Nos llega una noticia desagradable. José Míguez Bonino ha partido de esta tierra.
Por. Carmelo Alvarez, Estados Unidos
Pero nos alegra que su vida tan creativa y productiva nos acompaña ahora y siempre. Lo conocí en el Seminario Evangélico de Puerto Rico, siendo yo un estudiante novicio y deseoso de aprender, teologuillo en ciernes. El dictaba unas conferencias sobre integridad humana y unidad cristiana que me han sido de inspiración por todos estos años.
Mi primera impresión fue la de un maestro erudito y conferenciante experimentado. Unido a ello la capacidad de saber responder con sabiduría y acierto. Eso me cautivó siempre y marcó mi estilo como maestro y conferencista. Su capacidad pedagógica me influyó en mi propio peregrinaje. Quise ser maestro de las iglesias y no un mero teólogo de escritorio. Lo oí tantas veces exponer con serenidad, aplomo y acierto, y nos encontramos en tantos eventos y reuniones, imposible de enumerar. En muchas de ellas fui hasta su chofer y acompañante. ¡Y siempre me inspiró!
Míguez es un teólogo fuera de serie, como decimos en el Caribe. Una personalidad excepcional. Tendría la tentación de relatar muchas historias, algunas de ellas hasta con potencial de tragedia. Voy a relatar tres.
Tanto José como yo participamos en innumerables momentos ecuménicos, desde el Consejo Latinoamericano de Iglesias hasta la Asociación Ecuménica de Teólogos del Tercer Mundo (ASETT). En la Asamblea de Iglesias en Oaxtepec, México, en septiembre de 1978, José y yo éramos asesores del proceso hacia la búsqueda de formar un consejo latinoamericano de iglesias. Recuerdo vivamente esa noche crucial en que José Míguez Bonino presentó, casi en la madrugada, la moción para constituir el CLAI en formación. En un momento de la discusión se fue la electricidad. Creíamos que alguna conspiración podría frustrar el proceso. Los rumores eran tan extremos y diversos que vivíamos cada día a la expectativa de un fracaso. Algunas voces decían que la CIA estaba detrás del proceso, otros afirmaban que Fidel Castro manipulaba desde La Habana invisiblemente para controlar el proceso. Justamente cuando subíamos hacia el segundo piso donde se presentaría el proyecto para la discusión de la formación del CLAI, José me tomó por la mano y me expresó con una sonrisa sincera y diáfana, “Carmelo, hemos esperado cinco décadas por este momento: Creo que la historia nos está marcando y debemos hacerlo”. Yo asentí con entusiasmo. Y esa madrugada decidimos que íbamos a formar el CLAI.
La siguiente historia tiene que ver con la concesión del doctorado honoris causa que la Universidad Libre de Holanda le confiriera a Míguez en el centenario de esa prestigiosa universidad reformada en su centenario de 1980. Yo participaba como rector del Seminario Bíblico Latinoamericano en San José, Costa Rica. Teníamos una relación muy cercana con dicha universidad y nos habían invitado a dicha celebración histórica. Era una ceremonia muy protocolar y extensa, con la presencia de la reina Beatriz de los Países Bajos.
Me dispuse a felicitar a José, ubicándome en la fila asignada. Cuando finalmente llegué hasta José nos dimos un abrazo efusivo y me comunicó con su proverbial humor, “Che, que bueno que te veo, me estaba sofocando toda esta gente. A mí esto no me agrada mucho, como bien sabes”.
La otra experiencia tiene que ver con un accidente automovilístico. José y Noemí, su recordada esposa, estaban en el Seminario Teológico de Princeton, él como profesor invitado de la Cátedra Juan A. Mackay por un semestre. Y coordinamos que nos visitaran en el Seminario Teológico Cristiano de Indianápolis, Indiana, por una semana. En uno de aquellos días en que yo como anfitrión y chofer los paseaba por la ciudad una joven que manejaba su automóvil a velocidad excesiva y nos impactó en plena avenida. Al momento del impacto José y Noemí reaccionaron con mucha calma y al salir de mi automóvil (pérdida total posteriormente) procedieron a socorrer a la joven del otro vehículo que nos impactó. Ella estaba aturdida y atolondrada.
Cuando la policía llegó Míguez le dio un relato pormenorizado a la policía en buen y fluido inglés sobre lo acontecido. Yo no tuve que hablar. Además, José y Noemí, se aseguraron que la joven estaba por lo menos serena cuando llegó la ambulancia.
Estoy adolorido y agradecido a la vez. Conocer, trabajar y compartir con este maestro y mentor de todos y todas ha sido un gran privilegio. Que me considerara su colega y amigo me da una alegría casi indescriptible. Compartimos tanto, reímos en tantas ocasiones en innumerables lugares del mundo ecuménico, nos preocupamos tanto por esas iglesias que amamos profundamente, y que por ratos nos duelen e inquietan. Por sobre todas las cosas, aprendimos a intentar hacer teología para ellas aunque fuéramos malentendidos. Yo creo que nos han amado mucho. En ello José Míguez Bonino me enseñó tanto a tomarlas en serio a pesar de todo, que adjudico a su consejo y amonestación el hecho que nos han admirado y respetado tanto.
José, alguien dijo una vez que eras el decano de los teólogos protestantes latinoamericanos y caribeños. Ese título tan merecido no lo dice todo. Tú has sido maestro de humildad, sabiduría y paciencia. Tú legado de amor y dedicación nos ha bendecido grandemente. Eres decano de la bondad y la integridad. Gracias, por tú verticalidad y entereza. Gracias por amar a tu patria Argentina y a esta patria grande con toda tu mente y corazón.
José, en la propia dimensión de nuestra amistad, y en medio de ella, Dios ha estado. Ahora le perteneces plenamente a ese Dios al que hemos servido. Aguardamos ese día en que ese Dios haga nuevas todas las cosas y nos abrace para encontrarnos. Como siempre reiremos y compartiremos esta amistad y fraternidad que no termina nunca. Como te decía siempre, “Giuseppe, te quiero”.
Tuyo firme y fiel, Carmelo Álvarez
Fuente: ALCNOTICIAS.NET
Por. Carmelo Alvarez, Estados Unidos
Pero nos alegra que su vida tan creativa y productiva nos acompaña ahora y siempre. Lo conocí en el Seminario Evangélico de Puerto Rico, siendo yo un estudiante novicio y deseoso de aprender, teologuillo en ciernes. El dictaba unas conferencias sobre integridad humana y unidad cristiana que me han sido de inspiración por todos estos años.
Mi primera impresión fue la de un maestro erudito y conferenciante experimentado. Unido a ello la capacidad de saber responder con sabiduría y acierto. Eso me cautivó siempre y marcó mi estilo como maestro y conferencista. Su capacidad pedagógica me influyó en mi propio peregrinaje. Quise ser maestro de las iglesias y no un mero teólogo de escritorio. Lo oí tantas veces exponer con serenidad, aplomo y acierto, y nos encontramos en tantos eventos y reuniones, imposible de enumerar. En muchas de ellas fui hasta su chofer y acompañante. ¡Y siempre me inspiró!
Míguez es un teólogo fuera de serie, como decimos en el Caribe. Una personalidad excepcional. Tendría la tentación de relatar muchas historias, algunas de ellas hasta con potencial de tragedia. Voy a relatar tres.
Tanto José como yo participamos en innumerables momentos ecuménicos, desde el Consejo Latinoamericano de Iglesias hasta la Asociación Ecuménica de Teólogos del Tercer Mundo (ASETT). En la Asamblea de Iglesias en Oaxtepec, México, en septiembre de 1978, José y yo éramos asesores del proceso hacia la búsqueda de formar un consejo latinoamericano de iglesias. Recuerdo vivamente esa noche crucial en que José Míguez Bonino presentó, casi en la madrugada, la moción para constituir el CLAI en formación. En un momento de la discusión se fue la electricidad. Creíamos que alguna conspiración podría frustrar el proceso. Los rumores eran tan extremos y diversos que vivíamos cada día a la expectativa de un fracaso. Algunas voces decían que la CIA estaba detrás del proceso, otros afirmaban que Fidel Castro manipulaba desde La Habana invisiblemente para controlar el proceso. Justamente cuando subíamos hacia el segundo piso donde se presentaría el proyecto para la discusión de la formación del CLAI, José me tomó por la mano y me expresó con una sonrisa sincera y diáfana, “Carmelo, hemos esperado cinco décadas por este momento: Creo que la historia nos está marcando y debemos hacerlo”. Yo asentí con entusiasmo. Y esa madrugada decidimos que íbamos a formar el CLAI.
La siguiente historia tiene que ver con la concesión del doctorado honoris causa que la Universidad Libre de Holanda le confiriera a Míguez en el centenario de esa prestigiosa universidad reformada en su centenario de 1980. Yo participaba como rector del Seminario Bíblico Latinoamericano en San José, Costa Rica. Teníamos una relación muy cercana con dicha universidad y nos habían invitado a dicha celebración histórica. Era una ceremonia muy protocolar y extensa, con la presencia de la reina Beatriz de los Países Bajos.
Me dispuse a felicitar a José, ubicándome en la fila asignada. Cuando finalmente llegué hasta José nos dimos un abrazo efusivo y me comunicó con su proverbial humor, “Che, que bueno que te veo, me estaba sofocando toda esta gente. A mí esto no me agrada mucho, como bien sabes”.
La otra experiencia tiene que ver con un accidente automovilístico. José y Noemí, su recordada esposa, estaban en el Seminario Teológico de Princeton, él como profesor invitado de la Cátedra Juan A. Mackay por un semestre. Y coordinamos que nos visitaran en el Seminario Teológico Cristiano de Indianápolis, Indiana, por una semana. En uno de aquellos días en que yo como anfitrión y chofer los paseaba por la ciudad una joven que manejaba su automóvil a velocidad excesiva y nos impactó en plena avenida. Al momento del impacto José y Noemí reaccionaron con mucha calma y al salir de mi automóvil (pérdida total posteriormente) procedieron a socorrer a la joven del otro vehículo que nos impactó. Ella estaba aturdida y atolondrada.
Cuando la policía llegó Míguez le dio un relato pormenorizado a la policía en buen y fluido inglés sobre lo acontecido. Yo no tuve que hablar. Además, José y Noemí, se aseguraron que la joven estaba por lo menos serena cuando llegó la ambulancia.
Estoy adolorido y agradecido a la vez. Conocer, trabajar y compartir con este maestro y mentor de todos y todas ha sido un gran privilegio. Que me considerara su colega y amigo me da una alegría casi indescriptible. Compartimos tanto, reímos en tantas ocasiones en innumerables lugares del mundo ecuménico, nos preocupamos tanto por esas iglesias que amamos profundamente, y que por ratos nos duelen e inquietan. Por sobre todas las cosas, aprendimos a intentar hacer teología para ellas aunque fuéramos malentendidos. Yo creo que nos han amado mucho. En ello José Míguez Bonino me enseñó tanto a tomarlas en serio a pesar de todo, que adjudico a su consejo y amonestación el hecho que nos han admirado y respetado tanto.
José, alguien dijo una vez que eras el decano de los teólogos protestantes latinoamericanos y caribeños. Ese título tan merecido no lo dice todo. Tú has sido maestro de humildad, sabiduría y paciencia. Tú legado de amor y dedicación nos ha bendecido grandemente. Eres decano de la bondad y la integridad. Gracias, por tú verticalidad y entereza. Gracias por amar a tu patria Argentina y a esta patria grande con toda tu mente y corazón.
José, en la propia dimensión de nuestra amistad, y en medio de ella, Dios ha estado. Ahora le perteneces plenamente a ese Dios al que hemos servido. Aguardamos ese día en que ese Dios haga nuevas todas las cosas y nos abrace para encontrarnos. Como siempre reiremos y compartiremos esta amistad y fraternidad que no termina nunca. Como te decía siempre, “Giuseppe, te quiero”.
Tuyo firme y fiel, Carmelo Álvarez
Fuente: ALCNOTICIAS.NET
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