martes, 10 de julio de 2012

En memoria de José Miguez Bonino

Por C. René Padilla, Argentina

Por varias razones, la noticia de la partida de José Míguez Bonino a mejor vida la noche del mismo día en que sucedió me conmovió profundamente. Una razón es que por varios años he deseado que Ediciones Kairós publique sus obras completas antes de su fallecimiento. Hoy lamento que no lo logré. La última vez que lo vi le hablé sobre ese tema. No olvido su respuesta. Con su característico sentido de humor me respondió: “¡Menos mal que si logras tu objetivo de publicar mis obras completas, no estoy obligado a leerlas!”
Conocí a Míguez unos meses después de que me radiqué en Buenos Aires con mi familia, en 1967. Andrés Kirk, que también llegó a la Argentina ese mismo año, estaba enseñando en la Facultad Teológica (hoy ISEDET), y él y yo tomamos la iniciativa para formar, en 1970, la Asociación Teológica Evangélica (ATE). El propósito era promover la reflexión a nivel interdenominacional especialmente entre los profesores de las varias instituciones teológicas de la ciudad. Las reuniones mensuales de ese grupo me proveyeron la oportunidad de entablar amistad con José Míguez, entre otros, y de crecer en mi aprecio por él como persona y como teólogo.
En junio de 1972, por iniciativa de la Fraternidad Teológica Latinoamericana (FTL), de reciente formación, organizamos en Lima una consulta sobre ética social. Invitamos a José a presentar una ponencia sobre la teología de la liberación, que estaba dando sus primeros pasos en círculos católicos romanos. Su ponencia formó parte de Fe cristiana y Latinoamérica hoy (Ediciones Certeza, Buenos Aires,1974), junto con las de otros participantes, entre ellos Samuel Escobar, Pedro Arana, Justo González y Orlando Costas.
En diciembre de ese mismo año se realizó la primera consulta continental de la FTL (aparte de la inaugural), de nuevo en Lima, esta vez sobre el Reino de Dios. Míguez fue invitado como uno de los oradores del plenario. Una entidad evangélica estadounidense se había comprometido a apoyar económicamente ese encuentro. Cuando se enteró que él sería uno de los oradores, sin embargo, condicionó el cumplimiento de su compromiso: o cancelábamos la invitación a Míguez como orador, o no contaríamos con ese apoyo. La decisión de la comisión directiva de la FTL a favor de mantener la invitación al orador fue unánime, y como consecuencia la entidad en mención retiró su apoyo. Míguez preparó su ponencia sobre “El Reino de Dios y la historia”, pero por razones de salud no puedo asistir al encuentro. De todos modos, su valioso aporte fue incluido, junto con las demás ponencias de la Consulta, en El Reino de Dios y América Latina (Cada Bautista de Publicaciones, El Paso,1975).
Si no me falla la memoria, el siguiente encuentro de la FTL a nivel continental al que José Míguez fue invitado como orador fue el que se llevó a cabo en Quito en 1990, bajo el lema “Teología y vida”, en celebración del vigésimo aniversario de la FTL. Mi pedido, en mi calidad de Secretario General de la FTL en ese entonces, fue que él y John Yoder sirvieran como interlocutores de varios de los ponentes encargados de las presentaciones principales del encuentro. Años después, refiriéndose a ese inolvidable encuentro, Míguez escribirá que “resume y ‘relanza’ trabajos realizados en una serie de consultas sobre economía, política y sociedad, de los años anteriores. Sin duda se advierte la diversidad de análisis y de posturas, pero igualmente la seriedad y urgencia con que se encara el trabajo”.
Mi ciclo de servicio como Secretario General de la FTL concluyó en septiembre de 1992 con CLADE III. Otra vez invité a Míguez para que diera una de las ponencias del plenario en ese Congreso. Me alegré cuando años después el teólogo rioplatense afirmó respecto a CLADE III que “rebasa los límites de la FTL para constituirse en un verdadero ‘congreso protestante latinoamericano’ tanto por la amplitud de la representación como por la riqueza de los materiales y la libertad de la discusión. Estuvimos allí en presencia de un verdadero ‘evento ecuménico’ –si los lectores me permiten el uso de este término controversial—del protestantismo latinoamericano”.
José Míguez también asistió a la Asamblea de la FTL que se realizó en Santiago de Chile en 1996. En efecto, en ese encuentro formalizó su relación con la FTL vinculándose a ésta en calidad de miembro. En conversación personal al respecto lo escuché decir que hasta ese entonces pensaba que podía contribuir más a los objetivos de la FTL sin ser miembro, pero que llegó el momento de reconocer la validez de lo que afirmó en la Cátedra Carnaham 1993 en Buenos Aires, como consta en el Prefacio a Rostros del Protestantismo latinoamericano: ’“He sido catalogado diversamente como conservador, revolucionario, barthiano, liberal, catolizante, moderado, liberacionista. Probablemente todo eso sea cierto. No soy yo quien tiene que pronunciarse al respecto. Pero si trato de definirme en mi fuero íntimo, lo que “me sale de adentro” es que soy evangélico…. Si soy evangélico o no, tampoco me corresponde a mi decirlo. Ni me preocupa que otros lo afirmes o lo nieguen. Lo que en verdad soy corresponde a la gracia de Dios. Pero al menos eso es lo que siempre he querido ser”.
La última actividad a nivel continental de la FTL a la cual asistió Míguez fue CLADE IV, en Quito, en 2000. Lo hizo en vísperas de una operación quirúrgica y tuvo que regresar a Buenos Aires mucho antes de que terminara el Congreso. Se me ocurre que el que él tuviera que retirarse del encuentro antes de su conclusión puede servir como una suerte de símbolo de lo que sucedió con su brillante articulación teológica. Yo tuve el honor de publicar dos de sus libros: Rostros del Protestantismo latinoamericano (Nueva Creación, 1995) y Poder del Evangelio y poder político: La participación de los evangélicos en la vida política en América Latina (Ediciones Kairós, 1999). En algún momento los dos conversamos sobre la posibilidad de otro libro que él escribiría para Ediciones Kairós sobre uno los temas centrales de toda su reflexión: la unidad de la iglesia. Pero él sufrió un derrame cerebral que frustró ese proyecto.
A pesar de eso, no tengo la menor duda del valioso legado que José Míguez deja a las generaciones que le siguen y nos siguen. Aparte de la ejemplar trayectoria de su vida como discípulo de Jesucristo al servicio de Dios y de la iglesia, y aparte de la inmensa riqueza de su vasta producción teológica, José ha dejado a la nueva generación evangélica latinoamericana la agenda para la reflexión teológica que requiere atención en los próximos años. Me permito sugerir que esa agenda se resume en los dos últimos capítulos de Rostros del Protestantismo latinoamericano: “En busca de una coherencia teológica: la Trinidad como criterio hermenéutico de una teología protestante latinoamericana” (cap. 5) y “En búsqueda de la unidad: la misión como principio material de una teología protestante latinoamericana” (cap. 6).

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Fuente: El blog de René Padilla

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