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miércoles, 24 de marzo de 2010

Cruzar fronteras: una reflexión sobre el legado de Oscar Romero

Por Salvador Leavitt-Alcántara, EE.UU.*

Cada año, el 24 de Marzo, millones de estadounidenses de todas las razas, credos, colores y estratos sociales conmemoran la vida y el martirio del Arzobispo de San Salvador, Oscar Arnulfo Romero, quien fue asesinado en 1980 por la dictadura militar Salvadoreña. En esta celebración, estudiantes, sindicatos, iglesias de todas denominaciones, grupos de derechos humanos, escuelas, organizaciones no-gubernamentales, alcaldías y otras instituciones de carácter gubernamental organizan marchas y días de servicio a la comunidad en su honor; se reúnen para discutir y ver la película “Romero”; hacen vigilias; organizan grupos de oraciones por la paz; protestan en contra de la violencia; la injusticia y la desigualdad y reflejan de muchas y diversas formas la vida de este Obispo y pastor.
Escuelas públicas, cátedras, becas, agencias de servicio comunitario, centros de apoyo al inmigrante y otras instituciones llevan el título de Romero. “Romero Center”, “Romero School”, “Romero Scholarship”, “Romero Agency”, etc. abundan en muchas partes de los Estados Unidos; algunas influenciadas por el alto índice de inmigrantes Latinoamericanos, pero otras influenciadas por la visión y las ideas del Arzobispo.
En cada celebración a la cual he asistido en los últimos 30 años, me he dado cuenta que Romero no es una figura exclusivamente Católica ni salvadoreña… ¡ni siquiera Latinoamericana! La memoria de Romero trasciende credos religiosos, identidades culturales, nacionalidades, lenguaje y razas. He celebrado a Romero en comunidades 100 por ciento salvadoreñas, al igual que en comunidades blancas, negras y Asiáticas. Estas celebraciones me han demostrado que la figura de Romero transciende muchas de las barreras con las que diariamente uno se enfrenta en los Estados Unidos y en el mundo en general.
¿Qué esta detrás de las formas tan diversas con las que se celebra a Romero? ¿Por qué puede este obispo mártir trascender sus orígenes Católicos, su nacionalidad salvadoreña, y su identidad cultural latinoamericana?
Algunos sugerirían que la forma tan brutal en la que el Arzobispo fue asesinado mientras servía la Santa Cena es parte de la respuesta. Sin duda, la brutalidad de su asesinato ha contribuido a la proyección de Romero como figura popular e ícono religioso. Sin embargo, como muchos sabemos, Romero no es el primer ni el último mártir del siglo pasado. La época de los 80’s y 90’s en Latinoamérica se distingue por una general persecución y sanguinaria masacre de muchos religiosos, y de cantidades mucho más altas de civiles. Romero no fue la excepción en países con dictaduras militares como El Salvador y Guatemala; sino, trágicamente, la norma.
Otros sugerirían que la alta inmigración salvadoreña a los Estados Unidos en los últimos 30 años ha contribuido al culto a Romero. De hecho, muchas instituciones de servicio a la comunidad salvadoreña-estadounidense llevan el nombre de Romero y son muchas de ellas las que organizan las festividades alrededor de su martirio. Sin embargo, mi experiencia me ha enseñado que Romero no es una propiedad exclusiva de los salvadoreños, sino que poco a poco se ha convertido en una figura religiosa y no religiosa que construye puentes con otras comunidades no-salvadoreñas. Como he dicho anteriormente, iglesias católicas, evangélicas, protestantes, al igual que comunidades fuera de la comunidad Hispana celebran la memoria del Obispo.
Entonces, ¿por qué es la figura de Romero tan celebrada en los Estados Unidos y en el resto de Latinoamérica? Parte de la respuesta obedece a muchos valores universales que su figura conlleva para este mundo globalizado y postmoderno. En esta ocasión apuntaré a un valor muy importante para esta generación milenaria: el valor de la conversión.
De todos es sabido que una de las principales razones por las que el Padre Oscar Romero fue nombrado arzobispo de San Salvador, era su afinidad a la doctrina más conservadora de la Iglesia Católica; es decir, aquella que creía en mantener el status quo en el aspecto social, político y militar en El Salvador. Romero no era un pastor “controversial,” que se metía en cuestiones sociales ni mucho menos políticas. Antes de su nombramiento como arzobispo, asumió posiciones muy ambiguas que hacían a la iglesia “inmune” a los vaivenes de los conflictos sociales, culturales y políticos de aquel tiempo.
Sin embargo, en 1977, cuando Romero tenía ya 60 años, es asesinado su amigo, el sacerdote Rutilio Grande. Este asesinato hace que Romero tome un giro de 180 grados del cual no daría marcha atrás. De un líder acomodado a la situación del país, pasa a ser el profeta que denuncia, ofrece, y re-crea completamente la historia de la iglesia Salvadoreña. Con Romero emerge una iglesia entregada a la justicia social, a la defensa de los derechos humanos, a la paz, y la igualdad desde la perspectiva del más necesitado. La historia de la conversión de Romero enseña algo muy importante a las generaciones milenarias de nuestros tiempos; y estoy convencido de que dicha conversión es uno de los factores que nos hace celebrar su memoria cada año.
Es cierto que la generación del milenio nace en un mundo globalizado, que facilita la comunicación entre ellos y diferentes localidades geográficas, sociales y culturales. Blogs, Facebook, teléfonos celulares, Internet y otros tantos vehículos de información, permiten a esta generación acceder a mundos diferentes y foráneos, estableciendo enlaces, oportunidades de solidaridad, diálogo y apertura hacia otros.
Sin embargo, también es cierto que esta apertura hacia otros y la oportunidad de establecer relaciones de solidaridad y dialogo con otros, se ve cada vez mas mermada por el aumento de las mentalidades tribales que dicen defender la ortodoxia y que hacen del miedo a lo desconocido y foráneo, su arma principal. La economía es dominada por una ortodoxia del mercado, la cual pone todas sus energías en vendernos el libre acceso a productos y servicios como la única solución a problemas tan complejos como la pobreza, el subdesarrollo, la crisis financiera, y la destrucción al medio ambiente. Las relaciones sociales en los Estados Unidos en particular, y en el mundo en general, están dominadas por una ortodoxias tribales y nacionalistas, que hace de otras culturas y religiones caricaturas llenas de estereotipos. Nuestras visiones familiares en las iglesias están dominadas por una mentalidad no muy abierta hacia otras formas de ser familia y sociedad. Finalmente, nuestras relaciones culturales, especialmente nuestras relaciones con el mundo Musulmán después de los ataques del 11 de Septiembre, están siendo dominadas por un racismo recalcitrante, el cual es fomentado por pensadores como Samuel Huntington, quienes presentan la diversidad cultural como una amenaza a valores pre-concebidos como indispensables para una nación. En este racismo ortodoxo, la inmigración y el crecimiento de comunidades no-anglas en Europa y en algunas partes de Norteamérica es vista como una amenaza para la identidad de las nuevas generaciones.
Quizás en la figura de Romero los muchos estudiantes, activistas sociales y políticos, al igual que las iglesias y comunidades religiosas que celebran su martirio, encuentran una luz de esperanza y solidaridad con los desconocidos y marginados. Es cierto que Romero vivió en los tiempos de las ortodoxias políticas y militares de los años 70 y 80 y que nació bajo una visión doctrinal de la iglesia que apadrinaba y hasta bendecía la pobreza y la desigualdad en nuestro país. También cierto que, como muchos de nosotros, le fue difícil salir de su cerrado y cómodo círculo para llegar a ser el profeta en defensa de los desconocidos y marginados de su tiempo. Pero, como muchos otros antes que él, también se dio cuenta que sólo saliendo de su estrechez doctrinal y eclesial, pudo conocer el valor real de ser humano y gozar de los frutos de la solidaridad con otros. Gracias al valor que tuvo de cortar con siglos de encubrimiento eclesial de las injusticias contra los mas necesitados, Romero pudo cambiar no solamente la historia de su iglesia, sino la historia de su país y, en alguna forma, del mundo. Hacia los desconocidos y los marginados caminó Romero, y por ellos se dejo convencer. Esperamos que nuestras generaciones milenarias celebren con él tan importante valor para nuestra sobrevivencia mundial.

*Salvador Leavitt-Alcántara es teólogo salvadoreño. Emigró a los Estados Unidos al terminar la guerra civil en El Salvador. Su investigación a nivel doctoral se centró en el pensamiento de Ignacio Ellacuría

Fuente: Fundación Kairos, 2010.

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