Por Gerardo Fernández
"Nunca me había sucedido algo semejante en mi vida” –dicen que confesó el Papa
Juan Pablo II en abril de 1984 cuando concluyó el exorcismo a una italiana de
nombre Francesca que estaba poseída por el demonio. La joven no dejaba de
escupir y de revolcarse en el suelo.
Años más tarde, en septiembre de 2000, el pontífice culminó su
audiencia en la Plaza de San Pedro y se dirigió a un recodo del Arco de las
Campanas, donde una atractiva muchacha venida del norte de Italia gritaba como
una posesa en un idioma irreconocible. Por ambos actos de exorcismo, Juan Pablo
II se convirtió en el primer Papa en cuatro siglos que le hiciera frente al
diablo.
El tema de las posesiones satánicas data de más de veinte siglos. Según La
Biblia, Saúl es atormentado por un espíritu maligno en el Libro de Samuel. Más
adelante, ya en el Nuevo Testamento, Jesús enfrenta a dos endemoniados en la
tierra de los gadarenos y junto a un rebaño de cerdos hace que se precipiten
hacia el mar desde un acantilado.
Se estima que en el siglo III surgieron los exorcistas como clase inferior al
clero, destinada a la expulsión de Satanás en todas sus variantes. Una de estas,
convertida ya en mito urbano, se refiere a la aparición del maligno en la
habitación de una joven mujer, a la que termina poseyendo sexualmente.La historia está plagada de sucesos muy peculiares, donde las víctimas, casi
siempre mujeres, dicen haber sido abusadas por las fuerzas del Mal. Lo que a
todas luces hoy sería interpretado como consecuencia de alguna enfermedad
mental, en aquellos tiempos era achacado a la presencia del Maligno.
En Cambrai, al norte de Francia, en 1491, la monja Jeanne Potière fue acusada
de haber cohabitado con Lucifer incluso en el interior del convento, lo que
había provocado un estado colectivo de exaltación entre sus compañeras.
Dos siglos después, 16 monjas ursulinas francesas de la localidad de Loudun
terminaron admitiendo haber tenido frecuentes sueños eróticos, e incluso
llegaron a realizar propuestas indecentes a los sacerdotes que habían acudido en
su auxilio y que les aplicaban repetidos lavados vaginales con agua bendita.
Un mito por desmontar
Alimentado por el cine –El exorcista, El ente--, el mito de las
posesiones demoniacas llega hasta nuestros días. Todavía se especula alrededor
del caso de Doris Bither, una mujer de Culver, California, madre soltera de
cuatro hijos, quien a partir de 1974 empezara a recibir violentas visitas
sexuales por parte de una entidad invisible.
A pesar de la movilización de la comunidad de estudios paranormales de los
Estados Unidos, el caso nunca fue completamente esclarecido. Por un lado la
evidencia misma de la víctima, los moretones en su cara y en la parte interior
de sus muslos, además del testimonio despavorido de sus cuatro hijos.
Por otra parte, un cúmulo de elementos no dejaron de sembrar la duda: el
antecedente de que Doris habría sido víctima de una violación durante su
infancia, su propensión el alcohol, su constante cambio de parejas (lo que tal
vez justifique tres embarazos ectópicos achacados al Maligno), la energía
negativa que se respiraba entre los cinco miembros del hogar y la afición del
hijo mayor por la música satánica..., propiciaron un estado de confusión en los
investigadores y en el público en general que ha contribuido con los años al
mantenimiento de este mito urbano.
De manera que llevamos siglos conviviendo con los íncubos, esos demonios que
se apoderan de jovencitas inocentes y de madres de familia. Una de las teorías
sobre este fenómeno paranormal mantiene que los íncubos pudieran ser “dobles” de
seres que en cierto momento existieron y que ya han desaparecido de nuestra
“vida visible”.
Para su reaparición, haría falta un alto nivel de sugestión por parte de la
víctima, a fin de crear un estado favorable e incluso una sensación de deseo.
Otra lectura vincularía la idea de un ente maligno con ciertas afecciones
estudiadas del sueño, en las que, coincidentemente, los pacientes suelen
percibir la presencia de “algo” o “alguien”, la aceleración del ritmo cardiaco,
la pérdida temporal de la movilidad, así como el acrecentamiento de la
sensibilidad sexual.
En paralelo a estas especulaciones de psicoanalistas y de expertos en vida
paranormal, abundan las variantes locales para este mismo fenómeno.
Mientras en Chile se suele achacar al enano Trauco los repentinos embarazos
en mujeres que no han pasado por el altar, en el Paraguay la tradición guaraní
huye del kurupí, un personajillo horrendo, de miembro viril descomunal, que
tiene como hábito secuestrar muchachas vírgenes para devolverlas encintas al
cabo de unos meses; y en el Chimborazo ecuatoriano, el Chusalongo, un enano
también pertrechado por un sexo imponente, corteja, seduce y embauca incluso a
la más viva de las mujeres de la comarca. “Hijo del Chusalongo es…” –murmullan
las vecinas nueve meses después. Y que el mito continúe su camino.
Fuente: Blog de Gerardo Fernández Fe
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