Por. Cervantes-Ortiz, México*
Leyendo la Biblia, leyendo la vida (II)
(Abordajes cotidianos a la literatura sapiencial)
Uno de los ejes sociológicos y literarios más importantes al momento de abordar la manera en que las comunidades de fe se apropian de los textos sapienciales del Antiguo Testamento es la distinción entre las culturas “cultas” y las “populares”, pues, como bien ha demostrado Néstor García Canclini, el consumo de bienes culturales en las sociedades latinoamericanas es más bien ecléctico y espontáneo, muy distante de las imposiciones de los monopolios, gobiernos u otras instancias institucionales que tratan de dictar el gusto de las mayorías.(1)
Algo similar se podría decir acerca del acceso a la “sabiduría bíblica” de los lectores y lectoras actuales en América latina, en un ambiente religioso culturalmente elitista, potenciado a veces incluso por la inaccesibilidad económica de las traducciones más recientes de la Biblia, un fenómeno que obliga a mantener la vigencia de la oralidad como la tradición más afín al origen mismo de los textos sapienciales.(2) Pero si aceptamos con Rolando López los propósitos liberadores profundos de la literatura sapiencial para el pueblo escasamente educado y no tan ligado a la cultura del libro, propia de las clases sociales dominantes, estaremos dando grandes pasos en el acceso a la interpretación y vivencia populares de estos textos.
Así será posible redescubrir el origen social de esta literatura para “devolverla” a sus autores y relanzar el impulso que la produjo en el efecto renovador que puede tener en los espacios populares de hoy:
Leyendo la Biblia, leyendo la vida (II)
(Abordajes cotidianos a la literatura sapiencial)
Uno de los ejes sociológicos y literarios más importantes al momento de abordar la manera en que las comunidades de fe se apropian de los textos sapienciales del Antiguo Testamento es la distinción entre las culturas “cultas” y las “populares”, pues, como bien ha demostrado Néstor García Canclini, el consumo de bienes culturales en las sociedades latinoamericanas es más bien ecléctico y espontáneo, muy distante de las imposiciones de los monopolios, gobiernos u otras instancias institucionales que tratan de dictar el gusto de las mayorías.(1)
Algo similar se podría decir acerca del acceso a la “sabiduría bíblica” de los lectores y lectoras actuales en América latina, en un ambiente religioso culturalmente elitista, potenciado a veces incluso por la inaccesibilidad económica de las traducciones más recientes de la Biblia, un fenómeno que obliga a mantener la vigencia de la oralidad como la tradición más afín al origen mismo de los textos sapienciales.(2) Pero si aceptamos con Rolando López los propósitos liberadores profundos de la literatura sapiencial para el pueblo escasamente educado y no tan ligado a la cultura del libro, propia de las clases sociales dominantes, estaremos dando grandes pasos en el acceso a la interpretación y vivencia populares de estos textos.
Así será posible redescubrir el origen social de esta literatura para “devolverla” a sus autores y relanzar el impulso que la produjo en el efecto renovador que puede tener en los espacios populares de hoy:
Estamos de acuerdo con los críticos en que los Sapienciales son ?en su redacción final? la expresión literaria de una clase social económica y políticamente encumbrada. Pero lo que olvidan nuestros críticos es que el verdadero lugar de origen de esta literatura está en el pueblo y que sólo después de un proceso de apropiación, los sabios adaptaron la sabiduría popular y la expresaron en el estilo de una elite intelectual y cortesana. No sólo postulamos el origen popular de la Literatura Sapiencial; sostenemos también que es posible encontrar en ella las huellas de una corriente crítica y liberadora. Crítica en cuanto cuestiona, en el modo que le es propio, la sabiduría de los que parecen haber olvidado que la protección del pobre es tarea prioritaria de los gobernantes del pueblo de Dios. Liberadora en la medida que propone la justicia y la solidaridad con el oprimido como camino de realización personal y comunitaria. Para esta corriente no es posible llegar a ser hombre o mujer a cabalidad si hay otros que, por el peso de la opresión, están impedidos de realizar todas sus potencialidades humanas. Solidaridad con el oprimido y liberación del peso que lo aplasta son posibilidad y requisitos indispensables para la humanización y, por tanto, elemento esencial del proyecto sapiencial. Olvidar al pobre o, peor aún, ser responsable de su situación de empobrecimiento y opresión es algo que atenta contra la calidad de vida proclamada por los sabios.(3)
Con todo, no deja de resultar llamativa la forma en que algunos estudiosos, como John McKenzie, explican las características de la sabiduría hebrea recogida en esos libros como parte de un proceso social de apropiación de los mejores elementos para enfrentar los desafíos vitales en igualdad de condiciones. Para él, “la sabiduría era un principio de estabilidad en la vida de una persona”,(4) por lo que la producción, distribución y consumo de este bien cultural debía atravesar todo un proceso de socialización que no alcanzaba suficientemente a las clases sociales subalternas. Y describe muy bien la aportación de los sabios y sabias de Israel, en términos de la vida cotidiana:
Quizá lo que los sabios dicen ha sido expuesto mejor por otros; quizás el intrínseco valor y significado de su sabiduría ha sido asimilado por otras formas literarias. No los encontramos luchando con grandes ideas; les interesaban las pequeñas, insignificantes cosas de la vida: los diarios problemas de la familia y de la plaza del mercado, y la forma en que un hombre puede descubrir la paz, el orden, la satisfacción de sus deseos. La vida, por otra parte, está constituida por estas cosas pequeñas: los grandes éxitos, las grandes ideas, los esfuerzos heroicos no forman parte de la vida normal del hombre medio. Lo que hacen los sabios de Israel es enfocar la creencia hebrea en la suprema voluntad moral del Señor hacia estas pequeñeces de la vida sencilla”.(5)
Es decir, que al pathos de la teología de los profetas opusieron un punto de contacto con la experiencia individual y colectiva de la gente común, que más allá de tratar de comprender conflictos internacionales o grandes coyunturas, deseaba hallar respuestas para la vida cotidiana a partir de un logos eminentemente práctico. Sin embargo, el tono y la fuerza de muchos pasajes sapienciales se proyectan en un ámbito social sin la excusa de que éste no puede cambiar: al desengaño propio de la observación concienzuda de constantes y variables en la vida humana, respondieron con una sólida carga moral que buscaba causar un impacto digno de atención y fuerza transformadora. Porque creían verdaderamente en que la sabiduría era otra forma de revelación de Dios, además de la ley antigua, promovieron intensamente su cosmovisión alternativa.
En suma, se puede decir que mucha gente sencilla, reducida a la oralidad y a la falta de contacto con documentos escritos, como la que reflejan los textos agrados, tiene hoy su única escuela en el sabor coloquial y directo de la sabiduría concentrada en los refranes bíblicos, tan cercanos a los suyos propios, heredados de sus antepasados y, por lo tanto, vistos como propios y más cercanos a sus realidades de todos los días. Como se aprecia, por ejemplo, en Las tierras flacas, una gran novela de Agustín Yáñez que describe el mundo rural de México, antes y después de la Revolución.(6) Allí, como en muchos lugares de México, incluso los caciques tenían a los refranes como única forma de expresión para vehicular su pensamiento. Según Herón Pérez Martínez, esta novela documenta también “una manera de razonar” propia de la gente de rancho, o sea, su cosmovisión y sus puntos de vista.(7)
En una entrevista, Yáñez es muy explícito sobre las causas del uso popular de refranes: “Por una parte responde a la realidad descrita y, por otra, a la necesidad”.(8) Como el refranero bíblico, el lenguaje popular nutre el pensamiento de las personas sencillas, sin acceso a una educación formal y, al mismo tiempo, las dota de una cierta dosis de poesía, también muy lejos de sus posibilidades culturales de no ser por estos juegos verbales. La belleza literaria no está, de ninguna manera, peleada con la argumentación sólida, ni con la utilidad moral. Esta relación, tan poco destacada en muchos círculos evangélicos, constituye una mina de riquezas que está siempre en espera de quien desee aprovecharla. De este modo se construye una argumentación popular de mayor peso para los oídos de ciertas personas, esto es, con mayor autoridad lingüística y, por ende, moral, con lo que las fronteras entre lo culto y lo popular se borran, teniendo acceso la gente más sencilla a las profundas verdades del mensaje sapiencial.
Continuará
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1) Cf. N. García Canclini, Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad. México, Grijalbo, 1990; Ídem, “La globalización: productora de culturas híbridas”, en Actas del III Congreso Latinoamericano de la Asociación Internacional para el Estudio de la Música Popular, Red Internacional de Estduios Interculturales, Pontificia Universidad Católica del Perú, www.pucp.edu.pe/ridei/pdfs/081207.pdf ; y Misha Kojotovic, “Hibridez y desigualdad: García Canclini ante el neoliberalismo”, en Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, año XXVI, núm. 52. Lima-Hannover, segundo semestre de 2000, pp. 289-300, www.dartmouth.edu/~rcll/rcll52/52pdf/52kokotovich.PDF.
2) No obstante, no es posible olvidar el esfuerzo de autores como Luis Alonso Schökel, quien incluso en sus trabajos teóricos y estilísticos reconoce la necesidad de respetar y reavivar el trasfondo popular de libros como Proverbios. Cf. L. Alonso Schökel y E. Zurro, “Proverbios hebreos y refranero castellano”, en La traducción bíblica. Lingüística y estilística. Madrid, Cristiandad, 1977, pp. 90-125.
3) R. López, “La liberación de los oprimidos, ideal y práctica sapiencial”, en Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana, núm. 9, 1991, www.claiweb.org/ribla/ribla9/la%20liberacion%20d%20elos%20oprimidos.htm
4) J. McKenzie, “La sabiduría de los hebreos”, en Espíritu y mundo del Antiguo Testamento. Estella, Verbo Divino, 1968, p. 310.
5) Ibid., p. 319. Énfasis agregado.
6) A. Yáñez, Las tierras flacas. [1962] México, Joaquín Mortiz, 1975.
7) H. Pérez Martínez, El hablar lapidario. Ensayo de paremiología mexicana. Morelia, El Colegio de Michoacán, 1996, p. 164. Acerca del respeto que merece el pensamiento popular expresado en los refranes, Pérez Martínez cita la frase del escritor español Azorín, de que “las admiraciones de gente humilde valen tanto como las de las gentes aupadas”; y a Lutero, quien para referirse a la atención que merece el habla popular dijo que es bueno “verle el hocico al pueblo” (p. 163). Cf. H. Pérez Martínez, “El refranero ranchero de Las tierras flacas, de Agustín Yáñez”, en Paremia, núm. 13, 2004, Madrid, España, pp. 79-92, www.paremia.org/paremia/P13-11.pdf.
8) Emmanuel Carballo, “Agustín Yáñez”, en Helmy F. Giacoman, Homenaje a Agustín Yáñez. Madrid, Anaya-Las Américas, 1973, pp. 13-62, cit. por H. Pérez Martínez, op. cit., p. 165. Énfasis original.
Artículos anteriores de esta serie:
1 ¿Tiempo para la sabiduría en América latina?
*Cervantes-Ortiz es escritor, médico, teólogo y poeta mexicano.
Fuente: © L. Cervantes-Ortiz, ProtestanteDigital.com
Con todo, no deja de resultar llamativa la forma en que algunos estudiosos, como John McKenzie, explican las características de la sabiduría hebrea recogida en esos libros como parte de un proceso social de apropiación de los mejores elementos para enfrentar los desafíos vitales en igualdad de condiciones. Para él, “la sabiduría era un principio de estabilidad en la vida de una persona”,(4) por lo que la producción, distribución y consumo de este bien cultural debía atravesar todo un proceso de socialización que no alcanzaba suficientemente a las clases sociales subalternas. Y describe muy bien la aportación de los sabios y sabias de Israel, en términos de la vida cotidiana:
Quizá lo que los sabios dicen ha sido expuesto mejor por otros; quizás el intrínseco valor y significado de su sabiduría ha sido asimilado por otras formas literarias. No los encontramos luchando con grandes ideas; les interesaban las pequeñas, insignificantes cosas de la vida: los diarios problemas de la familia y de la plaza del mercado, y la forma en que un hombre puede descubrir la paz, el orden, la satisfacción de sus deseos. La vida, por otra parte, está constituida por estas cosas pequeñas: los grandes éxitos, las grandes ideas, los esfuerzos heroicos no forman parte de la vida normal del hombre medio. Lo que hacen los sabios de Israel es enfocar la creencia hebrea en la suprema voluntad moral del Señor hacia estas pequeñeces de la vida sencilla”.(5)
Es decir, que al pathos de la teología de los profetas opusieron un punto de contacto con la experiencia individual y colectiva de la gente común, que más allá de tratar de comprender conflictos internacionales o grandes coyunturas, deseaba hallar respuestas para la vida cotidiana a partir de un logos eminentemente práctico. Sin embargo, el tono y la fuerza de muchos pasajes sapienciales se proyectan en un ámbito social sin la excusa de que éste no puede cambiar: al desengaño propio de la observación concienzuda de constantes y variables en la vida humana, respondieron con una sólida carga moral que buscaba causar un impacto digno de atención y fuerza transformadora. Porque creían verdaderamente en que la sabiduría era otra forma de revelación de Dios, además de la ley antigua, promovieron intensamente su cosmovisión alternativa.
En suma, se puede decir que mucha gente sencilla, reducida a la oralidad y a la falta de contacto con documentos escritos, como la que reflejan los textos agrados, tiene hoy su única escuela en el sabor coloquial y directo de la sabiduría concentrada en los refranes bíblicos, tan cercanos a los suyos propios, heredados de sus antepasados y, por lo tanto, vistos como propios y más cercanos a sus realidades de todos los días. Como se aprecia, por ejemplo, en Las tierras flacas, una gran novela de Agustín Yáñez que describe el mundo rural de México, antes y después de la Revolución.(6) Allí, como en muchos lugares de México, incluso los caciques tenían a los refranes como única forma de expresión para vehicular su pensamiento. Según Herón Pérez Martínez, esta novela documenta también “una manera de razonar” propia de la gente de rancho, o sea, su cosmovisión y sus puntos de vista.(7)
En una entrevista, Yáñez es muy explícito sobre las causas del uso popular de refranes: “Por una parte responde a la realidad descrita y, por otra, a la necesidad”.(8) Como el refranero bíblico, el lenguaje popular nutre el pensamiento de las personas sencillas, sin acceso a una educación formal y, al mismo tiempo, las dota de una cierta dosis de poesía, también muy lejos de sus posibilidades culturales de no ser por estos juegos verbales. La belleza literaria no está, de ninguna manera, peleada con la argumentación sólida, ni con la utilidad moral. Esta relación, tan poco destacada en muchos círculos evangélicos, constituye una mina de riquezas que está siempre en espera de quien desee aprovecharla. De este modo se construye una argumentación popular de mayor peso para los oídos de ciertas personas, esto es, con mayor autoridad lingüística y, por ende, moral, con lo que las fronteras entre lo culto y lo popular se borran, teniendo acceso la gente más sencilla a las profundas verdades del mensaje sapiencial.
Continuará
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1) Cf. N. García Canclini, Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad. México, Grijalbo, 1990; Ídem, “La globalización: productora de culturas híbridas”, en Actas del III Congreso Latinoamericano de la Asociación Internacional para el Estudio de la Música Popular, Red Internacional de Estduios Interculturales, Pontificia Universidad Católica del Perú, www.pucp.edu.pe/ridei/pdfs/081207.pdf ; y Misha Kojotovic, “Hibridez y desigualdad: García Canclini ante el neoliberalismo”, en Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, año XXVI, núm. 52. Lima-Hannover, segundo semestre de 2000, pp. 289-300, www.dartmouth.edu/~rcll/rcll52/52pdf/52kokotovich.PDF.
2) No obstante, no es posible olvidar el esfuerzo de autores como Luis Alonso Schökel, quien incluso en sus trabajos teóricos y estilísticos reconoce la necesidad de respetar y reavivar el trasfondo popular de libros como Proverbios. Cf. L. Alonso Schökel y E. Zurro, “Proverbios hebreos y refranero castellano”, en La traducción bíblica. Lingüística y estilística. Madrid, Cristiandad, 1977, pp. 90-125.
3) R. López, “La liberación de los oprimidos, ideal y práctica sapiencial”, en Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana, núm. 9, 1991, www.claiweb.org/ribla/ribla9/la%20liberacion%20d%20elos%20oprimidos.htm
4) J. McKenzie, “La sabiduría de los hebreos”, en Espíritu y mundo del Antiguo Testamento. Estella, Verbo Divino, 1968, p. 310.
5) Ibid., p. 319. Énfasis agregado.
6) A. Yáñez, Las tierras flacas. [1962] México, Joaquín Mortiz, 1975.
7) H. Pérez Martínez, El hablar lapidario. Ensayo de paremiología mexicana. Morelia, El Colegio de Michoacán, 1996, p. 164. Acerca del respeto que merece el pensamiento popular expresado en los refranes, Pérez Martínez cita la frase del escritor español Azorín, de que “las admiraciones de gente humilde valen tanto como las de las gentes aupadas”; y a Lutero, quien para referirse a la atención que merece el habla popular dijo que es bueno “verle el hocico al pueblo” (p. 163). Cf. H. Pérez Martínez, “El refranero ranchero de Las tierras flacas, de Agustín Yáñez”, en Paremia, núm. 13, 2004, Madrid, España, pp. 79-92, www.paremia.org/paremia/P13-11.pdf.
8) Emmanuel Carballo, “Agustín Yáñez”, en Helmy F. Giacoman, Homenaje a Agustín Yáñez. Madrid, Anaya-Las Américas, 1973, pp. 13-62, cit. por H. Pérez Martínez, op. cit., p. 165. Énfasis original.
Artículos anteriores de esta serie:
1 ¿Tiempo para la sabiduría en América latina?
*Cervantes-Ortiz es escritor, médico, teólogo y poeta mexicano.
Fuente: © L. Cervantes-Ortiz, ProtestanteDigital.com
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