Por. Beatriz Garrido, Daniel Hofkamp, España*
El cristiano ghanés Emmanuel Yawson reencuentra la fe tras perderla y embarcarse en un endeble cayuco buscando la muerte.
La historia de Emmanuel Yawson comienza en Ghana. Su familia iba regularmente a una iglesia pentecostal, donde aprendió a conocer a Dios de una forma real y personal. El joven Emmanuel tenía sueños por cumplir y se fue del país, a Gambia, buscando un futuro más próspero. Pero lo que allí vivió le obligó a cambiar todos sus planes.
“En Gambia estuve viviendo tres años. Cuando llegué me integré, conseguí empleo como delineante en una empresa constructora”, cuenta Emmanuel, que reconoce que allí se integró en una iglesia e intentaba ayudar a las personas con más necesidades de la comunidad. “Iba bien, daba muchos ingresos”, hasta que “surgieron problemas. Mis socios me estafaron, quedándose con mi mercancía y vendiéndosela a otros”.
La frustración se apoderó de un joven que había trabajado muy duro para verse, repentinamente, sin nada. “Me preguntaba ¿por qué Dios permitió que me pasara esto? Empecé a dudar sobre la existencia de Dios”, explica sincero. “Nadie me daba respuestas. Te preguntas ¿dónde está Dios, el que debería protegerte o cuidar de tus intereses? Empecé a creer que este Dios no existía. Dejé de ir a la iglesia”.
A la necesidad materuial se unió otra más profunda, la necesidad de respuestas, una necesidad profundamente espiritual. “En el momento de la rabia, del enfado, de todo culpaba a Dios. Yo pensé 'Si este Dios existe y él juzgará a todos los muertos, la muerte es la única forma de comprobar si existe de verdad". Como no tenía valor para matarse, "me junté a unos chicos que me contaron que viajaban a España. Iban en cayuco. Uno de ellos me dijo que en el anterior viaje, ese mismo cayuco se había partido en dos”.
Emmanuel embarcó en un cayuco junto a otras 123 personas, todos hombres. “No entiendes por qué estás ahí. No crees que llegarás a esto”, confiesa. La realidad es que el viaje en patera se desarrolla tal y como él imaginaba: lleno de peligros.
LA FIEREZA DEL MAR
“Estuvimos once días en el mar. Hubo muchos sucesos. El día 9 estábamos en el mar de Marruecos, cruzando a Europa, y hubo una tormenta muy fuerte. El cayuco se rompía, se estaba abriendo en dos. Tiramos cuerdas para intentar sujetarlo. El barco medía unos quince metros”, detalla Emmanuel en una entrevista en Protestante Digital.
El barco seguía resquebrajándose en medio de la tormenta. Emmanuel recuerda cómo se organizaban para luchar por sobrevivir: “Había seis personas recogiendo el agua que estaba entrando. Había agujeros y no teníamos como taparlos. Nos quedaba poco para que se hundiera el barco”.
Con el paso de las horas, la frustración comenzó a hacer mella en los pasajeros. Hasta los líderes de la embarcación admitían que “no llegaríamos a nuestro destino”. Una situación extrema que llevó al capitán a pedir a sus pasajeros que orasen, cada uno a sus dioses. “Empezaron los nativos haciendo rituales con una bebida alcohólica, pidiendo a la madre naturaleza que nos salvara. Luego, los senegaleses musulmanes cantaban, creo que en árabe, y todo seguía igual, todo se rompía”.
“Finalmente – recuerda Emmanuel – nos tocó a los cristianos. Yo, con todo lo que me había pasado, lo último que quería era orar a Jesús. Me metí en un agujero a descansar, con frío. Por unos minutos nadie decía nada. Entonces alguien empezó a tirar de mí mientras decía 'este es un pastor, le conozco, su padre es un pastor'. Y antes de decirles nada ya estaba allí en medio”. La situación era desesperada para todos. “Todo el mundo estaba allí llorando. A la hora de morir todos están desesperados. Es una escena muy triste, caras que nunca se olvidan”.
Emmanuel entendió en ese momento que no tenía más renmedio que orar. “Subí al medio y empecé a orar. Oré con enfado. Antes de orar dije que sabía que todos iban a morir igual. Yo pensaba que nadie se iba a salvar”. Sin embargo, venció su incredulidad y se puso a orar.
“Algo curioso pasó – cuenta Emmanuel -. Mis oraciones en casa no duran mucho. Pero aquel día estuve más de seis minutos orando. Sabía lo que decía, y escuchaba a la gente diciendo 'amén'. Escuchabas el viento y el mar. Y en medio de la oración escucho al que llevaba la máquina: estamos a flote, Dios nos ha salvado. En aquel momento, todo el mar estaba en calma alrededor del barco, era como si la tormenta se hubiera parado de golpe”. “Yo en aquel momento no lo creía”, se sincera Emmanuel, que había huido buscando a Dios a través de la muerte y era éste quien le estaba buscando a él.
UNA VIDA TRANSFORMADA
Tras la tormenta y el reflote del barco, el viaje continuaba, aunque sin demasiadas esperanzas aún. “Estuvimos dos días más viajando, hasta que llegamos al mar de Canarias, cuando nos quedaban unos 80 km para llegar. La comida se acabó, el agua también, lo mismo la gasolina”. Una vez más la situación se volvía extrema, cuando “apareció un avión del ejército, que sacó unas fotos. Sobre las nueve de la noche vino el barco de salvamento marítimo. Nos recogieron a nosotros y hundieron el barco”, recuerda Emmanuel. “Todos se salvaron”.
Ya en España, Emmanuel pudo reconciliarse con Dios. “Encontré trabajo, pude pagar las deudas, comencé a pensar con mucha claridad. Cuando era joven preguntaba a mis padres ¿por qué vamos a la iglesia? Yo no quería ir porque ellos fueran. Yo buscaba un motivo para que Dios fuese mi Dios. Todo este incidente del robo, del cayuco, me demostró que hay un Dios que vive. Cuando yo oré, pasó algo. Creo que Dios me quería decir algo, que no tengo que morir para saber que él está ahí”.
Emmanuel Yawson vive ahora en Pontevedra, donde se congrega en una iglesia. Hasta canta en el grupo de alabanza cada domingo. “Mi relación con Dios es mucho mejor ahora. Mejor que hace años. Toda la experiencia que tuve, tenía que superarla para poder llegar a otro nivel en mi vida cristiana. Uno tiene que pasar por pruebas para llegar a la siguiente fase. Pude terminar en la iglesia adecuada. He aprendido muchísimo, aprendiendo lo que he vivido con estas personas, sabiendo lo que Dios es capaz de hacer en nuestros momentos más difíciles”.
Y su experiencia también le ha dejado un mensaje que compartir con los demás. “Cuando pasas por estas cosas, solo piensas en el dolor, a veces en la venganza. Pero una persona tiene que ser capaz de mirar un poco más allá, y poner su fe en Dios. A menudo no hacer preguntas como ¿por qué?, sino ¿para qué? Las preguntas deben hacerse y en el momento debido Dios las responde”.
MULTIMEDIA
El cristiano ghanés Emmanuel Yawson reencuentra la fe tras perderla y embarcarse en un endeble cayuco buscando la muerte.
La historia de Emmanuel Yawson comienza en Ghana. Su familia iba regularmente a una iglesia pentecostal, donde aprendió a conocer a Dios de una forma real y personal. El joven Emmanuel tenía sueños por cumplir y se fue del país, a Gambia, buscando un futuro más próspero. Pero lo que allí vivió le obligó a cambiar todos sus planes.
“En Gambia estuve viviendo tres años. Cuando llegué me integré, conseguí empleo como delineante en una empresa constructora”, cuenta Emmanuel, que reconoce que allí se integró en una iglesia e intentaba ayudar a las personas con más necesidades de la comunidad. “Iba bien, daba muchos ingresos”, hasta que “surgieron problemas. Mis socios me estafaron, quedándose con mi mercancía y vendiéndosela a otros”.
La frustración se apoderó de un joven que había trabajado muy duro para verse, repentinamente, sin nada. “Me preguntaba ¿por qué Dios permitió que me pasara esto? Empecé a dudar sobre la existencia de Dios”, explica sincero. “Nadie me daba respuestas. Te preguntas ¿dónde está Dios, el que debería protegerte o cuidar de tus intereses? Empecé a creer que este Dios no existía. Dejé de ir a la iglesia”.
A la necesidad materuial se unió otra más profunda, la necesidad de respuestas, una necesidad profundamente espiritual. “En el momento de la rabia, del enfado, de todo culpaba a Dios. Yo pensé 'Si este Dios existe y él juzgará a todos los muertos, la muerte es la única forma de comprobar si existe de verdad". Como no tenía valor para matarse, "me junté a unos chicos que me contaron que viajaban a España. Iban en cayuco. Uno de ellos me dijo que en el anterior viaje, ese mismo cayuco se había partido en dos”.
Emmanuel embarcó en un cayuco junto a otras 123 personas, todos hombres. “No entiendes por qué estás ahí. No crees que llegarás a esto”, confiesa. La realidad es que el viaje en patera se desarrolla tal y como él imaginaba: lleno de peligros.
LA FIEREZA DEL MAR
“Estuvimos once días en el mar. Hubo muchos sucesos. El día 9 estábamos en el mar de Marruecos, cruzando a Europa, y hubo una tormenta muy fuerte. El cayuco se rompía, se estaba abriendo en dos. Tiramos cuerdas para intentar sujetarlo. El barco medía unos quince metros”, detalla Emmanuel en una entrevista en Protestante Digital.
El barco seguía resquebrajándose en medio de la tormenta. Emmanuel recuerda cómo se organizaban para luchar por sobrevivir: “Había seis personas recogiendo el agua que estaba entrando. Había agujeros y no teníamos como taparlos. Nos quedaba poco para que se hundiera el barco”.
Con el paso de las horas, la frustración comenzó a hacer mella en los pasajeros. Hasta los líderes de la embarcación admitían que “no llegaríamos a nuestro destino”. Una situación extrema que llevó al capitán a pedir a sus pasajeros que orasen, cada uno a sus dioses. “Empezaron los nativos haciendo rituales con una bebida alcohólica, pidiendo a la madre naturaleza que nos salvara. Luego, los senegaleses musulmanes cantaban, creo que en árabe, y todo seguía igual, todo se rompía”.
“Finalmente – recuerda Emmanuel – nos tocó a los cristianos. Yo, con todo lo que me había pasado, lo último que quería era orar a Jesús. Me metí en un agujero a descansar, con frío. Por unos minutos nadie decía nada. Entonces alguien empezó a tirar de mí mientras decía 'este es un pastor, le conozco, su padre es un pastor'. Y antes de decirles nada ya estaba allí en medio”. La situación era desesperada para todos. “Todo el mundo estaba allí llorando. A la hora de morir todos están desesperados. Es una escena muy triste, caras que nunca se olvidan”.
Emmanuel entendió en ese momento que no tenía más renmedio que orar. “Subí al medio y empecé a orar. Oré con enfado. Antes de orar dije que sabía que todos iban a morir igual. Yo pensaba que nadie se iba a salvar”. Sin embargo, venció su incredulidad y se puso a orar.
“Algo curioso pasó – cuenta Emmanuel -. Mis oraciones en casa no duran mucho. Pero aquel día estuve más de seis minutos orando. Sabía lo que decía, y escuchaba a la gente diciendo 'amén'. Escuchabas el viento y el mar. Y en medio de la oración escucho al que llevaba la máquina: estamos a flote, Dios nos ha salvado. En aquel momento, todo el mar estaba en calma alrededor del barco, era como si la tormenta se hubiera parado de golpe”. “Yo en aquel momento no lo creía”, se sincera Emmanuel, que había huido buscando a Dios a través de la muerte y era éste quien le estaba buscando a él.
UNA VIDA TRANSFORMADA
Tras la tormenta y el reflote del barco, el viaje continuaba, aunque sin demasiadas esperanzas aún. “Estuvimos dos días más viajando, hasta que llegamos al mar de Canarias, cuando nos quedaban unos 80 km para llegar. La comida se acabó, el agua también, lo mismo la gasolina”. Una vez más la situación se volvía extrema, cuando “apareció un avión del ejército, que sacó unas fotos. Sobre las nueve de la noche vino el barco de salvamento marítimo. Nos recogieron a nosotros y hundieron el barco”, recuerda Emmanuel. “Todos se salvaron”.
Ya en España, Emmanuel pudo reconciliarse con Dios. “Encontré trabajo, pude pagar las deudas, comencé a pensar con mucha claridad. Cuando era joven preguntaba a mis padres ¿por qué vamos a la iglesia? Yo no quería ir porque ellos fueran. Yo buscaba un motivo para que Dios fuese mi Dios. Todo este incidente del robo, del cayuco, me demostró que hay un Dios que vive. Cuando yo oré, pasó algo. Creo que Dios me quería decir algo, que no tengo que morir para saber que él está ahí”.
Emmanuel Yawson vive ahora en Pontevedra, donde se congrega en una iglesia. Hasta canta en el grupo de alabanza cada domingo. “Mi relación con Dios es mucho mejor ahora. Mejor que hace años. Toda la experiencia que tuve, tenía que superarla para poder llegar a otro nivel en mi vida cristiana. Uno tiene que pasar por pruebas para llegar a la siguiente fase. Pude terminar en la iglesia adecuada. He aprendido muchísimo, aprendiendo lo que he vivido con estas personas, sabiendo lo que Dios es capaz de hacer en nuestros momentos más difíciles”.
Y su experiencia también le ha dejado un mensaje que compartir con los demás. “Cuando pasas por estas cosas, solo piensas en el dolor, a veces en la venganza. Pero una persona tiene que ser capaz de mirar un poco más allá, y poner su fe en Dios. A menudo no hacer preguntas como ¿por qué?, sino ¿para qué? Las preguntas deben hacerse y en el momento debido Dios las responde”.
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Cristiano ghanés reencuentra a Dios en un cayuco from Protestante Digital on Vimeo.
Autores: Beatriz Garrido, Daniel Hofkamp*© Protestante Digital 2011
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