Por. Leopoldo Cervantes-Ortiz.*
1. La esperanza de un pueblo en la historia
El libro de Isaías es un excelente ejemplo y resumen de lo que puede suceder con la esperanza de un pueblo en la historia, tal como Dios lo va guiando y consolidando mediante el ejercicio de una fe que rebasa los límites de los regímenes sociales o políticos. Si la primera parte del libro (1-39) se sitúa en el marco de la aceptación de la monarquía como forma de gobierno y sus contradicciones para ser instrumento divino, la segunda parte (40-55) recuerda y actualiza la experiencia presente del pueblo situándola en la perspectiva de un segundo éxodo que permitirá el retorno a la tierra ofrecida por Dios como prenda de su alianza, y la tercera parte (56-66) proyecta hacia escenarios nuevos y más amplios la fe para colocarla en ámbitos universales y cósmicos. Como resume muy bien José Roberto Arango:
Israel se conformó como tal en el período anterior a la monarquía en abierto contraste con el feudalismo cananeo y desafiando al imperialismo Egipcio. En su camino de constitución atrajo a otros grupos de marginados y los aglutinó. En la forma de vida que se forjó hizo explícito un ideal que nació de su particular experiencia de Dios. El período monárquico se encargó poco a poco de ir sepultando ese ideal en todos los niveles de la vida de Israel. Pero los profetas se encargaron de hacerlo valer de nuevo en la existencia de Israel.[1]
En otras palabras, los profetas eran los encargados de revivir la utopía, la cual podía esconderse, encerrarse e incluso quedar sepultada debajo de los proyectos coyunturales de los reyes y poderosos, pero Dios siempre se encargó de revivir las esperanzas populares que, en el éxodo, como experiencia de liberación, encarnaron en las acciones de los hombres y mujeres que condujeron al pueblo por senderos diferentes. De ahí que el lenguaje monárquico, que en muchas ocasiones secuestró el espíritu libertario de Israel, tuvo que dejar su lugar a una nueva forma de pensar y vivir la fe que, en realidad, era la misma que en los tiempos antiguos se había comenzado a realizar en la práctica de una comunidad nueva que, sin embargo, no alcanzó su plenitud. La recuperación del modelo de sociedad que anunciaba el éxodo se aprecia en la forma en que los caps. 40-55 plantean la transición hacia la experiencia de un nuevo éxodo: “Preparad camino a Jehová; enderezad calzada en la soledad a nuestros Dios” (40.3), y “…con paz seréis vueltos” (55.12). Es decir, que Dios retoma el camino para que en las soledades del desierto vuelva a recuperarse la utopía.
La monarquía no constituía para Israel una magnitud irrenunciable . Lo irrenunciable parece ser, entonces, aquello que Israel pretendió garantizar desde los comienzos: una sociedad liberada donde se viva en solidaridad e igualdad, donde los débiles sean protegidos, donde los pobres puedan tener acceso a lo necesario para vivir y no se vean discriminados. Este compromiso con los débiles es primero que todo de Dios y está anclado en la conciencia de Israel; se refleja desde la experiencia de Egipto y aparece claramente en el libro del Éxodo (2,24ss; 3,7-10.17; 4,31; 6,5-8) . Ya en el período de los jueces surgen los primeros esfuerzos por ayudar a los necesitados : el compromiso con los débiles pasa a ser, entonces, una parte integrante de los vínculos sociales de Israel, los cuales estaban garantizados por las estructuras de la época premonárquica.[2]
La desaparición de la monarquía es vista, entonces, por los textos como una recuperación y no como una pérdida, pues acceder de nueva cuenta a la perspectiva utópica deseada por Dios no es un ejercicio de nostalgia que ancle la fe en el pasado, sino un impulso para mirar hacia adelante. Porque la promesa es muy grande: “Derramaré aguas sobre lo seco y mi Espíritu sobre tu generación” (44.3), e incluso no se olvida la parte “logístico-política” (cap. 48).
2. Del segundo éxodo a cielos nuevos y tierra nueva
La actuación de Dios despierta esperanzas que se proyectan hacia un futuro muy amplio si se viven en fe y mediante una praxis constante. La tercera parte de Isaías es un esfuerzo amplio por colocar de nuevo la utopía en el corazón de la fe de lo que quedará de Israel luego de tantas experiencias traumáticas y de tantas decepciones políticas y sociales. Así como en estos días se ha escuchado la pregunta: “¿Pero es que realmente tenemos algo que celebrar?” a propósito del Bicentenario el inicio de la lucha por la independencia, especialmente debido a la forma en que los regímenes han ido minando las esperanzas populares, del mismo modo esta sección del libro se atreve a proponerle al pueblo la posibilidad de “imaginar el futuro”.
José Severino Croatto, importante biblista argentino, se dedicó a analizar completo el libro de Isaías y en esta última parte encontró precisamente la forma en que Dios buscó moldear nuevamente la esperanza de su pueblo para reencontrarse con él en medio de nuevas circunstancias, más allá de las mezquindades políticas, para revivir su pacto con él. Así, la tercera parte de Isaías abre con una exhortación para practicar el derecho y la justicia como horizonte insoslayable (“Guardad derecho y haced justicia; porque cercana está mi salvación para venir, y mi justicia para manifestarse”, 56.1) y va introduciéndose la recuperación progresiva de la esperanza en un futuro mejor. En la gran oración de la diáspora (cap. 63), los vv. 15-19 son particularmente emotivos: “¿Dónde está tu celo y tu poder, la conmoción de tus entrañas y tus piedades para conmigo?” (v. 15). Croatto subraya que se avizora un tiempo distinto:
En esa lectura se siente algo diferente respecto al 1-Isaías: las acusaciones son eso, acusaciones, pero sin que oigamos amenazas de castigo como la devastación, la espada o la muerte. La razón es clara: a esa altura de la historia es inimaginable (si hablamos de “imaginación profética”) pensar siquiera en otro exilio, o en una desolación total del país. Sería repetir el holocausto. Más bien, se refuerzan los argumentos intrínsecos contra la infidelidad a Yavé y al prójimo.[3]
Por ello, al avanzar en la reconstrucción de la esperanza, la proyección de este profeta es irremediablemente mesiánica, al soñar con las nuevas formas en que Dios irá encarnando su actuación concreta, en protagonistas, hombres y mujeres, que comprenderán “los tiempos y las sazones” para hacer converger al pueblo en el tiempo y verificar cómo Dios renovará no solamente la vida del pueblo sino incluso a toda la creación. Esta es la razón de que Isaías 66 sea el modelo para que el vidente de Patmos también exprese su visión final de la acción divina, al sanar toda herida del pueblo y de la humanidad entera. Is 66.10-14 concentra la esperanza en esta acción divina que produce shalom, el más alto deseo humano:
Yavé promete paz. Pero una paz a raudales, como un río, como un torrente fresco y desbordante. Como sabemos, el campo semántico de la palabra “Shalom” es mucho más amplio que paz. Refiere ciertamente a la ausencia de conflicto con otras naciones y con Dios, al bienestar, la calma y la tranquilidad, pero en otro sentido significa completar, reconciliar, retribuir, compensar; implica un retorno al equilibrio, a la justicia. ”Shalom” es bendición para este pueblo. Si nos ubicáramos por un momento en esta durísima historia de Israel -deportados a Babilonia, víctimas de injusticias, alejados de sus raíces y tradiciones, de su Dios, luego, inmersos en el trabajoso intento de una reconstrucción nacional, social y espiritual- y leyéramos detenidamente cada uno de estos sinónimos o definiciones de Shalom veríamos que son una respuesta clara de consuelo y, a la vez, de esperanza para Israel. Dios quiere manifestarse en la historia de este pueblo oprimido y lo hace a través de su gloria expresada en “Shalom”. La fuente original de todo Shalom está en la gloria (kabod) de Dios.[4]
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[1] J.R. Arango, “La utopía enterrada. Negación del ideal social en la monarquía de Israel”, en RIBLA, 24, 1996, www.claiweb.org/ribla/ribla24/la%20utopia%20enterrada.html .
[2] Idem. Énfasis agregado.
[3] J.S. Croatto, “Composición y querigma del libro de Isaías”, en RIBLA, núm. 35-36, 2000, www.claiweb.org/ribla/ribla35-36/compisicion%20y%20querigma.html.
[4] Carolina Artana, Estudio exegético-homilético de Isaías 66.10-14, en www.webselah.com/estudio-exegetico-homiletico-isaias-66-10-14
1. La esperanza de un pueblo en la historia
El libro de Isaías es un excelente ejemplo y resumen de lo que puede suceder con la esperanza de un pueblo en la historia, tal como Dios lo va guiando y consolidando mediante el ejercicio de una fe que rebasa los límites de los regímenes sociales o políticos. Si la primera parte del libro (1-39) se sitúa en el marco de la aceptación de la monarquía como forma de gobierno y sus contradicciones para ser instrumento divino, la segunda parte (40-55) recuerda y actualiza la experiencia presente del pueblo situándola en la perspectiva de un segundo éxodo que permitirá el retorno a la tierra ofrecida por Dios como prenda de su alianza, y la tercera parte (56-66) proyecta hacia escenarios nuevos y más amplios la fe para colocarla en ámbitos universales y cósmicos. Como resume muy bien José Roberto Arango:
Israel se conformó como tal en el período anterior a la monarquía en abierto contraste con el feudalismo cananeo y desafiando al imperialismo Egipcio. En su camino de constitución atrajo a otros grupos de marginados y los aglutinó. En la forma de vida que se forjó hizo explícito un ideal que nació de su particular experiencia de Dios. El período monárquico se encargó poco a poco de ir sepultando ese ideal en todos los niveles de la vida de Israel. Pero los profetas se encargaron de hacerlo valer de nuevo en la existencia de Israel.[1]
En otras palabras, los profetas eran los encargados de revivir la utopía, la cual podía esconderse, encerrarse e incluso quedar sepultada debajo de los proyectos coyunturales de los reyes y poderosos, pero Dios siempre se encargó de revivir las esperanzas populares que, en el éxodo, como experiencia de liberación, encarnaron en las acciones de los hombres y mujeres que condujeron al pueblo por senderos diferentes. De ahí que el lenguaje monárquico, que en muchas ocasiones secuestró el espíritu libertario de Israel, tuvo que dejar su lugar a una nueva forma de pensar y vivir la fe que, en realidad, era la misma que en los tiempos antiguos se había comenzado a realizar en la práctica de una comunidad nueva que, sin embargo, no alcanzó su plenitud. La recuperación del modelo de sociedad que anunciaba el éxodo se aprecia en la forma en que los caps. 40-55 plantean la transición hacia la experiencia de un nuevo éxodo: “Preparad camino a Jehová; enderezad calzada en la soledad a nuestros Dios” (40.3), y “…con paz seréis vueltos” (55.12). Es decir, que Dios retoma el camino para que en las soledades del desierto vuelva a recuperarse la utopía.
La monarquía no constituía para Israel una magnitud irrenunciable . Lo irrenunciable parece ser, entonces, aquello que Israel pretendió garantizar desde los comienzos: una sociedad liberada donde se viva en solidaridad e igualdad, donde los débiles sean protegidos, donde los pobres puedan tener acceso a lo necesario para vivir y no se vean discriminados. Este compromiso con los débiles es primero que todo de Dios y está anclado en la conciencia de Israel; se refleja desde la experiencia de Egipto y aparece claramente en el libro del Éxodo (2,24ss; 3,7-10.17; 4,31; 6,5-8) . Ya en el período de los jueces surgen los primeros esfuerzos por ayudar a los necesitados : el compromiso con los débiles pasa a ser, entonces, una parte integrante de los vínculos sociales de Israel, los cuales estaban garantizados por las estructuras de la época premonárquica.[2]
La desaparición de la monarquía es vista, entonces, por los textos como una recuperación y no como una pérdida, pues acceder de nueva cuenta a la perspectiva utópica deseada por Dios no es un ejercicio de nostalgia que ancle la fe en el pasado, sino un impulso para mirar hacia adelante. Porque la promesa es muy grande: “Derramaré aguas sobre lo seco y mi Espíritu sobre tu generación” (44.3), e incluso no se olvida la parte “logístico-política” (cap. 48).
2. Del segundo éxodo a cielos nuevos y tierra nueva
La actuación de Dios despierta esperanzas que se proyectan hacia un futuro muy amplio si se viven en fe y mediante una praxis constante. La tercera parte de Isaías es un esfuerzo amplio por colocar de nuevo la utopía en el corazón de la fe de lo que quedará de Israel luego de tantas experiencias traumáticas y de tantas decepciones políticas y sociales. Así como en estos días se ha escuchado la pregunta: “¿Pero es que realmente tenemos algo que celebrar?” a propósito del Bicentenario el inicio de la lucha por la independencia, especialmente debido a la forma en que los regímenes han ido minando las esperanzas populares, del mismo modo esta sección del libro se atreve a proponerle al pueblo la posibilidad de “imaginar el futuro”.
José Severino Croatto, importante biblista argentino, se dedicó a analizar completo el libro de Isaías y en esta última parte encontró precisamente la forma en que Dios buscó moldear nuevamente la esperanza de su pueblo para reencontrarse con él en medio de nuevas circunstancias, más allá de las mezquindades políticas, para revivir su pacto con él. Así, la tercera parte de Isaías abre con una exhortación para practicar el derecho y la justicia como horizonte insoslayable (“Guardad derecho y haced justicia; porque cercana está mi salvación para venir, y mi justicia para manifestarse”, 56.1) y va introduciéndose la recuperación progresiva de la esperanza en un futuro mejor. En la gran oración de la diáspora (cap. 63), los vv. 15-19 son particularmente emotivos: “¿Dónde está tu celo y tu poder, la conmoción de tus entrañas y tus piedades para conmigo?” (v. 15). Croatto subraya que se avizora un tiempo distinto:
En esa lectura se siente algo diferente respecto al 1-Isaías: las acusaciones son eso, acusaciones, pero sin que oigamos amenazas de castigo como la devastación, la espada o la muerte. La razón es clara: a esa altura de la historia es inimaginable (si hablamos de “imaginación profética”) pensar siquiera en otro exilio, o en una desolación total del país. Sería repetir el holocausto. Más bien, se refuerzan los argumentos intrínsecos contra la infidelidad a Yavé y al prójimo.[3]
Por ello, al avanzar en la reconstrucción de la esperanza, la proyección de este profeta es irremediablemente mesiánica, al soñar con las nuevas formas en que Dios irá encarnando su actuación concreta, en protagonistas, hombres y mujeres, que comprenderán “los tiempos y las sazones” para hacer converger al pueblo en el tiempo y verificar cómo Dios renovará no solamente la vida del pueblo sino incluso a toda la creación. Esta es la razón de que Isaías 66 sea el modelo para que el vidente de Patmos también exprese su visión final de la acción divina, al sanar toda herida del pueblo y de la humanidad entera. Is 66.10-14 concentra la esperanza en esta acción divina que produce shalom, el más alto deseo humano:
Yavé promete paz. Pero una paz a raudales, como un río, como un torrente fresco y desbordante. Como sabemos, el campo semántico de la palabra “Shalom” es mucho más amplio que paz. Refiere ciertamente a la ausencia de conflicto con otras naciones y con Dios, al bienestar, la calma y la tranquilidad, pero en otro sentido significa completar, reconciliar, retribuir, compensar; implica un retorno al equilibrio, a la justicia. ”Shalom” es bendición para este pueblo. Si nos ubicáramos por un momento en esta durísima historia de Israel -deportados a Babilonia, víctimas de injusticias, alejados de sus raíces y tradiciones, de su Dios, luego, inmersos en el trabajoso intento de una reconstrucción nacional, social y espiritual- y leyéramos detenidamente cada uno de estos sinónimos o definiciones de Shalom veríamos que son una respuesta clara de consuelo y, a la vez, de esperanza para Israel. Dios quiere manifestarse en la historia de este pueblo oprimido y lo hace a través de su gloria expresada en “Shalom”. La fuente original de todo Shalom está en la gloria (kabod) de Dios.[4]
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[1] J.R. Arango, “La utopía enterrada. Negación del ideal social en la monarquía de Israel”, en RIBLA, 24, 1996, www.claiweb.org/ribla/ribla24/la%20utopia%20enterrada.html .
[2] Idem. Énfasis agregado.
[3] J.S. Croatto, “Composición y querigma del libro de Isaías”, en RIBLA, núm. 35-36, 2000, www.claiweb.org/ribla/ribla35-36/compisicion%20y%20querigma.html.
[4] Carolina Artana, Estudio exegético-homilético de Isaías 66.10-14, en www.webselah.com/estudio-exegetico-homiletico-isaias-66-10-14
*Leopoldo es Teólogo mexicano, poeta y escritor.
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