¿Cómo se manifiesta la realidad en la situación de la infancia y ancianidad colombiana? Podríamos argumentar que estos dos sectores sociales, no entrarían en la categoría de una fuerza opositora que los estudiosos de los movimientos sociales calificarían, debido a su limitada organicidad política. Sin embargo, como catedrático (que fui) de los movimientos sociales y políticos de la facultad de Ciencias sociales y humanas, de la Universidad Remington, considero que esto puede ser relativo, esto nos debe llevar a cuestionarnos ¿Quién se atreve a quitarle valor político a la presión que ejercen miles de pensionados ante el gobierno colombiano?
Por otra parte, muchas organizaciones no gubernamentales que trabajan a favor de los derechos humanos, de la niñez, por su perspectiva y misión, tiene acceso a diversos niveles oficiales del ámbito político y social, les sugiero velar por los derechos de los ancianos como grupo olvidado por la sociedad. Finalmente, si todos aspiramos a un desarrollo sostenible y organizado sobre la base de la igualdad, la seguridad y la dignidad, con participación popular, debemos considerar la realidad de quienes más padecen el subdesarrollo y que están en peores condiciones para exigir sus intereses: los ancianos, los niños, las mujeres y los inmigrantes.
LA ANCIANIDAD
La Asamblea Mundial del Envejecimiento, denomina anciano a toda persona mayor de 60 años de edad. También las Naciones Unidas adoptó el termino "país envejecido, para designar a aquellos países cuya población mayor de 65 años supera el 7% de la población total" (1956). La ancianidad es una de las grandes transiciones del curso de la vida individual, la última, la que antecede a la vida eterna. La ancianidad se caracteriza por la perdida creciente de las capacidades físicas y síquicas. Sin embargo, si bien es cierto que estas dimensiones afectan la biografía personal y la realidad social del anciano, toda definición de vejez que se realice solo en consideración de los cambios corporales, resulta parcialmente arbitraria. El envejecimiento no es solo un hecho biológico.
Aquí me interesa señalar que la ancianidad, como cualquier otra etapa del ciclo de la vida, es también uno hecho social y político, que percibe y sufre la realidad de un modo no homogéneo, pero sí particular (Redondo, 1990: 14 – 15).
El envejecimiento de la población humana es un dato evidente de cualquier realidad social contemporánea. En el ámbito mundial, las personas de 60 años y más representaban, en 1980, el 8.4% de la población. Proyecciones estadísticas que revelaron que en el año 2.000 la población mayor fue de 65 años experimentaron un incremento del 100% y aumentó el grupo etario de 75 a 80 años. Cálculos conservadores revelaron que en el año 1980 hubo en Latinoamérica un promedio de 62 personas mayores de 60 años por cada 1.000 habitantes y que en el año 2.000, aumentó el doble de ese grupo. (Tenorios & Cerdas, 1988: 4 – 5).
En la historia de la dependencia económica, política, religiosa, tecnológica y cultural de Colombia con respecto a los Estados Unidos. En nuestros días, pese a los esfuerzos de integración del Fondo Monetario Internacional, se manifiesta en los llamados ajustes financieros, tan típicos en la política - económica neoliberal. Los ancianos constituyen uno de los sectores más pobres y más afectados por esta política económica. Las alternativas de vida de los ancianos en un contexto de pobreza son mínimas. Entendida como la imposibilidad de obtener lo necesario para el sustento de una vida digna de acuerdo con los estándares vigentes de cada sociedad, la pobreza imita aquellas alternativas y agrega su propia escasez de opciones a la ya estrechez de la vejez. Para nuestra clase es bueno comprender la realidad que vive miles de ancianos en nuestro país, analizaremos tres aspectos importantes:
Marginación del mercado laboral.
En nuestras sociedades tercermundistas, un hecho decisivo que marca la distinción entre el adulto y el anciano, es el cese de la inserción laboral, materializado a través de la pensión o jubilación. Y esto es obvio, ya que los cambios físicos y limitaciones objetivas en la vejez hacen que a una persona le resulte más difícil seguir laborando. Ahora bien, emerge así una situación conflictiva que impacta la realidad social y, en particular, a los ancianos, pues agudiza su marginación. En nuestra cultura laboral, la ética de la productividad impregna todos los órdenes de la vida. El tiempo ocioso entra en contradicción con este activismo, por lo cual las personas de edad avanzada son tratadas como improductivas, consumidoras no – productivas. Al respecto afirman los autores Tenorio y Cerdas:
De esta manera, el envejecimiento es considerado un proceso desfavorable, en el que lo único que llama la atención es la declinación y el retiro de la sociedad de seres que, en otro tiempo, gozaban de todos los privilegios que la organización social les concedía cuando estaban en la etapa "productiva" de sus vidas. Esto provoca que la ancianidad no se asuma como una fase más del desarrollo humano, sino como una etapa de antidesarrollo y, por consiguiente, de deterioro generalizado. (Ibíd., 2)
Pese a las limitaciones físicas no se lo permitan, las económicas le exigen seguir laborando en lo que sea, y es allí donde muchas instituciones jurídicas y naturales se aprovechan de ellos. Lo anterior, se debe a nuestra cultura laboral privilegia a lo nuevo y lo joven y transmiten a los viejos su conveniencia de retiro, tras el paradójico discurso del "merecido descanso". Las permanentes innovaciones tecnológicas han determinado que el saber se revolucione también con similar velocidad.
Redondo dice: "Inserto en esta dinámica, el saber del anciano suele ser un saber desactualizado; el saber de los mayores aparece generalmente como anacrónico en una sociedad en continuo cambio. Se quiebra de este modo la recuperación social del valor esencial – su sabiduría – al tiempo que se favorece la emergencia de su desesperanza porque, tal como lo expresa Erikson, buena parte de su desesperanza consiste, de hecho, en un sentimiento permanente de estancamiento. Tras el discurso del merecido descanso, parecería que las sociedades modernas esconden un espacio subordinado a sus ancianos, dentro de una jerarquía de edades que coloca a la joven – productiva – en su cúspide. (Op, cit, 20).
En nuestro país la vejez moderna y pobre se halla vinculada a una institución estatal: La Seguridad Social. En las actuales políticas de ajuste del FMI, los recortes al presupuesto nacional se realizan en aquellos rubros considero "menos productivos". De modo que la salud, seguro social y el plan de vivienda, entre otros, son las instituciones del Estado mas empobrecidas en recursos y servicios, afectando, por lo tanto, a los más pobres, entre ellos los ancianos. En síntesis, apreciamos una realidad de marginación socio – económica de la ancianidad.
Las condiciones de salud.
Hemos dicho hasta hora que el transito de la juventud a la vejez implica cambios individuales, pero que son transformaciones en las condiciones psicobiológicas que influyen y se relacionan con las modificaciones de la cultura laboral. La dependencia económica no es la única a considerar en la problemática realidad del anciano. La salud constituye, sin duda, el otro gran condicionante de esta etapa de la vida. Más que ningún otro caso.
(...) el riesgo de enfermar y morir forma parte de la vida cotidiana de los ancianos. Puede afectar tanto al sujeto, como a sus familiares, amigos, esposa, hermanos, vecinos. La invalidez constituye la amenaza más seria a cualquier estrategia de vida independiente. ¿Quién es el sostén del anciano enfermo?
La real disminución de las capacidades físicas aparece como otro hecho determinante para comprender la realidad de la ancianidad colombiana. En síntesis, en la ancianidad popular colombiana los problemas de salud ponen fin a una historia basada en el orgullo propio y en el esfuerzo físico.
Las modificaciones del núcleo doméstico.
El matrimonio de los hijos, su eventual partida, provoca en los ancianos el reencuentro con la soledad. El nido ha quedado vacío. Este es otro aspecto importante. Incluye cambios que modifican la realidad cotidiana del anciano. En los sectores más pobres, la casa será cohabitaba juntamente con los hijos e hijas, y/o, en muchos casos, el anciano – imposible de ser sostenidos y cuidados por sus hijos – serán ubicados en asilos o hogares para la ancianidad donde las condiciones ambientales son inadecuadas. En todo caso, las modificaciones del núcleo doméstico inciden en la vida del anciano, profundizando su nostalgia por el pasado y desesperanza por el presente.
Ante esta realidad, ¿qué debemos hacer? Hay una serie de principios aprobados por la ONU en 1991 que pretenden asegurar a los ancianos una vida calidad. Debemos hacer valer sus derechos, creo que la iglesia debe procurar una pastoral por ellos; y sobre todo que ellos puedan permanecer activos en la sociedad a la que pertenecen es un derecho de participación de los ancianos. El de participar activamente en la formulación y la aplicación de las medidas que afectan directamente su bienestar y el de compartir sus conocimientos y habilidades con las generaciones más jóvenes, entre otros.
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