No está bien visto que una persona tenga una fe en Dios lo exprese en la esfera pública. Sí en la ciencia, en el propio potencial, o en la infinita bondad del ser humano, aunque estos aspectos tengan sus más que evidentes limitaciones.
Pocos se han atrevido a decirlo claramente, pero sí de manera velada, ante la inusitada experiencia y testimonio de los 33 mineros que han salido de las entrañas de la tierra de Chile hace unos días.
Este velamiento se observa en primer lugar en dejar en anécdota la importancia de esta fe en el Jesús de la Biblia, que llevó a los 33 mineros a lucir al salir de la cápsula Fénix las ya famosas camisetas con el “Gracias Señor” delante, y en la parte trasera “De Él serán la gloria y la honra”; así como la cita del Salmo 95:4, “Porque en Su mano están las profundidades de la tierra, Y las alturas de los montes son suyas”. Estaba claro que su bautismo en la montaña finalizaba con un reconocimiento a un Dios que habían experimentado en la tumba de la mina como parte esencial y central de su experiencia iniciática en lo trascendente.
Esta acción de censurar o distorsionar la fe en su expresión pública ocurre en mucha mayor medida con los cristianos evangélicos. Por ejemplo con Martin Luther King, al que se le niega sistemáticamente en los medios la raíz de su fe -como pastor bautista- que fue básica en su concepto y desarrollo de la lucha por los derechos de sus hermanos de raza negra en Estados Unidos. Es como decir que Teresa de Calcuta fue una luchadora por los pobres y desposeídos de la India, obviando siempre que fue una monja católica.
Pero quizás la forma más sutil es la que en España escuchamos en un conocido programa de radio. “¡Pobres, a algo tenían que aferrarse!, en circunstancias así uno se agarra a un clavo ardiendo”. Es decir, la fe, la religión de los mineros, ha sido su opio para soportar la angustia de su tiempo de encierro. Se le “perdona” esa debilidad comprendiendo la situación extrema que sufrían.
Esta idea, que implica una clara displicencia, contiene al menos dos aspectos que merece la pena analizar.
El primero, la fe es una solución a la que recurrir cuando estamos o nos sentimos débiles y necesitados. Pero lo mismo podría decirse del amor y la amistad, y esto no significa que estos conceptos estén inventados como “recurso de última hora” para situaciones desesperadas. Con Dios ocurre lo mismo, ¿no será que hemos sido creados con una necesidad interior, hambre y sed de Dios, que nos llevan a Él, especialmente, nadie lo duda, en los momentos más difíciles?
La segunda idea es que parece que tener fe en Dios es una dependencia negativa, que ata la libertad, por lo que su uso debe limitarse a situaciones concretas y extremas (como si fuese la quimioterapia para un cáncer). Sin embargo, mirando a nuestro alrededor, vemos que en situaciones críticas (y menos críticas) es excepcional encontrar un ser humano que no dependa en su camino vital de algo o alguien, visible u oculto: alcohol, pornografía, ambición, fama, dinero, drogas, fútbol, juego, consumismo… y seguiríamos en una lista interminable.
Que las depresiones, las rupturas familiares, los suicidios, las generaciones de jóvenes ni-ni, surjan con mayor fuerza estadística en nuestras modernas y opulentas sociedades occidentales, que viven un claro bienestar social, con casi todo lo asegurable asegurado ¿no indica que el problema es que dependemos de demasiadas adicciones personales, de muchos opios, que nos atan e impiden disfrutar de la vida, sustituyendo al Dios que nos hace libres por dioses que nos encadenan a la “normalidad” de nuestro tiempo?
La historia de los mineros es que esta fe les ha llevado a la libertad, interior y exterior. Dentro y fuera de la mina. En la crisis, y fuera de la crisis. No ha sido el opio que adormecía su consciencia, sino la fuerza que les ha ayudado a atravesar de pie y con los ojos abiertos la dura realidad.
A muchos grandes pensadores les convendría estar enterrado en una mina un tiempo indeterminado y sin la seguridad completa de que llegasen a ser rescatados. Muy seguramente verían luego la vida y la fe de otra manera. El problema es que ese entierro llegará desgraciadamente cuando ya el retorno sea imposible, demasiado tarde para poder pensar y ver con claridad lo invisible. No lleguen a ese punto. Por favor.
*Redacción es la Dirección de Protestante Digital
Fuente: © Protestante Digital, 2010, España.
Pocos se han atrevido a decirlo claramente, pero sí de manera velada, ante la inusitada experiencia y testimonio de los 33 mineros que han salido de las entrañas de la tierra de Chile hace unos días.
Este velamiento se observa en primer lugar en dejar en anécdota la importancia de esta fe en el Jesús de la Biblia, que llevó a los 33 mineros a lucir al salir de la cápsula Fénix las ya famosas camisetas con el “Gracias Señor” delante, y en la parte trasera “De Él serán la gloria y la honra”; así como la cita del Salmo 95:4, “Porque en Su mano están las profundidades de la tierra, Y las alturas de los montes son suyas”. Estaba claro que su bautismo en la montaña finalizaba con un reconocimiento a un Dios que habían experimentado en la tumba de la mina como parte esencial y central de su experiencia iniciática en lo trascendente.
Esta acción de censurar o distorsionar la fe en su expresión pública ocurre en mucha mayor medida con los cristianos evangélicos. Por ejemplo con Martin Luther King, al que se le niega sistemáticamente en los medios la raíz de su fe -como pastor bautista- que fue básica en su concepto y desarrollo de la lucha por los derechos de sus hermanos de raza negra en Estados Unidos. Es como decir que Teresa de Calcuta fue una luchadora por los pobres y desposeídos de la India, obviando siempre que fue una monja católica.
Pero quizás la forma más sutil es la que en España escuchamos en un conocido programa de radio. “¡Pobres, a algo tenían que aferrarse!, en circunstancias así uno se agarra a un clavo ardiendo”. Es decir, la fe, la religión de los mineros, ha sido su opio para soportar la angustia de su tiempo de encierro. Se le “perdona” esa debilidad comprendiendo la situación extrema que sufrían.
Esta idea, que implica una clara displicencia, contiene al menos dos aspectos que merece la pena analizar.
El primero, la fe es una solución a la que recurrir cuando estamos o nos sentimos débiles y necesitados. Pero lo mismo podría decirse del amor y la amistad, y esto no significa que estos conceptos estén inventados como “recurso de última hora” para situaciones desesperadas. Con Dios ocurre lo mismo, ¿no será que hemos sido creados con una necesidad interior, hambre y sed de Dios, que nos llevan a Él, especialmente, nadie lo duda, en los momentos más difíciles?
La segunda idea es que parece que tener fe en Dios es una dependencia negativa, que ata la libertad, por lo que su uso debe limitarse a situaciones concretas y extremas (como si fuese la quimioterapia para un cáncer). Sin embargo, mirando a nuestro alrededor, vemos que en situaciones críticas (y menos críticas) es excepcional encontrar un ser humano que no dependa en su camino vital de algo o alguien, visible u oculto: alcohol, pornografía, ambición, fama, dinero, drogas, fútbol, juego, consumismo… y seguiríamos en una lista interminable.
Que las depresiones, las rupturas familiares, los suicidios, las generaciones de jóvenes ni-ni, surjan con mayor fuerza estadística en nuestras modernas y opulentas sociedades occidentales, que viven un claro bienestar social, con casi todo lo asegurable asegurado ¿no indica que el problema es que dependemos de demasiadas adicciones personales, de muchos opios, que nos atan e impiden disfrutar de la vida, sustituyendo al Dios que nos hace libres por dioses que nos encadenan a la “normalidad” de nuestro tiempo?
La historia de los mineros es que esta fe les ha llevado a la libertad, interior y exterior. Dentro y fuera de la mina. En la crisis, y fuera de la crisis. No ha sido el opio que adormecía su consciencia, sino la fuerza que les ha ayudado a atravesar de pie y con los ojos abiertos la dura realidad.
A muchos grandes pensadores les convendría estar enterrado en una mina un tiempo indeterminado y sin la seguridad completa de que llegasen a ser rescatados. Muy seguramente verían luego la vida y la fe de otra manera. El problema es que ese entierro llegará desgraciadamente cuando ya el retorno sea imposible, demasiado tarde para poder pensar y ver con claridad lo invisible. No lleguen a ese punto. Por favor.
*Redacción es la Dirección de Protestante Digital
Fuente: © Protestante Digital, 2010, España.
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