Por. Leopoldo Cervantes-Ortiz, México
Ser familia hoy en día es mucho más difícil que lo que fue para nuestros antepasados. La familia en todo el mundo soporta hoy una serie de tensiones que nuestros padres y abuelos no conocieron. Hay fenómenos sociales propios de nuestros días que modifican la vida familiar en forma dramática. Algunos teóricos afirman que lo que conocemos hoy como “familia” no es más la unidad de producción, sino de consumo. La familia dejó de ser la agencia de socialización más importante para las nuevas generaciones; hoy tiene que competir arduamente con la escuela, el vecindario, la televisión, las pandillas, en la tarea de transmitir valores a sus hijos. Las familias se forman hoy por razones que nuestros antepasados ni lo soñaron.[1]
1. Familias, pueblo de Dios e historia en la Biblia
Una de las formas en que se ha querido aprovechar el carácter formativo y normativo de los textos bíblicos consiste en tratar de desligarlos de los ambientes sociales y culturales que reflejan y de los cuales proceden, con el afán de colocarlos por encima de las contradicciones históricas propias de épocas en que la humanidad estaba en camino de consolidar instituciones que han prevalecido con el paso del tiempo. En el caso de la institución familiar, el deseo de reforzar su fortaleza y sus valores de cara a los desafíos del mundo actual, ha hecho que en ocasiones se deje de ver que las diversas circunstancias y avatares familiares que experimentaron muchos personajes bíblicos pueden explicarse con base en los usos y costumbres de su tiempo, y que las motivaciones éticas, morales y religiosas que manejaban no necesariamente coinciden con las nuestras. Así explicaba el pastor francés Roger Mehl la utilidad de las historias y enseñanzas bíblicas sobre este tema:
La familia tiene una historia, en el transcurso de la cual ha dado lugar a valores distintos (correlativamente) a los distintos tipos de civilización en que se hallaba inmersa. Es evidente que no puede aplicarse a la familia del siglo XX lo que acerca de la organización familiar patriarcal nos dice el Antiguo Testamento. Lo cual no significa que estos textos sean caducos: a través de ellos puede resonar todavía la Palabra de Dios. Pero equivaldría a negarse a escuchar la Palabra de Dios vivo querer buscar en las distintas realidades sociológicas a las que hace alusión la Escritura unos modelos imperativos de organización para nuestro mundo.[2]
La búsqueda muy explicable de recetas o fórmulas bíblicas para la vida familiar, una actitud cristiana completamente explicable, debería complementarse con una atención respetuosa y atenta a los entornos y adaptaciones culturales que inciden directamente en la formación y consolidación de los valores familiares ante nuevas exigencias. La revelación bíblica cumple un papel fundamental, pero precisamente por ello es que debemos ponerla a dialogar con los ámbitos en los cuales nos desarrollamos como seres humanos. En ese mismo sentido, Mehl agrega: “La Palabra de Dios siempre se hace oír a través de los hechos de la historia y civilización humanas, a través de las instituciones sociológicas: pero sin confundirse jamás con ellas. ¿Se dirá acaso que la bigamia de Abraham y la repudiación de Agar tienen para nosotros, como ética familiar, un valor normativo? Y no obstante estos hechos tienen un sentido para la comprensión del designio de Dios”.[3] En efecto, los relatos y enseñanzas que aparecen en la Biblia no están “sistematizados” como en un manual y es nuestro deber y reto eclesial tomarlos como punto de partida para nuestra reflexión y acción mediante un análisis serio y pertinente de sus características propias y alcances. En el salmo 68.5-6, por ejemplo, aparece la percepción antigua, en una gran metáfora familiar, del cuidado que Dios mismo esperaba que su pueblo tuviera hacia los huérfanos y las viudas, y cómo parte de su voluntad integradora y liberadora para las personas consistía en que “los desamparados habitaran en familia”, en un estado ideal de convivencia.
2. Tradición y convicción en las familias actuales
Algunos pastores y terapeutas familiares utilizan el verbo insinuar, que parece muy adecuado para acercarse a los planteamientos bíblicos. De este modo, lo que las Escrituras hacen en el terreno de la convivencia familiar es precisamente insinuar o proponer líneas generales de acción y reconocimiento de los sucesos que conforman a la familia para así brindar una orientación general cuyas especificidades dependerán de los alcances y creatividad de los sujetos y las comunidades históricamente arraigadas en las nuevas etapas de desarrollo de la civilización humana. Jorge Atiencia resume el mensaje de algunas cartas paulinas:
La Biblia insinúa que cada miembro dentro de la familia tiene una función que desempeñar y que existen reglas que regulan sus relaciones. A su vez, provee los recursos que corrigen el quebrantamiento de dichas normas. De los hijos se espera obediencia mediada por los mandamientos (Ef. 6:1–12). De ambos padres se espera una participación activa que tenga en cuenta la “disciplina” y la “amonestación del Señor” (Ef 6:4). Es decir, la familia funciona cuando cada miembro asume su posición y reconoce los límites que regulan las relaciones. Esto le da permanencia y estabilidad. Pero, a su vez, vivir bajo el señorío de Cristo y aceptar el proceso normal y necesario de desarrollo de la familia, representa aceptar y promover el cambio dentro del sistema.[4]
Más allá de cualquier intento idealizador, la muy citada referencia a Loida y Eunice, abuela y madre de Timoteo, discípulo del apóstol Pablo (II Tim 1.5; 3.14-15), ejemplifica la manera en que la conducción espiritual de una familia podía ser simultánea al ejercicio de la responsabilidad plena en el sostenimiento y formación de los hijos, acaso por la ausencia física o psicológica de los varones padres de familia. Este tipo de lectura, descontextualizada, es la más extendida, pues aunque es muy insistente la afirmación de la capacidad de ambas mujeres en la transmisión de la fe, se deja de lado su aportación cultural para la conformación de una nueva forma de ser familia y comunidad. El comentario de la Biblia Isha destaca el hecho de que a pesar de que a los primeros documentos cristianos no les interesaba señalar parentescos entre creyentes, esta carta lo hace y relaciona los antecedentes de Timoteo, tal como aparecen en Hch 16.1-3, donde se afirma claramente que Eunice, su madre, era una mujer judía casada con un griego. Éste quizá murió y por ello no se le menciona después. Eunice significa “buena victoria”, pero lo sobresaliente es el elogio de ella y su madre, pues ellas “se convierten en las primeras maestras y predicadoras del evangelio en la vida del futuro misionero”.[5] Este “matrimonio mixto”, como diríamos hoy, sería el germen de un trabajo misionero y pastoral que contribuyó a consolidar la expansión del Evangelio en su momento.
Maldonado resume muy bien la forma en que el NT asumió la institución familiar y contribuyó a transformarla para adecuarla a los propósitos redentores de Dios:
La estructura familiar de aquella época, como la comunidad de personas relacionadas por vínculos de matrimonio y parentesco y regidas por la autoridad del padre, fue reconocida y puesta al servicio de Dios y la edificación de la Iglesia del Nuevo Testamento. […] Esto indica que el evangelio no arrancó bruscamente a los primeros cristianos de su sistema habitual de familia, ni los aisló inútilmente de la sociedad en que vivían. Más bien reconoció los valores de la familia (al igual que reconoció los valores de la cultura) cuando éstos correspondían a los principios del Reino de Dios. Al mismo tiempo, el evangelio evaluó y juzgó tanto el ambiente social como el familiar cuando estos no estaban de acuerdo con la voluntad de Dios.[6]
Y desde allí lanza una conclusión valiosa para el presente: “…las familias cristianas contemporáneas tienen el potencial para desarrollar relaciones cercanas más justas y equitativas; la intimidad puede florecer a medida que las formas autoritarias desaparecen; la igualdad de los sexos puede proveer un mejor sentido de identidad y apoyo para las nuevas generaciones; la procreación —al ser considerada más bien opcional antes que esencial para la familia— puede estar dotada de un sentido más rico y pleno de realización y solidaridad humanas”.[7]
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[1] Jorge E. Maldonado, presentación del curso “La familia en el mundo de hoy”, en Eirene Internacional, Asociación Latinoamericana de Asesoramiento y Pastoral Familiar, www.eireneinternacional.org/curso1.html .
[2] R. Mehl, Sociedad y amor. Problemas éticos de la vida familiar. Barcelona, Fontanella, 1968 (Pensamiento, 21), p. 14. Énfasis agregado.
[3] Idem. Énfasis agregado.
[4] J. Atiencia, “Persona, pareja y familia”, en J.E. Maldonado, ed., Fundamentos bíblico-teológicos del matrimonio y la familia. Grand Rapids, Eerdmans, 2006, p. 42.
[5] Biblia Isha, Miami, Sociedades Bíblicas Unidas, 2008, p. 1420.
[6] J.E. Maldonado, “La familia en los tiempos bíblicos”, en J.E. Maldonado, Fundamentos…, pp. 25-28.
[7] Ibid., p.28.
Ser familia hoy en día es mucho más difícil que lo que fue para nuestros antepasados. La familia en todo el mundo soporta hoy una serie de tensiones que nuestros padres y abuelos no conocieron. Hay fenómenos sociales propios de nuestros días que modifican la vida familiar en forma dramática. Algunos teóricos afirman que lo que conocemos hoy como “familia” no es más la unidad de producción, sino de consumo. La familia dejó de ser la agencia de socialización más importante para las nuevas generaciones; hoy tiene que competir arduamente con la escuela, el vecindario, la televisión, las pandillas, en la tarea de transmitir valores a sus hijos. Las familias se forman hoy por razones que nuestros antepasados ni lo soñaron.[1]
1. Familias, pueblo de Dios e historia en la Biblia
Una de las formas en que se ha querido aprovechar el carácter formativo y normativo de los textos bíblicos consiste en tratar de desligarlos de los ambientes sociales y culturales que reflejan y de los cuales proceden, con el afán de colocarlos por encima de las contradicciones históricas propias de épocas en que la humanidad estaba en camino de consolidar instituciones que han prevalecido con el paso del tiempo. En el caso de la institución familiar, el deseo de reforzar su fortaleza y sus valores de cara a los desafíos del mundo actual, ha hecho que en ocasiones se deje de ver que las diversas circunstancias y avatares familiares que experimentaron muchos personajes bíblicos pueden explicarse con base en los usos y costumbres de su tiempo, y que las motivaciones éticas, morales y religiosas que manejaban no necesariamente coinciden con las nuestras. Así explicaba el pastor francés Roger Mehl la utilidad de las historias y enseñanzas bíblicas sobre este tema:
La familia tiene una historia, en el transcurso de la cual ha dado lugar a valores distintos (correlativamente) a los distintos tipos de civilización en que se hallaba inmersa. Es evidente que no puede aplicarse a la familia del siglo XX lo que acerca de la organización familiar patriarcal nos dice el Antiguo Testamento. Lo cual no significa que estos textos sean caducos: a través de ellos puede resonar todavía la Palabra de Dios. Pero equivaldría a negarse a escuchar la Palabra de Dios vivo querer buscar en las distintas realidades sociológicas a las que hace alusión la Escritura unos modelos imperativos de organización para nuestro mundo.[2]
La búsqueda muy explicable de recetas o fórmulas bíblicas para la vida familiar, una actitud cristiana completamente explicable, debería complementarse con una atención respetuosa y atenta a los entornos y adaptaciones culturales que inciden directamente en la formación y consolidación de los valores familiares ante nuevas exigencias. La revelación bíblica cumple un papel fundamental, pero precisamente por ello es que debemos ponerla a dialogar con los ámbitos en los cuales nos desarrollamos como seres humanos. En ese mismo sentido, Mehl agrega: “La Palabra de Dios siempre se hace oír a través de los hechos de la historia y civilización humanas, a través de las instituciones sociológicas: pero sin confundirse jamás con ellas. ¿Se dirá acaso que la bigamia de Abraham y la repudiación de Agar tienen para nosotros, como ética familiar, un valor normativo? Y no obstante estos hechos tienen un sentido para la comprensión del designio de Dios”.[3] En efecto, los relatos y enseñanzas que aparecen en la Biblia no están “sistematizados” como en un manual y es nuestro deber y reto eclesial tomarlos como punto de partida para nuestra reflexión y acción mediante un análisis serio y pertinente de sus características propias y alcances. En el salmo 68.5-6, por ejemplo, aparece la percepción antigua, en una gran metáfora familiar, del cuidado que Dios mismo esperaba que su pueblo tuviera hacia los huérfanos y las viudas, y cómo parte de su voluntad integradora y liberadora para las personas consistía en que “los desamparados habitaran en familia”, en un estado ideal de convivencia.
2. Tradición y convicción en las familias actuales
Algunos pastores y terapeutas familiares utilizan el verbo insinuar, que parece muy adecuado para acercarse a los planteamientos bíblicos. De este modo, lo que las Escrituras hacen en el terreno de la convivencia familiar es precisamente insinuar o proponer líneas generales de acción y reconocimiento de los sucesos que conforman a la familia para así brindar una orientación general cuyas especificidades dependerán de los alcances y creatividad de los sujetos y las comunidades históricamente arraigadas en las nuevas etapas de desarrollo de la civilización humana. Jorge Atiencia resume el mensaje de algunas cartas paulinas:
La Biblia insinúa que cada miembro dentro de la familia tiene una función que desempeñar y que existen reglas que regulan sus relaciones. A su vez, provee los recursos que corrigen el quebrantamiento de dichas normas. De los hijos se espera obediencia mediada por los mandamientos (Ef. 6:1–12). De ambos padres se espera una participación activa que tenga en cuenta la “disciplina” y la “amonestación del Señor” (Ef 6:4). Es decir, la familia funciona cuando cada miembro asume su posición y reconoce los límites que regulan las relaciones. Esto le da permanencia y estabilidad. Pero, a su vez, vivir bajo el señorío de Cristo y aceptar el proceso normal y necesario de desarrollo de la familia, representa aceptar y promover el cambio dentro del sistema.[4]
Más allá de cualquier intento idealizador, la muy citada referencia a Loida y Eunice, abuela y madre de Timoteo, discípulo del apóstol Pablo (II Tim 1.5; 3.14-15), ejemplifica la manera en que la conducción espiritual de una familia podía ser simultánea al ejercicio de la responsabilidad plena en el sostenimiento y formación de los hijos, acaso por la ausencia física o psicológica de los varones padres de familia. Este tipo de lectura, descontextualizada, es la más extendida, pues aunque es muy insistente la afirmación de la capacidad de ambas mujeres en la transmisión de la fe, se deja de lado su aportación cultural para la conformación de una nueva forma de ser familia y comunidad. El comentario de la Biblia Isha destaca el hecho de que a pesar de que a los primeros documentos cristianos no les interesaba señalar parentescos entre creyentes, esta carta lo hace y relaciona los antecedentes de Timoteo, tal como aparecen en Hch 16.1-3, donde se afirma claramente que Eunice, su madre, era una mujer judía casada con un griego. Éste quizá murió y por ello no se le menciona después. Eunice significa “buena victoria”, pero lo sobresaliente es el elogio de ella y su madre, pues ellas “se convierten en las primeras maestras y predicadoras del evangelio en la vida del futuro misionero”.[5] Este “matrimonio mixto”, como diríamos hoy, sería el germen de un trabajo misionero y pastoral que contribuyó a consolidar la expansión del Evangelio en su momento.
Maldonado resume muy bien la forma en que el NT asumió la institución familiar y contribuyó a transformarla para adecuarla a los propósitos redentores de Dios:
La estructura familiar de aquella época, como la comunidad de personas relacionadas por vínculos de matrimonio y parentesco y regidas por la autoridad del padre, fue reconocida y puesta al servicio de Dios y la edificación de la Iglesia del Nuevo Testamento. […] Esto indica que el evangelio no arrancó bruscamente a los primeros cristianos de su sistema habitual de familia, ni los aisló inútilmente de la sociedad en que vivían. Más bien reconoció los valores de la familia (al igual que reconoció los valores de la cultura) cuando éstos correspondían a los principios del Reino de Dios. Al mismo tiempo, el evangelio evaluó y juzgó tanto el ambiente social como el familiar cuando estos no estaban de acuerdo con la voluntad de Dios.[6]
Y desde allí lanza una conclusión valiosa para el presente: “…las familias cristianas contemporáneas tienen el potencial para desarrollar relaciones cercanas más justas y equitativas; la intimidad puede florecer a medida que las formas autoritarias desaparecen; la igualdad de los sexos puede proveer un mejor sentido de identidad y apoyo para las nuevas generaciones; la procreación —al ser considerada más bien opcional antes que esencial para la familia— puede estar dotada de un sentido más rico y pleno de realización y solidaridad humanas”.[7]
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[1] Jorge E. Maldonado, presentación del curso “La familia en el mundo de hoy”, en Eirene Internacional, Asociación Latinoamericana de Asesoramiento y Pastoral Familiar, www.eireneinternacional.org/curso1.html .
[2] R. Mehl, Sociedad y amor. Problemas éticos de la vida familiar. Barcelona, Fontanella, 1968 (Pensamiento, 21), p. 14. Énfasis agregado.
[3] Idem. Énfasis agregado.
[4] J. Atiencia, “Persona, pareja y familia”, en J.E. Maldonado, ed., Fundamentos bíblico-teológicos del matrimonio y la familia. Grand Rapids, Eerdmans, 2006, p. 42.
[5] Biblia Isha, Miami, Sociedades Bíblicas Unidas, 2008, p. 1420.
[6] J.E. Maldonado, “La familia en los tiempos bíblicos”, en J.E. Maldonado, Fundamentos…, pp. 25-28.
[7] Ibid., p.28.
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