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domingo, 27 de febrero de 2011

La vida no es biutiful

Por. José de Segovia Barrón, España*

Javier Bardem es un hombre agobiado por la culpa y el dolor en la película del director mexicano Alejandro González Iñárritu, que le ha valido el premio Goya al mejor actor, el del Festival de Cannes y la nominación al Oscar por Biutiful.

El titulo no puede ser más irónico. Esta es una historia sórdida en una Barcelona fea y miserable, que muestra la realidad social más cruda de inmigrantes ilegales, que intentan sobrevivir en talleres clandestinos, trabajando en la construcción o vendiendo en la calle. Su protagonista es un español que vive de la explotación de extranjeros.
El personaje de Bardem tiene un nombre tan poco habitual –Uxbal–, como el carácter moral que representa. Como ha dicho el famoso crítico de cine de Chicago, Roger Ebert, en una época en que “millones se entretienen con películas de una violencia fría y amoral, a veces es bueno simplemente ver a un ser humano que le importan las consecuencias de sus actos”. Bardem es aquí “un hombre que sufre sencillamente porque no puede hacer cosas buenas”.
El tenebrismo moral del director de Amores perros y21 Gramos nos vuelve a presentar un melodrama, dominado por sus temas recurrentes –la pobreza, la violencia y la muerte–, esta vezsin su habitual guionista, Guillermo Arriaga. Tras el conflicto surgido en Babel, los dos intentan mostrar su personalidad en películas –Biutiful de Iñárritu y Lejos de la tierra quemada de Arriaga– que muestran la ausencia de su colaboración. Aunque Biutiful carece de la complejidad que hacía de sus títulos anteriores un auténtico puzle, sigue mostrando la tendencia de Iñárritu a perderse en historias colaterales, como la de los explotadores chinos.
Estamos sin embargo ante una historia dominada por un solo personaje –interpretado por Bardem con la fisicidad que ha hecho de él un auténtico animal escénico– en una sola ciudad –los suburbios de un barrio periférico de Barcelona, en las antípodas de la postal turística que Woody Allen filmó en Vicky Cristina Barcelona– con una narración directa en su propia idioma –castellano– y el de los inmigrantes –el senegalés wolof y el chino–. Biutiful traza así un mapa del dolor en torno a un individuo que muestra una capacidad ilimitada para acumular infortunios.
UN RÉQUIEM PROFUNDO
La historia es casi de culebrón. Uxbal es un huérfano que amontona desgracias. La madre de sus hijos es una alcohólica bipolar irresponsable, que le es infiel con su propio hermano drogadicto. Vive en un submundo de trapicheos ilegales, sucio y sin escrúpulos. Y para colmo, le diagnostican un cáncer en estado terminal…
Iñárritu cuenta esta tragedia en un tono grave, que hace que algunos le califiquen de grandilocuente y excesivo. El Negro sin embargo –como le llaman en México, por su visión nada alegre de la vida– no deja de recordarnos que “nuestra existencia, tan rápida como el parpadeo de una estrella, sólo nos revela su inefable brevedad al sabernos cerca de la muerte”.Dice Octavio Paz que la muerte en la cultura mexicana es corporal –se ve y se toca–, mientras que para los norteamericanos es abstracta y desencarnada –no se ve, sino que se reduce a la ausencia, la desaparición de la persona–.
Biutiful es para el director mexicano “una reflexión acerca de nuestra breve y humilde permanencia en esta vida”. Su naturalismo adquiere sin embargo un carácter sobrenatural, al atribuir al protagonista la capacidad de comunicarse con los que acaban de morir –presentada también como un don indeseable, al estilo del protagonista de Más allá de la vida de Clint Eastwood–. Sólo que aquí adquiere la solemnidad de tratarse de un enfermo terminal que, habiendo frecuentado la muerte de los demás, se dispone a asistir a la suya propia.
Iñárritu dice que se pregunta últimamente “¿a dónde vamos?, ¿en qué nos convertimos cuando morimos?”. Su respuesta –como la de Eastwood–, no es la de un creyente: “En la memoria de otros”. El protagonista tiene la nostalgia del padre, que murió con integridad en la dignidad del exilio mexicano, mientras que él vive en vergüenza. En la angustiosa y vertiginosa carrera contra el tiempo, que Uxbal enfrenta, su vida recibe una nueva luz, a medida que cae por el oscuro pozo de la muerte.
INVIERNO DEL ALMA
Para algunos, la vida tiene la luz del verano, el verde de la primavera o las hojas caídas del otoño. El agua corre, hay risas y calor. El invierno, al principio, no muestra la belleza de esos paisajes nevados y destellantes plantas heladas. Son escenarios yermos de árboles pelados, cielos grises y plantas marrones muertas.
En el invierno temprano de Biutiful todo está roto. La vida decae y uno no está todavía preparado para marcharse. Nuestra oscura existencia en esta ciudad nos enfrenta a un mundo cruel, que vemos desde los ojos dolorosos de Bardem. Su turbia conducta es responsable en parte de la injusticia que provoca tanto dolor, temor y ruina en torno suyo. Aunque su compasión por los niños muestra la desolación de un alma huérfana, que ansía ver el cuerpo exhumado y expatriado de un padre que nunca conoció, para acariciarlo y besarlo entre lágrimas.
Son los hijos de Uxbal los únicos que logran arrancarle una sonrisa. Y es sólo con los ojos de un niño que la muerte adquiere una luz invernal, mientras la nieve cae lentamente. Junto a la figura de la lechuza muerta que aparece al principio, vemos ahora al padre desconocido con ojos infantiles, haciendo el sonido del agua y el viento.
Iñárritu dedica a esta película a su padre, que sufre una enfermedad terminal como la de Uxbal, aunque con ochenta años. Ve sus cosas buenas y sus cosas malas y concluye que “nadie es totalmente bueno ni totalmente malo”. Ya que como “no somos ni diablos ni ángeles”, le parece que “somos un poco las dos cosas”…
CON OJOS DE NIÑO
El cine de Iñárritu nos confronta con una realidad que a nadie le resulta agradable. Películas como ésta, sin embargo, nos ayudan a entrar en el dolor del mundo y darnos cuenta lo que otros experimentan. La inocente observación de la niña que da título a esta historia nos recuerda que la vida se ve de forma diferente con ojos infantiles.Esta es además la redención del personaje, no en particular algo que haga por los demás.
Jesús también nos dice que debemos hacernos como niños para entrar en el reino de los cielos(Mateo 18:3). Esto no es posible, sin embargo, sin haber muerto antes a uno mismo. Ya que “el que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo para vida eterna la guardará” (Juan 12:25).
Es cuando perdemos toda confianza en nosotros mismos y nos vemos débiles e impotentes, que buscamos la ayuda de otros. Recibimos así la gracia cuando nos vemos indignos de recibir cualquier bondad de parte de Dios. Nos damos cuenta de que estamos sin recursos e incapaces de poder salvarnos del juicio. Y clamamos por gracia y Dios tiene misericordia de nosotros en Cristo.
Esa gracia es la que nos lleva de la mano aún por “valle de sombra de muerte, no temiendo mal alguno, porque El estará con nosotros” (Salmo 23:4). Él es “el buen Pastor que da su vida por las ovejas” (Jn. 10:11). En la oscuridad de la noche, “su vara y su cayado nos infundirán aliento”, sabiendo que “ciertamente el bien y la misericordia nos seguirán todos los días de nuestra vida” (Sal. 23:6). Porque viviremos en la casa del Padre, que nos espera al final de este bosque nevado.

Autores: José de Segovia Barrón

Fuente: © Protestante Digital 2011

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