Por C. René Padilla, Argentina
Fuente: El blog de René Padilla, Ediciones Kairós.
Lo que sigue se basa en la transcripción que Martha de Berberián hizo y editó de la conferencia que René Padilla dictó en la Consulta Letra Viva que se realizó en San José de Costa Rica en julio de 2012.
Mucho de lo que voy a decir tiene que ver con mi propia biografía. Mi propósito es compartir un poco de lo que significa para mí cumplir un ministerio en el campo de la literatura en América Latina.
Hace poco leí un artículo sobre las semillas modificadas genéticamente para lograr mejores resultados en los cultivos. Hay un debate muy serio porque no están todas las investigaciones científicas apropiadas para decir que realmente estas semillas no producen problema para la salud humana. Se sospecha que muchos problemas de salud hoy (el cáncer, por ejemplo, que está creciendo de una manera asombrosa en todo el mundo) se deben a la modificación genética de las semillas. Y en América Latina nos especializamos en recibir las semillas de ese tipo para aumentar la producción.
Voy a hablar de cultivos. En el Nuevo Testamento se hace referencia a la “siembra del evangelio”, o sea, a la siembra de semillas que pueden reproducirse. Ustedes recuerdan la parábola del sembrador. Es una parábola muy conocida. No se trata de cuatro tipos de “personas” sino de cuatro tipos de “terrenos”, porque a veces la misma persona tiene diferentes tipos de actitud frente a la Palabra de Dios. Jesucristo muy a menudo hace referencia a lo que sucede a su alrededor. Sus oyentes están muy familiarizados con los cultivos y la siembra, y saben que no siempre la cosecha es igual. En gran medida ésta depende del terreno. En el capítulo 13 de Mateo leemos lo que significa la parábola del sembrador.
Cuando alguien oye la palabra acerca del reino y no la entiende viene el maligno, y arrebata lo que se sembró en su corazón. Esta es la semilla sembrada junto al camino. El que recibió la semilla que cayó en terreno pedregoso es el que oye la palabra e inmediatamente la recibe con alegría, pero como no tiene raíz, dura poco tiempo. Cuando surgen problemas o persecución a causa de la palabra, enseguida se aparta de ella. El que recibe la semilla que cayó entre espinos es el que oye la palabra pero las preocupaciones de esta vida y el engaño de las riquezas la ahogan de modo que no llega a dar fruto. Pero el que recibe la semilla que cayó en buen terreno es el que oye la palabra y la entiende. Este sí produce una cosecha al 30, al 60 y hasta el 100 por ciento.
En los cuatro terrenos la semilla es la misma: es semilla con potencial para germinar y reproducirse, pero los terrenos son diferentes. Ayer escuchamos una muy buena exposición sobre la importancia que tiene para la literatura el conocimiento del público al cual se dirige. Podemos decir que hay que conocer el terreno y hay que estar seguros de que se siembra en donde se debe sembrar. Pero hablemos un poco de la semilla misma. Refiriéndonos a los libros que publicamos decimos: “Tenemos un buen producto”. Queremos transformar la manera de pensar de la iglesia y del mundo. Estamos convencidos de que la semilla es buena, pero no siempre es buena para el terreno donde vamos a sembrarla: es semilla “transgénica”, traída de “otro lado”.
Yo me crié en un hogar donde no había mucha formación académica, pero había mucho interés en la lectura. Mi padre era un lector voraz y leía de todo: las noticias de la II Guerra Mundial, libros de historia y comentarios bíblicos. Me crié en ese ambiente y siempre, desde muy chico, me gustó la lectura. Creo que empecé a escribir cuando aprendí a leer y escribir, y me gustó la idea de dedicarme a escribir.
Doy gracias a Dios porque en mi formación tuve un profesor de primera en el primer año del colegio secundario. Nunca me olvido de ese profesor, porque durante todo un año recibía cada viernes 120 trabajos escritos por los estudiantes, y el lunes nos los devolvía con sus observaciones y las calificaciones respectivas. A mí me ayudó mucho eso, y como resultado comencé a escribir ensayos cuando estaba en la secundaria. Lo que nunca imaginé es que me convertiría en alguien que no solo disfrutaría el escribir, sino en alguien a quien le gustaria publicar, publicar y publicar. ¡Nunca pensé que terminaría publicando más de 200 libros!
Resulta que el movimiento estudiantil con el que yo trabajaba, la Comunidad de Estudiantes Evangélicos (CIEE), consiguió un excelente editor para publicar la revista Certeza, y con el sueño de publicar también libros eventualmente: Alejandro Clifford, quien había sido profesor de literatura de inglés en la Universidad de Córdoba. Consiguió también la ayuda de un administrador, Paul Sheetz, un misionero estadounidense que se encargó de todo lo que tenía que ver con la distribución de la literatura, aunque no tenía mucha experiencia en ese campo.
Al poco tiempo salió la revista Certeza, que tuvo una trayectoria muy hermosa lo largo de cerca de dos décadas. También empezamos la publicación de libros bajo el sello de Ediciones Certeza. El primer libro que se publicó fue Cristianismo básico, de John Stott. Lamentablemente Paul Sheetz tuvo un infarto y se vio obligado a renunciar a su cargo, dejando así un vacío que nadie quería llenar.
En ese entonces nosotros estábamos viviendo en Lima, Perú, una ciudad que a mí me fresultó deprimente. Me deprimía el cielo siempre gris, el polvo que a uno se le mete por los oídos, la pobreza tan visible incluso en las cercanías del centro de la ciudad. Como se me había nombrado Secretario General de la Comunidad Internacional de Estudiantes Evangélicos para América Latina, yo propuse nuestro translado a la Argentina, donde yo me encargaría de la admistracion de Ediciones Certeza. Se aprobó la propuesta, así que nos trasladamos a Buenos Aires.
Por un tiempo me desempeñé no solo como secretario regional de la CIEE para América Latina sino también como administrador de Ediciones Certeza. Samuel Escobar llegó del Brasil (donde había estado trabajando como obrero de la CIEE) y se hizo cargo de Ediciones Certeza por un tiempo. Pero luego decidió emigrar al Canadá, y me dejó a mí como director de la editorial. La preparación que yo tenía para este cargo se limitaba a mi gusto por la lectura y por los libros. Nunca pensé que terminaría dedicando muchísimo más tiempo a editar lo que otros escribían que a escribir yo mismo. ¡Hay que ponerse a editar los escritos de autores latinoamericanos para descubrir que algunos no aprendieron ni en la secundaria ni en la universidad lo que debieron haber aprendido en la primaria en cuanto a redacción! Sin embargo,i tienen buenas ideas, y hay que hacer algo para que en sus escritos quede lo que quieren decir y que se comunique con claridad. Así que dediqué muchísimo tiempo al trabajo de editar.
Mi experiencia como editor ha sido bastante satisfactoria por varias razones. En primer lugar, cuando empecé había demasiados libros producidos con semillas transgénicas. Para las editoriales que publicaban libros evangélicos en ese entonces, si había libros que se vendian exageradamente bien en los Estados Unidos, había que traducirlos, y eso era lo que publicaban. De vez en cuando traducían libros que valía la pena publicar, pero en general… bueno, sin comentarios. Entonces empecé a soñar. En América Latina también pensamos; tenemos semilla local, pero es cuestión de ayudar a que los autores en potencia escriban. Algunos escriben aunque no tienen mucho que decir, pero lo escriben bien. Otros tienen mucho que decir, pero no se animan a escribir. Entonces había que descubrir a los que podían escribir bien y también tenían algo que decir. Así fue, y gracias a Dios comenzamos un proceso de “latinoamericanización” no solamente de libros en general, sino también de obras teológicas.
Eso coincidió con el surgimiento de la Fraternidad Teológica Latinoamericana (FTL), que nació hacia fines de 1970. Fue el único resultado concreto del Primer Congreso Latinoamericano de Evangelización (CLADE I ), que se organizó en Estados Unidos y se realizó en Bogotá en 1969 para tratar la estrategia para evangelizar América Latina financiado por la Asociación Billy Graham. Con la FTL empezamos todo un proceso de reflexión teológica desde América Latina con énfasis en la contextualización del mensaje bíblico desde una perspectiva evangélica. La publicación y difusión de la teología vinculada a la FTL pasó a ser uno de los aspecto principales en el ministerio de Ediciones Certeza y posteriormente de Ediciones Kairos. Con el tiempo, por varias razones, yo renuncié a Ediciones Certeza, en parte porque la economía en la Argentina estaba en bancarrota en ese tiempo, y eso nos afectó profundamente, y en parte porque descubrimos serios problemas contables debidos a la gestión a cargo del quien fungía en ese entonces como administrador de la editorial.
Salí de Certeza sin saber cuál sería para nosotros el próximo paso. Por unos meses trabajé con Editorial Caribe, para la cual edité varios libros. Bajo la dirección de Juan Rojas, formé parte del equipo que comenzó un proyecto muy ambicioso de comentarios bíblicos: la serie del Comentario Bíblico Latinoamericano. Publicamos varios comentarios, realmente muy buenos. Lamentablemente Editorial Caribe se vendió al mejor postor, y de nuevo me quedé sin contacto directo con una editorial que me ayudara a realizar mis sueños.
En ese mismo tiempo, sin embargo, se organizó una reunión teológica en Grand Rapids, Michigan, que me abriría inesperadamente otra puerta en este campo. El propósito era reflexionar sobre la relación entre la evangelización y la responsabilidad social, un tema que había suscitado mucha controversia en el contexto del Movimiento de Lausana. El organizador fue John Stott, quien me invitó a responder a uno de los oradores del plenario.
Para el lanzamiento del gran encuentro, con la asistencia de unas ochenta personas de todo el mundo, se realizó un banquete organizado por gente de Grand Rapids que habia hecho un importante aporte económico para hacer posible la financiación de los pasajes. Por la providencia de Dios (no era casualidad sino causalidad) a mi lado se sentó el dueño de una de las editoriales más importantes en el mundo evangélico en Estados Unidos, muy conocida porque publica libros de calidad: William B. Eerdmans. En medio del banquete me preguntó:
—¿Hay algo que podemos hacer para América Latina?
Su pregunta fue para mí como una chispita que prende un gran fuego.
—Sí, claro que hay algo—le repondí.
—¿Qué podemos hacer?—me preguntó.
—Publicar en castellano algunos de sus mejores libros.
Sin negar lo que dije sobre “semillas transgénicas”, ahora tengo que añadir que hay obras de otras culturas que sí vale la pena que se traduzcan.
—¿Publicar libros nuestros en castellano?—me preguntó sorprendido—. Nosotros no publicamos libros en castellano.
—Por eso le digo: publiquen en castellano.
—Y ¿cómo sería eso?
–Mire—de dije—, yo pongo los sesos, usted pone el dinero.
—A ver, ¿cómo es eso? Explíqueme.
—Yo tengo un poco de experiencia en publicaciones y estaría dispuesto a colaborar para que se traduzcan buenas obras, comentarios bíblicos, por ejemplo. Hay algunos comentarios publicados por su editorial que deberían estar en castellano.
—Bueno . . . y ¿cuánto cobraría usted?—me preguntó.
–Nada— le respondí.
—¿Nada?
—¡Nada! Yo haría el trabajo como voluntario. A mí me interesa que esos libros estén en castellano.
—¿En serio?
—En serio.
—¿Podemos almorzar juntos mañana, y conversar al respecto?
—Claro que sí. Almorcemos mañana juntos.
—¿Hay algo que podemos hacer para América Latina?
Su pregunta fue para mí como una chispita que prende un gran fuego.
—Sí, claro que hay algo—le repondí.
—¿Qué podemos hacer?—me preguntó.
—Publicar en castellano algunos de sus mejores libros.
Sin negar lo que dije sobre “semillas transgénicas”, ahora tengo que añadir que hay obras de otras culturas que sí vale la pena que se traduzcan.
—¿Publicar libros nuestros en castellano?—me preguntó sorprendido—. Nosotros no publicamos libros en castellano.
—Por eso le digo: publiquen en castellano.
—Y ¿cómo sería eso?
–Mire—de dije—, yo pongo los sesos, usted pone el dinero.
—A ver, ¿cómo es eso? Explíqueme.
—Yo tengo un poco de experiencia en publicaciones y estaría dispuesto a colaborar para que se traduzcan buenas obras, comentarios bíblicos, por ejemplo. Hay algunos comentarios publicados por su editorial que deberían estar en castellano.
—Bueno . . . y ¿cuánto cobraría usted?—me preguntó.
–Nada— le respondí.
—¿Nada?
—¡Nada! Yo haría el trabajo como voluntario. A mí me interesa que esos libros estén en castellano.
—¿En serio?
—En serio.
—¿Podemos almorzar juntos mañana, y conversar al respecto?
—Claro que sí. Almorcemos mañana juntos.
Allí nació lo que llamaríamos Nueva Creación, una filial de William B. Eerdamans Publishing Company. Él ponía el dinero, yo ponía los sesos, y el primer comentario que publicamos fue el comentario sobre la Carta a los Hebreos, del profesor F. F. Bruce, quien había sido mi profesor en la Universidad de Manchester. ¡Un excelente comentario! Bajo el sello de Nuea Creación tuve el privilegio de publicar unos cuarenta libros, algunos voluminosos, entre ellos el que considero la mejor obra de misionología del siglo XX: Misión en transformación, por David Bosh. Con ese libro mi esposa y yo viajamospor varios países musulmanes, corrigiendo las pruebas en los aeropuertos y en los aviones.
Lamentablemente en la Nochebuena de 1996 recibí un correo electrónico de Sam Eerdmans (hijo de Bill Eerdmans, que estaba encargado de mantener el contacto conmigo por parte de la editorial estadounidense) con una triste noticia: “Mi padre decidió vender el sello y todo el inventario de libros Nueva Creación a Libros Desafío, porque —como él dice— no producen dinero sino pérdidas”. Mi reacción fue: “Yo puse los sesos, él puso el dinero, así que no puedo decir nada”.
En realidad, desde mucho antes yo sospechaba que esa noticia me llegaría cualquier momento. En esas circunstancia nació Ediciones Kairos. ¡Nació sin dinero! Sin embargo, desde su iniciación hemos producido más de 120 libros, por la gracia de Dios. El énfasis está en la producción de literatura preferentemente (no exclusivamente) escrita por latinoamericanos, con un mensaje contextual, un buen número de ellos relacionados con el tema de la misión integral, que incluye el anuncio y la demostración del amor de Dios revelado en su Hijo Jesucristo. Este es un tema que ha trascendido América Latina en los últimos años. En nuestro continente la iglesia de Jesucristo ha logrado demostrar que el evangelio no es solamente lo que heredamos del Norte, sino mucho mas. No se limita a la salvación de almas, sino que apunta a la transformación de todos los aspectos de la vida humana a nivel personal y social. Y esto se ha constituido en uno de los temas fundamentales de nuestra obra literaria, producida casi en su totalidad con semilla local, no transgénica.
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