Por. Andrew V. Snider, Estados Unidos
Profesor adjunto de Teología
La tarea que tenemos por delante es relacionar la justificación (ser declarado justo) con una comprensión bíblica de la santificación (ser hecho justo). Cuando Dios declara justo a un pecador la acción comienza con SU propio carácter y es llevada a cabo por SU propia acción. Todos Sus caminos son perfectos, justos y rectos, cualidades que son producto de Su santidad. Sus actos redentores, incluyendo Su justificación de los pecadores, están marcados por Su amor tal como se ilustra en Romanos 8:31-39. La justificación es una declaración hecha por Dios acerca del estado del pecador delante de El imputándole la justicia de Cristo a través de la fe. La Santidad es el concepto clave de la santificación tal como es visto en el consistente énfasis bíblico sobre el pueblo de Dios como un pueblo santo. La santificación posicional es una determinación de parte de Dios de que un pecador sea puesto aparte como un miembro del pueblo santo de Dios. La santificación progresiva habla sobre un crecimiento en la santidad práctica por el cual los creyentes obedecen la orden de Dios de crecer en semejanza a Cristo. Es importante el entender la relación correcta entre la justificación y la santificación progresiva: la santificación no produce justificación y la justificación no produce santificación. Aún así reviste gran importancia el ver que ambas surgen de la misma realidad soteriológica de la expiación sustitutiva de Cristo y la resultante unión del creyente con Cristo.
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Introducción
La doctrina de la justificación ha sido el tema de una avalancha de literatura en décadas recientes. Hay perspectivas “nuevas” y “frescas”, aun así todavía hay muchos que buscan defender la fórmula tradicional de la Reforma. Las famosas palabras de Lutero (es “el artículo que permitirá que la iglesia permanezca o caiga”) y Calvino (es “la principal bisagra sobre la cual gira la religión”) se han convertido en aforismos de la perspectiva tradicional. El vertiginoso despliegue de argumentos y contra-propuestas puede parecer impenetrable para el no iniciado. En efecto, uno podría ser perdonado por querer saltarse todavía otro artículo sobre este tan trillado tema.
Sin embargo, el siguiente estudio no entrará en esa discusión. Más bien, será su tarea relacionar la justificación (de acuerdo a la “antigua” perspectiva) con una comprensión bíblica de la santificación, un tema que ha sido tratado muy poco en forma directa, últimamente, debido a que la atención se ha vuelto hacia asuntos afines de “espiritualidad” o “formación espiritual”. Desde que los reformadores, en primer lugar, hicieron cuidadosamente una distinción entre ser declarado justo y ser hecho justo, la comparación y el contraste entre justificación y santificación han sido considerados elementos claves para que el evangelio se exprese fielmente. Esto se puede ver, particularmente, en Calvino quien consideró esta distinción en alguna medida.
Este estudio, después de resumir los fundamentos de la justificación y la santificación, procurará evitar dos extremos al relacionar estos dos temas doctrinales claves. El primero es, la tendencia a combinarlos de tal manera que sean casi idénticos—la idea de que la santificación causa la justificación o crecimiento, o el error menos serio de ver la justificación como la causa de la santificación. El segundo error, y opuesto, es el de separarlas tan ampliamente que su conexión soteriológica sea apenas afirmada y sin un adecuado argumento teológico, de tal manera que el principio bíblico clave se pierde. Capitalizando sobre la base de un despliegue de textos bíblicos y del concepto de Calvino de la “gracia doble”, este estudio demostrará que la justificación y la santificación son aspectos distintos, del don de la salvación, que se relacionan el uno al otro porque ambos fluyen de la expiación y la unión del creyente con Cristo.
Justificación: Los Fundamentos
Justificación es un término legal que se usa en el NT para describir cómo un pecador es hecho aceptable ante Dios. En la salvación Dios declara como justo a un pecador—una consideración que comienza en Su propio carácter y es llevada a cabo por Su propia acción.
Donde comienza: el carácter de Dios
No es inusual comenzar una discusión de la justificación hablando del pecado—que es el problema al cual la justificación intenta vencer. Ciertamente, esto no es inapropiado, pero ya que la justificación es un obra de Dios, parece ser, al menos, tan apropiado empezar la discusión con los atributos de Dios que motivan esta acción puesto que, cuando consideramos cualquiera de las acciones de Dios es importante tomar en serio el principio de que todas las acciones de Dios fluyen, antes que todo, de Sus propósitos y Su carácter.
En primer lugar, ya que la justificación involucra declarar que un pecador está bien con Dios (i.e. justo) y por lo tanto aceptable delante de El, la justificación es un acto llevado a cabo por un Dios recto y justo. Repetidamente en el AT Dios es honrado como el único que es completamente, y por excelencia, justo. Esto significa que todos sus caminos son perfectos, justos, fieles y rectos (Dt. 32:4; Salmos 145:17).
tro acercamiento es ver la justicia ética de Dios como la obra externa de Su santidad. Porque Dios es el completamente otro Sus acciones manifiestan la alteridad de Su ser como absoluta pureza moral. Strong lo expresa de la siguiente manera:
Consecuentemente, la santidad en Dios debe ser definida como la conformidad a su propia naturaleza perfecta. La única regla para la voluntad divina es la razón divina; y la razón divina prescribe todo lo que es apropiado que haga un ser infinito. Dios no está bajo la ley ni por encima de la ley—el es ley. El es justo por naturaleza y necesidad.
O, como Culver lo ha expresado más recientemente, “La justicia por la cual Dios ordena Su mundo no es ni algo creado, externo a El, ni algo además de Dios mismo de cualquier manera sea lo que fuere. Sus actos justos son Su carácter en acción; Dios es ley en sí mismo”. De manera que Dios es justo en todo lo que El piensa, dice y hace, y es perfectamente consistente con su propio carácter—porque “El no puede negarse a sí mismo” (2 Ti. 2:13).
La interpretación de una justicia consistente y sana es también un aspecto clave de la justicia de Dios—Dios siempre trata a otros justamente. Como el soberano legítimo del mundo “justicia y juicio son el cimiento de tu trono” (Salmos 89:14; ver Salmos 119: 137-138). Este es el lado normativo de la justicia de Dios—Su carácter es no sólo el estándar para Sus propios pensamientos y acciones, sino que es también el parámetro para todas Sus criaturas morales. Este principio se encuentra en su forma más simple y explícita en el mandamiento, “Sed santos porque Yo soy santo” (Lv. 11:44), un imperativo que es reiterado enfáticamente a la iglesia en 1 Pedro 1:15-16.
Entonces, la propia justicia de Dios es la norma para todas Sus criaturas morales. Y por causa de que YHWH mismo es justo El ama las expresiones de esta rectitud vertical y moral en las actitudes y acciones de Sus criaturas. El salmista dice que YHWH “es justo, y ama la justicia; el hombre recto mirará su rostro” (Salmos 11:7). Por supuesto, el problema para la humanidad es que “no hay quien haga el bien” (Salmos 14:1), ni siquiera uno (Ro. 3:10-12).
e modo que Dios, quien es perfectamente justo en todo lo que El es y hace, desea que Sus criaturas morales reflejen esta justicia de vuelta a El en sus vidas. Pero, ellas [sus criaturas] son completamente injustas y no pueden hacer esto. En este punto se podría decir que la justificación no es necesariamente requerida—un Dios que está esencialmente comprometido con la justicia perfecta por causa de Su justicia podría, sencillamente, ejecutar el juicio que conllevan los méritos de injusticia: la muerte (Ro. 6:23a). En vez de eso, otro de los atributos de Dios es expresado al lado de (y en perfecta armonía con) Su justicia a fin de proveer una solución diferente: Su amor también es un motivo para la justificación.
A través de las Escrituras el amor de Dios se representa como una motivación para Sus actos redentores. Dios escogió a Israel simplemente al colocar Sus afectos sobre ellos (Dt. 7:7; 10:14-15) y, a pesar de sus múltiples divagaciones, continuó amándolos manteniendo fidelidad al pacto con ellos (ej. Oseas 11:1-9; Mal. 3:1-12). El NT describe cómo este amor redentor es cumplido en Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado (Juan 3:16; Ro. 5:8; 1 Juan 4:9).
Aunque sería suficiente establecer la amplia verdad bíblica del amor de Dios como una motivación para Sus actos salvíficos en la historia, uno puede ir, teológicamente, un paso más allá y relacionar Su amor redentor directamente con la doctrina de la justificación. Esto se hace evidente en la forma como la Escritura conecta la justicia de Dios con Su omnibenevolencia.
En Éxodo 34 se nos presenta uno de los momentos clave en la historia redentora, un momento en el que Dios habla directamente acerca de sus atributos a fin de revelar los motivos para Sus acciones. Tras el incidente del becerro de oro y el subsecuente castigo a través de la espada y la acción divina (Éxodo 32), Dios anuncia que El guardará Su promesa de dar a Israel su nueva tierra, pero que no los acompañará con una manifestación personal de Su presencia (33:1-3). Moisés va hacia la tienda de reunión a suplicar por entendimiento (v. 13) y por la presencia personal de Dios con Su pueblo escogido (v. 15). Por último, Moisés presenta su petición culminante: “Te ruego que me muestres tu gloria” (v. 18).
La respuesta de Dios a su petición es una revelación personal de Sus atributos justo antes de Su renovación del pacto con Israel (34:6ss). Esta autorevelación divina a su vez forma la base, en el AT, para la comprensión del carácter de Dios como está demostrado por su repetido uso a través del ámbito cronológico y canónico del AT (Nm. 14:18 Neh. 9:17; Salmos 86:15; 103:8; 145:8; Joeel 2:13; Jon. 4:2; Nah. 1:3). Es una declaración del carácter de Dios que “conlleva casi la fuerza de un credo”.
La relación del amor de Dios con la justificación está implícita en la autorevelación de YHWH. De los seis atributos que El enlista, los primeros cinco son expresiones variadas de Su amor: compasión, gracia, paciencia, generosidad en misericordiosa fidelidad al pacto y perdón. El último de la lista podría ser llamado justicia o rectitud, aun cuando YHWH es eminentemente amoroso, paciente y perdonador. El no deja la culpa sin castigo. Esto deja una tensión en la autorevelación de Dios: ¿cómo puede El ser perdonador si es incesantemente justo?
La respuesta, por supuesto, es la doctrina de la justificación que está completamente desarrollada en el NT. Ningún pasaje del NT ata explícitamente el amor de Dios a sus actos de justificación, sin embargo ambos están estrechamente asociados en múltiples contextos, dos de los cuales serán mencionados aquí.
El primero, y más claro, es Romanos 8:31-39. A medida que Pablo va llevando a un final esta sección de su carta el habla acerca de su certeza en cuanto a que Dios puede—y lo hará—llevar a su culminación Su plan de redención. El formula este punto haciendo uso de una serie de preguntas retóricas: “Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?” (v. 31), “¿quién acusará a los escogidos de Dios?” (v. 33), y en forma culminante, “¿quién nos separará del amor de Cristo?” (v. 35). El asunto queda sintetizado en términos de esta pregunta final—absolutamente nada puede separar al creyente de “el amor de Dios , que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (v. 39). De esta manera, el amor perdonador y justificador de Dios es expresado por Pablo como el amor de Dios en Cristo.
Otro lugar donde Pablo da a entender que el amor de Dios es una motivación para la justificación es en Romanos 3:21-26. Al explicar cómo la justificación es por fe en Cristo, Pablo dice que la justificación viene “por su gracia como un don” (v. 24). Sin embargo, tal regalo/don podría dar la impresión de que Dios simplemente está pasando por alto el pecado, así que Pablo explica que esta es la razón por la cual Dios puso a Jesús por delante “como propiciación por medio de la fe en su sangre” (v. 25). En tiempos anteriores el Padre “pudo tolerar el pecado de los seres humanos solo porque miraba hacia adelante, a la muerte de su hijo como expiación por el pecado…la justicia de Dios ha sido vindicada en la muerte de Jesús. Estos comentarios de Pablo demuestran que la pregunta hecha por el no es cómo puede Dios castigar justamente a los seres humanos, sino más bien cómo puede Dios perdonar justamente a cualquier persona”.
Esto indica la intención de gracia de la omnibenevolencia de Dios: El es por naturaleza amoroso y perdonador y Pablo siente que debe mostrar en forma explícita cómo esta disposición de gracia está en armonía con la justicia de Dios. En otras palabras, Dios no puede ser “justificador” si El no es también “justo” cuando lo hace. Su conclusión en el versículo 26 (“que él sea el justo, y el que justifica”) demuestra esta armonía: los requisitos del carácter justo de Dios son llenados en el sacrificio de Cristo. 1
Es importante ver que la justificación fluye del carácter y propósitos de Dios como una manifestación de Su bondad y amor así como de Su justicia. Debido a que los debates sobre la naturaleza de la justificación tienden a enfocarse sobre conceptualizaciones legales (imputación vs. impartición, lo que hace en vez de quién lo hace) es fácil olvidar el fuego del amor de Dios del cual se levanta el calor de la justificación.
Lo que Es: Una Declaración de parte de Dios
Debido a la asombrosa cantidad de literatura que busca definir la justificación, y también a que el presente propósito es simplemente reiterar los fundamentos, el siguiente paso en este estudio será más bien breve. La justificación es una declaración de parte de Dios concerniente al estatus, o condición, del pecador ante Dios.
En primer lugar la justificación es una declaración forense, o legal. El elemento forense en la justificación está claro en la Escritura y bien observado en la tradición cristiana. En el AT el verbo sdq comunica la idea, como en Dt. 25:1 donde la tarea del juez es “decidir entre (dos partes en disputa) absolver al inocente o condenar al culpable”. 2 En consecuencia, una advertencia repetida es emitida en el AT en contra de condenar al inocente y absolver al culpable (por ej. Is. 5:23; Pr. 17:15).
El verbo correspondiente en el NT dikaioo, contiene la misma idea, tal vez más explícitamente en la instancia anteriormente mencionada de Ro. 8:33-34, donde lo opuesto a dikaioo es katakrino—condenar: “¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará?”. En suma, el ambiente legal semántico de la justificación, tanto en el AT como en el NT, llevó a Morris a la “convicción de que la idea fundamental es una de absolución”. 3
Entonces, como una declaración forense la justificación es un pronunciamiento hecho concerniente al estatus de la relación de una persona hacia una norma legal en particular. Uno está, bien sea, en conformidad a la norma (“inocente”) o, no (“culpable”). Por supuesto, la norma en la justificación es la ley de Dios, la cual a su vez es una expresión del mismísimo carácter justo de Dios. La justificación es la declaración de parte de Dios de que al pecador se le considera como estando en concordancia con la propia justicia de Dios (más sobre este punto, debajo).
Por último, la justificación es representada en la Escritura como un hecho cumplido. No es un proceso que requiere cooperación ni mejora, sino que más bien es una acción de Dios que es visualizada como completa. Esto se ve claramente en el uso que hace Pablo de dikaioo en pasajes tales como Ro. 5:1 donde se usa el aoristo participio pasivo: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (ver el “ahora” en Ro. 3:21). Debido a que la justificación ha sido cumplida, Pablo puede hablar sobre el beneficio crucial perdurable de esta acción divina—la paz con Dios. La misma construcción aparece ocho versículos más adelante, reforzando el punto de vista de que Pablo ve la justificación como un logro definitivo de Dios, completado por medio de una declaración en relación al lugar del pecador ante Dios y Su justa ley. 4
Cómo Opera: Imputación Divina
La justificación es un asunto de imputación: Dios considera al pecador como algo que en su experiencia presente no lo es—justo. Esto levanta la vieja objeción de que si la justificación es vista como una imputación, ella constituye una ficción legal lo cual es una imposibilidad para un Dios que es veraz. Sin embargo, a la objeción se le escapa el punto de que Dios está interpretando un fallo a favor del pecador debido a la obra de alguien más. Siendo así, a fin de entender la justificación, uno debe ver que ella está arraigada en la sustitución. La justificación es posible solamente debido a que se ha provisto un sustituto. El fundamento para la declaración de justicia, de parte de Dios, es el sustituto justo, Jesucristo. El AT mira hacia adelante, específicamente, a este rol del Mesías. En Isaías 53 el siervo llevará los pecados de muchos (v. 6) y sufrirá injustamente, pero voluntariamente como un cordero sacrificial (vv. 7-9). En el plan de YHWH este sufrimiento será tenido en cuenta como una ofrenda por el pecado (v. 10) y el resultado es que “justificará a muchos” (v. 11).
En el NT Pedro hace la conexión implícitamente, sin embargo también claramente, entre sustitución y justificación, cuando describe la obra de la cruz de Cristo al decir en 1 P. 3:18 que El “padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos [dikaios huper adikon], para llevarnos a Dios”. Aquí tenemos juntos el lenguaje de la justicia y la expiación sustitutiva. El justo tomó el lugar del injusto. Su sufrimiento “fue el castigo, debido a los pecados de los injustos, que El llevó en lugar de ellos, o la propiciación necesaria por sus pecados que El ofreció a favor de ellos”. La dependencia de la justificación en la sustitución no se puede exagerar y se verá en el trasfondo de la mayor parte de lo que sigue. Entonces, específicamente ¿cómo se encuentra envuelta la imputación en la declaración de un pecador como justo?. Esto se puede expresar mejor desde dos perspectivas: el perdón y la justicia imputada. La primera de estas reúne y resume mucho de lo que, hasta ahora, ha sido dicho: la justificación, antes que todo, involucra el perdón de pecados—o, en términos forenses (y más bien inelegantes) la no imputación del pecado. El pecador se desplaza de ser “culpable” ante el banquillo del Juez Divino a “no culpable” o “en completa conformidad”.
Aparte del lenguaje, ya delineado, de absolución en la corte, se usa terminología contable para describir lo que Dios hace por el pecador en Su acto de justificación. Este lenguaje de “acreditación” es usado para expresar ambos aspectos de la justificación que aquí están bajo consideración. Pablo emplea la descripción que hace David en el Salmo 32:1-2 de una de las bendiciones de la justificación. En este texto, uno cuyas “iniquidades son perdonadas” (Ro. 4:7) es la persona “a quien el Señor no inculpa de pecado” (v. 8). En el contexto, esto es lo que significa ser justificado—Dios ya no contabiliza esos pecados en contra del pecador, i.e., El los perdona. 5
Combinado con otros contextos, en los cuales la justificación es descrita en términos de liberación de pecados (Ro. 3:21-26, donde el tema es el pecado siendo propiciado; 5:1-11, donde el énfasis es que la justificación mediante la muerte de Cristo trae paz entre Dios y sus enemigos; 8:31-34, donde el punto es el ser libre de la condenación), es claro que la justificación tiene que ver con vencer el problema del pecado. Sin embargo, este no es el cuadro completo. Pablo habla de la justificación no sólo como la no imputación del pecado sino también como la imputación de la justicia. El describe, específicamente, la justificación como la acreditación al pecador de la justicia de Dios en Cristo. El usa la misma terminología contable (logizomai) en Ro. 4:3,5,6,9 para dejar sentado que la justificación involucra que la justicia le está siendo acreditada a un pecador. En Fil. 3:9 Pablo habla, muy específicamente, de esta justicia como algo que procede de Dios (ek theou) y no de las obras de la Ley. 6 Y en Ro. 5:17 la justicia llega al pecador como un regalo (doreas) de Dios. Lo que esto significa es que el pecador justificado es contabilizado, considerado, aceptado como justo ante Dios, el Juez Justo.
Sin embargo, nuevamente se levanta el espectro de la “ficción legal”— ¿cómo puede aceptar Dios como justos a aquellos que claramente no lo son?. Para responder esta pregunta, uno debe regresar al principio de sustitución y notar cómo aparece en la doctrina de Pablo de la justicia imputada. Esto se encuentra más explícito en la declaración de Pablo de la verdad de que el Padre “al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Co. 5: 21). Dios es capaz de contabilizar a los pecadores como justos debido a que ellos están representados, delante de El, por Jesucristo quien funciona, para ellos, como un sustituto (hyper hemon).
Esta aplicación del principio de sustitución aparece a lo largo de todos los escritos de Pablo en la doctrina de la unión con Cristo. La justicia imputada en la justificación significa que debido a que el pecador justificado ha sido unido a su sustituto, el Padre considera esa justicia del sustituto como perteneciente a aquel que es justificado. En otras palabras, “nosotros…llegamos a ser la justicia de Dios en El”. Este vínculo es logrado a lo largo de la mayoría de los pasajes ya citados con relación a la no imputación del pecado e imputación de la justicia—el pecador justificado es justificado sólo porque está “en Cristo”. 7 En efecto, siempre que la justificación está siendo discutida, la unión con Cristo no está lejos en el contexto. “Para Pablo la unión con Cristo no es fantasía sino un hecho—en efecto, el hecho básico en el cristianismo, y la doctrina de la justicia imputada es simplemente la exposición de Pablo del aspecto forense de la misma. Carson está de acuerdo cuando dice que el tema de la unión con Cristo entendido correctamente es una forma comprehensiva y compleja de representar las varias maneras en que estamos identificados con Cristo y El con nosotros. En sus conexiones con la justificación la terminología “unión con Cristo”…sugiere que aunque la justificación no puede ser reducida a la imputación, en el pensamiento de Pablo la justificación ya no puede por más tiempo ser fielmente mantenida sin ella [la imputación]. Entonces, para resumir, la justificación es una declaración de parte de Dios en la cual el pecador es perdonado y recibe una “justicia ajena”, la justicia de Cristo.
Lo que Provoca: Paz con Dios
Varios de los pasajes citados, hasta aquí, en este estudio describen los efectos específicos que la justificación provoca y es importante resumirlos para completar este esbozo de la doctrina a fin de compararlo y contrastarlo con la santificación. En primer lugar, el ser declarado justo ante Dios trae la reconciliación entre Dios y el pecador. Este es el encabezado de Pablo para Romanos 5 a medida que hace la transición de la discusión de la justificación en el capítulo previo: es por causa de que los cristianos son justificados que tienen paz con Dios mediante Cristo. La Reconciliación es también el tema de 2 Co. 5:18-21. Ya se ha observado que este contexto contiene tanto la imputación negativa (“no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados”, v. 19) como la positiva (“para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él”, v. 21). Aunque no se usa el verbo dikaioo, no cabe duda que el pasaje es acerca de la justificación. Y el punto es dado a entender como un ruego: Por causa de que Cristo ha puesto el fundamento para la reconciliación (v. 18) “os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios” (v. 20). La justificación remueve la enemistad entre Dios y el pecador.
En segundo lugar, y relacionado con la reconciliación, la justificación trae salvación de la ira divina. Romanos 5:9 vincula explícitamente las dos: “Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira”. Nadie a quien se declare en una posición justa con Dios debe temer la ira divina, porque “si el obstáculo de nuestro pecado ya ha sido removido de modo que ahora nuestra posición ante el es de no ser culpables, entonces podemos estar confiados de que seremos salvos de la ira de Dios a través de Cristo”. Además, por causa del dikaiothentes (traído desde 5:1) se demuestra que esta justificación es un hecho cumplido “aquellos que han sido declarados justos por Dios ya se pueden regocijar en su liberación de la ira divina”.
Por último, la justificación es lo que le da derecho a uno a la vida eterna. Por supuesto, esta es una implicación de los dos resultados previos de la justificación—uno que está en paz con Dios y a salvo de su ira escatológica es uno que tiene parte en el favor eterno de Dios. Sin embargo, Pablo hace esto más explícito en Tito 3:7. Pablo ensalza la verdad trinitaria de la salvación por gracia en los vv. 4-6, luego habla del propósito de esta salvación en términos de justificación, “para que justificados [aoristo, pasivo, particip. dikaioo] por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna”. Pablo dice que la salvación, particularmente identificada como el hecho de haber sido declarado justo, le otorga a uno la bendición de heredar la vida eterna.
Resumen
La justificación es, entonces, una acción propia de Dios, una declaración de tipo forense/legal concerniente a la relación de un pecador con la norma de justicia de Dios. Está basada en la obra redentora de Cristo solamente, de la cual puede uno apropiarse únicamente por la fe. Una narración teológica más detallada de la justificación podría ser algo como esto: Dios, quien es justo en sí mismo y es el estándar normativo de la justicia, amorosamente entrega a Su Hijo como un sustituto para los pecadores injustos para que ellos sean hechos aceptables a El. Este sustituto vive una vida sin pecado, en obediencia al Padre, haciéndolo apto para ser el sacrificio perfecto y sumo sacerdote a favor de los pecadores. Ofreciéndose a sí mismo como el cordero de Dios sin mancha, es presentado por el Padre como el sacrificio propiciatorio el cual está disponible a los pecadores quienes pueden apropiarse de este sacrificio, para ellos mismos, en fe. Al ejercitar esta fe ellos están unidos al Hijo por el Padre en forma tan completa que El considera que la eficacia de la muerte del Hijo es también la de aquellos que, en realidad, la merecían. El resultado es que el Padre, el Dios que es justo, ve a aquellos pecadores como poseedores de Su misma justicia porque los ve en Su divino Hijo. El pecador está justificado. Ahora bien, por estar en paz con Dios, por haber sido aceptado por Dios, porque el castigo por el pecado ha sido pagado y el poder del pecado ha sido roto, se espera que el pecador justificado viva como un testimonio creciente de la realidad del amor justo y redentor de Dios y de su presencia en el mundo. Este proceso es llamado santificación.
Santificación: Los Fundamentos
A fin de establecer la relación entre justificación y santificación, es necesario bosquejar, en breve, los elementos claves de la doctrina de la santificación. El concepto clave en la santificación es la santidad y la doctrina de la santificación articula el tema bíblico de que el pueblo de Dios es un pueblo santo. Tal como Graham Cole lo ha señalado, la santidad del pueblo de Dios juega un rol crucial en la historia de la redención: La trama canónica revela la historia de Dios reivindicando un mundo caído y estableciendo un nuevo cielo y nueva tierra en los cuales la justicia se encuentre en casa (2 P. 3:11-13). Ese nuevo mundo verá al pueblo santo de Dios viviendo en la santa presencia de Dios, en la santa ciudad de Dios, en el santo camino de Dios (Ap. 21:1-4). La actividad de Dios santificando un pueblo para sí es esencial a esa historia. Este aspecto vital de la historia de la redención se encuentra expresado, tradicionalmente, en dos categorías: santificación posicional o definitiva y santificación progresiva o condicional.
Santificación Posicional
Ya que el significado básico de la santidad tiene que ver con poner aparte o, alteridad, el primer aspecto de la santificación es el hecho de que el pueblo de Dios es puesto aparte del mundo e identificado como pertenencia de El. La santificación posicional es “el indicio de la salvación”. La idea de que el pueblo escogido de Dios es “santo para el Señor” ocurre en forma repetida en el contexto, del AT, del pacto de Dios con Israel (p. ej. Lv. 20:26). En el NT los creyentes en Jesucristo son llamados santos lo cual lleva la idea del AT de ser puesto aparte por medio del grupo de palabras de santidad/santificación (hagios/hagiazo). El concepto de los cristianos como “[los] santos” domina los escritos paulinos (40x) cuando se está refiriendo a la iglesia y el término también es usado con frecuencia en el Apocalipsis de Juan (13x) para referirse al pueblo de Dios. El hecho de que el término representa al pueblo de Dios como un pueblo puesto aparte se hace explícito en textos como 1 Co. 6:1-2 donde una disyunción categórica es planteada entre los santos, por una parte, y “los injustos” y “el mundo” por la otra.
El lenguaje de ser “llamados” refuerza este sentido de separación. En Ro. 1:7 y 1 Co. 1:2 Pablo saluda a sus lectores como aquellos que han sido “llamados a ser santos”. El último pasaje refuerza la idea al identificarlos como aquellos que han sido “santificados en Cristo Jesús”. Además, el pueblo de Dios son aquellos que han sido “librados… de la potestad de las tinieblas, y trasladados…al reino de su amado Hijo” (Col. 1:13). “Los creyentes han sido trasladados del reino de lo profano al terreno de lo santo porque ellos le pertenecen a Dios el Padre y a Jesucristo”. Y el escritor de Hebreos enfatiza que esta santificación es un fait accompli, una realidad objetiva, cuando el dice, por la voluntad de Dios “hemos sido santificados [particip., pasado, perf. de hagiazo] mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre” (He. 10:10).
La santificación posicional es comparada, con frecuencia, con la justificación porque es otra perspectiva de la acción de Dios en respuesta a la fe que salva: la justificación es la declaración de justicia que hace al pecador aceptable ante Dios; la santificación posicional es la determinación, de parte de Dios, de que el pecador justificado está ahora apartado para El como uno de Su pueblo santo.Distinguir la justificación de la santificación posicional en esta forma no va dirigido a expresar una preocupación por posicionarlos en un ordo salutis. 8
Santificación Progresiva
El “imperativo” correspondiente al “indicativo de santificación” es la santificación progresiva. Aunque el pueblo de Dios ha sido marcado por Él para estar separado del resto del mundo, y aun cuando esta es una realidad objetiva, al pueblo de Dios se le ordena que viva en conformidad a ello: “Habéis, pues, de serme santos, porque yo Jehová soy santo, y os he apartado de los pueblos para que seáis míos” (Lv. 20:26; ver 19:2; 1 P. 1:15-16). Los escritos de Pablo en todas partes suponen que el implementar este imperativo es una obra progresiva.
La santificación progresiva es diferente de la justificación y la santificación posicional, en que ella es una obra cooperativa entre Dios y el creyente. En primer lugar, el avance en la santidad práctica se hace posible por la obra de Dios en el creyente—“porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” mientras que El “resuelve” Su salvación (Fil. 2:12-13). En efecto, esta es una obra comenzada por Dios, y es El quien “la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (1:6).
La obra de Dios en la santificación es atribuida al Espíritu Santo (2 Co. 3:18; 1 P. 1:2), la cooperación del creyente es descrita como “andar en el Espíritu” (Ro. 8:4; Gá. 5:16, 25), y el resultado es el “fruto del Espíritu” (Gá. 5:22-23). Y, como lo demuestra este pasaje, el avance de la santificación depende de la obra del creyente es respuesta a—y en cooperación con—la obra de Dios.
La naturaleza cooperativa de la santificación progresiva está clara a través de todas las epístolas del NT. Pablo se refiere al crecimiento en santidad como al hecho de quitar al viejo yo y adoptar al nuevo, el cual es “creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad” (Ef. 4:22-24), que en el contexto es descrito como un proceso continuo. En 2 Co. 7:1 la exhortación de Pablo, sobre la base de la obra salvífica de la gracia de Dios, es “limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios”. Aun cuando Pablo sabe que la santidad final no será alcanzada por ningún creyente, antes de ser glorificados, él, sin embargo le encarece a la iglesia a que se esfuerce hacia esa meta de modo que puedan “avanzar constantemente en santidad”.
El creyente no debe pensar que este trabajo es fácil. Más bien, es descrito como una lucha: Pedro dice que uno debe “poner toda diligencia” (2 P. 1:5); el escritor de Hebreos demanda que uno debe “luchar” por la santidad (He. 12:14). Aun Pablo, quien hace todo lo posible para demostrar la extrema incongruencia de un cristiano que esté pecando a la luz de su identificación con la muerte y resurrección de Cristo (Ro. 6), continúa lamentando cómo el mismo está envuelto por completo en la lucha (Ro. 7:21-24) Y sin embargo, la obra de Dios está todavía por encima, y antes, de todo esfuerzo humano. Nunca se debe olvidar que el esfuerzo humano en la santificación progresiva depende absolutamente en la obra previa de Dios al redimir a los pecadores y ponerlos aparte para sí, y en la victoria que Dios otorga en Cristo (Ro. 7:25). “No existe tal cosa como autosantificación. Es una obra de Dios en la cual, sin embargo, el llama a—y hace uso de la cooperación de—toda la comunidad cristiana”.
Resumen
Entonces, la doctrina de la santificación se ocupa de la santidad del creyente. La santificación posicional, similar a la justificación, es una determinación, de parte de Dios, de que un pecador es puesto aparte como un miembro del pueblo santo, escogido de Dios. Por lo tanto, es única y completamente la acción de Dios. La santificación progresiva es aquel crecimiento en la santidad práctica—uno podría decir justicia del comportamiento—que involucra la obediencia del creyente a los mandatos de Dios de crecer en semejanza a Cristo.
Garantizando la Distinción
Por fin, la pregunta hecha al principio puede ser respondida: ¿Cuál es la relación entre justificación y santificación? Gran parte de la respuesta a esta pregunta ha sido dada a entender en la discusión precedente, así que el trabajo restante es poner todo esto junto y responder unas cuantas preguntas relevantes. En lo que resta se comparará, contrastará y relacionará la justificación y la santificación progresiva. En primer lugar, unas pocas palabras acerca de cómo estas deben mantenerse distintas.
La Santificación no Produce Justificación
El primer punto de distinción, y un distintivo de la Reforma, es que la santificación no es el fundamento para la justificación. El comportamiento santo no trae el favor de Dios ni Su declaración de justicia. Un argumento sostenido contra la doctrina de la justificación de la iglesia Católica Romana está más allá del ámbito de este estudio, sin embargo se citarán unas pocas declaraciones representativas de manera que se puedan aplicar a la presente discusión. El Catecismo de la Iglesia Católica reza “La justificación no es sólo la remisión de pecados sino también la santificación y renovación del hombre interior”. La justificación, que es conferida en el bautismo “nos conforma a la justicia de Dios quien nos hace interiormente justos por el poder de su misericordia” (§ 1992). Aún más, “La justificación establece la cooperación entre la gracia de Dios y la libertad del hombre” (§ 1993). Sobre esta base, en la perspectiva católica, la justicia que lo justifica a uno puede crecer, decrecer o destruirse por completo. La práctica de los sacramentos preservará y aumentará la justificación de uno.
Sin embargo, aun dada la discusión básica presentada más arriba, esto es imposible ya que los pecadores no pueden participar en la obtención de un estatus de justicia ante Dios. La justificación nunca puede estar colocada sobre la base de “obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho” sino que es siempre, y solamente, “por su misericordia” (Tito 3:5).
Frente a tal enseñanza Calvino formuló un profundo razonamiento para mantener la distinción entre justificación y santificación: para preservar la bondad de Dios. Cornelis Venema lo explica A menos que la justificación sea cuidadosamente distinguida del arrepentimiento [término usado por Calvino, intercambiable con “regeneración”, para la santificación progresiva], la bondad de Dios y su gracia gratuita en Cristo no será adecuadamente apreciada y llegará a ser imposible asegurar la confianza y descanso del creyente en la misericordia de Dios solamente como el único fundamento para la salvación. En consecuencia, Calvino, primordialmente, hace la distinción entre justificación y santificación a fin de preservar el carácter gratuito de la gracia de Dios en Cristo y proveer una base para la seguridad de la salvación. Si se confunden los beneficios del evangelio, de la justificación y santificación, Calvino está convencido de que, inevitablemente, algún crédito por la justicia nos será transferido y la misericordia de Dios será cuestionada. Ya que la justificación es un don gratuito de Dios, y puesto que nosotros nunca poseemos una justicia perfecta propia, es conceptualmente confuso decir que nuestra justificación depende, parcial, o totalmente, de la santificación.
La perspicacia de Calvino es profunda y está bíblicamente arraigada: si la justificación depende de logros humanos y sin embargo está descrita como el don de Dios, la imperfección obvia de de la justicia humana le será imputada a Dios y Su bondad será puesta en duda. Mantener la distinción entre ser declarado justo y el crecimiento en la santidad práctica es, por lo tanto, un asunto de fidelidad no sólo al evangelio sino a la mismísima bondad de Dios.
La Justificación no Produce Santificación
El segundo punto de distinción va en la dirección opuesta: la santificación, estrictamente hablando, no es causada por la justificación. Este error no es tan serio como el anterior, pero todavía es un asunto de comprender correctamente el evangelio y la vida cristiana. Como ya se ha observado, la justificación y la santidad posicional son similares—la declaración de una posición justa con Dios y una determinación de que el pecador ha sido ahora apartado para Dios. Ambas son el logro objetivo y único de Dios. La relación de justificación y santificación progresiva es un tanto engañosa. Si uno plantea que la justificación da origen a la santificación, entonces parecería natural llegar a la conclusión de que la justificación es—o efectúa—un cambio interior en el pecador. Pero este es, precisamente el error que los Reformadores estaban tratando de evitar: formular la justificación en términos de un cambio interior que provoca santidad práctica que, a su vez, hace al pecador aceptable ante Dios.
Es indiscutible, en la comprensión de Pablo, que la justificación y la santificación progresiva son realidades inseparables. Esta conexión es muy clara en Ro. 6:15-23. En base a la precedente discusión sobre la justificación, Pablo muestra que los creyentes eran esclavos del pecado pero que ahora son esclavos de la justicia y el fruto de esto es la “santificación” (v. 22). “Este es, en efecto, el tema de la presente sección de la Epístola (capítulos vi-viii). Aquellos que han sido justificados están ahora siendo santificados; si un hombre no está siendo santificado, no hay razón para creer que haya sido justificado”. En otras palabras, “la santificación no es meramente la culminación (correlacionar o implicar) de la justificación; es la fe que justifica en funcionamiento. En la fe contada por justicia, nace la presente justicia.” De modo que ambas son inseparables. Pero, ¿significa esto que la justificación produce santificación?
El problema con hacer una afirmación aquí es que la santificación progresiva no parece ser un efecto de una declaración legal. La justificación provoca ciertos beneficios objetivos (una posición justa, aceptación con Dios, paz con Dios, etc.), así que se puede decir que la justificación prepara el escenario para la santificación. Pero la mayor conclusión que podemos sacar de esto es que la vida santa debe surgir de la gratitud por estos beneficios objetivos. Sin embargo, es muy común ir más allá de lo anterior y suponer que si la santificación no produce justificación lo opuesto debe ser cierto. ¿Cuál es, entonces, la naturaleza de la conexión entre estos dos aspectos inseparables del evangelio?
Discerniendo la Unidad
La importancia de mantener distintas la justificación y la santificación ha sido esbozada, pero su unidad debe ser también adecuadamente conservada a fin de reflejar la plenitud y unidad del mensaje del evangelio.
Importancia de la Unidad
Aunque un poco borrosa, la distinción entre justificación y santificación es peligrosa para el evangelio en sí, y exagerar la distinción es también un potencial riesgo. Es posible sobre enfatizar esta distinción al punto de que llegue a ser una separación. Justificación y santificación pueden llegar a ser tan distintos que dejen de estar vitalmente conectados. El resultado de dicho paso en falso podría incluir la noción de que uno cree en Jesucristo como Salvador una vez, luego puede o no, postrarse ante El como Señor, en algún punto de su vida más adelante—el mito del cristiano carnal. Esto equivale a la idea de que uno puede experimentar la justificación por la fe sola y disfrutar el beneficio de una relación reparada con Dios pero nunca crecer en santidad personal. Sin embargo, ya ha sido demostrado que esto es inconcebible a la luz del pensamiento del NT.
Unidos en Cristo, el Sustituto
La respuesta a esta sobre corrección es ver que la justificación y la santificación son partes del mismo todo, o—tal vez mejor—que ambas surgen de la misma realidad soteriológica: la expiación sustitutiva y su aplicación en la concomitante realidad de la unión con Cristo. Tanto la justificación como la santificación fluyen de la cruz de Cristo como una parte de Su completa obra redentora. Ambas son otorgadas como parte de la bendición de la salvación, la cual puede ser resumida en el tema Paulino de la unión con Cristo. Por una parte, como ya ha sido demostrado, la justificación depende de la sustitución—el Padre es capaz de ver a un pecador justificado como justo debido a que ese pecador está unido con Cristo y, por tanto, se presenta bajo la justicia divina la cual Cristo posee como el Hijo de Dios. Por otra parte, la unión con Cristo el sustituto coloca el fundamento para el avance en la santidad práctica. Pablo presenta este punto convincentemente en Ro. 6, cuya enseñanza se puede resumir así, “La muerte de Cristo cuenta como nuestra muerte, y la vida de Cristo es ahora nuestra vida. Por lo tanto, somos aceptados en Cristo y tenemos parte en su vida resucitada”. El resultado de esto, como ya se ha indicado, es “la santificación” (v.22). Entonces se puede decir que tanto la justificación como la santificación están arraigadas en la expiación sustitutiva y su aplicación: la unión con Cristo.
Aun los comentarios de algunos que ven la justificación como el fundamento para la santificación muestran que en realidad le están atribuyendo esta relación a una fuente común que es la expiación sustitutiva. Schreiner nos proporciona un ejemplo agudo tomado de sus comentarios sobre la santificación en Romanos 6: “Lo legal y lo transformador [i.e. justificación y santificación] no están confluyendo juntos aquí, pero podemos ver que lo legal es el fundamento de lo transformador”. Sin embargo, casi de inmediato, el pasa a hablar acerca de cómo la “obra de la cruz de Cristo Jesús, en la cual él cumplió la ley ofreciéndose a sí mismo como ofrenda por el pecado, tiene como su meta la obediencia del creyente (Ro. 8:1-4)”. Este paso muestra que Schreiner en vez de ver la declaración legal de justicia, de parte de Dios, como la base para la santificación, en realidad ve la expiación sustitutiva como la fuente común para ambas.
La forma de Calvino de formular la justificación y la santificación como una “justicia doble” o una “doble gracia” resume satisfactoriamente esta verdad bíblica. Calvino insistía en considerar ambos de estos beneficios de la salvación como regalos co-iguales de Dios que fluían de una fuente común—la cruz. “Al tomar parte [de Cristo], nosotros principalmente recibimos una doble gracia: a saber, que estando reconciliados con Dios mediante la intachabilidad de Cristo, podemos tener en el cielo en vez de un Juez un Padre misericordioso; y en segundo lugar, que siendo santificados por el espíritu de Cristo podemos cultivar la intachabilidad y pureza de vida”. Entonces, para Calvino, “La Santificación no proviene, por así decirlo, de la justificación; proviene, como la justificación, directamente de la cruz. La doble gracia de la salvación está integrada, no por dejar que la santificación invada la justificación, ni por relegar la santificación a un estatus de papel secundario, sino porque ambas pueden trazar su origen hasta Jesucristo”. Siendo así, “La santificación es salvación, tanto como la justificación es salvación. Eso es gracia. No es opcional ni prescindible sino necesaria e inevitable”. Por lo tanto, la unidad de la justificación y la santificación se encuentra “en la obra salvífica de Jesucristo. Pastoralmente, esto significa que el creyente es conducido a la persona de Cristo tanto para justificación como para santidad y que la proclamación del predicador de perdón gratuito y la exhortación a la obediencia, deben ambas descansar en Cristo”. Visualizar la justificación y la santificación como “dos tipos de justicia” tiene mérito sustancial para una teología que sea unificada, adecuadamente sistemática y pastoralmente práctica”.
Conclusión
Empezando con las motivaciones divinas para el acto de la justificación y continuando con el deseo de Dios de que Su pueblo sea santo en sus vidas diarias, se han mostrado las distinciones entre justificación y santificación. Tales distinciones son importantes para mantener un evangelio ortodoxo. Estas distinciones pueden ser resumidas como sigue:
Justificación Santificación
Objetiva Subjetiva
Instantánea Progresiva
Intachabilidad
imputada Intachabilidad
experiencial
Indicativa Imperativa
Monérgica Sinérgica
Dios nos
acepta Nosotros
imitamos a Dios
La importancia de mantener la unidad de estos dos aspectos de la salvación es evidente. Los puntos de convergencia se pueden ilustrar al decir que tanto la justificación como la santificación son:
•Posibles por la substitución de Cristo
•Basadas en la unión con Cristo
•Autorizadas por el Espíritu Santo
•Asignadas por la fe
•Una reflección del carácter de Dios.
Este estudio termina como comenzó: con los atributos de un Dios que ama pecadores y los arranca del pecado, y los identifica con Su Hijo, quien es su Sustituto. Al ser identificado, el pecador es declarado justificado por la muerte del Sustituto; además recibe nueva vida por la resurrección del Sustituto. De la fuente de gracia expiatoria de Dios, nos llegan la justificación y la santificación.
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NOTAS DEL TRADUCTOR
Todas las citas, a menos que se indique lo contario, han sido tomadas de la Biblia, versión RVR60. © 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina.
Notas
Notes:
1.Otros pasajes que asocian justificación y amor de Dios en Cristo incluyen Ro. 5:8-9 y Tito 3:4-7. De hecho, el último contexto parece aplicar los atributos divinos de Ex. 34:6-7 a Jesús mismo, con la resolución del amor y la justicia de Dios encontrados explícitamente en la verdad de la justificación. ↩
2.Este pasaje se cita con frecuencia para describir un elemento definitivo en el significado de justificación. ↩
3.Anthony S. Lane, “Justificación por la Fe” en el Diccionario Para la Interpretación Teológica de la Biblia (Grand Rapids: Baker, 2005) 416, provechosamente nos recuerda que aunque la justificación es un concepto legal, “Esto no significa que nuestra relación con Dios pueda ser reducida a términos legales, sino más bien que dichos términos proveen una importante forma, entre otras, para describir la salvación que tenemos en Cristo. ↩
4.Esto no es para negar que los creyentes “aguardamos por fe la esperanza de la justicia” (Gá. 5:5), implicando una culminación de la obra de la justificación por parte de Dios en el escatón. Lejos de arrojar dudas sobre la certeza o totalidad de la acción justificadora de Dios, la declaración de Pablo hecha aquí muestra que “la justicia es un regalo del final de los tiempos, un veredicto del día del juicio, que ahora ha sido dictado en las vidas de los creyentes sobre la base de la muerte y resurrección de Jesucristo” (Schreiner, Pablo 208). ↩
5.Pablo usa nuevamente logizomai en 2 Co. 5:19, donde el concepto de “no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados” sirve como un sinónimo de perdón que trae como resultado la reconciliación con Dios. ↩
6.Aquí Romanos 10:3 sirve como un paralelo parcial que contrasta los intentos propios de un pecador para justicia con la justicia de Dios. ↩
7.Este punto ayuda para descargar mucha de la energía del debate entre “imputación vs. impartición”. Si los creyentes se convierten en la justicia de Dios en Cristo, la justicia está claramente inherente en él, no en ellos de manera que lo que reciben es una condición de justicia. “Cuando hayamos captado el hecho de que los justos son aquellos que son aceptados por Dios, parte de la controversia concerniente a la justicia imputada o impartida va a quedar de lado. ¿Qué diferencia hace el que se impute o imparta un estatus? ↩
8.El punto es poder apreciar las características únicas de cada perspectiva en el logro divino de la salvación. ↩
Profesor adjunto de Teología
La tarea que tenemos por delante es relacionar la justificación (ser declarado justo) con una comprensión bíblica de la santificación (ser hecho justo). Cuando Dios declara justo a un pecador la acción comienza con SU propio carácter y es llevada a cabo por SU propia acción. Todos Sus caminos son perfectos, justos y rectos, cualidades que son producto de Su santidad. Sus actos redentores, incluyendo Su justificación de los pecadores, están marcados por Su amor tal como se ilustra en Romanos 8:31-39. La justificación es una declaración hecha por Dios acerca del estado del pecador delante de El imputándole la justicia de Cristo a través de la fe. La Santidad es el concepto clave de la santificación tal como es visto en el consistente énfasis bíblico sobre el pueblo de Dios como un pueblo santo. La santificación posicional es una determinación de parte de Dios de que un pecador sea puesto aparte como un miembro del pueblo santo de Dios. La santificación progresiva habla sobre un crecimiento en la santidad práctica por el cual los creyentes obedecen la orden de Dios de crecer en semejanza a Cristo. Es importante el entender la relación correcta entre la justificación y la santificación progresiva: la santificación no produce justificación y la justificación no produce santificación. Aún así reviste gran importancia el ver que ambas surgen de la misma realidad soteriológica de la expiación sustitutiva de Cristo y la resultante unión del creyente con Cristo.
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Introducción
La doctrina de la justificación ha sido el tema de una avalancha de literatura en décadas recientes. Hay perspectivas “nuevas” y “frescas”, aun así todavía hay muchos que buscan defender la fórmula tradicional de la Reforma. Las famosas palabras de Lutero (es “el artículo que permitirá que la iglesia permanezca o caiga”) y Calvino (es “la principal bisagra sobre la cual gira la religión”) se han convertido en aforismos de la perspectiva tradicional. El vertiginoso despliegue de argumentos y contra-propuestas puede parecer impenetrable para el no iniciado. En efecto, uno podría ser perdonado por querer saltarse todavía otro artículo sobre este tan trillado tema.
Sin embargo, el siguiente estudio no entrará en esa discusión. Más bien, será su tarea relacionar la justificación (de acuerdo a la “antigua” perspectiva) con una comprensión bíblica de la santificación, un tema que ha sido tratado muy poco en forma directa, últimamente, debido a que la atención se ha vuelto hacia asuntos afines de “espiritualidad” o “formación espiritual”. Desde que los reformadores, en primer lugar, hicieron cuidadosamente una distinción entre ser declarado justo y ser hecho justo, la comparación y el contraste entre justificación y santificación han sido considerados elementos claves para que el evangelio se exprese fielmente. Esto se puede ver, particularmente, en Calvino quien consideró esta distinción en alguna medida.
Este estudio, después de resumir los fundamentos de la justificación y la santificación, procurará evitar dos extremos al relacionar estos dos temas doctrinales claves. El primero es, la tendencia a combinarlos de tal manera que sean casi idénticos—la idea de que la santificación causa la justificación o crecimiento, o el error menos serio de ver la justificación como la causa de la santificación. El segundo error, y opuesto, es el de separarlas tan ampliamente que su conexión soteriológica sea apenas afirmada y sin un adecuado argumento teológico, de tal manera que el principio bíblico clave se pierde. Capitalizando sobre la base de un despliegue de textos bíblicos y del concepto de Calvino de la “gracia doble”, este estudio demostrará que la justificación y la santificación son aspectos distintos, del don de la salvación, que se relacionan el uno al otro porque ambos fluyen de la expiación y la unión del creyente con Cristo.
Justificación: Los Fundamentos
Justificación es un término legal que se usa en el NT para describir cómo un pecador es hecho aceptable ante Dios. En la salvación Dios declara como justo a un pecador—una consideración que comienza en Su propio carácter y es llevada a cabo por Su propia acción.
Donde comienza: el carácter de Dios
No es inusual comenzar una discusión de la justificación hablando del pecado—que es el problema al cual la justificación intenta vencer. Ciertamente, esto no es inapropiado, pero ya que la justificación es un obra de Dios, parece ser, al menos, tan apropiado empezar la discusión con los atributos de Dios que motivan esta acción puesto que, cuando consideramos cualquiera de las acciones de Dios es importante tomar en serio el principio de que todas las acciones de Dios fluyen, antes que todo, de Sus propósitos y Su carácter.
En primer lugar, ya que la justificación involucra declarar que un pecador está bien con Dios (i.e. justo) y por lo tanto aceptable delante de El, la justificación es un acto llevado a cabo por un Dios recto y justo. Repetidamente en el AT Dios es honrado como el único que es completamente, y por excelencia, justo. Esto significa que todos sus caminos son perfectos, justos, fieles y rectos (Dt. 32:4; Salmos 145:17).
tro acercamiento es ver la justicia ética de Dios como la obra externa de Su santidad. Porque Dios es el completamente otro Sus acciones manifiestan la alteridad de Su ser como absoluta pureza moral. Strong lo expresa de la siguiente manera:
Consecuentemente, la santidad en Dios debe ser definida como la conformidad a su propia naturaleza perfecta. La única regla para la voluntad divina es la razón divina; y la razón divina prescribe todo lo que es apropiado que haga un ser infinito. Dios no está bajo la ley ni por encima de la ley—el es ley. El es justo por naturaleza y necesidad.
O, como Culver lo ha expresado más recientemente, “La justicia por la cual Dios ordena Su mundo no es ni algo creado, externo a El, ni algo además de Dios mismo de cualquier manera sea lo que fuere. Sus actos justos son Su carácter en acción; Dios es ley en sí mismo”. De manera que Dios es justo en todo lo que El piensa, dice y hace, y es perfectamente consistente con su propio carácter—porque “El no puede negarse a sí mismo” (2 Ti. 2:13).
La interpretación de una justicia consistente y sana es también un aspecto clave de la justicia de Dios—Dios siempre trata a otros justamente. Como el soberano legítimo del mundo “justicia y juicio son el cimiento de tu trono” (Salmos 89:14; ver Salmos 119: 137-138). Este es el lado normativo de la justicia de Dios—Su carácter es no sólo el estándar para Sus propios pensamientos y acciones, sino que es también el parámetro para todas Sus criaturas morales. Este principio se encuentra en su forma más simple y explícita en el mandamiento, “Sed santos porque Yo soy santo” (Lv. 11:44), un imperativo que es reiterado enfáticamente a la iglesia en 1 Pedro 1:15-16.
Entonces, la propia justicia de Dios es la norma para todas Sus criaturas morales. Y por causa de que YHWH mismo es justo El ama las expresiones de esta rectitud vertical y moral en las actitudes y acciones de Sus criaturas. El salmista dice que YHWH “es justo, y ama la justicia; el hombre recto mirará su rostro” (Salmos 11:7). Por supuesto, el problema para la humanidad es que “no hay quien haga el bien” (Salmos 14:1), ni siquiera uno (Ro. 3:10-12).
e modo que Dios, quien es perfectamente justo en todo lo que El es y hace, desea que Sus criaturas morales reflejen esta justicia de vuelta a El en sus vidas. Pero, ellas [sus criaturas] son completamente injustas y no pueden hacer esto. En este punto se podría decir que la justificación no es necesariamente requerida—un Dios que está esencialmente comprometido con la justicia perfecta por causa de Su justicia podría, sencillamente, ejecutar el juicio que conllevan los méritos de injusticia: la muerte (Ro. 6:23a). En vez de eso, otro de los atributos de Dios es expresado al lado de (y en perfecta armonía con) Su justicia a fin de proveer una solución diferente: Su amor también es un motivo para la justificación.
A través de las Escrituras el amor de Dios se representa como una motivación para Sus actos redentores. Dios escogió a Israel simplemente al colocar Sus afectos sobre ellos (Dt. 7:7; 10:14-15) y, a pesar de sus múltiples divagaciones, continuó amándolos manteniendo fidelidad al pacto con ellos (ej. Oseas 11:1-9; Mal. 3:1-12). El NT describe cómo este amor redentor es cumplido en Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado (Juan 3:16; Ro. 5:8; 1 Juan 4:9).
Aunque sería suficiente establecer la amplia verdad bíblica del amor de Dios como una motivación para Sus actos salvíficos en la historia, uno puede ir, teológicamente, un paso más allá y relacionar Su amor redentor directamente con la doctrina de la justificación. Esto se hace evidente en la forma como la Escritura conecta la justicia de Dios con Su omnibenevolencia.
En Éxodo 34 se nos presenta uno de los momentos clave en la historia redentora, un momento en el que Dios habla directamente acerca de sus atributos a fin de revelar los motivos para Sus acciones. Tras el incidente del becerro de oro y el subsecuente castigo a través de la espada y la acción divina (Éxodo 32), Dios anuncia que El guardará Su promesa de dar a Israel su nueva tierra, pero que no los acompañará con una manifestación personal de Su presencia (33:1-3). Moisés va hacia la tienda de reunión a suplicar por entendimiento (v. 13) y por la presencia personal de Dios con Su pueblo escogido (v. 15). Por último, Moisés presenta su petición culminante: “Te ruego que me muestres tu gloria” (v. 18).
La respuesta de Dios a su petición es una revelación personal de Sus atributos justo antes de Su renovación del pacto con Israel (34:6ss). Esta autorevelación divina a su vez forma la base, en el AT, para la comprensión del carácter de Dios como está demostrado por su repetido uso a través del ámbito cronológico y canónico del AT (Nm. 14:18 Neh. 9:17; Salmos 86:15; 103:8; 145:8; Joeel 2:13; Jon. 4:2; Nah. 1:3). Es una declaración del carácter de Dios que “conlleva casi la fuerza de un credo”.
La relación del amor de Dios con la justificación está implícita en la autorevelación de YHWH. De los seis atributos que El enlista, los primeros cinco son expresiones variadas de Su amor: compasión, gracia, paciencia, generosidad en misericordiosa fidelidad al pacto y perdón. El último de la lista podría ser llamado justicia o rectitud, aun cuando YHWH es eminentemente amoroso, paciente y perdonador. El no deja la culpa sin castigo. Esto deja una tensión en la autorevelación de Dios: ¿cómo puede El ser perdonador si es incesantemente justo?
La respuesta, por supuesto, es la doctrina de la justificación que está completamente desarrollada en el NT. Ningún pasaje del NT ata explícitamente el amor de Dios a sus actos de justificación, sin embargo ambos están estrechamente asociados en múltiples contextos, dos de los cuales serán mencionados aquí.
El primero, y más claro, es Romanos 8:31-39. A medida que Pablo va llevando a un final esta sección de su carta el habla acerca de su certeza en cuanto a que Dios puede—y lo hará—llevar a su culminación Su plan de redención. El formula este punto haciendo uso de una serie de preguntas retóricas: “Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?” (v. 31), “¿quién acusará a los escogidos de Dios?” (v. 33), y en forma culminante, “¿quién nos separará del amor de Cristo?” (v. 35). El asunto queda sintetizado en términos de esta pregunta final—absolutamente nada puede separar al creyente de “el amor de Dios , que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (v. 39). De esta manera, el amor perdonador y justificador de Dios es expresado por Pablo como el amor de Dios en Cristo.
Otro lugar donde Pablo da a entender que el amor de Dios es una motivación para la justificación es en Romanos 3:21-26. Al explicar cómo la justificación es por fe en Cristo, Pablo dice que la justificación viene “por su gracia como un don” (v. 24). Sin embargo, tal regalo/don podría dar la impresión de que Dios simplemente está pasando por alto el pecado, así que Pablo explica que esta es la razón por la cual Dios puso a Jesús por delante “como propiciación por medio de la fe en su sangre” (v. 25). En tiempos anteriores el Padre “pudo tolerar el pecado de los seres humanos solo porque miraba hacia adelante, a la muerte de su hijo como expiación por el pecado…la justicia de Dios ha sido vindicada en la muerte de Jesús. Estos comentarios de Pablo demuestran que la pregunta hecha por el no es cómo puede Dios castigar justamente a los seres humanos, sino más bien cómo puede Dios perdonar justamente a cualquier persona”.
Esto indica la intención de gracia de la omnibenevolencia de Dios: El es por naturaleza amoroso y perdonador y Pablo siente que debe mostrar en forma explícita cómo esta disposición de gracia está en armonía con la justicia de Dios. En otras palabras, Dios no puede ser “justificador” si El no es también “justo” cuando lo hace. Su conclusión en el versículo 26 (“que él sea el justo, y el que justifica”) demuestra esta armonía: los requisitos del carácter justo de Dios son llenados en el sacrificio de Cristo. 1
Es importante ver que la justificación fluye del carácter y propósitos de Dios como una manifestación de Su bondad y amor así como de Su justicia. Debido a que los debates sobre la naturaleza de la justificación tienden a enfocarse sobre conceptualizaciones legales (imputación vs. impartición, lo que hace en vez de quién lo hace) es fácil olvidar el fuego del amor de Dios del cual se levanta el calor de la justificación.
Lo que Es: Una Declaración de parte de Dios
Debido a la asombrosa cantidad de literatura que busca definir la justificación, y también a que el presente propósito es simplemente reiterar los fundamentos, el siguiente paso en este estudio será más bien breve. La justificación es una declaración de parte de Dios concerniente al estatus, o condición, del pecador ante Dios.
En primer lugar la justificación es una declaración forense, o legal. El elemento forense en la justificación está claro en la Escritura y bien observado en la tradición cristiana. En el AT el verbo sdq comunica la idea, como en Dt. 25:1 donde la tarea del juez es “decidir entre (dos partes en disputa) absolver al inocente o condenar al culpable”. 2 En consecuencia, una advertencia repetida es emitida en el AT en contra de condenar al inocente y absolver al culpable (por ej. Is. 5:23; Pr. 17:15).
El verbo correspondiente en el NT dikaioo, contiene la misma idea, tal vez más explícitamente en la instancia anteriormente mencionada de Ro. 8:33-34, donde lo opuesto a dikaioo es katakrino—condenar: “¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará?”. En suma, el ambiente legal semántico de la justificación, tanto en el AT como en el NT, llevó a Morris a la “convicción de que la idea fundamental es una de absolución”. 3
Entonces, como una declaración forense la justificación es un pronunciamiento hecho concerniente al estatus de la relación de una persona hacia una norma legal en particular. Uno está, bien sea, en conformidad a la norma (“inocente”) o, no (“culpable”). Por supuesto, la norma en la justificación es la ley de Dios, la cual a su vez es una expresión del mismísimo carácter justo de Dios. La justificación es la declaración de parte de Dios de que al pecador se le considera como estando en concordancia con la propia justicia de Dios (más sobre este punto, debajo).
Por último, la justificación es representada en la Escritura como un hecho cumplido. No es un proceso que requiere cooperación ni mejora, sino que más bien es una acción de Dios que es visualizada como completa. Esto se ve claramente en el uso que hace Pablo de dikaioo en pasajes tales como Ro. 5:1 donde se usa el aoristo participio pasivo: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (ver el “ahora” en Ro. 3:21). Debido a que la justificación ha sido cumplida, Pablo puede hablar sobre el beneficio crucial perdurable de esta acción divina—la paz con Dios. La misma construcción aparece ocho versículos más adelante, reforzando el punto de vista de que Pablo ve la justificación como un logro definitivo de Dios, completado por medio de una declaración en relación al lugar del pecador ante Dios y Su justa ley. 4
Cómo Opera: Imputación Divina
La justificación es un asunto de imputación: Dios considera al pecador como algo que en su experiencia presente no lo es—justo. Esto levanta la vieja objeción de que si la justificación es vista como una imputación, ella constituye una ficción legal lo cual es una imposibilidad para un Dios que es veraz. Sin embargo, a la objeción se le escapa el punto de que Dios está interpretando un fallo a favor del pecador debido a la obra de alguien más. Siendo así, a fin de entender la justificación, uno debe ver que ella está arraigada en la sustitución. La justificación es posible solamente debido a que se ha provisto un sustituto. El fundamento para la declaración de justicia, de parte de Dios, es el sustituto justo, Jesucristo. El AT mira hacia adelante, específicamente, a este rol del Mesías. En Isaías 53 el siervo llevará los pecados de muchos (v. 6) y sufrirá injustamente, pero voluntariamente como un cordero sacrificial (vv. 7-9). En el plan de YHWH este sufrimiento será tenido en cuenta como una ofrenda por el pecado (v. 10) y el resultado es que “justificará a muchos” (v. 11).
En el NT Pedro hace la conexión implícitamente, sin embargo también claramente, entre sustitución y justificación, cuando describe la obra de la cruz de Cristo al decir en 1 P. 3:18 que El “padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos [dikaios huper adikon], para llevarnos a Dios”. Aquí tenemos juntos el lenguaje de la justicia y la expiación sustitutiva. El justo tomó el lugar del injusto. Su sufrimiento “fue el castigo, debido a los pecados de los injustos, que El llevó en lugar de ellos, o la propiciación necesaria por sus pecados que El ofreció a favor de ellos”. La dependencia de la justificación en la sustitución no se puede exagerar y se verá en el trasfondo de la mayor parte de lo que sigue. Entonces, específicamente ¿cómo se encuentra envuelta la imputación en la declaración de un pecador como justo?. Esto se puede expresar mejor desde dos perspectivas: el perdón y la justicia imputada. La primera de estas reúne y resume mucho de lo que, hasta ahora, ha sido dicho: la justificación, antes que todo, involucra el perdón de pecados—o, en términos forenses (y más bien inelegantes) la no imputación del pecado. El pecador se desplaza de ser “culpable” ante el banquillo del Juez Divino a “no culpable” o “en completa conformidad”.
Aparte del lenguaje, ya delineado, de absolución en la corte, se usa terminología contable para describir lo que Dios hace por el pecador en Su acto de justificación. Este lenguaje de “acreditación” es usado para expresar ambos aspectos de la justificación que aquí están bajo consideración. Pablo emplea la descripción que hace David en el Salmo 32:1-2 de una de las bendiciones de la justificación. En este texto, uno cuyas “iniquidades son perdonadas” (Ro. 4:7) es la persona “a quien el Señor no inculpa de pecado” (v. 8). En el contexto, esto es lo que significa ser justificado—Dios ya no contabiliza esos pecados en contra del pecador, i.e., El los perdona. 5
Combinado con otros contextos, en los cuales la justificación es descrita en términos de liberación de pecados (Ro. 3:21-26, donde el tema es el pecado siendo propiciado; 5:1-11, donde el énfasis es que la justificación mediante la muerte de Cristo trae paz entre Dios y sus enemigos; 8:31-34, donde el punto es el ser libre de la condenación), es claro que la justificación tiene que ver con vencer el problema del pecado. Sin embargo, este no es el cuadro completo. Pablo habla de la justificación no sólo como la no imputación del pecado sino también como la imputación de la justicia. El describe, específicamente, la justificación como la acreditación al pecador de la justicia de Dios en Cristo. El usa la misma terminología contable (logizomai) en Ro. 4:3,5,6,9 para dejar sentado que la justificación involucra que la justicia le está siendo acreditada a un pecador. En Fil. 3:9 Pablo habla, muy específicamente, de esta justicia como algo que procede de Dios (ek theou) y no de las obras de la Ley. 6 Y en Ro. 5:17 la justicia llega al pecador como un regalo (doreas) de Dios. Lo que esto significa es que el pecador justificado es contabilizado, considerado, aceptado como justo ante Dios, el Juez Justo.
Sin embargo, nuevamente se levanta el espectro de la “ficción legal”— ¿cómo puede aceptar Dios como justos a aquellos que claramente no lo son?. Para responder esta pregunta, uno debe regresar al principio de sustitución y notar cómo aparece en la doctrina de Pablo de la justicia imputada. Esto se encuentra más explícito en la declaración de Pablo de la verdad de que el Padre “al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Co. 5: 21). Dios es capaz de contabilizar a los pecadores como justos debido a que ellos están representados, delante de El, por Jesucristo quien funciona, para ellos, como un sustituto (hyper hemon).
Esta aplicación del principio de sustitución aparece a lo largo de todos los escritos de Pablo en la doctrina de la unión con Cristo. La justicia imputada en la justificación significa que debido a que el pecador justificado ha sido unido a su sustituto, el Padre considera esa justicia del sustituto como perteneciente a aquel que es justificado. En otras palabras, “nosotros…llegamos a ser la justicia de Dios en El”. Este vínculo es logrado a lo largo de la mayoría de los pasajes ya citados con relación a la no imputación del pecado e imputación de la justicia—el pecador justificado es justificado sólo porque está “en Cristo”. 7 En efecto, siempre que la justificación está siendo discutida, la unión con Cristo no está lejos en el contexto. “Para Pablo la unión con Cristo no es fantasía sino un hecho—en efecto, el hecho básico en el cristianismo, y la doctrina de la justicia imputada es simplemente la exposición de Pablo del aspecto forense de la misma. Carson está de acuerdo cuando dice que el tema de la unión con Cristo entendido correctamente es una forma comprehensiva y compleja de representar las varias maneras en que estamos identificados con Cristo y El con nosotros. En sus conexiones con la justificación la terminología “unión con Cristo”…sugiere que aunque la justificación no puede ser reducida a la imputación, en el pensamiento de Pablo la justificación ya no puede por más tiempo ser fielmente mantenida sin ella [la imputación]. Entonces, para resumir, la justificación es una declaración de parte de Dios en la cual el pecador es perdonado y recibe una “justicia ajena”, la justicia de Cristo.
Lo que Provoca: Paz con Dios
Varios de los pasajes citados, hasta aquí, en este estudio describen los efectos específicos que la justificación provoca y es importante resumirlos para completar este esbozo de la doctrina a fin de compararlo y contrastarlo con la santificación. En primer lugar, el ser declarado justo ante Dios trae la reconciliación entre Dios y el pecador. Este es el encabezado de Pablo para Romanos 5 a medida que hace la transición de la discusión de la justificación en el capítulo previo: es por causa de que los cristianos son justificados que tienen paz con Dios mediante Cristo. La Reconciliación es también el tema de 2 Co. 5:18-21. Ya se ha observado que este contexto contiene tanto la imputación negativa (“no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados”, v. 19) como la positiva (“para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él”, v. 21). Aunque no se usa el verbo dikaioo, no cabe duda que el pasaje es acerca de la justificación. Y el punto es dado a entender como un ruego: Por causa de que Cristo ha puesto el fundamento para la reconciliación (v. 18) “os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios” (v. 20). La justificación remueve la enemistad entre Dios y el pecador.
En segundo lugar, y relacionado con la reconciliación, la justificación trae salvación de la ira divina. Romanos 5:9 vincula explícitamente las dos: “Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira”. Nadie a quien se declare en una posición justa con Dios debe temer la ira divina, porque “si el obstáculo de nuestro pecado ya ha sido removido de modo que ahora nuestra posición ante el es de no ser culpables, entonces podemos estar confiados de que seremos salvos de la ira de Dios a través de Cristo”. Además, por causa del dikaiothentes (traído desde 5:1) se demuestra que esta justificación es un hecho cumplido “aquellos que han sido declarados justos por Dios ya se pueden regocijar en su liberación de la ira divina”.
Por último, la justificación es lo que le da derecho a uno a la vida eterna. Por supuesto, esta es una implicación de los dos resultados previos de la justificación—uno que está en paz con Dios y a salvo de su ira escatológica es uno que tiene parte en el favor eterno de Dios. Sin embargo, Pablo hace esto más explícito en Tito 3:7. Pablo ensalza la verdad trinitaria de la salvación por gracia en los vv. 4-6, luego habla del propósito de esta salvación en términos de justificación, “para que justificados [aoristo, pasivo, particip. dikaioo] por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna”. Pablo dice que la salvación, particularmente identificada como el hecho de haber sido declarado justo, le otorga a uno la bendición de heredar la vida eterna.
Resumen
La justificación es, entonces, una acción propia de Dios, una declaración de tipo forense/legal concerniente a la relación de un pecador con la norma de justicia de Dios. Está basada en la obra redentora de Cristo solamente, de la cual puede uno apropiarse únicamente por la fe. Una narración teológica más detallada de la justificación podría ser algo como esto: Dios, quien es justo en sí mismo y es el estándar normativo de la justicia, amorosamente entrega a Su Hijo como un sustituto para los pecadores injustos para que ellos sean hechos aceptables a El. Este sustituto vive una vida sin pecado, en obediencia al Padre, haciéndolo apto para ser el sacrificio perfecto y sumo sacerdote a favor de los pecadores. Ofreciéndose a sí mismo como el cordero de Dios sin mancha, es presentado por el Padre como el sacrificio propiciatorio el cual está disponible a los pecadores quienes pueden apropiarse de este sacrificio, para ellos mismos, en fe. Al ejercitar esta fe ellos están unidos al Hijo por el Padre en forma tan completa que El considera que la eficacia de la muerte del Hijo es también la de aquellos que, en realidad, la merecían. El resultado es que el Padre, el Dios que es justo, ve a aquellos pecadores como poseedores de Su misma justicia porque los ve en Su divino Hijo. El pecador está justificado. Ahora bien, por estar en paz con Dios, por haber sido aceptado por Dios, porque el castigo por el pecado ha sido pagado y el poder del pecado ha sido roto, se espera que el pecador justificado viva como un testimonio creciente de la realidad del amor justo y redentor de Dios y de su presencia en el mundo. Este proceso es llamado santificación.
Santificación: Los Fundamentos
A fin de establecer la relación entre justificación y santificación, es necesario bosquejar, en breve, los elementos claves de la doctrina de la santificación. El concepto clave en la santificación es la santidad y la doctrina de la santificación articula el tema bíblico de que el pueblo de Dios es un pueblo santo. Tal como Graham Cole lo ha señalado, la santidad del pueblo de Dios juega un rol crucial en la historia de la redención: La trama canónica revela la historia de Dios reivindicando un mundo caído y estableciendo un nuevo cielo y nueva tierra en los cuales la justicia se encuentre en casa (2 P. 3:11-13). Ese nuevo mundo verá al pueblo santo de Dios viviendo en la santa presencia de Dios, en la santa ciudad de Dios, en el santo camino de Dios (Ap. 21:1-4). La actividad de Dios santificando un pueblo para sí es esencial a esa historia. Este aspecto vital de la historia de la redención se encuentra expresado, tradicionalmente, en dos categorías: santificación posicional o definitiva y santificación progresiva o condicional.
Santificación Posicional
Ya que el significado básico de la santidad tiene que ver con poner aparte o, alteridad, el primer aspecto de la santificación es el hecho de que el pueblo de Dios es puesto aparte del mundo e identificado como pertenencia de El. La santificación posicional es “el indicio de la salvación”. La idea de que el pueblo escogido de Dios es “santo para el Señor” ocurre en forma repetida en el contexto, del AT, del pacto de Dios con Israel (p. ej. Lv. 20:26). En el NT los creyentes en Jesucristo son llamados santos lo cual lleva la idea del AT de ser puesto aparte por medio del grupo de palabras de santidad/santificación (hagios/hagiazo). El concepto de los cristianos como “[los] santos” domina los escritos paulinos (40x) cuando se está refiriendo a la iglesia y el término también es usado con frecuencia en el Apocalipsis de Juan (13x) para referirse al pueblo de Dios. El hecho de que el término representa al pueblo de Dios como un pueblo puesto aparte se hace explícito en textos como 1 Co. 6:1-2 donde una disyunción categórica es planteada entre los santos, por una parte, y “los injustos” y “el mundo” por la otra.
El lenguaje de ser “llamados” refuerza este sentido de separación. En Ro. 1:7 y 1 Co. 1:2 Pablo saluda a sus lectores como aquellos que han sido “llamados a ser santos”. El último pasaje refuerza la idea al identificarlos como aquellos que han sido “santificados en Cristo Jesús”. Además, el pueblo de Dios son aquellos que han sido “librados… de la potestad de las tinieblas, y trasladados…al reino de su amado Hijo” (Col. 1:13). “Los creyentes han sido trasladados del reino de lo profano al terreno de lo santo porque ellos le pertenecen a Dios el Padre y a Jesucristo”. Y el escritor de Hebreos enfatiza que esta santificación es un fait accompli, una realidad objetiva, cuando el dice, por la voluntad de Dios “hemos sido santificados [particip., pasado, perf. de hagiazo] mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre” (He. 10:10).
La santificación posicional es comparada, con frecuencia, con la justificación porque es otra perspectiva de la acción de Dios en respuesta a la fe que salva: la justificación es la declaración de justicia que hace al pecador aceptable ante Dios; la santificación posicional es la determinación, de parte de Dios, de que el pecador justificado está ahora apartado para El como uno de Su pueblo santo.Distinguir la justificación de la santificación posicional en esta forma no va dirigido a expresar una preocupación por posicionarlos en un ordo salutis. 8
Santificación Progresiva
El “imperativo” correspondiente al “indicativo de santificación” es la santificación progresiva. Aunque el pueblo de Dios ha sido marcado por Él para estar separado del resto del mundo, y aun cuando esta es una realidad objetiva, al pueblo de Dios se le ordena que viva en conformidad a ello: “Habéis, pues, de serme santos, porque yo Jehová soy santo, y os he apartado de los pueblos para que seáis míos” (Lv. 20:26; ver 19:2; 1 P. 1:15-16). Los escritos de Pablo en todas partes suponen que el implementar este imperativo es una obra progresiva.
La santificación progresiva es diferente de la justificación y la santificación posicional, en que ella es una obra cooperativa entre Dios y el creyente. En primer lugar, el avance en la santidad práctica se hace posible por la obra de Dios en el creyente—“porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” mientras que El “resuelve” Su salvación (Fil. 2:12-13). En efecto, esta es una obra comenzada por Dios, y es El quien “la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (1:6).
La obra de Dios en la santificación es atribuida al Espíritu Santo (2 Co. 3:18; 1 P. 1:2), la cooperación del creyente es descrita como “andar en el Espíritu” (Ro. 8:4; Gá. 5:16, 25), y el resultado es el “fruto del Espíritu” (Gá. 5:22-23). Y, como lo demuestra este pasaje, el avance de la santificación depende de la obra del creyente es respuesta a—y en cooperación con—la obra de Dios.
La naturaleza cooperativa de la santificación progresiva está clara a través de todas las epístolas del NT. Pablo se refiere al crecimiento en santidad como al hecho de quitar al viejo yo y adoptar al nuevo, el cual es “creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad” (Ef. 4:22-24), que en el contexto es descrito como un proceso continuo. En 2 Co. 7:1 la exhortación de Pablo, sobre la base de la obra salvífica de la gracia de Dios, es “limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios”. Aun cuando Pablo sabe que la santidad final no será alcanzada por ningún creyente, antes de ser glorificados, él, sin embargo le encarece a la iglesia a que se esfuerce hacia esa meta de modo que puedan “avanzar constantemente en santidad”.
El creyente no debe pensar que este trabajo es fácil. Más bien, es descrito como una lucha: Pedro dice que uno debe “poner toda diligencia” (2 P. 1:5); el escritor de Hebreos demanda que uno debe “luchar” por la santidad (He. 12:14). Aun Pablo, quien hace todo lo posible para demostrar la extrema incongruencia de un cristiano que esté pecando a la luz de su identificación con la muerte y resurrección de Cristo (Ro. 6), continúa lamentando cómo el mismo está envuelto por completo en la lucha (Ro. 7:21-24) Y sin embargo, la obra de Dios está todavía por encima, y antes, de todo esfuerzo humano. Nunca se debe olvidar que el esfuerzo humano en la santificación progresiva depende absolutamente en la obra previa de Dios al redimir a los pecadores y ponerlos aparte para sí, y en la victoria que Dios otorga en Cristo (Ro. 7:25). “No existe tal cosa como autosantificación. Es una obra de Dios en la cual, sin embargo, el llama a—y hace uso de la cooperación de—toda la comunidad cristiana”.
Resumen
Entonces, la doctrina de la santificación se ocupa de la santidad del creyente. La santificación posicional, similar a la justificación, es una determinación, de parte de Dios, de que un pecador es puesto aparte como un miembro del pueblo santo, escogido de Dios. Por lo tanto, es única y completamente la acción de Dios. La santificación progresiva es aquel crecimiento en la santidad práctica—uno podría decir justicia del comportamiento—que involucra la obediencia del creyente a los mandatos de Dios de crecer en semejanza a Cristo.
Garantizando la Distinción
Por fin, la pregunta hecha al principio puede ser respondida: ¿Cuál es la relación entre justificación y santificación? Gran parte de la respuesta a esta pregunta ha sido dada a entender en la discusión precedente, así que el trabajo restante es poner todo esto junto y responder unas cuantas preguntas relevantes. En lo que resta se comparará, contrastará y relacionará la justificación y la santificación progresiva. En primer lugar, unas pocas palabras acerca de cómo estas deben mantenerse distintas.
La Santificación no Produce Justificación
El primer punto de distinción, y un distintivo de la Reforma, es que la santificación no es el fundamento para la justificación. El comportamiento santo no trae el favor de Dios ni Su declaración de justicia. Un argumento sostenido contra la doctrina de la justificación de la iglesia Católica Romana está más allá del ámbito de este estudio, sin embargo se citarán unas pocas declaraciones representativas de manera que se puedan aplicar a la presente discusión. El Catecismo de la Iglesia Católica reza “La justificación no es sólo la remisión de pecados sino también la santificación y renovación del hombre interior”. La justificación, que es conferida en el bautismo “nos conforma a la justicia de Dios quien nos hace interiormente justos por el poder de su misericordia” (§ 1992). Aún más, “La justificación establece la cooperación entre la gracia de Dios y la libertad del hombre” (§ 1993). Sobre esta base, en la perspectiva católica, la justicia que lo justifica a uno puede crecer, decrecer o destruirse por completo. La práctica de los sacramentos preservará y aumentará la justificación de uno.
Sin embargo, aun dada la discusión básica presentada más arriba, esto es imposible ya que los pecadores no pueden participar en la obtención de un estatus de justicia ante Dios. La justificación nunca puede estar colocada sobre la base de “obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho” sino que es siempre, y solamente, “por su misericordia” (Tito 3:5).
Frente a tal enseñanza Calvino formuló un profundo razonamiento para mantener la distinción entre justificación y santificación: para preservar la bondad de Dios. Cornelis Venema lo explica A menos que la justificación sea cuidadosamente distinguida del arrepentimiento [término usado por Calvino, intercambiable con “regeneración”, para la santificación progresiva], la bondad de Dios y su gracia gratuita en Cristo no será adecuadamente apreciada y llegará a ser imposible asegurar la confianza y descanso del creyente en la misericordia de Dios solamente como el único fundamento para la salvación. En consecuencia, Calvino, primordialmente, hace la distinción entre justificación y santificación a fin de preservar el carácter gratuito de la gracia de Dios en Cristo y proveer una base para la seguridad de la salvación. Si se confunden los beneficios del evangelio, de la justificación y santificación, Calvino está convencido de que, inevitablemente, algún crédito por la justicia nos será transferido y la misericordia de Dios será cuestionada. Ya que la justificación es un don gratuito de Dios, y puesto que nosotros nunca poseemos una justicia perfecta propia, es conceptualmente confuso decir que nuestra justificación depende, parcial, o totalmente, de la santificación.
La perspicacia de Calvino es profunda y está bíblicamente arraigada: si la justificación depende de logros humanos y sin embargo está descrita como el don de Dios, la imperfección obvia de de la justicia humana le será imputada a Dios y Su bondad será puesta en duda. Mantener la distinción entre ser declarado justo y el crecimiento en la santidad práctica es, por lo tanto, un asunto de fidelidad no sólo al evangelio sino a la mismísima bondad de Dios.
La Justificación no Produce Santificación
El segundo punto de distinción va en la dirección opuesta: la santificación, estrictamente hablando, no es causada por la justificación. Este error no es tan serio como el anterior, pero todavía es un asunto de comprender correctamente el evangelio y la vida cristiana. Como ya se ha observado, la justificación y la santidad posicional son similares—la declaración de una posición justa con Dios y una determinación de que el pecador ha sido ahora apartado para Dios. Ambas son el logro objetivo y único de Dios. La relación de justificación y santificación progresiva es un tanto engañosa. Si uno plantea que la justificación da origen a la santificación, entonces parecería natural llegar a la conclusión de que la justificación es—o efectúa—un cambio interior en el pecador. Pero este es, precisamente el error que los Reformadores estaban tratando de evitar: formular la justificación en términos de un cambio interior que provoca santidad práctica que, a su vez, hace al pecador aceptable ante Dios.
Es indiscutible, en la comprensión de Pablo, que la justificación y la santificación progresiva son realidades inseparables. Esta conexión es muy clara en Ro. 6:15-23. En base a la precedente discusión sobre la justificación, Pablo muestra que los creyentes eran esclavos del pecado pero que ahora son esclavos de la justicia y el fruto de esto es la “santificación” (v. 22). “Este es, en efecto, el tema de la presente sección de la Epístola (capítulos vi-viii). Aquellos que han sido justificados están ahora siendo santificados; si un hombre no está siendo santificado, no hay razón para creer que haya sido justificado”. En otras palabras, “la santificación no es meramente la culminación (correlacionar o implicar) de la justificación; es la fe que justifica en funcionamiento. En la fe contada por justicia, nace la presente justicia.” De modo que ambas son inseparables. Pero, ¿significa esto que la justificación produce santificación?
El problema con hacer una afirmación aquí es que la santificación progresiva no parece ser un efecto de una declaración legal. La justificación provoca ciertos beneficios objetivos (una posición justa, aceptación con Dios, paz con Dios, etc.), así que se puede decir que la justificación prepara el escenario para la santificación. Pero la mayor conclusión que podemos sacar de esto es que la vida santa debe surgir de la gratitud por estos beneficios objetivos. Sin embargo, es muy común ir más allá de lo anterior y suponer que si la santificación no produce justificación lo opuesto debe ser cierto. ¿Cuál es, entonces, la naturaleza de la conexión entre estos dos aspectos inseparables del evangelio?
Discerniendo la Unidad
La importancia de mantener distintas la justificación y la santificación ha sido esbozada, pero su unidad debe ser también adecuadamente conservada a fin de reflejar la plenitud y unidad del mensaje del evangelio.
Importancia de la Unidad
Aunque un poco borrosa, la distinción entre justificación y santificación es peligrosa para el evangelio en sí, y exagerar la distinción es también un potencial riesgo. Es posible sobre enfatizar esta distinción al punto de que llegue a ser una separación. Justificación y santificación pueden llegar a ser tan distintos que dejen de estar vitalmente conectados. El resultado de dicho paso en falso podría incluir la noción de que uno cree en Jesucristo como Salvador una vez, luego puede o no, postrarse ante El como Señor, en algún punto de su vida más adelante—el mito del cristiano carnal. Esto equivale a la idea de que uno puede experimentar la justificación por la fe sola y disfrutar el beneficio de una relación reparada con Dios pero nunca crecer en santidad personal. Sin embargo, ya ha sido demostrado que esto es inconcebible a la luz del pensamiento del NT.
Unidos en Cristo, el Sustituto
La respuesta a esta sobre corrección es ver que la justificación y la santificación son partes del mismo todo, o—tal vez mejor—que ambas surgen de la misma realidad soteriológica: la expiación sustitutiva y su aplicación en la concomitante realidad de la unión con Cristo. Tanto la justificación como la santificación fluyen de la cruz de Cristo como una parte de Su completa obra redentora. Ambas son otorgadas como parte de la bendición de la salvación, la cual puede ser resumida en el tema Paulino de la unión con Cristo. Por una parte, como ya ha sido demostrado, la justificación depende de la sustitución—el Padre es capaz de ver a un pecador justificado como justo debido a que ese pecador está unido con Cristo y, por tanto, se presenta bajo la justicia divina la cual Cristo posee como el Hijo de Dios. Por otra parte, la unión con Cristo el sustituto coloca el fundamento para el avance en la santidad práctica. Pablo presenta este punto convincentemente en Ro. 6, cuya enseñanza se puede resumir así, “La muerte de Cristo cuenta como nuestra muerte, y la vida de Cristo es ahora nuestra vida. Por lo tanto, somos aceptados en Cristo y tenemos parte en su vida resucitada”. El resultado de esto, como ya se ha indicado, es “la santificación” (v.22). Entonces se puede decir que tanto la justificación como la santificación están arraigadas en la expiación sustitutiva y su aplicación: la unión con Cristo.
Aun los comentarios de algunos que ven la justificación como el fundamento para la santificación muestran que en realidad le están atribuyendo esta relación a una fuente común que es la expiación sustitutiva. Schreiner nos proporciona un ejemplo agudo tomado de sus comentarios sobre la santificación en Romanos 6: “Lo legal y lo transformador [i.e. justificación y santificación] no están confluyendo juntos aquí, pero podemos ver que lo legal es el fundamento de lo transformador”. Sin embargo, casi de inmediato, el pasa a hablar acerca de cómo la “obra de la cruz de Cristo Jesús, en la cual él cumplió la ley ofreciéndose a sí mismo como ofrenda por el pecado, tiene como su meta la obediencia del creyente (Ro. 8:1-4)”. Este paso muestra que Schreiner en vez de ver la declaración legal de justicia, de parte de Dios, como la base para la santificación, en realidad ve la expiación sustitutiva como la fuente común para ambas.
La forma de Calvino de formular la justificación y la santificación como una “justicia doble” o una “doble gracia” resume satisfactoriamente esta verdad bíblica. Calvino insistía en considerar ambos de estos beneficios de la salvación como regalos co-iguales de Dios que fluían de una fuente común—la cruz. “Al tomar parte [de Cristo], nosotros principalmente recibimos una doble gracia: a saber, que estando reconciliados con Dios mediante la intachabilidad de Cristo, podemos tener en el cielo en vez de un Juez un Padre misericordioso; y en segundo lugar, que siendo santificados por el espíritu de Cristo podemos cultivar la intachabilidad y pureza de vida”. Entonces, para Calvino, “La Santificación no proviene, por así decirlo, de la justificación; proviene, como la justificación, directamente de la cruz. La doble gracia de la salvación está integrada, no por dejar que la santificación invada la justificación, ni por relegar la santificación a un estatus de papel secundario, sino porque ambas pueden trazar su origen hasta Jesucristo”. Siendo así, “La santificación es salvación, tanto como la justificación es salvación. Eso es gracia. No es opcional ni prescindible sino necesaria e inevitable”. Por lo tanto, la unidad de la justificación y la santificación se encuentra “en la obra salvífica de Jesucristo. Pastoralmente, esto significa que el creyente es conducido a la persona de Cristo tanto para justificación como para santidad y que la proclamación del predicador de perdón gratuito y la exhortación a la obediencia, deben ambas descansar en Cristo”. Visualizar la justificación y la santificación como “dos tipos de justicia” tiene mérito sustancial para una teología que sea unificada, adecuadamente sistemática y pastoralmente práctica”.
Conclusión
Empezando con las motivaciones divinas para el acto de la justificación y continuando con el deseo de Dios de que Su pueblo sea santo en sus vidas diarias, se han mostrado las distinciones entre justificación y santificación. Tales distinciones son importantes para mantener un evangelio ortodoxo. Estas distinciones pueden ser resumidas como sigue:
Justificación Santificación
Objetiva Subjetiva
Instantánea Progresiva
Intachabilidad
imputada Intachabilidad
experiencial
Indicativa Imperativa
Monérgica Sinérgica
Dios nos
acepta Nosotros
imitamos a Dios
La importancia de mantener la unidad de estos dos aspectos de la salvación es evidente. Los puntos de convergencia se pueden ilustrar al decir que tanto la justificación como la santificación son:
•Posibles por la substitución de Cristo
•Basadas en la unión con Cristo
•Autorizadas por el Espíritu Santo
•Asignadas por la fe
•Una reflección del carácter de Dios.
Este estudio termina como comenzó: con los atributos de un Dios que ama pecadores y los arranca del pecado, y los identifica con Su Hijo, quien es su Sustituto. Al ser identificado, el pecador es declarado justificado por la muerte del Sustituto; además recibe nueva vida por la resurrección del Sustituto. De la fuente de gracia expiatoria de Dios, nos llegan la justificación y la santificación.
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NOTAS DEL TRADUCTOR
Todas las citas, a menos que se indique lo contario, han sido tomadas de la Biblia, versión RVR60. © 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina.
Notas
Notes:
1.Otros pasajes que asocian justificación y amor de Dios en Cristo incluyen Ro. 5:8-9 y Tito 3:4-7. De hecho, el último contexto parece aplicar los atributos divinos de Ex. 34:6-7 a Jesús mismo, con la resolución del amor y la justicia de Dios encontrados explícitamente en la verdad de la justificación. ↩
2.Este pasaje se cita con frecuencia para describir un elemento definitivo en el significado de justificación. ↩
3.Anthony S. Lane, “Justificación por la Fe” en el Diccionario Para la Interpretación Teológica de la Biblia (Grand Rapids: Baker, 2005) 416, provechosamente nos recuerda que aunque la justificación es un concepto legal, “Esto no significa que nuestra relación con Dios pueda ser reducida a términos legales, sino más bien que dichos términos proveen una importante forma, entre otras, para describir la salvación que tenemos en Cristo. ↩
4.Esto no es para negar que los creyentes “aguardamos por fe la esperanza de la justicia” (Gá. 5:5), implicando una culminación de la obra de la justificación por parte de Dios en el escatón. Lejos de arrojar dudas sobre la certeza o totalidad de la acción justificadora de Dios, la declaración de Pablo hecha aquí muestra que “la justicia es un regalo del final de los tiempos, un veredicto del día del juicio, que ahora ha sido dictado en las vidas de los creyentes sobre la base de la muerte y resurrección de Jesucristo” (Schreiner, Pablo 208). ↩
5.Pablo usa nuevamente logizomai en 2 Co. 5:19, donde el concepto de “no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados” sirve como un sinónimo de perdón que trae como resultado la reconciliación con Dios. ↩
6.Aquí Romanos 10:3 sirve como un paralelo parcial que contrasta los intentos propios de un pecador para justicia con la justicia de Dios. ↩
7.Este punto ayuda para descargar mucha de la energía del debate entre “imputación vs. impartición”. Si los creyentes se convierten en la justicia de Dios en Cristo, la justicia está claramente inherente en él, no en ellos de manera que lo que reciben es una condición de justicia. “Cuando hayamos captado el hecho de que los justos son aquellos que son aceptados por Dios, parte de la controversia concerniente a la justicia imputada o impartida va a quedar de lado. ¿Qué diferencia hace el que se impute o imparta un estatus? ↩
8.El punto es poder apreciar las características únicas de cada perspectiva en el logro divino de la salvación. ↩
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