Por. Leopoldo Cervantes-Ortiz, México
Entonces Judá… dijo: “Más justa es ella que yo…”. Génesis 38.26
1. La dignidad humana en el proyecto redentor de Dios
Un componente fundamental del proyecto divino de salvación siempre lo ha siso la afirmación y defensa de la dignidad de las personas. La idea misma de salvación, promovida como superación de los valores humanos distorsionados, contiene dentro de sí la posibilidad de recuperar elementos originarios de la existencia. En ese sentido, afirmar la dignidad humana implica que cualquier ser humano, más allá de su condición social, racial, económica o de género, es visto por Dios como sujeto de su propia vida, es decir, que nada puede enajenar a las personas de sus propias decisiones o la búsqueda de sentido, ni el Estado, ni la religión, ni las tradiciones o hábitos establecidos. A contracorriente de este proceso oculto a los ojos de muchos, algunos modelos culturales, leyes o instituciones funcionan para someter la dignidad y calificarla o administrarla para servir a ciertos intereses de grupos o espacios de poder. De este modo, algo tan noble como lo fueron las leyes de inspiración religiosa instituidas en el antiguo Israel para producir un tipo de sociedad diferente al resto de sus vecinos, se encaminó en algunos aspectos, a someter la vida individual y colectiva a parámetros a partir de los cuales resultaba muy difícil experimentar la igualdad de derechos, aun cuando estuviera consagrada en los documentos legales.
Por lo anterior, tuvieron que surgir diversas voces que, mediante relatos un tanto heterodoxos (como el de las hijas de Lot, la viña de Nabot o de Rut y Noemí) mostraran las posibilidades de redención de personas, pero partiendo de la superación de los abusos o de la aplicación discrecional de la ley. Estas prácticas, interesadas en no informar mínimamente a las personas acerca de sus derechos, podían perjudicar especialmente a los grupos más vulnerables como mujeres, viudas y familias pobres, quienes no contaban necesariamente con mecanismos de defensa establecidos que reivindicaran su dignidad, puesto que los estamentos que surgieron determinaron los comportamientos sociales para la aplicación de las reglamentaciones específicas, aun cuando no se consideraban algunas “situaciones especiales”.
Las historias marginales tratan de llamar la atención de los lectores, pero no solamente porque narran episodios fuera de lo común o circunstancias en donde las personas actúan de manera extraordinaria e incluso atrevida, sino también porque tratan de romper el círculo de silencio acerca de prácticas injustas y abusivas. De ahí que estas rupturas textuales deben ser atendidas como lo que son: irrupciones en la vida de sectores populares que buscaban ser escuchados en sus necesidades concretas, ante las cuales los administradores de las leyes y costumbres no siempre estaban dispuestos a aplicarlas como un bálsamo que respondiera a la urgencia que las personas vivían. Hay que agradecer a los redactores de los textos, entonces, que dieran cabida a estas vidas que, de otro modo, hubieran quedado en el anonimato, y no nos hablarían al corazón desde la angustia de los personajes, hombres y mujeres, enfrentados a la dureza de la aplicación insensible y sesgada de las normas, sean éstas escritas o no.
2. La historia de Tamar, un proceso reivindicador de amplio alcance
“La historia de Tamar es, sin lugar a dudas, impresionante. Primeramente es una historia olvidada que pasa aparentemente inadvertida por encontrarse insertada en la historia de José, entre relatos de hombres. Allí, donde son los hombres los que piensan y actúan, se nos presenta una mujer que es capaz de obrar con sabiduría y mostrar su espíritu de resistencia ante una situación de sobrevivencia”.[1] Estas palabras de Cristina García-Alfonso introducen muy bien el episodio de la vida de Tamar que aparece como entrometido dentro de la más amplia historia de José, la cual importaba más por tratarse de alguien que escalaría los puestos más altos en Egipto, un relato de fe y poder que se consideraba de mayo relevancia para fomentar la conciencia del pueblo de Israel en términos de la intervención de Dios en los procesos históricos. Al lado de este “proyecto mayor”, podría decirse, qué importaba la situación de una mujer doblemente viuda que cargaba con el estigma de la muerte ignominiosa de su primer esposo, castigado por Dios (Gn 38.7) y que además fue repudiada por su nuevo esposo, en la práctica del levirato (Gn 38.8-10), quien también murió por su actitud ante esa ley que velaba por la herencia de los varones como supremo valor familiar. Tamar, subraya el texto, debía esperar que creciera su cuñado más joven para, como decimos con tanta frecuencia, “rehacer su vida”. Es decir, sin varón de por medio, estaba condenada al ostracismo y al olvido…
La decisión de Tamar, optar por una medida de presión de carácter erótico-sexual para romper las barreras que le impedían recuperar su dignidad de persona, hoy sería muy mal vita, por razones obvias. Dice el comentario de la Biblia Isha: “El desafío de las normas patriarcales la llevó a transformarse en otra mujer para hacer cumplir la ley y, de ese modo, asegurar su propia existencia”.[2] En otras palabras, asumió un acto de prostitución como forma de redención o, lo que es lo mismo, descubrió que tomando posesión de su propio cuerpo, aun cuando infringió la ley, podría recuperar su lugar social como persona. Esta forma de reapropiarse de su dignidad como mujer, nada ortodoxa, entra en continuidad con otras historias parecidas de mujeres, como las ya aludidas de las hijas de Lot y Rut, quienes también se vieron forzadas a invadir el terreno de la sexualidad masculina dominante con unas armas que lograron su cometido: evidenciar las “lagunas” de leyes que no las favorecían, pues estaban hechas únicamente para beneficio de los hombres.
Judá (quien a su vez también enviudaría, v. 12) es un hombre que actúa con una enorme despreocupación y, para decirlo en términos actuales, no consideraba prioritario devolverle su dignidad a Tamar, quien como la mujer de La letra escarlata, debía cargar toda su vida con la mancha de ser viuda de dos hombres malvados. No era ésa la voluntad que ella esperaba de Dios, máxime que estaba mediada por la ideología y la acción de varones ocupados en asuntos verdaderamente importantes. Las mujeres eran vistas únicamente como objetos sexuales y para la reproducción, encargadas a toda costa de dar a luz varones, de preferencia. Nuestra tarea, dice García-Alfonso, consiste en “desempolvar” la lucha que fue capaz de sostener Tamar en medio de condiciones completamente adversas, cuando “costumbre y ley se unían y esa alianza era mucho más fuerte de lo que Tamar, en su época, hubiera podido imaginar”.[3] Tamar, subraya el texto, “se quitó sus ropas de viuda” y fue a colocarse en el lugar de las prostitutas, en el camino (v. 14).
Usando los medios a su alcance dentro de la sociedad en la que vivía y siguiendo las leyes de esa sociedad, Tamar arriesga su vida pero logra expandir suficientemente los límites de su sociedad y alcanzar su propósito. Tamar se prostituye para obtener los símbolos que le harán posible reclamar que el hijo que concibe pertenece a la familia de Judá. Tamar se apropia de las vestimentas que identifican a Judá como jefe de familia y patriarca y, lo que es aún más importante, se apropia también del cuerpo de él a través de las relaciones sexuales […]
Además de la economía y el estatus social, también la ley pasa por el cuerpo de Tamar y eso lleva, si no a un cambio de ley, por lo menos a una situación en la cual la ley es suspendida, no la matan aunque ha tenido relaciones con un hombre que no es su marido. Judá, como representante de la ley por ser la cabeza de la familia, trata de usar la ley, para conquistar el cuerpo de Tamar: lo desecha cuando no le conviene, lo desa y usa cuando quiere y después lo rechaza.[4]
Judá, el dueño del poder patriarcal, Y la revelación escrita de Dios, oficialmente se pone del lado de Tamar al incluirla, con todo derecho y dignidad, en la genealogía del Mesías Jesús de Nazaret (Mt 1.3), con lo que el proceso de reivindicación alcanza su consumación siglos después, la mayor recompensa imaginable. No tuvieron la misma suerte otras mujeres, pero la proporción de mujeres que aparece en esa genealogía es altísima, si se considera el grado de dominio de la cultura patriarcal. Dios dignifica mediante luchas duraderas y constantes, pero no permite que la injusticia prevalezca.
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[1] Cristina García-Alfonso, “El silencio del cuerpo: la historia de Tamar”, en Ada María Isasi-Díaz, Timoteo Matovina y Nina M. Torres Vidal, eds., Camino a Emaús: compartiendo el ministerio de Jesús. Minneapolis, The Liturgical Press, 2002, p. 32.
[2] “Tamar: resistencia y subversión”, en Biblia Isha. La mujer según la Biblia. Sociedades Bíblicas Unidas, 2008, p. 59.
[3] C. García-Alfonso, op. cit., pp. 32-33.
[4] Ibid., pp. 35, 37.
***
Jorge Hernández Campos (México, 1921-2004)
Tú eres piedra
Tú
eres
piedra
y sobre esta piedra
fundaré lo impalpable
la mirada en la nube
el viento entre los árboles
el calosfrío que divide
el agua
de la piel
la desgana.
Tú
eres
piedra
y sobre esta piedra
dura
egoísta
dispondré lo efímero
deleznable
la flor en la oreja
la juventud
y si muchos pecados
mucho
también
arrepentimiento.
Tú
eres
piedra
y sobre esta piedra
quemaré la casa
pero edificaré
el vino
la cama
revuelta
el amor repudiado
todo lo que
mísero
nos desnuda.
Y las puertas
del infierno
no prevalecerán
contra ello.
A quien corresponda, 1961
Entonces Judá… dijo: “Más justa es ella que yo…”. Génesis 38.26
1. La dignidad humana en el proyecto redentor de Dios
Un componente fundamental del proyecto divino de salvación siempre lo ha siso la afirmación y defensa de la dignidad de las personas. La idea misma de salvación, promovida como superación de los valores humanos distorsionados, contiene dentro de sí la posibilidad de recuperar elementos originarios de la existencia. En ese sentido, afirmar la dignidad humana implica que cualquier ser humano, más allá de su condición social, racial, económica o de género, es visto por Dios como sujeto de su propia vida, es decir, que nada puede enajenar a las personas de sus propias decisiones o la búsqueda de sentido, ni el Estado, ni la religión, ni las tradiciones o hábitos establecidos. A contracorriente de este proceso oculto a los ojos de muchos, algunos modelos culturales, leyes o instituciones funcionan para someter la dignidad y calificarla o administrarla para servir a ciertos intereses de grupos o espacios de poder. De este modo, algo tan noble como lo fueron las leyes de inspiración religiosa instituidas en el antiguo Israel para producir un tipo de sociedad diferente al resto de sus vecinos, se encaminó en algunos aspectos, a someter la vida individual y colectiva a parámetros a partir de los cuales resultaba muy difícil experimentar la igualdad de derechos, aun cuando estuviera consagrada en los documentos legales.
Por lo anterior, tuvieron que surgir diversas voces que, mediante relatos un tanto heterodoxos (como el de las hijas de Lot, la viña de Nabot o de Rut y Noemí) mostraran las posibilidades de redención de personas, pero partiendo de la superación de los abusos o de la aplicación discrecional de la ley. Estas prácticas, interesadas en no informar mínimamente a las personas acerca de sus derechos, podían perjudicar especialmente a los grupos más vulnerables como mujeres, viudas y familias pobres, quienes no contaban necesariamente con mecanismos de defensa establecidos que reivindicaran su dignidad, puesto que los estamentos que surgieron determinaron los comportamientos sociales para la aplicación de las reglamentaciones específicas, aun cuando no se consideraban algunas “situaciones especiales”.
Las historias marginales tratan de llamar la atención de los lectores, pero no solamente porque narran episodios fuera de lo común o circunstancias en donde las personas actúan de manera extraordinaria e incluso atrevida, sino también porque tratan de romper el círculo de silencio acerca de prácticas injustas y abusivas. De ahí que estas rupturas textuales deben ser atendidas como lo que son: irrupciones en la vida de sectores populares que buscaban ser escuchados en sus necesidades concretas, ante las cuales los administradores de las leyes y costumbres no siempre estaban dispuestos a aplicarlas como un bálsamo que respondiera a la urgencia que las personas vivían. Hay que agradecer a los redactores de los textos, entonces, que dieran cabida a estas vidas que, de otro modo, hubieran quedado en el anonimato, y no nos hablarían al corazón desde la angustia de los personajes, hombres y mujeres, enfrentados a la dureza de la aplicación insensible y sesgada de las normas, sean éstas escritas o no.
2. La historia de Tamar, un proceso reivindicador de amplio alcance
“La historia de Tamar es, sin lugar a dudas, impresionante. Primeramente es una historia olvidada que pasa aparentemente inadvertida por encontrarse insertada en la historia de José, entre relatos de hombres. Allí, donde son los hombres los que piensan y actúan, se nos presenta una mujer que es capaz de obrar con sabiduría y mostrar su espíritu de resistencia ante una situación de sobrevivencia”.[1] Estas palabras de Cristina García-Alfonso introducen muy bien el episodio de la vida de Tamar que aparece como entrometido dentro de la más amplia historia de José, la cual importaba más por tratarse de alguien que escalaría los puestos más altos en Egipto, un relato de fe y poder que se consideraba de mayo relevancia para fomentar la conciencia del pueblo de Israel en términos de la intervención de Dios en los procesos históricos. Al lado de este “proyecto mayor”, podría decirse, qué importaba la situación de una mujer doblemente viuda que cargaba con el estigma de la muerte ignominiosa de su primer esposo, castigado por Dios (Gn 38.7) y que además fue repudiada por su nuevo esposo, en la práctica del levirato (Gn 38.8-10), quien también murió por su actitud ante esa ley que velaba por la herencia de los varones como supremo valor familiar. Tamar, subraya el texto, debía esperar que creciera su cuñado más joven para, como decimos con tanta frecuencia, “rehacer su vida”. Es decir, sin varón de por medio, estaba condenada al ostracismo y al olvido…
La decisión de Tamar, optar por una medida de presión de carácter erótico-sexual para romper las barreras que le impedían recuperar su dignidad de persona, hoy sería muy mal vita, por razones obvias. Dice el comentario de la Biblia Isha: “El desafío de las normas patriarcales la llevó a transformarse en otra mujer para hacer cumplir la ley y, de ese modo, asegurar su propia existencia”.[2] En otras palabras, asumió un acto de prostitución como forma de redención o, lo que es lo mismo, descubrió que tomando posesión de su propio cuerpo, aun cuando infringió la ley, podría recuperar su lugar social como persona. Esta forma de reapropiarse de su dignidad como mujer, nada ortodoxa, entra en continuidad con otras historias parecidas de mujeres, como las ya aludidas de las hijas de Lot y Rut, quienes también se vieron forzadas a invadir el terreno de la sexualidad masculina dominante con unas armas que lograron su cometido: evidenciar las “lagunas” de leyes que no las favorecían, pues estaban hechas únicamente para beneficio de los hombres.
Judá (quien a su vez también enviudaría, v. 12) es un hombre que actúa con una enorme despreocupación y, para decirlo en términos actuales, no consideraba prioritario devolverle su dignidad a Tamar, quien como la mujer de La letra escarlata, debía cargar toda su vida con la mancha de ser viuda de dos hombres malvados. No era ésa la voluntad que ella esperaba de Dios, máxime que estaba mediada por la ideología y la acción de varones ocupados en asuntos verdaderamente importantes. Las mujeres eran vistas únicamente como objetos sexuales y para la reproducción, encargadas a toda costa de dar a luz varones, de preferencia. Nuestra tarea, dice García-Alfonso, consiste en “desempolvar” la lucha que fue capaz de sostener Tamar en medio de condiciones completamente adversas, cuando “costumbre y ley se unían y esa alianza era mucho más fuerte de lo que Tamar, en su época, hubiera podido imaginar”.[3] Tamar, subraya el texto, “se quitó sus ropas de viuda” y fue a colocarse en el lugar de las prostitutas, en el camino (v. 14).
Usando los medios a su alcance dentro de la sociedad en la que vivía y siguiendo las leyes de esa sociedad, Tamar arriesga su vida pero logra expandir suficientemente los límites de su sociedad y alcanzar su propósito. Tamar se prostituye para obtener los símbolos que le harán posible reclamar que el hijo que concibe pertenece a la familia de Judá. Tamar se apropia de las vestimentas que identifican a Judá como jefe de familia y patriarca y, lo que es aún más importante, se apropia también del cuerpo de él a través de las relaciones sexuales […]
Además de la economía y el estatus social, también la ley pasa por el cuerpo de Tamar y eso lleva, si no a un cambio de ley, por lo menos a una situación en la cual la ley es suspendida, no la matan aunque ha tenido relaciones con un hombre que no es su marido. Judá, como representante de la ley por ser la cabeza de la familia, trata de usar la ley, para conquistar el cuerpo de Tamar: lo desecha cuando no le conviene, lo desa y usa cuando quiere y después lo rechaza.[4]
Judá, el dueño del poder patriarcal, Y la revelación escrita de Dios, oficialmente se pone del lado de Tamar al incluirla, con todo derecho y dignidad, en la genealogía del Mesías Jesús de Nazaret (Mt 1.3), con lo que el proceso de reivindicación alcanza su consumación siglos después, la mayor recompensa imaginable. No tuvieron la misma suerte otras mujeres, pero la proporción de mujeres que aparece en esa genealogía es altísima, si se considera el grado de dominio de la cultura patriarcal. Dios dignifica mediante luchas duraderas y constantes, pero no permite que la injusticia prevalezca.
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[1] Cristina García-Alfonso, “El silencio del cuerpo: la historia de Tamar”, en Ada María Isasi-Díaz, Timoteo Matovina y Nina M. Torres Vidal, eds., Camino a Emaús: compartiendo el ministerio de Jesús. Minneapolis, The Liturgical Press, 2002, p. 32.
[2] “Tamar: resistencia y subversión”, en Biblia Isha. La mujer según la Biblia. Sociedades Bíblicas Unidas, 2008, p. 59.
[3] C. García-Alfonso, op. cit., pp. 32-33.
[4] Ibid., pp. 35, 37.
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Jorge Hernández Campos (México, 1921-2004)
Tú eres piedra
Tú
eres
piedra
y sobre esta piedra
fundaré lo impalpable
la mirada en la nube
el viento entre los árboles
el calosfrío que divide
el agua
de la piel
la desgana.
Tú
eres
piedra
y sobre esta piedra
dura
egoísta
dispondré lo efímero
deleznable
la flor en la oreja
la juventud
y si muchos pecados
mucho
también
arrepentimiento.
Tú
eres
piedra
y sobre esta piedra
quemaré la casa
pero edificaré
el vino
la cama
revuelta
el amor repudiado
todo lo que
mísero
nos desnuda.
Y las puertas
del infierno
no prevalecerán
contra ello.
A quien corresponda, 1961
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