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jueves, 22 de agosto de 2013

LÍMITES DEL COMPROMISO PASTORAL CON LA POLÍTICA

Por Hilario Wynarczyk, Argentina*
Un germen o quizás un boceto de ítems para intercambiar conceptos en una ruta orientada a lograr una consolidación de las iglesias evangélicas como un sujeto público y un soporte a la construcción de ciudadanía. Una consolidación mayor todavía que la hasta ahora conseguida con el esfuerzo de quienes han tomado el arado en sus manos, ya sea como predicadores o como actores de la esfera cívica y las relaciones con el Estado. 
Hacia dónde va el texto
En este artículo pretendo brindar mi opinión sobre tópicos candentes en las vísperas de procesos políticos que habrán de movilizar a todas las fuerzas sociales de la Argentina desde ahora y hasta finales del presente año. Durante el texto hablaré de iglesias evangélicas, pero en algún caso usaré la expresión “iglesias protestantes”, dándoles a las dos expresiones el mismo significado. No pretendo atribuirme la capacidad de ofrecer diagnósticos exactos ni consejos definitivos. Me sentiré contento si alcanzo a marcar algunos dilemas y críticas útiles en ambos casos para favorecer la discusión.
Por otra parte debemos considerar que las perspectivas de la teología y de la sociología son diferentes.  A la teología le importan las relaciones de los seres humanos con Dios. A la sociología las relaciones de los sistemas religiosos con otros sistemas sociales. Y al hablar de otros sistemas sociales, es que  entran la política, la economía, la educación, la moral. Problemas de intercambios e influencias mutuas.
Los pastores y el mundo como sociedad política
La sociología política de las iglesias evangélicas en los países latinoamericanos del Cono Sur es bastante conocida, en unos términos generales que podríamos llamar de “macrosociología”. Esta distinción es importante porque no tenemos suficientes estudios al nivel “microsociológico” de los municipios y consejos de pastores de ciudades de segunda y tercera magnitud demográfica, y hacia abajo en la escala de magnitudes urbanas.
De cualquier modo está claro que hay una tendencia de los pastores, y sobre todo de los dirigentes de colectivos de iglesias con fuerte base popular, a obtener recursos y prebendas del Estado, con honradas intenciones de prestar servicios comunitarios y educativos y afirmar la identidad de las iglesias como sujeto público, aunque este objetivo sea más o menos conciente y explícito. Muchas  veces el trasfondo psicológico de estas conductas puede hallarse en el contraste con la posición de la Iglesia Católica cuyo estatus es privilegiado en el sistema jurídico (más allá de los méritos que la IC tiene por sí misma en el terreno de la actividad educativa, el análisis social, y sus interacciones con áreas de influencia en diferentes sectores de la sociedad civil y el Estado).
Situados del otro lado de este sistema de relaciones, los políticos a su vez se comportan con una natural e instintiva orientación hacia los pastores, enfocándolos como potenciales punteros políticos. En esta perspectiva queda aceptado el supuesto de que los pastores manejan redes sociales en estratos populares con un capital de votantes significativo en su interior. Y también un segundo supuesto, muy discutible en cuanto a si es real o una ilusión, de que los pastores poseen un poder clientelar sobre las actitudes políticas de los creyentes, tema en el cual he abundado con muchos datos concretos en el libro “Sal y luz a las naciones. Los evangélicos y la política en la Argentina (1980-2001)” y también en otro anterior, “El movimiento social evangélico en la vida pública argentina (1980-2001)”.
En este escenario los políticos les prometen a los dirigentes evangélicos el acceso a cargos políticos (desde los cuales se imaginan que serán luz y sal de las naciones), cambios jurídicos para mejorar la posición relativa de las iglesias evangélicas, y la posibilidad de actuar como  agencias de bienestar social o poleas de trasmisión del Estado hacia la sociedad. Este último tiene un paralelo parcial en la ONG Cáritas, de la IC, pero ésta se sostiene mayormente con contribuciones de empresas y el público.
También como parte del posible paquete de ofertas, aparecen devoluciones simbólicas de estatus mediante actos públicos con protagonismo evangélico (como los “Tedeums Evangélicos” que tienen sus antecedentes en Chile). Estos gestos obsequiosos son bienvenidos por los dirigentes evangélicos que los interpretan como una suerte de reparación del estatus de iglesias de segunda (algo así como ciudadanos de segunda) consagrado por el Derecho Eclesiástico de Estado y consolidado en la estructura social por el origen popular de la mayoría de los integrantes de las iglesias, y de sus cuerpos pastorales además.
Entrar en este tipo de relaciones es algo razonable y pragmáticamente muy interesante, pero muy delicado también. En primer lugar por una cuestión de principios si queremos permanecer al interior de una herencia evangélica, marcada en la Argentina por figuras como la del pastor Pablo Besson, en la época de consolidación de la República entre la segunda mitad del siglo XIX las primeras décadas del siglo XX. En esa dirección es indispensable afirmar con la palabra y con la práctica la separación de las iglesias  y el Estado y la laicidad del Estado. Lo que no significa contribuir a la falacia de afirmar un Estado ateo o un estado anticristiano o un estado enemigo de cualquier corriente religiosa. Pues en todas las variantes de esta clase se trata de la cara reversa de la misma moneda del Estado asociado con una religión hegemónica, o el resentimiento hacia la religión, fundado muchas veces en la historia política.
En segundo lugar, por una cuestión de prudencia. Los casos bastante estudiados de Chile en la década del ´60 y después, y del Perú en los ´90, muestran que las esperanzas de los evangélicos en estas transacciones suelen terminar en resultados frustrantes. No incluimos aquí el caso del Brasil, que es muy particular, y bastante estudiado también, aunque las conclusiones tal vez puedan en definitiva mostrar resultados algo parecidos.
En fin, los líderes evangélicos son incorporados como escaparates simbólicos para crear empatía con sectores populares en una operación de marketing político, digno de comprensión si somos concientes de lo que significa la dinámica de la política. En algunas circunstancias las promesas pueden funcionar como alicientes para deponer actitudes de demandas y quejas que puede tomar formas de movilización social colectiva.
Algo diferente y que escapa a esta clase de conductas, capaces de rozar una forma de oportunismo ingenuo, es el compromiso con causas como la defensa de los derechos humanos, el sistema democrático, las poblaciones marginales, el cuidado del medio ambiente, sin esperar mayores prebendas, aunque desde luego algunas pueden llegar.
Los modos del compromiso cívico desde las iglesias
En otro nivel de análisis, las personas que forman parte de las congregaciones evangélicas no deberían rehuir a la participación en la vida cívica, propia de ciudadanos concientes, como buenos votantes o en otros roles. Frente a cualquier tendencia a calumniar a la política y a exiliarse de la política, es importante tener en cuenta que las condiciones de posibilidad de la presencia de las iglesias evangélicas en la Argentina fueron creadas por la existencia de formas políticas democráticas o cuando menos la tendencia hacia la democracia. Así fue durante los períodos de influencia liberal del siglo XIX hasta las primeras décadas del siglo XX, y en cierta forma con el gobierno de Perón en 1954 cuando facilitó la venida del predicador Tommy Hicks. Pero más recientemente en la década de 1980 durante la presidencia de Raúl Alfonsín, que sucedió a la dictadura militar 1976-1983. En este último lapso se desarrolló el ministerio del pastor Carlos Annacondia y el pentecostalismo en general alcanzó un momento bastante explosivo. Otras iglesias acompañaron mientras tanto la política de derechos humanos del gobierno de Alfonsín, habiéndose asociado antes ya, al camino del Movimiento Ecuménico.
A su vez los pastores (dicho esto en mi personal y modesta opinión), sobre todo quienes dirigen colectivos de iglesias, considero que deberían bregar por la derogación de la Ley de Culto de 1978, sancionada por el gobierno de facto del general Jorge Rafael Videla, de triste memoria, y el reconocimiento de la personería jurídica religiosa para las iglesias que no están dentro del movimiento católico. Colateralmente pueden abrirse caminos para la cooperación de las iglesias con el Estado en áreas de acción social, pero esto demandaría ser bien considerado, teniendo en cuenta los costos de los intercambios en proyectos de cooperación. La autonomía de las iglesias y las familias contenidas en su interior, en materia de educación y principios de bioética, es otro problema además, de complejas características, que convendrá dejar aquí entre paréntesis por razones de espacio y oportunidad.
Las formas de la palabra
En otro plano de análisis, sería interesante que los dirigentes de colectivos de iglesias evangélicas y algunos pastores en particular, pudiesen articular un discurso de análisis crítico de problemas sociales en determinadas coyunturas, como sucede con los obispos católicos. Pero esto implica el desafío de hablar en términos propios de los espacios de discusión específicos, ya sea que se trate de moral, ciudadanía, pobreza, u otros asuntos. No es posible llegar a la sociedad sin el recurso de un lenguaje universal. No es posible hacerlo restringiendo el discurso a las formas del lenguaje intra-religioso y recitaciones (lo digo con todo respeto) de versículos bíblicos y nada más.
En concordancia con esos criterios, quizás es necesario colocar en debate la tendencia a permanecer concentrados en temas sexuales y de lucha contra algunas de las innovaciones del Código Civil, referentes al matrimonio “igualitario” y la adopción de niños por padres “del mismo sexo”, que a las iglesias evangélicas las alinean con algo así como una ecúmene religioso-reaccionaria y las colocan en roles que podrían ser funcionales a intereses que no les resultan propios. Estos temas de bioética son muy serios pero estadísticamente menos significativos en los cuarenta millones de personas que tiene la Argentina. En cambio todos los días mucha gente con necesidades básicas insatisfechas sufre limitaciones de comida, salud y educación, a la vez que existen problemas comunitarios y de moral pública. Estos asuntos brindan una posibilidad de hablar sobre una base de fe pero desde el conocimiento apropiado y el discurso lingüísticamente adecuado al respectivo espacio de debate.
Un cierre con dilemas
Todo lo que expreso puede ser muy discutible pero tal vez en estas opiniones vertidas aquí en un formato de ensayo, pueda albergarse alguna contribución. Un germen o quizás un boceto de ítems para intercambiar conceptos en una ruta orientada a lograr una consolidación de las iglesias evangélicas como un sujeto público y un soporte a la construcción de ciudadanía. Una consolidación mayor todavía que la hasta ahora conseguida con el esfuerzo de quienes han tomado el arado en sus manos, ya sea como predicadores o como actores de la esfera cívica y las relaciones con el Estado.
 
*Dr. Hilario Wynarczyk Doctor en Sociología (Universidad Católica Argentina, UCA)
Master en Ciencia Política (Universidade Federal de Minas Gerais, Brasil, UFMG)
Licenciado en Sociología (Universidad de Buenos Aires, UBA)
Profesor de Metodología y Taller de Tesis (Universidad Nacional de San Martín, UNSAM)
Integrante de los consejos directivos de:
Asociación de las Cientistas Sociales de la Religión en el Mercosur (ACSRM)
Consejo Argentino para la Libertad Religiosa (CALIR)
Pertenece a:
Red Latinoamericana de Estudios Pentecostales (RELEP)
Programa Latinoamericano de Estudios Socio-Religiosos (PROLADES)
Ha sido integrante del Consejo de Expertos de las Secretaría de Culto de la Nación
Investigador y escritor.

Fuente: Pastores x la gente

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