos espirituales que el tratar de la oración, de la limosna o los ayunos; constituyen un reto, una tarea y una interpelación que llama al discernimiento personal y eclesial.[3]
Inmediatamente, Jesús se sitúa frente a la Ley antigua con toda libertad (5.17-20), como todos/as después de él también, a fin de denunciar proféticamente el abismo existente entre la doctrina y la práctica por parte de los representantes de la religión organizada. A partir de allí, Jesús va a radicalizar la ley mediante la fuerza intrínseca de la fraternidad profunda (5.21-26), al grado de que, cuando confronta esta radicalidad con las exigencias espirituales del Reino de Dios, no vacila en proponer una “espiritualidad desde la discapacidad voluntaria”, con tal de acceder a la aplicación de los valores de ese proyecto (5.27-32).
Sobre los juramentos (la verificación de la autenticidad de palabras y acciones), Jesús también es radical: la verbalización expresa la fidelidad a la verdad (5.33-37). Y en su relectura ética y espiritual de la Ley, tampoco cede espacio a la venganza, pues propone, ya desde ese momento, “un camino más excelente”, el de la humanización absoluta, sin margen para negociaciones: es la “ley del amor” (5.38-48), adonde Jesús se planta ante el Levítico y plantea la superación de una fraternidad restringida para subrayar la hermandad universal y concreta, lo cual ya es un esbozo de programa de acción para el ejercicio del amor cristiano: “La convergencia cristiana entre Dios y el prójimo exige pasar de la caridad con el individuo a la solidaridad colectiva, e integrar la justicia como mediación fundamental de la paz y del orden social. Hay que pasar de la caridad asistencial y puntual, siempre necesaria, a la estructural; del prójimo individuo al prójimo colectivo; de la denuncia de los pecados a la lucha contra las cristalizaciones del pecado en la sociedad”.[4]
En otras palabras, el Reino de Dios nos demanda más imaginación y solidaridad con las causas humanas auténticas para así lograr desmitificar la imagen de una religiosidad inoperante y pasiva, que existe sólo para adormecer voluntades y producir falsas seguridades. La espiritualidad del Reino nos exige sumarnos a las luchas y procesos que contribuyan a la humanización más plena. Por ello Jesús denuncia la espiritualidad exterior y sugiere una búsqueda de Dios que produzca verdaderos “solitarios solidarios” desde la experiencia de la oración del Reino, porque eso es el llamado “Padre Nuestro” (6.1-5) y el verdadero ayuno tampoco debe ser un acto de presunción espiritual (6.16-18), en la línea de la crítica profética de Isaías 58.3-7. Ya con la mente en la necesidad de dar instrucciones histórico-escatológicas para los discípulos/as en su peregrinaje por el mundo, Jesús exhorta a no preocuparse demasiado por las posesiones ni por el dinero (6.19-21), y en lenguaje simbólico, los llama a ser verdadera luz en el mundo (6.22-23).
Finalmente, la preocupación existencial exagerada (merimna, en griego) sería como el mal de nuestro tiempo, causante del estrés, algunas formas de depresión e incluso del trabajolismo (por los trabajólicos o “adictos al trabajo”) es aludida directamente por Jesús en la sección final del cap. 6 (vv. 24-34). La espiritualidad del Reino, debido al tipo de prioridades que coloca en nuestras vidas, es capaz de ayudarnos a salir de esta ansiedad. Si “los afanes de este mundo” (y no los del otro, los del mundo deseado por Dios) dominan nuestra conciencia, se restará en gran medida nuestra capacidad para acceder a los designios divinos para el crecimiento de los signos de su reino en el mundo y también para ser verdaderos y constantes promotores de dicha presencia. Si se busca, como principal preocupación el Reino de Dios (6.33) todo lo demás encuentra su lugar en una nueva escala de valores, igual que Jesús puso ese criterio en primer lugar para fundar su fe, su espiritualidad y, sobre todo, su práctica cotidiana. Por lo demás, el sabor a literatura sapiencial en las palabras de Jesús es inconfundible.
El sermón cierra con una serie de exhortaciones para vivir con la llamada “regla de oro” como premisa básica (7.7-14), a atender los signos de los tiempos en el discernimiento de los falsos profetas (7.15-20) y a fundamentar la vida entera en la roca que, una vez más, son los valores expuestos previamente, los del Reino del Dios de la vida, todo ello para instalar un cambio en las relaciones humanas, aunque ahora nos vengan a decir que Jesús fue todo, menos un revolucionario.[5]
[1] J.M. Vigil, “Creer como Jesús: la espiritualidad del Reino. Elementos fundantes de nuestra espiritualidad latinoamericana”, en Rebista Electrónica Latinoamericana de Teología, http://www.servicioskoinonia.org/relat/191.htm.
[2] Idem.
[3] J.M. Castillo, La espiritualidad de los laicos: en una iglesia de comunión. Madrid, Paulinas, 1992, p. 283. Énfasis agregado.
[4] Ibid., p. 282.
[5] Cf. M. Mora, “El Papa combate en su nuevo libro la idea de un Jesús revolucionario”, en El País, 11 de marzo de 2011, www.elpais.com/articulo/sociedad/Papa/combate/nuevo/libro/idea/Jesus/revolucionario/elpepisoc/20110311elpepisoc_6/Tes. El título del libro es: Jesús de Nazaret. Desde la entrada en Jerusalén hasta la resurrección.
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