Por. Máximo García Ruiz, España
Angela Merkel visita España. “Foto contra-reloj en Moncloa”, dicen los titulares de prensa, haciendo referencia al Acuerdo Gobierno-Empresarios-Sindicatos: “Se produce horas antes de la llegada de Ángela Merkel”. “Alemania examina con lupa las cuentas españolas”.
Hoy llega a España la canciller alemana Angela Merker. Viene, según algunos han dicho, para inspeccionar el proceso de cumplimiento de los planes de ajuste impuesto por “los mercados” a España. Es decir, en calidad de controladora. Todo el mundo en posición de firmes. Y viene, además, precedida por el anuncio de que, al igual que en la década de los 60 del siglo pasado, Alemania busca trabajadores españoles para atender su espectacular crecimiento económico en medio de la irredenta crisis nacional que padecemos por estos pagos; algo así como describir una bacanal del medioevo con las mesas repletas de pichones, cabritos, salsas y demás viandas, en la humilde chabola del pobre labriego que se ha de conformar con una pitanza compuesta por unas gachas viudas de otra carne que no sean los gusanos de la harina fermentada.
¿Estamos en el proceso de reproducir la experiencia migratoria del siglo pasado? ¿Tenemos que volver a hablar de emigrantes en lugar de inmigrantes? Con cerca de cinco millones de personas sin empleo, no son pocas las voces que comienzan a hacerse oír entre nosotros, sugiriendo que el problema queda resuelto si se invita a evacuar a los aproximadamente cinco millones de inmigrantes que vinieron en las dos últimas décadas, cuando llegamos a creernos ricos y casi llegamos a serlo gracias, entre otros factores, a la colaboración de esos inmigrantes. ¡Ahora que no hay trabajo, que se vayan! Antes de la crisis, cuando todavía no suponíamos que nuestra “riqueza” tuviera techo, se hacían previsiones de necesitar 15 millones de inmigrantes en 2015, en España para poder mantener el ritmo de crecimiento.
Estos cambios tan bruscos y tan sugerentes, me hacen recordar el proceso seguido en Alemania en la anterior fase de desarrollo, que luego ha sido reproducida por países como España. En los años 50, cuando los alemanes planificaban y burocratizaban la búsqueda de fuerza de trabajo en países extranjeros para reconstruir su país después de la Segunda Guerra Mundial, empezó un proceso que dio su forma a la globalización de las migraciones en la Europa de la época contemporánea. En ese proceso se distinguen cinco pasos: 1) años 50: creación de la figura y el rol del gastarbeiter o trabajador-huésped, algo así como personas de usar y tirar; 2) fin de los 60: los gastarbeiter se quedan cuando acaba su contrato y se produce el fenómeno de la ilegalidad; 3) Los años 70: los países ricos europeos, no solamente Alemania, se amurallan, y surge el intento de controlar a las migraciones con la policía; 4) años 80: fracaso de las políticas policiales y propósitos de integración selectiva; 5) años 90: la mundialización se impone, sobre todo porque la fuerza de trabajo toma la iniciativa; lucha por las sociedades interculturales y mestizas y, en la última etapa del proceso, conflictos sociales serios con la segunda y tercera generación de los antiguos gastarbeiter.
España se apuntó al proceso de desarrollo tarde, pasando de ser un país de emigración a un país de inmigración. Pero el proceso, aunque sea con retraso, se reproduce igualmente en este país. Cuando el trabajo escasea, el inmigrante sobra. La inmigración se ha convertido en los últimos tiempos en una especie de “maldición social” para los países receptores. Lo recoge Max Frisch en una frase lapidaria: “Lo que necesitábamos era fuerza de trabajo. Pero vinieron hombres”.
Y ahora, vuelta a empezar. Regresamos al modelo de mediados del siglo XX si bien, en lo que respecta a España, generando un fenómeno realmente novedoso: la población ha aumentado en la última década en cinco millones de habitantes, aunque algunos quieran seguir considerando gastarbeiter (trabajadores-huésped) a quienes se han ganado el derecho de ser considerados ciudadanos de pleno derecho; y, por otra parte, tenemos casi cinco millones de trabajadores en el desempleo. Alemania parece que está en condiciones, una vez más, de ejercer de motor de Europa y para ello necesita el concurso de trabajadores procedentes de otros países, entre otros de España. Se acabó, al menos provisionalmente, la política de los gastarbeiter; vuelve la época de la demanda de trabajadores para garantizar el desarrollo. Una importante lección para alemanes y españoles. En realidad, una lección de dimensiones universales.
El fenómeno lo tienen candente en los Estados Unidos de Norteamérica. Un país con dos siglos de experiencia migratoria, que no termina de asimilar la situación sociológica en la que se desenvuelve, con una población en torno a los 12 millones de “ilegales”, sin cuya contribución al trabajo, en determinados sectores productivos o de servicios, el país quedaría paralizado y que, no obstante, mantiene políticas de rechazo y discriminación ejerciendo una política hipócrita de servirse de ellos por una parte y, por otra, querer privarles de los derechos más elementales. Rusell B. Hilliard un norteamericano anglosajón, de los que podríamos decir que tienen pedigrí como norteamericano, denuncia incansable esta situación de injusticia en el oeste de Carolina del Norte (véase La Noticia, periódico on line y, para muestra, su poema Los Ilegales: el llanto de un gringo, que publica Lupa Protestante).
No se si seremos capaces de aprender del pasado. España saldrá a flote una vez más, así lo esperamos y así lo deseamos, aunque tenga que reproducirse el éxodo de una buena parte de las nuevas generaciones, pero no estaría de más que, en el camino, aprendiéramos todos el valor que tiene poner en práctica los ideales del Sermón de la Montaña, al menos en su versión civil de los Derechos Humanos, no solamente para “los nuestros”, sino para todo ser humano que emigra o inmigra en busca de sustento o de libertad.
*Maximo García Ruiz es Licenciado en teología del Seminario Biblico Latinoamericano de Costa Rica (Hoy Universidad Biblica Latinoamericana, San José, Costa Rica), Licenciado en sociologia y Doctor en teología. Profesor de sociología y religiones comparadas en el seminario Teológico de la Unión Evangélica Bautista Española (UEBE) y profesor invitado en otras instituciones académicas. Por muchos años fue Presidente del Consejo Evangélico de Madrid y es miembro de la Asociación de teólogos Juan XXIII.
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Angela Merkel visita España. “Foto contra-reloj en Moncloa”, dicen los titulares de prensa, haciendo referencia al Acuerdo Gobierno-Empresarios-Sindicatos: “Se produce horas antes de la llegada de Ángela Merkel”. “Alemania examina con lupa las cuentas españolas”.
Hoy llega a España la canciller alemana Angela Merker. Viene, según algunos han dicho, para inspeccionar el proceso de cumplimiento de los planes de ajuste impuesto por “los mercados” a España. Es decir, en calidad de controladora. Todo el mundo en posición de firmes. Y viene, además, precedida por el anuncio de que, al igual que en la década de los 60 del siglo pasado, Alemania busca trabajadores españoles para atender su espectacular crecimiento económico en medio de la irredenta crisis nacional que padecemos por estos pagos; algo así como describir una bacanal del medioevo con las mesas repletas de pichones, cabritos, salsas y demás viandas, en la humilde chabola del pobre labriego que se ha de conformar con una pitanza compuesta por unas gachas viudas de otra carne que no sean los gusanos de la harina fermentada.
¿Estamos en el proceso de reproducir la experiencia migratoria del siglo pasado? ¿Tenemos que volver a hablar de emigrantes en lugar de inmigrantes? Con cerca de cinco millones de personas sin empleo, no son pocas las voces que comienzan a hacerse oír entre nosotros, sugiriendo que el problema queda resuelto si se invita a evacuar a los aproximadamente cinco millones de inmigrantes que vinieron en las dos últimas décadas, cuando llegamos a creernos ricos y casi llegamos a serlo gracias, entre otros factores, a la colaboración de esos inmigrantes. ¡Ahora que no hay trabajo, que se vayan! Antes de la crisis, cuando todavía no suponíamos que nuestra “riqueza” tuviera techo, se hacían previsiones de necesitar 15 millones de inmigrantes en 2015, en España para poder mantener el ritmo de crecimiento.
Estos cambios tan bruscos y tan sugerentes, me hacen recordar el proceso seguido en Alemania en la anterior fase de desarrollo, que luego ha sido reproducida por países como España. En los años 50, cuando los alemanes planificaban y burocratizaban la búsqueda de fuerza de trabajo en países extranjeros para reconstruir su país después de la Segunda Guerra Mundial, empezó un proceso que dio su forma a la globalización de las migraciones en la Europa de la época contemporánea. En ese proceso se distinguen cinco pasos: 1) años 50: creación de la figura y el rol del gastarbeiter o trabajador-huésped, algo así como personas de usar y tirar; 2) fin de los 60: los gastarbeiter se quedan cuando acaba su contrato y se produce el fenómeno de la ilegalidad; 3) Los años 70: los países ricos europeos, no solamente Alemania, se amurallan, y surge el intento de controlar a las migraciones con la policía; 4) años 80: fracaso de las políticas policiales y propósitos de integración selectiva; 5) años 90: la mundialización se impone, sobre todo porque la fuerza de trabajo toma la iniciativa; lucha por las sociedades interculturales y mestizas y, en la última etapa del proceso, conflictos sociales serios con la segunda y tercera generación de los antiguos gastarbeiter.
España se apuntó al proceso de desarrollo tarde, pasando de ser un país de emigración a un país de inmigración. Pero el proceso, aunque sea con retraso, se reproduce igualmente en este país. Cuando el trabajo escasea, el inmigrante sobra. La inmigración se ha convertido en los últimos tiempos en una especie de “maldición social” para los países receptores. Lo recoge Max Frisch en una frase lapidaria: “Lo que necesitábamos era fuerza de trabajo. Pero vinieron hombres”.
Y ahora, vuelta a empezar. Regresamos al modelo de mediados del siglo XX si bien, en lo que respecta a España, generando un fenómeno realmente novedoso: la población ha aumentado en la última década en cinco millones de habitantes, aunque algunos quieran seguir considerando gastarbeiter (trabajadores-huésped) a quienes se han ganado el derecho de ser considerados ciudadanos de pleno derecho; y, por otra parte, tenemos casi cinco millones de trabajadores en el desempleo. Alemania parece que está en condiciones, una vez más, de ejercer de motor de Europa y para ello necesita el concurso de trabajadores procedentes de otros países, entre otros de España. Se acabó, al menos provisionalmente, la política de los gastarbeiter; vuelve la época de la demanda de trabajadores para garantizar el desarrollo. Una importante lección para alemanes y españoles. En realidad, una lección de dimensiones universales.
El fenómeno lo tienen candente en los Estados Unidos de Norteamérica. Un país con dos siglos de experiencia migratoria, que no termina de asimilar la situación sociológica en la que se desenvuelve, con una población en torno a los 12 millones de “ilegales”, sin cuya contribución al trabajo, en determinados sectores productivos o de servicios, el país quedaría paralizado y que, no obstante, mantiene políticas de rechazo y discriminación ejerciendo una política hipócrita de servirse de ellos por una parte y, por otra, querer privarles de los derechos más elementales. Rusell B. Hilliard un norteamericano anglosajón, de los que podríamos decir que tienen pedigrí como norteamericano, denuncia incansable esta situación de injusticia en el oeste de Carolina del Norte (véase La Noticia, periódico on line y, para muestra, su poema Los Ilegales: el llanto de un gringo, que publica Lupa Protestante).
No se si seremos capaces de aprender del pasado. España saldrá a flote una vez más, así lo esperamos y así lo deseamos, aunque tenga que reproducirse el éxodo de una buena parte de las nuevas generaciones, pero no estaría de más que, en el camino, aprendiéramos todos el valor que tiene poner en práctica los ideales del Sermón de la Montaña, al menos en su versión civil de los Derechos Humanos, no solamente para “los nuestros”, sino para todo ser humano que emigra o inmigra en busca de sustento o de libertad.
*Maximo García Ruiz es Licenciado en teología del Seminario Biblico Latinoamericano de Costa Rica (Hoy Universidad Biblica Latinoamericana, San José, Costa Rica), Licenciado en sociologia y Doctor en teología. Profesor de sociología y religiones comparadas en el seminario Teológico de la Unión Evangélica Bautista Española (UEBE) y profesor invitado en otras instituciones académicas. Por muchos años fue Presidente del Consejo Evangélico de Madrid y es miembro de la Asociación de teólogos Juan XXIII.
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